Pepe Gutiérrez Álvarez
Una de las formas de mesurar la importancia excepcional que –todavía- sigue teniendo el legado constructivo de la revolución rusa de Octubre de 1917, es observar como el neoliberalismo no desaprovecha la ocasión para tirar el niño con el agua sucia, que la hubo también. No desaprovechan la menor ocasión, y sin embargo, ahí sigue, como la última gran referencia revolucionaria con sus luces, y a pesar de sus sombras.
Desde 1989 hasta finales del siglo XX, la ofensiva neoliberal llegó a ser realmente agobiante. Llegó a arrastrar a la socialdemocracia invertida, y de paso a muchos comunistas que, arrepentidos de sus pecados de juventud, consiguieron finalmente cumplir su sueño de llegar al poder. Aunque fuese por la puerta falsa. Maltratada, vilipendiada, deformada, amputada, lo cierto es que la revolución rusa de 1917 fue un punto axial en la historia, tan determinante que hasta sus más feroces detractores se ven todavía obligados a denigrarla. Es el acontecimiento que ha permitido hablar del “siglo soviético” (Moshe Lewin), y no creo que nadie pueda dudar de que se trate del más influyente del siglo pasado ya que su influjo resultó determinante en todos los demás (ascenso del nazismo, guerra española, segunda guerra mundial, etc). Su cadencia empero, está todavía lejos de remitir ya que ahora el discurso dominante trata por todos los medios de imponernos su negación completa, asegurando que fue un desastre “desde el primer día” (Antonio Muñoz Molina dixit). Y es que, al igual que la revolución francesa, la revolución de Octubre continuará polarizando la opinión mundial todavía durante mucho tiempo, y quizás un tanto especialmente con ocasión de las sucesivas décadas, unas efemérides que cuenta por sí misma con su “pequeña” historia.
Anotemos sucintamente que su décimo aniversario (1927) coincidió con la última manifestación libre (en el curso de la manifestación oficial un sector de los asistentes se dirigió a vitorear a Trotsky con consignas de la Oposición) en una Rusia en la que Stalin comenzaba a ser el “heredero” de Lenin y hablaba de construir el “socialismo en un solo país”, fue el año en que tuvo lugar la tragedia de la revolución china, así como la huelga general británica (grandes episodios marcados por la sombra de Octubre, y en los que los partidos comunistas actuaron más en función de la política exterior soviética que como secciones con finalidades propias), también fue el año de Octubre, la película de Sergei M. Eisenstein, y máxima expresión hasta el momento de la censura estalinista (ya que fue el propio Stalin quien decidió que se podía ver y que no...El siguiente (1937) coincidió con el “gran terror” que se llevó por delante toda la vieja guardia bolchevique, con su correlato de adecuación a la política de “apaciguamiento” del nazismo, determinante en la llamada política de no-intervención en la guerra española...
Recién acabada la II Guerra Mundial con la victoria contra las tropas del Eje, en 1947 tiene lugar el momento de mayor apogeo del “socialismo real” extendido en los países del Este y ampliado a China (1949). Sin embargo 1957 es coincidente con el inicio del declive del estalinismo tras las “revelaciones” del XX Congreso, y la revolución húngara...La siguiente efeméride señala empero un momento de optimismo: se vive el “reformismo” de Kruschev, el sueño de la “coexistencia pacífica”, la revolución aparece como una vía que permite el desarrollo acelerado de los países atrasados...Un año más tarde esta perspectiva se torna sombría: cae Kruschev, la “primavera de Praga” acaba con la ocupación rusa, mayo del 68 cuestiona el papel del emblemático partido comunista francés. En 1977 tiene connotaciones diferentes. Todavía se vive la ola renovadora del 68, caen las dictaduras en Portugal, Grecia y España, pero la contrarrevolución neoliberal inicia siguiendo el camino de sangre abierto por las dictaduras “franquistas” en Chile, Argentina, Uruguay...Esta contrarrevolución parece incontenible una década más tarde. Dos años después cae el muro de Berlín, concluye lo que Hobsbawn llamará acertadamente el “siglo corto”. El socialismo no aparece ya como la solución sino como el problema. La denigración del historial revolucionario se convierte en una moda dominante. Toda utopía lleva en su seno el Gulag...
Esta era la música dominante todavía una década más tarde. La llamada globalización desarmaba a las izquierdas y sindicatos tradicionales, desestructuraba la clase obrera, diezmaba el “romanticismo revolucionario”, desactivaba las tradiciones colectivistas. La historiografía certifica que el gran dios del capitalismo ha vencido al pequeño dios del comunismo, y este se trasluce en detalles que “iluminan” los mensajes mediáticos: los problemas son los “dictadores” y las “dictaduras”, y se amalgaman los derecha e izquierda, Castro y Pinochet, Hitler y Stalin, Stalin y Lenin, y así, al tiempo, se escamotean a los grandes genocidas como Kissinger o Nixon, ocultan los desastres humanitarios causados por la crecienteconcentración de riquezas en unas pocas manos.
Sin embargo, parece que estamos asistiendo al inicio de un nuevo ciclo. El capitalismo sin oposición lleva al desastre ecológico, a las guerras, a lucha de clases desde arriba, y están apareciendo nuevos movimientos, nuevas alternativas, decepciones como la brasileña de Lula, tan esperanzadoras como los es ya la Venezuela de Chávez, y como todo lo que ha ido sucediendo desde el estallido de la “primavera árabe”, también con sus luces y sus sombras. Se habla del socialismo del siglo XXI, y el consenso en la izquierda radical sobre la crítica radical del llamado “socialismo real” es casi absoluta...El socialismo del siglo XXI será desde abajo y profundamente antiburocrático o no será; el estalinismo era un anticomunismo.
Al mismo tiempo que un cambio radical en la situación nacional, la revolución rusa tuvo un papel de “ejemplo” para la historia mundial. Desde 1917, el sistema capitalista ha temido a la revolución, al ejemplo del “comunismo”. Ya no se trataba pues de un lejano ideal destinado a la derrota como lo fueron tantos otras revueltas igualitarias desde las cátaras, la de los husitas, la de los “niveladores” británicos, de los “sans-culottes” en Francia, y durante el siglo XIX, la de socialistas franceses en 1848, de los comuneros de 1871...No se trataba de un sueño sino de una realidad que se concretaba en unos de los mayores países del mundo. Antes había tenido lugar la revolución mexicana de Villa y Zapata, y luego todas las demás, hasta la gran potencia británica inclusive conoció una impresionante huelga general en 1927, además, había desatado la revolución anticolonial que ahora tenía ante sí un modelo de desarrollo al margen y en contra de las potencias dominantes.
El socialismo militante era un movimiento que había comenzado a tener cada vez más auge desde finales del siglo XIX. En 1914 estalló una primera guerra mundial que convirtió las guerras pasadas casi en juegos florales. El hecho de que la revolución se desarrollara en el momento álgido de dicha guerra mundial y en no poca medida, también como consecuencia de ésta, fue mucho más que una coincidencia. La guerra también había destruido las ilusiones que, entre otros, había expresado el “revisionismo” socialdemócrata de Bernstein o el fabianismo británico, de una evolución gradual hacia el progreso y el avance social. Asestó un golpe mortal al sistema capitalista mundial tal y como había existido hasta 1914, dejando en evidencia sus dramáticas contradicciones, y su inestabilidad inherente. Ya nada fue como antes, y quienes ocultan dicha guerra al hablar de la revolución rusa, desfiguran deliberadamente los hechos. Así pues, la revolución rusa iniciada el 8 de marzo por las mujeres trabajadoras, puede ser considerada como una consecuencia y mismo al tiempo como una causa de la decadencia del capitalismo que necesitaba “espacio vital” para sus mercancías, y que ya no permitía la expansión de las revoluciones democráticas como en su fase ascendente. Esta revolución había comenzado destronando al Zar, y abriendo las puertas de las cárceles, amén del regreso de una muchedumbre de revolucionarios incompatibles con el zarismo, el gigante con los pies de barro, una caída que hizo temblar otras muchas coronas. La mayoría de los revolucionarios rusos se reclamaban del marxismo parte de éstos pertenecían a una de las dos alas (bolchevique y menchevique) de lo que había sido la socialdemocracia rusa, quienes junto con los “populistas” (Partido Social Revolucionario, también conocidos como eseristas) y fracciones anarquistas, se encontraron con una alternativa en movimiento en los efervescentes soviets, el primero en Petrogrado, la antigua San Petersburgo que había cambiado de nombre al comienzo de la guerra, y que se extendió hasta el último rincón de la geografía rusa. El soviet era en cierto sentido rival del gobierno provisional formado por los partidos constitucionales en la vieja Duma La expresión "poder dual” fue creada para describir esta situación ambivalente. Aunque en su actitud inicial, los soviets surgieron como expresión de la revolución de febrero, no tardaron en desbordar este marco. Tradicionalmente, las izquierdas habían aceptado la existencia de dos revoluciones específicas y sucesivas. La primera era la burguesa-democrática que era la que se pensaba, correspondía a Rusia un país que estaba saliendo de un régimen feudal o semifeudal, la segunda era la socialista, que correspondía a una fase superior y ulterior de la democracia, era la democracia socialista. En este esquema dominante se incluía el apoyo más o menos incondicional hacia el gobierno provisional, perfectamente compartido por los dos primeros bolcheviques importantes que se instalaron a Petrogrado: Kamenev y Stalin.
Sin embargo, pronto se vio que este gobierno provisional no se cuestionaba la guerra, ni se daba ninguna prisa por imponer las grandes reformas pendientes. Olvidar esto es negarse a entender lo que sucedió.
Como ya he explicado en otro trabajo en Kaos, la dramática llegada de Lenin a Petrogrado a comienzos de abril acabó con esta frágil componenda. Lenin al principio prácticamente solo, incluso entre los bolcheviques, atacó la idea de que la crisis vigente entonces en Rusia era simplemente una revolución burguesa. Era una revolución en transición de una primera fase, que había dado el poder a la burguesía, a una segunda, que transferiría el poder a los obreros ya los campesinos. El gobierno provisional y los soviets no eran aliados, sino antagonistas, representantes de diferentes clases. El objetivo que se proponía no era una República parlamentaria, sino "una república de soviets (consejos) de obreros y campesinos pobres Representantes de los campesinos en el país entero, creciendo desde la base» El socialísimo no podía, ciertamente, ser introducido de manera inmediata, pero, como un primer paso, los soviets se apoderarían del control "de la producción y la distribución social».
No era otro el tema de las famosas Tesis de Abril, clave de bóveda en el pensamiento de Lenin. A todo lo largo del verano de 1917, Lenin fue consiguiendo gradualmente el apoyo del partido y de los soviets para este plan, que se convirtió en el programa de la revolución de octubre. Tenia, sin embargo, su talón de Aquiles. En líneas generales, Marx había previsto una revolución socialista desarrollándose sobre una base de capitalismo y democracia burguesa establecida por una revolución burguesa previa. Pero en Rusia esta base era rudimentaria o inexistente. El dilema pues no era, tan evidente a primera vista, y para los bolcheviques (como antaño para Marx), la revolución no estaba confinada por fronteras nacionales. Tanto él como Trotsky encontraban que la revolución rusa seria el “prólogo” de la revolución en los principales países europeos, y sobre todo en Alemania. Por lo mismo, el numéricamente débil proletariado ruso marcharía codo a codo y en camaradería con el proletariado europeo hacia el objetivo socialista, y que una revolución nacional seria únicamente el primer episodio de una revolución europea o mundial. El pueblo soñaba con la revolución, pero -como dirá Marc Ferro-, los bolcheviques le ayudaran a pensar en ella.
La dura realidad, agravada por la guerra y el cerco internacional, no tardó en complicar esta visión. Cuando Lenin, a desgana, y una mayoría del partido aún más a desgana, votaron por el tratado de Brest-Litovsk con el Reich alemán, en 1918, aceptaron tácitamente la idea de que, por el momento y como solución de emergencia, la vida de la república soviética era más importante que cualesquiera objetivos revolucionarios de más alcance. Al exponerse la aislada república a la guerra civil y a la invasión extranjera, y en vista de la creciente demora de la revolución en Occidente, esta prioridad penetró, insensible, pero hondamente, en la forma de pensar de los dirigentes políticos soviéticos. En 1921, a raíz de los trágicos acontecimientos de Kronstadt, Lenin puso fin al régimen del mal llamado "comunismo de guerra”, que, aunque vitoreado por sus defensores como un avance sorprendente en el camino hacia el socialismo, era en ese momento una reacción artificial a las exigencias de la guerra civil, y en su lugar inauguró la "retirada” parcial y temporal del NEP (Nueva Política Económica) a las condiciones burguesas de comercio.
Ese mismo año, el acuerdo comercial anglosoviético y, al año siguiente, la conferencia de Génova crearon una componenda práctica entre los principios del internacionalismo revolucionario y la necesidad urgente de romper el boicot occidental y establecer relaciones comerciales con el mundo capitalista En tanto Lenin permaneció con vida, estas líneas políticas serian consideradas todavía como componendas temporales sobre la base de una emergencia, para romper un punto muerto, para salir de un intervalo incómodo Lenin nunca perdió su convicción revolucionaria ni mostró inclinación alguna a elevar esas componendas a la categoría de principios básicos. Pero cuando murió, en enero de 1924, la perspectiva de la revolución en Occidente parecían todavía muy vagas y remotas y las líneas políticas basadas en ella tenían en su contra las exigencias predominantes por un sector creciente que enroscaba en lo único que se mantenía en pie: el Estado. El aislamiento que, desde el principio, provocaba acciones aparentemente carentes de relación con los objetivos y principios de la revolución, mostraban ahora la necesidad de una revisión ideológica. El planteamiento bujariniano de "Socialismo en un solo país” fue la teorización a este estado de cosas, las actitudes que cristalizaron en la nueva doctrina fueron apropiadas por Stalin que se había convertido en el representante del “partido del Estado”. Era parte objetiva de la desesperada situación en que se hallaba el país, de la desintegración de la economía, de la debilidad del proletariado y de su agotamiento después de la dura prueba de la guerra civil. Cuando fue formulada, esta doctrina sistematizada e impuesta al partido, encajó como un guante. La revolución no estaba en ningún prólogo sino que ya había llegado a una finalidad, la impuesta por el único viejo bolchevique que nunca había ocultado su escepticismo ante la perspectiva de una revolución en Occidente, no en vano era el único que desconocía la cultura europea, el único ajeno a los debates y tradiciones internacionalistas.
No obstante, esto no se hizo sin oposición, una resistencia que, aunque no contaba con un apoyo social que no podía tener, desarrolló una poderosa lucha política. Trotsky y otros menos conocidos insistieron una y otra vez que el socialismo fundado por la revolución en un país económicamente atrasado, donde el proletariado mismo estaba económicamente atrasado y era numéricamente débil. El socialismo-socialismo, el que habían soñado Marx y Lenin solo podía crearse como resultados de una revolución del proletariado unido al menos en parte de los países económicamente avanzados. Los éxitos de la revolución, por tanto, notables desde cualquier punto de vista, tenían un carácter híbrido y ambiguo, no podían sustituir un desarrollo social que Rusia estaba muy lejos de conseguir. El propio Marx observó que el embrión de la sociedad burguesa había sido formado dentro de la matriz del orden feudal y estaba ya maduro cuando la revolución burguesa lo instaló en los centros del poder.
La Oposición de Izquierdas daba por supuesto que algo análogo ocurría en la sociedad socialista antes de que tuviera lugar la victoria de la revolución socialista. En un supuesto y solamente en uno, se hizo realidad esta idea. La industrialización y la modernización tecnológica, que era uno de los principales éxitos de la sociedad capitalista, fueron también requisito previo del socialismo. Un par de décadas antes de 1914, la economía capitalista había comenzado a superar los limites de la producción en pequeña escala de las empresas particulares y las sustituya por la producción en gran escala que dominaba la escena económica y se había infiltrado inevitablemente en el ejercicio del poder político El capitalismo mismo estaba ya desdibujando la frontera que separaba la economía de la política y preparaba el camino para alguna forma de control social planificado. Un medio con el que podía avanzar en la creación de unas nuevas condiciones.
El estudio de la economía de guerra alemana inspiró la observación de Lenin en el verano de 1917 de que "el capitalismo de monopolio estatal es la preparación material más completa para el socialismo”. Unas pocas semanas más tarde añadió, un poco perplejo, que "la mitad fundamental, económica” del socialismo había sido realizada en Alemania "en forma de capitalismo de monopolio estatal”, o sea en un país incomparablemente más desarrollado que la atrasada Rusia. Las contradicciones del capitalismo habían ya producido, dentro del orden capitalista, el embrión de la economía planificada de la Unión Soviética gracias a una revolución que se había iniciado en el “eslabón más débil de la cadena imperialista”.
Este hecho ha inducido a algunos críticos (Bordiga, consejistas, Djilas, Castoriadis, Tony Clift, etc) a definir lo conseguido por la planificación soviética como "capitalismo de Estado”. Como se ha demostrado, este punto de vista carece de base. El capitalismo sin empresarios, sin paro y sin mercado libre, en el que ninguna clase se apropia del valor excedente producido por el obrero y en el que los beneficios hacen un papel puramente secundario, en el que los precios y los jornales no están sujetos a las leyes de la oferta y la demanda, no es ya capitalismo en ningún sentido razonable. La economía planificada soviética fue reconocida en todas partes como un desafío al capitalismo. Era "la mitad básica, económica” del socialismo y un resultado importante de la revolución, y cuando ha caído, el capitalismo se ha sentido liberado y ha podido reanudar “la lucha de clases desde arriba”.
Aunque, en cualquier caso, seria pueril negar el título de "socialista” a la proeza de un pueblo, también sería igualmente absurdo insistir en que constituye una realización de la "asociación libre de productores” de Marx, o de la dictadura del proletariado, o de la "dictadura transitoria de obreros y campesinos” a la que se refería Lenin en El Estado y la revolución. Las condiciones exigidas por Marx de que "la emancipación de los obreros tiene que ser tarea de los obreros mismos” fue una verdad hasta que la guerra civil desestructuró totalmente, tanto económica como socialmente a una clase social que Trotsky definió como “una maravilla de la historia”.
Las revoluciones agraria e industrial soviéticas evidentemente cayeron de la categoría de una "revolución desde arriba”, impuesta por la autoridad conjunta del partido y el estado, confundidos hasta extremos que causaron el natural estupor que se manifiesta en obras como la novela antiutópica Nosotros, de Eugene Zamiatin. La visión de una clase trabajadora crecientemente preparado y educado dentro de la sociedad burguesa, de la misma manera que había crecido la burguesía dentro de la sociedad feudal, no había pasado a ser realidad salvo en núcleos de “intelectuales orgánicos” muy reducidos. Las clases dominantes actuaban cuando percibían que los trabajadores “sabían demasiado”, como expresó uno de los jueces que condenaron a los “mártires de Chicago”. Esto fue todavía menos factible en una Rusia atrasada, donde la clase trabajadora era pequeña, estaba oprimida, carecía de organización y no había asimilado ninguna de las libertades condicionales de la democracia burguesa, incluso muchos trabajadores revolucionarios permanecían imbuidos en tradiciones religiosas y patriarcales muy profundas, como percibió el último Lenin y el Trotsky de Notas de la vida cotidiana.
El diminuto núcleo de obreros con conciencia de clase que quedó de los que protagonizaron la revolución y la guerra, era completamente insuficiente para la tarea de organizar y administrar los territorios incorporados a la "república soviética”. Su debilidad era la fuerza del partido bolchevique, una organización compacta y disciplinada dirigida por un grupo de intelectuales y revolucionarios devotos, que acabó ocupando el vacío, y dirigió la política del régimen por medio de métodos que, después de la muerte de Lenin, se volvieron más y más cínicos y dictatoriales. Recursos que al principio se usaban raras veces en el contexto de las pasiones y las atrocidades de la guerra civil se fueron convirtiendo gradualmente en un vasto sistema de purgas y campos de concentración Aunque los objetivos pueden ser calificados de socialistas, los medios utilizados para conseguirlos eran, con frecuencia, la negación misma del socialismo Obviamente, esto no significa que no se realizara avance alguno hacia el exaltado ideal del socialismo, hacia la liberación de los obreros de las opresiones del pasado y el reconocimiento de su papel igual en una nueva especie de sociedad. Pero el progreso era indeciso y fue interrumpido por una serie de reveses y calamidades, tanto evitables como inevitables. Después de las destrucciones y escaséeles de la guerra civil hubo un breve respiro en el que el nivel de vida tanto de obreros como de campesinos subió lentamente muy por encima del nivel miserable de la Rusia zarista. Durante la década que comenzó en 1928 todos avances se redujeron de nuevo bajo las intensas presiones de la industrialización y el campesino hubo de pasar por los horrores de la colectivización forzada comandada con mano de hierro por una burocracia sin oposición. Apenas se empezó a restablecer el país cuando se vio expuesto al cataclismo del auge nazi, a los horrores de la segunda guerra mundial, capítulo de la historia en el que la que la Unión Soviética fue blanco de la ofensiva más constante y devastadora de Alemania en el continente europeo. Estas aterradoras experiencias han dejado su huella, tanto material como moral, de la vida soviética y en las mentes de los dirigentes y el pueblo soviético No todos los sufrimientos de los primeros sesenta años pueden ser atribuidos a causas internas o a la mano de hierro de la dictadura de Stalin.
Con todo, a partir de los años cincuenta y sesenta los frutos de la industrialización, la mecanización y la planificación a largo plazo comenzaron a madurar, y un reflejo de esto lo encontramos en un producto tan poco revolucionario como Doctor Zivago, especialmente en la versión fílmica. Quedaba mucho que era aún primitivo y atrasado para cualquier baremo occidental, pero los niveles de vida subieron perceptiblemente. Los servicios sociales, contando entre ellos la educación primaria, secundaria y superior, se volvieron más efectivos y se ampliaron de las ciudades a la mayor parte del campo. En esta fase histórica, os instrumentos más notorios de la opresión estaliniana fueron desarticulados. El patrón de vida de la gente del pueblo cambió para mejorar. Cuando se celebró el quincuagésimo aniversario de la revolución, en 1967, el optimismo parecía justificado, y pudo observarse la magnitud del avance. Durante medio siglo la población de la Unión Soviética había aumentado de 145 a más de 250 millones; la proporción de habitantes urbanos había aumentado de menos de un 20 a más de un 50 por ciento. Se trataba de un incremento enorme en la población urbana y la mayor parte de los recién llegados eran hijos de campesinos y nietos o bisnietos de siervos.
El obrero soviético, e incluso el campesino soviético, de 1967 era una persona muy diferente de su padre o abuelo de 1917. Apenas podía no darse cuenta de lo que la revolución había hecho por él y esto equilibraba con creces la ausencia de libertades que nunca había disfrutado ni siquiera soñado poseer. La dureza y la crueldad del régimen eran reales, pero también lo eran sus éxitos, por otro lado, el campesinado había sufrido tragedias sin cuentos, pero no tenía la más mínima nostalgia por el antiguo régimen.
Mundialmente, el efecto inmediato e inequívoco de la revolución rusa había sido una fuerte polarización de actitudes occidentales entre los de arriba y los de abajo. La revolución era un mal despótico y criminal para los conservadores y una Iuminosa vía de esperanza para los movimientos que soñaban con cambios radicales. La creencia en este antagonismo fundamental inspiró la creación de la Internacional Comunista, que conoció cuatro congresos iniciales de intensos debates sobre la táctica y la estrategia a desarrollar y en los que intervinieron los mayores revolucionarios del siglo. En un principio, el referente ruso fue uno más, la autoridad de sus líderes como Lenin, Trotsky, Zinóviev o Bujarin, fue debatida y contrastada, y las secciones nacionales contaban con una amplia autonomía, así el partido comunista alemán llegó a cambiar de dirección hasta tres veces en un solo año. El propio Lenin insistía que el centro de la Internacional se tenía que desplazar de Moscú a Berlín.
Pero, cuando la revolución europea no consiguió imponerse, y fue derrotada en Alemania en tres ocasiones (1918-19, 1921, 1923), la exigencia cada vez más firme de tratar a la Unión Soviética como “bastión” del movimiento obrero internacional, y al Komintern como depositario de la “línea correcta”, condujo gradualmente a una nueva polarización entre el Oriente y el Occidente. Surgió la consideración de que el fracaso de la revolución en su extensión en los países occidentales, era una prueba de la quiebra sufrida por el marxismo occidental, que en el momento crítico no consiguió producir ninguna teoría o práctica revolucionaria aplicable a una sociedad capitalista avanzada. De alguna manera, tal fracaso fue lo que resultó oblicuamente explicado por el equipo dirigente del PCUS como la “traición” de los dirigentes socialdemócratas occidentales, sobre todo de los alemanes, produciendo un encono por el que el ascenso del nazismo se hizo “irresistible”. Pero ya era un hecho sintomático de esta división el que no pudiera encontrarse ningún lenguaje común, el “socialismo en un solo país” acabó siendo “el socialismo en ningún otro país”.
La revolución mundial, tal y como había sido concebida en Moscú desde la muerte de Lenin -que asistirá al IV Congreso internacional, el último en el que Trotsky también tiene un protagonismo, y el último en el que se puede hablar de un debate entre iguales-, pasó a ser un movimiento dirigido "desde arriba”. Por una dirección única que decía actuar en nombre de la “patria del proletariado”, de único país que había sido capaz de llevar a cabo una revolución y avanzar victoriosamente. Los propios fracasos, más los desastres económicos del capitalismo (crack de 1929), alimentaron esta creencia tanto entre los trabajadores como en numerosos intelectuales desencantados del liberalismo. Sobre esta dinámica se impuso la autoridad incuestionable de Stalin, y de una cohorte de líderes nacionales que pretendían condensar el monopolio del conocimiento y la experiencia sobre la manera de hacer una revolución (“los rusos saben lo que hacen”, tenían una autoridad vaticana sobre los disidentes marginados). La idea de la revolución internacional sufrió un vuelco, y ahora el principal y prioritario interés del movimiento comunista pasaba a ser la defensa incondicional del único país en que la revolución ya era una realidad, un modelo. Estos partidos pasaron a pensar en dos planos, localmente reformador, antifascista, e internacionalmente, prometiendo un porvenir glorioso como el que se atribuía a la URSS, cuyas críticas quedaban desautorizadas desde el momento en que se confundían con la que nunca había dejado de hacer la reacción. Estos dos axiomas y las líneas y procedimientos políticos derivados de ellas resultaron a la larga, completamente inaceptables para las clases trabajadoras de Europa Occidental, que se creían mucho más adelantadas, económica, cultural y políticamente, que sus atrasados compañeros rusos y no podían cerrar los ojos ante los aspectos negativos de la sociedad soviética La persistencia de estas actitudes políticas no consiguieron más que desacreditar, a ojos de los obreros occidentales, a las autoridades moscovitas, a los partidos comunistas nacionales sometidos a ellas y, finalmente, a la revolución misma En último término ayudaba a justificar, en cualquier caso por el momento, la máxima de Stalin de 1918 de que "no había movimiento revolucionario en Occidente". Las relaciones con los países atrasados no capitalistas se desarrollaron de manera completamente diferente a la tradicional. Lenin fue el primero en descubrir un vinculo entre el movimiento revolucionario para la liberación de los obreros de la dominación capitalista en los países adelantados y la liberación de naciones atrasadas y colonizadas del dominio de los capitalistas, y con la revolución rusa, el anticolonialismo dio un paso muy importante, trascendental. Desde el primer momento se sintió atraído por la experiencia rusa tanto en lo referente al derrocamiento del viejo zarismo como en el apartado del desarrollo económico. La revolución rusa fue, por decirlo así, el primer capítulo de revoluciones como la china o la vietnamita.
Así pues, en la medida que la Unión Soviética consolidaba su posición, su prestigio como protector y dirigente de pueblos "coloniales” aumentó rápidamente. Había conseguido por medio de un proceso de revolución e industrialización, un aumento espectacular de potencia económica, de poder político internacional...Por lo mismo, la defensa de la Unión Soviética, lejos de parecer una embarazosa prolongación del programa revolucionario, equivalía a la defensa del aliado más potente de los países atrasados en su lucha contra los países imperialistas adelantados. Los métodos rechazados en países donde la revolución burguesa era una cuestión histórica y donde los movimientos obreros eran fuertes y habían crecido dentro del marco elástico de la democracia liberal, no parecían repulsivos en países donde la revolución burguesa estaba aún por hacer y donde todavía no había grandes sectores proletarios. En lugares donde las masas hambrientas y analfabetas no habían llegado aún a la fase de conciencia revolucionaria, la revolución desde arriba era ciertamente mejor que lo que ellos tenían. Sin ir más lejos, en los años sesenta un potentado muy español realizó un periplo por la URSS, y al volver proclamó: “Viven peor que nosotros”. El maestro que me lo comentaba subrayaba lo del “nosotros”, o sea “ellos”, los que vivían de los demás.
Mientras en los países capitalistas avanzados el fermento generado por la revolución rusa seguía siendo un modelo cuestionado y no daba lugar a una alternativa constructiva para la acción revolucionaria, en los países no capitalistas atrasados, sometidos a dictaduras conservadoras, resultaba mucho más convincente, Cuba fue un ejemplo. El prestigio de un régimen que, a pesar del cerco y la hostilidad internacional, se había elevado a la categoría de segunda potencia industrial, le convirtió en el referente natural de muchas revueltas de países atrasados contra la dominación imperialista, incluso en países de tradiciones religiosas tan exacerbadas como Afganistán o Irán. El capitalismo occidental que antes de 1914 había estado virtualmente oposición, y podían cantar sus propias glorias (vean sino el cine de aventuras coloniales en la India, películas como la célebre Gunga Din), se encontraron con un país que era la negación de estas glorias. El “tercermundismo” encontró en la URSS una potencia egoísta que, sin embargo, se veía obligada a jugar su papel de oposición, hasta que se daba el caso de un régimen -como el Sukarno en Indonesia o el del Sha de Persia-, favorable a una entente con la URSS, también quería acabar con los partidos comunistas...Entonces, los partidos comunistas nacionales se veían obligados a justificar los apoyos más desastrosos. En el caso del Sha de Persia, hubo una entente incluso con la China de Mao, lo que explica en buena medida la súbita decadencia del partido comunista, y el consiguiente ascenso de los beatos islamistas.
En resumen, si bien la revolución rusa de 1917 no llegó a conseguir ni de lejos los objetivos que se había propuesto en Octubre, ni a satisfacer las esperanzas que había generado fuera y dentro, y que su historial fue manchado hasta extremos dantescos por el estalinismo y la burocracia, no por ello dejó de tener repercusiones positivas y profundas que se han hecho tanto más perceptible con su desaparición.
Hoy por hoy, la Rusia soviética sigue siendo el principal referente revolucionario de la historia contemporánea, una historia necesaria aunque solamente sea para saber todos los errores y horrores que no se deben de repetir…