Marco Antonio Álvarez Vergara
Para entrar en la especificidad de la materia a tratar, que en este caso es la relación de poder popular con la vía electoral, es importante tener en consideración los cambios acaecidos en las siguientes esferas de la comprensión política: La esfera global-mundial, de forma breve y general; la esfera regional-latinoamericana con su caracterización correspondiente; y la esfera particular-chilena, con la precisión que se requiere para llegar al punto culmine del objetivo de este trabajo. Todas las esferas a tratar, desde el punto de vista temporal, tienen como protagonista, aproximadamente el último cuarto de siglo.
Contexto histórico mundial
La primera pregunta para responder, es si dentro del actual contexto histórico mundial, existe aún la disyuntiva entre reforma o revolución. La interrogante anterior, nos dará el punto de partida tentativo para ir profundizando de forma gradual la temática.
¿Existe la disyuntiva reforma o revolución?
La dicotomía Reforma o Revolución ha sido una disputa histórica en el seno de las izquierdas. Las “vías” han estado en un pugilato constante, con mayor o menor intensidad, dependiendo del contexto histórico mundial. Pero con el fin del corto siglo XX y la caída de la bipolaridad política que hace desparecer la guerra fría, se declara la muerte presunta de la historia, de las ideologías y la revolución. A la vanguardia de este diagnóstico, se encuentra el politólogo norteamericano de origen japonés, Francis Fukuyama. Con esto, se da inicio a una serie de paradigmas ficticios en la comprensión de la política actual.
Para poder realizar un análisis certero, no podemos partir de la premisa de la inamovilidad histórica, entendiendo esta como la continuidad de los paradigmas del siglo XX. Es necesario comprender antes que todo, que luego de la hecatombe del mal llamado “socialismo real” a comienzos de la década del 90, nos sumergimos en nuevo contexto mundial. Es más, el filosofo francés Daniel Bensaïd, va mas allá y nos habla de “una secuencia histórica terminada”, planteándonos que lo vivido anteriormente “es una entera época agotada” y expone que “no nos encontramos en el fin anunciado de la historia, de las ideologías, de las revoluciones. Estamos en el fin de los fines. En lo preliminar, en lo previo a la emancipación, en lo necesario no suficiente. . Ni siquiera eso. Apenas en el umbral del umbral”.[2]
La teoría sobre la occisa historia, de la cual se ha hecho eco la clase política general, tiene un sin número de razones para fundamentar este estado de calamidad. Por un lado, está la derecha que con esto niega la histórica lucha de clases y en la otra vereda, algunas de las izquierdas que en su carácter reaccionario se vuelven funcionales a su oposición, negando en las filas de la izquierda, la disyuntiva histórica entre Reforma y Revolución o dando por ganadora a la primera.
Hoy más que nunca en la historia, existen sectores en del abanico de las izquierdas[3], influenciados principalmente por corriente post modernas y por una especie de exitismo de los reformismos criollos. Los primeros niegan esta pugna por razones ideológicas y los segundos por sentirse victoriosos en una contienda que dieron por ganada luego de la extinción de procesos que se enfrentaban en los escenarios de lucha armada.
Uno de los factores fundamentales en esta negación o supuesta superioridad, es el desprestigio que dejó la caída del muro Berlín y el desmoronamiento de la URSS, en torno al concepto “revolución” y todo lo que le acompaña
Cayó, el mal llamado, socialismo “real” y la desesperación sobrepasó los límites analíticos de las Izquierdas[4]. Nadie sabía lo que vendría, incluso los más críticos a este modelo, y hasta la fecha actual, aún no se ha dibujado definitivamente el socialismo del siglo XXI. Pero hay algo que hoy, aún en las puertas del nuevo milenio, asumimos como imperativo político es que “un nuevo resurgimiento o renacimiento de este modelo de socialismo no es posible, deseable ni, aun suponiendo que las condiciones le fueran favorables, necesario” [5]
A comienzos del siglo XX, lejos de negar, como lo hacen muchos de los que se consideran sus herederos, las fricciones entre reforma-revolución, el padre de la patria obrera chilena, el tipógrafo Luís Emilio Recabarren Serrano, se pronunció sobre esta disyuntiva histórica, planteando lo siguiente “Soy libre de llevar las armas que a mí me plazcan para hacer la revolución, y libre, a la vez, de deshacerme de las que vaya estimando inútiles o gastadas, o inofensivas, a mi debido tiempo” El máximo exponente de las ideas del proletariado nacional, con estas palabras nos marca un camino de interpretación general, despojándose del dogma de la rigidez táctica.
Mirando a otro rincón del continente, el politólogo cubano Roberto Regalado nos emplaza con lo siguiente “la izquierda latinoamericana tiene que desentrañar la nueva relación dialéctica entre reforma y revolución, encontrar los medios y métodos adecuados para emprender la transformación social revolucionaria y construir los paradigmas del socialismo latinoamericano del siglo XXI.”[6] En estas breves palabras, trataré de hacer un aporte en este desentrañamiento analizando la vía revolucionaria del Poder Popular y el método reformista por excelencia, que es la cuestión electoral.
La interrogante planteada al principio ¿existe la disyuntiva entre reforma y revolución? aunque ya tengamos una idea bastante clara según lo expuesto anteriormente, se debe ratificar la afirmación de la existencia de esta controversia histórica, como la vitalidad de la historia, las ideologías, las nuevas revoluciones y la lucha de clases, es más, esta se enmarca en una disyuntiva más grande, que Rosa Luxemburgo denominó “Socialismo o Barbarie”.
El nuevo contexto histórico de América Latina
Para poder destrabar la nueva relación dialéctica entre Reforma y Revolución, antes que todo debemos situarnos en el actual contexto histórico de Latinoamérica, para poder tener una óptica desde la realidad concreta.
El 1 de enero de 1959, con el triunfo de la revolución cubana, se abre una etapa histórica en América Latina que se caracteriza entre otras, en el enfrentamiento entre las fuerzas de la revolución y la contrarrevolución en el área, cuyas máximas expresiones fueron el flujo y reflujo de la lucha armada (hablamos de flujo y reflujo de la lucha armada aludiendo a la ola que, con variable intensidad y en distintos momentos, recorrieron una y otra vez América Latina durante tres décadas), y la represión desatada por las dictaduras militares de Seguridad Nacional, que actuaron como punta de lanza del imperialismo y de las élites criollas[7].
El fin del corto siglo XX, trae aparejado en América Latina, el cierre de la etapa histórica abierta por la revolución cubana y la apertura de una nueva era en la región, caracterizada por un lado principalmente por un avance y radicalidad de los movimientos sociales y por el otro, por avances y triunfos electorales del “izquierda progresista” latinoamericana. Las dos caras de esta moneda, como es normal, representan formas distintas de construcción, pero en este nuevo momento histórico a pesar de sus fricciones y desacuerdos naturales constantes, han podido cohabitar en algunos procesos particulares.
Las elecciones latinoamericanas
La ruta electoral de la “izquierda progresista latinoamericana”, entendiendo esta, independiente de su mayor o menor nivel de sujeción y matices a la hegemonía neoliberal o la contra-hegemonía popular, comienza con el despojo por fraude del candidato a la presidencia de México por el Frente Democrático Nacional (FDN) Cuauhtémoc Cárdenas el 6 de julio de 1988, el triunfo de Tabaré Vásquez a la intendencia de Montevideo con el Frente Amplio (FA) en Uruguay en octubre de 1989 y la derrota con sabor a triunfo –por su alta votación- del candidato de Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil en la elecciones presidenciales en noviembre y diciembre de 1989. Los datos anteriores marcaron un indicio de lo que ocurriría en las dos décadas siguientes. Esta ruta ha tenido como punto culmine, las conquistas electorales de esta izquierda en materia de primera magistratura, con su primer triunfo en 1998 con la llegada de Hugo Chávez al primer sillón de Venezuela. A este triunfo lo siguen el de Ignacio “Lula” Da Silva en Brasil (2002) y su reelección en (2006), y la elección de su ministra Dilma Rousseff como presidenta (2010), lo que ha llevado al (PT) gobernar Brasil ya con una década no exento de duras críticas a su gestión. Siguió la reelección de Hugo Chávez el (2002 y 2006) y casi seguro triunfo este (noviembre 2012). El primer triunfo de Chávez en Venezuela demuestra que su triunfo no fue un mero accidente en la nueva política latinoamericana, sino el inicio de una nueva etapa marcada por triunfos electorales. A estos éxitos en el campo electoral, los sigue el de Evo Morales en Bolivia en (2005) y reelección en el (2009). El de Rafael Correa en Ecuador el (2006) y reelecto el (2009). El de Daniel Ortega en Nicaragua el (2006) y amplia reelección en el (2011). Los triunfos del Frente Amplio en Uruguay, con Tabaré Vásquez en (2004) y José “Pepe” Mujica el (2009). Néstor Kirchner triunfo en Argentina en (2003) y Cristina Fernández en (2007) y reelecta el (2011). Fernando Lugo en Paraguay en (2008). En El Salvador la victoria del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en (2009) con Mauricio Funes. El triunfo de Ollanta Humala en el 2011 en Perú. Y por último tenemos un nuevo fraude electoral en México, donde López Obrador es relegado a un segundo lugar, ocurriendo lo mismo que le pasó a Cárdenas en 1989. Es importante destacar el triunfo de José Manuel Zelaya en Honduras en el año 2005, por su posterior golpe de estado el año 2009, lo que puede ser entendido como una nueva forma de desprender de los logros electorales a la izquierda latinoamericana. A esto se le suma el reciente golpe de estado, acaecido en Paraguay.
Quiero hacer un alcance, respecto de ciertos autores latinoamericanos, que plantean que algunos Presidentes de los gobiernos de la Concertación fueron parte del proceso referido anteriormente. Hasta el momento la particularidad de Chile es distinta, la Concertación de Partidos por la Democracia no fue parte de nuevas mayorías que se sumergió al proceso progresista latinoamericano. Esto ocurrió por diferentes razones, entre otras, la primera es que la concertación se gesta en la etapa de transición; segundo, el sistema político Chileno, ha marginado a la izquierda no neoliberal de los espacios de participación institucional; tercero, la alianza inédita entre el algunos sectores de la izquierda tradicional y la Democracia Cristiana (DC) ha limitado en parte, el desarrollo de cualquier imaginario de izquierda. La última radica que en Chile, el neoliberalismo toco fondo y produjo el silencio de las mayorías, que recién comienza su camino de despega hace menos de dos años.
Los triunfos electorales indicados anteriormente, dibujan una parte importante del escenario latinoamericano actual, independiente de que estos procesos pueden ser subclasificados de acuerdo a sus características particulares, lo que no es la intención de este autor en esta oportunidad, sino demostrar solo la posición favorable de la correlación de fuerzas en materia electoral.
Movimientos Sociales en América Latina
Los movimientos sociales también se han tomado el protagonismo de la política en América Latina, demostrando su fuerza contra gobiernos de corte neoliberal, capitalizando su movilización en los triunfos electorales de la izquierda antes mencionados o presionando a estos mismo gobiernos en la profundización de sus procesos de transformación.
Son muchos y variados los Movimientos Sociales que cohabitan en América Latina. Entre los más destacados encontramos al Movimiento Indigenista Boliviano, que llevó a la presidencia a Evo Morales y que hoy se han vuelto sujetos críticos en función de la profundización de la “Revolución Democrática y Cultural”. En el mismo camino encontramos al movimiento ciudadano e indígena que sustenta la “la Revolución Ciudadana” en Ecuador y la amplitud de movimientos sociales que mantienen en vigencia a la “Revolución Bolivariana” en Venezuela.
Han prosperado los movimientos sociales de equidad de género, animalistas, minorías sexuales, inmigrantes, ecologistas, por la recuperación de la educación, de los recursos naturales, regionalistas, etc. Destacan por su radicalidad los trabadores desocupados de Argentina, “Los Piqueteros” y los campesinos de Brasil, organizados en Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra.
En el MST me quiero detener, por tener la posibilidad de conocer sus principales dinámicas de trabajo. El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra MST es un movimiento social de campesinos de corte popular. Aunque este tiene sus orígenes a fines los años 70, es en 1984 donde tienen su primer congreso y adoptan el nombre de MST. Como plantea uno de sus máximos líder históricos, Joao Pedro Stedile al responder la pregunta de cuál es el objetivo principal del MST, este responde planteando que “la razón principal del Movimiento Sin Tierra es luchar contra la pobreza en el campo y luchar contra la desigualdad social que hay en nuestra sociedad. Esta era y es nuestra meta.”[8]
El MST de Brasil, es sin duda para mi gusto, el movimiento social mejor organizado, más grande y antiguo de América Latina y el mundo. Su política de construcción de poder popular y posición de autonomía frente a la institucionalidad, lo han vuelto un ejemplo e inspiración para las y los luchadores sociales del continente.
Hoy en América Latina, los movimientos sociales han tomado un espacio fundamental en la reformulación de la deliberación política. Esto se expresa en detrimento de la sectaria política tradicional y en función de una sociedad civil cada vez más acaparadora de lo público, entendido este fuera de los márgenes coartadores de la institucionalidad. Su sentir y vivir, es digno del largo hilo que han sustentado durante siglos los topos de la historia.
¿Cuál es la situación chilena?
El gran desajuste
Teniendo como base de análisis, la caracterización del contexto latinoamericano, marcado por triunfos electorales en gran parte de la región y por el protagonismo activo de las y los nuevos sujetos que hoy se organizan en una extensa variedad de movimientos sociales, nos encontramos con una desigualdad en la configuración del actual contexto particular, en torno a las dos variables antes mencionadas. Si tuviéramos que definir la actual situación, esta la denominaríamos como el gran desajuste chileno, marcado por una excelsa asimetría entre lo político y social. Por un lado, esta se expresa con la carencia política absoluta de éxitos electorales por parte de la izquierda, y por el otro, con una ofensiva sostenida de los movimientos sociales, con triunfos parciales en los últimos tiempos.
La ruta electoral de la izquierda tradicional
El desempeño electorero de la izquierda tradicional chilena ha sido deplorable. Veintidós son las elecciones que sean realizado desde que volvió la “democracia” hace veintitrés años. En las cinco elecciones presidenciales[9] realizadas desde el año 1989, con un padrón electoral aproximado de 7.000.000 de votantes, la izquierda ha tenido sólo una participación testimonial. La primera elección presidencial en 1989 no llevó candidato alguno y vio como el ex golpista maquillado de centro (Patricio Aylwin) y la derecha (Francisco Javier Errázuriz y Hernán Buchi) competían por convertirse en el primer presidente de la transición. En la elección presidencial de 1993 la colación Alternativa Democrática (PC, PC-AP, MAPU e IC) impulsaron la candidatura del cura Eugenio Pizarro Poblete sacando 327.402 votos, que llegaron al 4.70% del electorado. En el año 1999 se realizaba la tercera elección presidencial de vuelta a la “democracia” y el Partido Comunista llevó como candidata a Gladys Marín, quien capta 225.224 votos, sacando el 3.19% del electorado y el candidato del Partido Humanista Tomas Hirsch sacó 36.235 votos, expresados en 0.51 de las preferencia, sumando entre las dos opciones de izquierda un porcentaje de 3.70% del electorado. En las elecciones del año 2005 el candidato de la colación Juntos Podemos, Tomas Hirsch obtuvo 375.048 votos, marcando el 5.40% de las preferencias. En la última elección presidencial del año 2009, La colación Juntos Podemos Más, llevó como candidato a un ex ministro de la Concertación Jorge Arrate, quien obtuvo 433.195 votos, expresados en el 6.21% de los sufragios. Los datos expuestos hablan de baja convocatoria electoral que ha tenido las alternativa de izquierda no neoliberal.
En las últimas elecciones, Marco Enríquez-Ominami, como candidato independiente quebrando con la concertación (izquierda neoliberal) obtiene 1.405.124 votos, alcanzando el 20, 14 % de las preferencias. En está ocasión es la primera vez en veintitrés años que se rompe con el duopolio de la concertación y la derecha, en el sentido competitivo, entendiendo anteriormente la participación de un tercero como testimonial. El fenómeno de irrupción que causó Marco Enríquez-Ominami en las últimas presidenciales, es importante de analizar desde la siguiente interrogante. Su alto porcentaje ¿Es parte del nuevo escenario electoral latinoamericano ya descrito anteriormente? o ¿fue solo un accidente mediático en la política nacional?. A mi parecer, creo que falta mayor debate en las filas de la izquierda, frente a la disyuntiva anterior, para esclarecer el punto.
En las elecciones a senadores y diputados, no ha existido triunfo alguno por parte de la izquierda, excepto en las últimas elecciones donde el PC a través de un pacto de omisión con la Concertación obtuvo 3 diputados, los cuales en materia de este estudio no los podríamos contemplar, ya que estos estarían gestados dentro la Concertación. Los mismos ocurrirían con algunos alcaldes.
Este desolador panorama en materia electoral, no responde solamente a la incapacidad de la izquierda de poder impulsar una alternativa atractiva, sino también de las limitancias que hemos heredado de la democracia neoliberal legalizada en tiempos de dictadura y legitimado por los gobiernos concertacionistas en los últimos cinco lustros.
De lo anterior, se desprende las principales tareas del movimiento social en esta materia: Construir una alternativa real al neoliberalismo, que se constituya como una nueva mayoría política y social para Chile y echar al tacho de la basura el actual sistema político mediante la movilización social, generando una nueva institucionalidad democrática y popular.
La ofensiva del movimiento social
Aunque los Movimiento Sociales en Chile no son nuevos y estos han tenido su importancia en diferentes situaciones históricas, recién asumen notoriedad por la sociedad en el último tiempo. La deslegitimada clase política y su forma natural de organización –los partidos políticos- han llevado a las y los sujetos a emprender nuevas formas de participación política colectiva y desde ahí expresar sus demandas y descontento.
Con intemspestividad, hacen su aparición en escena los Movimientos Sociales y su ofensiva viene aparejada con triunfos parciales conseguidos a través de las movilizaciones.
Generando un breve resumen de las últimas contiendas que ha dado el pueblo, partiré por las luchas desde las trincheras de la ecología, donde los pueblos de Punta de Choros y Aysén, apoyados por la mayoría de la sociedad chilena, se han organizado por la paralización de las obras impulsadas por transnacionales, que vienen a depredar nuestro medio ambiente. En el caso de Punta de Choros, el movimiento pudo paralizar la implementación de una central termoeléctrica a carbón por la multinacional Suez Energy. En Aysén, aún se sigue luchando por evitar la construcción de cinco hidroeléctricas, el movimiento lucha por una Patagonia sin Represas. En mayo de este año el Movimiento Social y Ecológico del Huasco, consiguió el cierra de la empresa Agrosuper por los problemas de salud y medioambientales que estaba generando. Estos no son los únicos casos y hemos visto como el tema medioambiental se ha incorporado a la agenda de reivindicaciones y ha tomado un sitial de importancia por la ciudadanía.
Algunas comunas, organizadas a través de asambleas ciudadanas han conseguido movilizar a la transversalidad de sujetos y organizaciones sociales de un territorio determinado, en función de las justas demandas que emanan del descontento de la ciudadanía. Los casos más emblemáticos son la asamblea de Magallanes, el movimiento social por Aysén y la asamblea ciudadana por Arica. El pueblo Magallanes se levantó para decir “no” al alza del gas natural y exigir descentralización y autonomía. Se pudo bajar el inconsciente aumento del gobierno de 16,8% a un 3% correspondiente a la variación del IPC. El pueblo de Aysén, que se movilizó (y aún se moviliza) por la baja en los altos costos de los combustibles, salud de calidad, equidad laboral, por que existan plebiscitos vinculantes, regionalización de los recursos naturales, por medidas para salvar las pesca artesanal, rebaja en el costo de la canasta básicas, más y mejores rutas de acceso y una universidad pública de alta calidad y formación académica nacida de los intereses y necesidades de las y los ayseninos. Gran parte del petitorio se ganó y se está ganando. En Arica el movimiento levanta entre otras las bandera de la probidad y se organiza como ente que viene fiscalizar los actos de corrupción que se han generado en la municipalidad. Este tipo de asambleas, ha tenido un gran protagonismo en el último tiempo.
Son muchos más los que se movilizan en Chile. Desde la Araucanía todos los días tenemos noticias del pueblo Mapuche. Su lucha por la recuperación de territorio y autodeterminación ha sido inclaudicable. Las y los sin techo se organizan a lo largo de Chile en comités de allegados para conseguir una vivienda digna. Las y los funcionarios públicos todos los años luchan por un justo reajuste salarial, incentivo al retiro y por estabilidad laboral. Las y los trabajadores del sector privado también se movilizan. En los últimos días nos hemos encontrado con varias movilizaciones desde el trabajo precarizado y subcontratado. Aunque las y los trabajadores no han ocupado un rol protagónico en las últimas luchas, no podemos dejar de contemplarlos en el escenario actual, aunque sus limitancias son endémicas, si hoy no se construye por un nuevo sindicalismo que entienda las nuevas dinámicas del mundo del trabajo y sus nuevas formas de explotación.
El movimiento estudiantil[10], que hoy en día no solo se ha limitado a su petitorio inicial de educación gratuita y de calidad, sino que hoy apuesta por una transformación estructural de la sociedad, ha sido protagonista y percusor en devolvernos la política, y llevarla a las universidades, trabajos y plazas. Este movimiento que ha cruzado fronteras, en sin duda la punta de flecha de una gama de nuevos actores sociales que se organizan baja lo que se deniminan “movimientos sociales”
Nuestro camino central, la construcción del Poder Popular
¿Qué es el Poder Popular?
Al preguntarnos el “qué es”, primero nos debemos remontar en el tiempo, y desde ahí, encontraremos las primeras respuestas en algunos procesos históricos particulares en las cuales se han situado y desarrollado las concepciones de Poder Popular. Podemos situar experiencias de Poder Popular en Francia en la Comuna de Paris de 1871, en los Soviet Obreros y Campesinos en la Revolución Rusa, en los Consejos de Defensa de la Revolución en la Revolución Cubana, en los Consejos Comunales en la Revolución Bolivariana en Venezuela o en los asentamientos de los sin tierra en Brasil. Cada uno de estos procesos u órganos, tienen características distintas, pero los unifica el común denominador de tratarse de espacios de participación popular y de poder organizado por las mayorías. Pero nuestro antecedente más próximo, ha sido las disyuntivas que se ha dado entorno al concepto en los mil días de la Unidad Popular. Por un lado el gobierno de Salvador Allende que entendía el “poder popular no contra el Estado burgués (entendido como un total único), sino solamente contra una parte del Estado (el poder judicial y legislativo)”[11] y por otra parte el MIR que “se sitúa por un poder popular independiente y alternativo en el Estado chileno”[12]. Esta disputa, en torno al contenido conceptual del Poder Popular, fue desbordada por la construcción del MIR en el último año de la Unidad Popular, a través de los órganos de Poder Popular como los comandos comunales y los cordones industriales. Esto nos ayuda a acercarnos a una definición sobre la materia. El poder popular es la fuerza autónoma y alternativa, en la esfera material y subjetiva que se genera como una contra hegemonía al poder burgués.
¿Cómo construir poder popular hoy? Algunas propuestas básicas.
En materia educativa, no limitándonos solo a reivindicaciones economicistas dentro de la educación formal, sino construyendo una alternativa educacional real y efectiva frente a la educación formal, cuestionando sus metodologías como contenidos. El desafío es construir la “Otra Educación”[13]
En materia de participación política, primero: Recuperando los espacios naturales de organización (juntas de vecinos), expulsando a la derecha de nuestras poblaciones y llevando un proceso democratizador de estas instancias. Segundo: Articular los espacios locales, en instancias comunales o sectoriales, que nos den la posibilidad de definir y desarrollar prácticas comunes. Tercero: Incidir de forma colectiva, en todas las temáticas de nuestro acontecer. El desafío es construir una democracia participativa.
Estos son dos ejemplos en torno a la construcción de Poder Popular, pero su extensión debe superar todos los márgenes de la institucionalidad y proponer-edificar alternativas al sistema dominante.
Redefiniendo el Poder Popular:
Antes, se entendía como sujetos social revolucionario por excelencia, al trabajador y como fuerza auxiliar a todos aquellos que luchaban por su emancipación.
Hoy irrumpen nuevos protagonistas al escenario político nacional, como las y los luchan por temas de equidad de género, las minorías sexuales, por la ecología, por el derecho de las y los animales, los inmigrantes, los que se sitúan en su condición de ciudadanos etc. Por tanto, los protagonistas que impulsan la construcción de Poder Popular ya no son los mismos de antaño, por tanto las dinámicas que éste asuma, estará integrado por las características y lógicas de estos nuevos sujetos sociales.
La consigna debe seguir siendo ¡Luchar, crear, Poder Popular! pero adecuando su concepción a los nuevos tiempos y formas de lucha.
La vía electoral: ¿Un camino que hay que enfrentar?
Cada dos años se incendia la discusión en el mundo de la izquierda extraparlamentaria, si es pertinente participar de la vía electoral o a lo menos ir a votar. Esta pugna en Chile se ha dado con más descalificaciones, que con la altura de miras y respeto que debe ser tratado cualquier táctica de lucha.
Teniendo en consideración el importante avance electoral de la “izquierda” latinoamericana y su antagonismo deplorable en la situación chilena, generando un desajuste en la materia, es fundamental a lo menos que nos preguntemos si es necesario enfrentar la vía electoral. Nuestra respuesta no puede estar sujeta a dogmas, ortodoxias o teletransportaciones de procesos del pasado a la actualidad, como si el arte de la política fuera copiar y pegar.
Sin duda que en la respuesta hay puntos favorables y negativos frente a la cuestión electoral. Algo de lo favorable es que las elecciones siempre han servido para llevar adelante una contienda de las ideas, educar en la campaña y triunfar en las mismas entrañas de la institucionalidad, que provoca la posibilidad de generar cambios desde el interior del sistema entre otros. Frente a la negatividad de las elecciones, lo primero que se impone, es lo complicado que es participar en las elecciones, frente al duopolio de la alianza-concertación y su sistema electoral hecho a su medida. Pero más allá de lo bueno y lo malo que pueden tener las elecciones –que es necesario evaluarlo con exhaustividad- es importante tener en consideración que luchar no es sólo votar, pero a la vez es una herramienta más que nos entrega la política para poder avanzar en la construcción de una nueva sociedad.
Chile, tiene algunos méritos para ganarse el premio experimental latinoamericano. En 1970, llega a la primera magistratura del país, por la vía electoral, el Dr. Salvador Allende. Primer ejemplo mundial, de que un socialista llegará al poder mediante las elecciones. Nuestro país tiene meritos históricos propios, para insertarse en la oleada de gobiernos progresistas, pero con sus particularidades que le ha dado ser un país tremendamente experimental. Los mil días de la Unidad Popular son un ejemplo de construcción que no es patrimonio exclusivo de su triunfo electoral, sino de un proceso mucho más complejo e interconectado entre las más diversas formas de lucha.
A modo de conclusión
Aún existen muchos, que por sesgo y fascinación absoluta a los paradigmas del siglo pasado, radican en los antípodas del Poder Popular a la cuestión electoral, negando cualquier tipo de constitución ecléctica. Siendo sincero, estas dos formas de construcción e intervención política, asumen su lejanía correspondiente, cuando se entienden ambas en la esfera estratégica. Pero cuando asumen su posicionamiento de forma dialéctica, por un lado, entendiendo como eje central y estratégico la construcción del Poder Popular y por el otro, ocupando todas las herramientas que nos otorga la lucha, entre estas la táctica electoral, siempre y cuando vaya en la dirección del fortalecimiento del primero, estas no dejan de ser asimétricas, pero su complemento, sin duda que fortalece el camino emancipatorio.
Si nos paramos de frente ante un mapa mundi, observamos que Chile se encuentra ubicado geográficamente “abajo y a la izquierda”. Coincidentemente el posicionamiento estratégico de la construcción del Poder Popular tiene las mismas coordenadas. Desde “abajo” se delibera la verdadera democracia, se construye identidad y se gestan los cimientos de la nueva sociedad. En la “izquierda” encontramos nuestros principios, nuestro sustento ideológico, nos reencontramos con la extensa lucha de todos los tiempos y radicamos nuestro domicilio político. Este posicionamiento, sin vocación de poder, está destinado a ser funcional al sistema y sus estructuras políticas. Por tanto, el desafío es construir Poder Popular desde “abajo y a la izquierda”, para luchar “abajo y arriba”, declarando la disputa en los más diversos campos de batalla.
Me desviaré un poco de la reflexión teórica y aplicaré un ejemplo coyuntural. En las próximas elecciones municipales de octubre del presente año, son variadas las respuestas del mundo social frente a esta coyuntura electoral. Por ahí se plantea las abstención activa, como forma de descontento generalizada, las y los secundarios ya hicieron un llamado a las tomas de liceos, que también son recintos eleccionarios, otros llaman a boicotear las elecciones etc. Todos los llamados anteriores me parecen en el camino correcto y reflejan la antítesis del modelo y la clase política. Pero también se puede incorporar a ese camino a una cantidad importante de militantes de distintas organizaciones de izquierda, que bajo viento y marea y contra todas las trabas del perverso sistema de participación política en las urnas, han decidido enfrentarse al duopolio de la derecha y la Concertación. Por eso no dudaría un segundo en levantarme ese domingo –lo que significaría la primera votación de mi vida producto de la nueva ley de inscripción automática y voto voluntario- para ir a sufragar, si viviera en Peñalolén, por Lautaro Guanca de MPL-Partido igualdad como alcalde; en la Pintana por Gastón Muñoz ex mirista-PRO como concejal; en la Cisterna por Joel Olmos por NIU-MAIZ como concejal, o por algún candidato de PAIZ que hasta el momento aún están estudiando donde competir. Sin duda que hay más posibilidades a lo largo de Chile, pero yo solo me limito en esta ocasión a lo que conozco y confío. También no movería un dedo por ir a votar, si es que la alternativa sigue siendo la misma que hace más de veinte años. Las discrepancias absolutas con este sistema, se deben hacer sentir el 28 de octubre. Votando o no votando, dicotomía que no genera ninguna controversia en el proceso de acumulación de fuerzas. La noche anterior se deben sentir los cacerolazos contra la clase política. La mañana siguiente, se debe seguir el camino elegido por el movimiento social y el de la ruta de la construcción del Poder Popular.
Por último, quiero plantear un cuestionamiento que me invade constantemente, que es el de pensar cómo hacer que la diferencia se vuelva una virtud y que en la necesidad de la construcción de la gran alternativa política, todos y todas tengamos un espacio, no como número que cuente una mayoría, sino portando nuestra formas, herramientas e imaginarios. Sin duda que no es fácil ser revolucionaria/o en tiempos donde carecemos de revoluciones, y las que se categorizan como tal no alcanzan a llenar el balde de nuestras expectativas. Pero esto no nos imposibilita a releer la historia, aprender de sus triunfos y derrotas, y sobre todo, hacer un llamado de atención a la creatividad y audacia, para dibujar los paisajes de la revolución necesaria.
Sin duda que la construcción del Poder Popular y la vía electoral son compatibles, siempre y cuando en estos momentos, aboguen por la concientización del pueblo. La conciencia social radica en un rincón de la cabeza del ser humano y esta opera como una bomba de tiempo silenciosa, que explota al ser gatillado por las más variadas dinámicas de la construcción. La principal tarea de las y los que forjan camino en esta etapa de la lucha, es gatillar la explosión de la conciencia social y de esa manera ir sumando nuevas particularidades, a las filas de la gran alternativa, que aún también está por dibujarse.
Santiago, tercera semana de julio de 2012.
[1] Militante del Movimiento Libres del Sur de Chile. (www.libresdelsur.cl)
[2] BENSAID Daniel, Fragmentos Descreidos. Sobre mitos identitarios y república imaginaria, Icaria Editorial, Barcelona, 2010, p. 19.
[4] Ídem.
[5] HOBSBAWM, Eric, The Short Twentieth Century 1914-1991, Crítica Grupo Editorial Plantea, Buenos Aires, 2010, p. 493.
[6] REGALADO, Roberto, América Latina Hoy ¿Reforma o Revolución?, Ocean Sur, La Habana, 2009, pag. 37.
[7] Cfr, REGALADO Roberto, Ver La izquierda latinoamericana en el gobierno. ¿Alternativa o reciclaje? Ocean Sur, México. 2012, p 123-132.
[8] GUEVARA Aleida, “MST, Simiente de la vida y la esperanza”, Editorial Ocean Sur, México, 2009, p 4.
[11] GAUDICHAUD, Franck, Poder Popular y Cordones Industriales. Testimonios sobre el movimiento popular urbano, 1970-1973, Lom Ediciones, Santiago, 2004, p 26.
[12] Íbidem. p. 27.