Tanja Nijmeijer, la holandesa guerrillera de las FARC, explica los motivos que han conducido a los insurgentes a las armas
Robert Jan Friele, La habana Nov.2012
Tanja Nijmeijer. / Desmond Boylan (REUTERS)
En el mesón Maraka's, Tanja Nijmeijer se levanta de la mesa para despedirse, con un nuevo cigarrillo en la mano. Es martes por la noche, y en su rostro se dibuja una expresión atormentada, la misma que ha mostrado durante las dos últimas horas, igual que ocurrió el lunes durante las seis horas de nuestra conversación.
“Estoy cansada de tener que estar defendiéndome continuamente”, dice la holandesa que actúa en nombre de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en las negociaciones de paz de Colombia. “Es importante que entiendas por qué hemos recurrido a las armas y que en Colombia hay una guerra en la que se producen muertes. Y sí, a veces cometemos errores”.
Nijmeijer, de 34 años, nacida en Denekamp (Holanda) y la segunda de las tres hijas de la familia, cuenta, llena de ardor, cómo es su vida en las FARC, la organización guerrillera de la que forma parte desde 2002. Está muy sorprendida por el interés que ha despertado en los medios de comunicación. “Me gustaría que se prestara más atención a las condiciones de vida de la gente. ¿No sería eso mucho más importante que hablar de mí?”.
Le brillan los ojos cuando habla de su vida en la selva colombiana, donde las FARC levantan un nuevo campamento cada tres días. Nos cuenta también que entiende mejor el mundo desde que siguió el curso de marxismo que la organización da a todos los guerrilleros. Igualmente entusiasmada se muestra al hablar sobre el contacto con la población en las áreas dominadas por los rebeldes, especialmente con los campesinos pobres.
Las FARC están en guerra con el Gobierno colombiano desde 1964. Una guerra que desde los años ochenta —cuando los enormes ingresos del tráfico de cocaína comenzaron a funcionar como catalizador— ha hecho aflorar lo peor de ambas partes. Todos los días caen decenas de víctimas inocentes, principalmente campesinos colombianos pobres, atrapados entre las luchas, los deseos y los intereses de las dos partes en litigio.
“Nos gustaría que no hubiera víctimas, nos gustaría que no hubiera guerra, nos gustaría no estar en las montañas. Pero, si dejamos la lucha, ¿qué va a hacer el pueblo?”. Después se va de la habitación para volver al complejo vigilado donde se aloja junto con otros 29 guerrilleros para participar en las conversaciones de paz iniciadas el 19 de noviembre.
La última vez que vi a Nijmeijer fue en agosto de 2001, mientras fregábamos los platos en la diminuta cocina de una residencia de estudiantes de Groninga. Era la mejor amiga de una compañera. Ya había estado una vez en Colombia y no dejaba de calentarme las orejas con las noticias sobre ese país. Once años después, llega a mi puerta un lunes a las 9.00 de la mañana en una furgoneta Mercedes blanca conducida por un chófer del Servicio de Seguridad cubano. Va en el asiento delantero, con Camila y Shirley en los asientos de detrás: “Son dos camaradas”.
Cuando, un poco más tarde, nos sentamos en un deteriorado restaurante del Malecón, Camila y Shirley abren sus ordenadores portátiles para trabajar. El holandés de Nijmeijer sigue siendo magnífico, pero para hablar de las FARC prefiere el español.
El camino que la llevó a la guerrilla colombiana fueron dos acontecimientos que vivió en 2001 durante las prácticas que realizaba en aquel país. El primero fue la visita a un barrio desfavorecido de la ciudad de Pereira. Su acompañante le dijo que tenían que salir a las nueve porque a esa hora la gente se iba a dormir. “Cuando pregunté a un vecino del barrio por qué se iban a dormir tan pronto, me dijo que los paramilitares podrían considerar como delincuente a cualquiera que anduviera a esas horas por la calle y matarle de un tiro. A eso se le llama limpieza social en Colombia”. El otro ocurrió en Bogotá. Fue a visitar Ciudad Bolívar, el gigantesco barrio de chabolas al sur de la capital. Después la llevaron al Centro Andino, el centro comercial de la élite del norte de la ciudad. El contraste fue dolorosísimo.
Nijmeijer profundizó en la Historia de Colombia, buscó en el país los contactos adecuados y se introdujo en el movimiento guerrillero. “Para mí estaba claro que la democracia en Colombia solo existía sobre el papel. Y así sigue siendo actualmente”. Su tapadera era su trabajo en una cara escuela de idiomas.
Más tarde, Nijmeijer también cometió atentados: entre otros ataques, colocó bombas en el Transmilenio, el sistema de transporte de autobuses de Bogotá, y a un rico comerciante. Según ella, no hubo muertos en sus ataques, que estaban planteados solo como protesta.
Cuando en 2003 la policía desmanteló la red de militantes, Nijmeijer optó por una huida hacia adelante: luchar en la selva, ametralladora en mano. Su alias en las FARC fue Alexandra desde el primer día, y es con el que firma sus correos electrónicos. No se plantea un posible papel en política si tiene éxito el proceso de paz. “Me adaptaré a las necesidades que haya. ¿Qué necesitan las FARC, qué necesita Colombia, que necesita el pueblo?”.
Pregunta. Algunos piensan que las FARC recurren a usted —una mujer occidental, inteligente y elocuente— para mejorar su imagen.
Respuesta. Me molesta que digan que formo parte de la campaña de comunicación de las FARC. Lo que queremos es contar nuestra visión de las cosas.
El Gobierno colombiano ha puesto muchas dificultades a mi participación en las conversaciones de paz.
P. Las FARC nacieron en 1964. ¿Cuál es su lucha actual?
R. Los tiempos cambian, pero la opresión continúa. Nos consideramos un partido político armado, cuya ideología está basada en el marxismo-leninismo. Esas son las ideas por las que luchamos. Queremos hacer reformas radicales. Lo que nos preguntamos es ¿cómo podemos participar en la política? De eso tratan nuestras conversaciones con el Gobierno.
P. Por el modo en que habla de su vida en las FARC, parece como si no hubiera guerra. También en el vídeo musical que han grabado da la impresión de que se trata de una alegre pandilla.
R. Y eso es lo que somos. Si no estás alegre, no lo podrías aguantar. Precisamente son los momentos más difíciles los que nos inspiran la mayoría de las bromas.
P. Las FARC tienen fama de imponer severos castigos en caso de infracción y la pena de muerte en caso de deserción. ¿No le ha disuadido eso nunca?
R. Cuando en una ocasión llamé a escondidas a casa se me impuso, entre otros, el castigo de cavar más de 30 metros de letrinas y escribir 20 páginas sobre mi infracción. Somos un Ejército y tiene que haber disciplina. Pero el que deserta es un traidor".
P. ¿Ha asistido a alguna ejecución?
R. No. Pero he oído hablar de ellas.
P. ¿Se ha vuelto más dura en todos estos años?
R. Nosotros, los guerrilleros, somos duros por fuera, pero suaves por dentro.
P. ¿Estaría dispuesta a pedir perdón por vuestras víctimas?
Me mira indignada.
R. Hay un dicho: El pueblo sabe quiénes son sus verdugos. El Gobierno intenta convertirnos en culpables en lugar de víctimas.
P. Como el objetivo que dicen perseguir es bueno, ¿no hay nada que reprocharles?
R. Yo no tengo que justificarme. La lucha está justificada. Estamos en guerra.
...los guerrilleros tenemos una consigna: los muertos no se lloran, su memoria se lleva al próximo combate. Lo que se miraba en esos días era esas ganas de la gente de salir a pelear.
Por: Jorge Enrique Botero
El año entrante la holandesa Tanja Nijmeijer cumplirá una década en las Farc y en febrero tendrá 34 años de edad. Ha escapado siete veces de la muerte, la última de ellas el 20 de septiembre de 2010, cuando 30 toneladas de bombas cayeron sobre el campamento del Mono Jojoy.
“Yo vivía a 25 metros del búnker del camarada Jorge”, relata 15 meses después de aquella estruendosa madrugada. Tanja tiene en sus manos un ejemplar de la revista Semana que da cuenta de la muerte de Alfonso Cano; un moderno Mac Book Pro al frente y un libro que se titula Marulanda y las Farc para principiantes. Explica que lo está traduciendo al inglés.
"Nos sentimos orgullososos de que nuestro comandante haya muerto en combate", afirmó Tanja sobre la muerte del Mono Jojoy
En 10 años de monte ha sido traductora y maestra; ha remolcado remesa por los laberintos de la Serranía de La Macarena; ha cruzado a pie al menos cinco departamentos de Colombia: Meta, Cundinamarca, Caquetá, Guaviare, Vichada. Ya perdió la cuenta de los combates en los que ha participado y de los bombardeos que ha esquivado. Puso bombas en Bogotá para presionar el pago de vacunas y perdió su diario en un asalto del ejército en 2005. Había escrito que estaba aburrida en el monte, que no soportaba más la soberbia de ciertos comandantes y la falta de cigarrillos. Se dijo que le habían hecho consejo de guerra y por poco la fusilan. Pero en 2010 reapareció desafiando al ejército. “Si creen que estoy aquí contra mi voluntad, vengan a buscarme. Aquí los espero con mi AK, con morteros, con todo”.
Personaje mediático en Holanda, Niejmeijer ha desatado encendidas polémicas en los diarios y la televisión de su país. La semana pasada se emitió el primer capítulo de una teleserie argumental sobre su vida, rodada en su natal Denekamp, (frontera con Alemania) y en regiones selváticas de Ecuador.
"La muerte es algo normal en una guerra", dijo Tanja mientras abría la revista en que se anunciaba la muerte de Alfonso Cano
Este es su testimonio de lo ocurrido el día en que el Mono Jojoy murió bajo una lluvia de bombas:
Los días transcurrían con tranquilidad, nosotros estábamos trabajando normal. El Mono Jojoy nos daba charlas en el aula por la mañana, a veces por la tarde también. Me acuerdo que el día antes del bombardeo habíamos visto una película colombiana, Retrato de Mentiras o algo así. Trabajábamos sobre todo haciendo trincheras pues había mucho sobrevuelos de la aviación. Al flanco derecho y al flanco izquierdo del campamento se escuchaba mucho plomo, pero el Mono decía que él no se iba a salir de ahí.
Estaba dirigiendo personalmente las peleas.
A veces faltaba el dulce, a veces el café, pero estábamos bien abastecidos. Preciso por esos días habían llegado cigarrillos y los fumadores andábamos contentos.
En esos días, la diabetes tenía al Mono bastante mal. Estaba muy enfermo, mas sin embargo nunca se dejaba achicopalar por la enfermedad. Recibía a los mandos, hacía reuniones de mandos y nos daba las orientaciones. Por las tardes se dedicaba a la orquesta que había creado unas semanas atrás. La orquesta llegaba hasta su oficina y ahí se ponían a componer y a ensayar nuevas canciones. El escuchaba y cantaba. Desde mi caleta yo lo oía cantar todas las tardes.
También andaba por el campamento pero se le notaba el esfuerzo que le tocaba hacer. Se movía para todos lados con una silla de esas de plástico. Llegaba a la rancha y ponía su silla y ahí se sentaba a joder a la gente; se iba para otro lugar y otra vez se sentaba a recochar. Pero todo eso era dentro del campamento porque él ya no podía marchar.
Durante la última marcha que hicimos, en junio del 2010, a él tocó cargarlo en hamaca. Me acuerdo que cuando llegamos a nuestro destino, yo me quedé esperando a que él pasara y me di cuenta que lo estaban cargando en hamaca y a mí me impresionó mucho eso, no sólo porque era el comandante, sino porque habíamos cruzado los terrenos más imposibles y peligrosos a su lado. Verlo en hamaca a mí me dio muy duro. Cuando pasó por donde yo estaba, seguro él se dio cuenta de mi asombro y levantó el puño y me gritó: “!vamos por la Copa, Holanda!”, por lo que estábamos en semifinales del Mundial de Fútbol.
En las semanas anteriores al bombardeo, cada nadita hacíamos simulacros en las trincheras. El Mono nos había anunciado que se venían bombardeos masivos contra la Serranía de La Macarena, así que los ensayos eran permanentes. Usted se acuesta, de repente llaman y usted se mete lo más pronto posible a la trinchera con fusil y con pecheras. La noche anterior al bombardeo hicimos esa maniobra tres veces.
Tanja en su "oficina" en la profundidad de la selva, donde hace traducciones de documentos de las Farc al inglés.
La tarde del 20 de septiembre habíamos tenido una reunión de los secretarios. Me acosté, hubo un ensayo de trinchera, me volví a acostar y me levanté más tarde a pagar la guardia. Esa noche me tocó el tercer turno, de 10 a 12. Durante el turno todo estaba normal. Pasó un avión pero todo estaba normal. Me acosté a las 12 de la noche y a las dos de la mañana una bomba me despertó. Aunque no había caído muy cerquita de mi caleta, la bomba me despertó y yo me metí de una a la trinchera, con cobija y todo, pero sin botas, porque después de la primera cayeron tres más, una detrás de la otra. Después se hizo un corto silencio y yo salí de la trinchera, me puse las botas, las pecheras y el fusil y me volví a meter a la trinchera con rabia pues no había podido encontrar mis lentes de contacto. De repente empezó el bombardeo masivo. Desde el comienzo se notó que todo el fuego estaba concentrado en el búnker del camarada Jorge. Ese búnker quedaba como a 25 metros de la escuadra de nosotros. Todo el fuego iba concentrado ahí, las primeras cochadas de bombas. Entre bomba y bomba yo trataba de mirar pero no se veía nada, solo se escuchaba cacarear a una gallina herida. Cuando ya pasó el bombardeo masivo contra la caleta del Camarada, comenzaron a bombardear a las escuadras; la última cochada de bombas yo nunca la voy a olvidar porque una cayó a unos cuatro o cinco metros de mi caleta.
Entre cochada y cochada nosotros escuchábamos gritar al Mono. Él quedó vivo después de las primeras bombas. Llamaba a Quino, su oficial de servicio, quien también murió esa madrugada, y le decía: “!Quino, saque a la gente, saque a la gente! Esas fueron las últimas palabras del Mono. Ahí está pintado él: Quino, saque a la gente!...
Después de las últimas bombas, yo estaba un poco sorda. Tenía el cuerpo dormido de la cintura para arriba. Me hormigueaban las manos, los brazos, todo. En la trinchera hacía un calor insoportable, entonces yo saqué la cabeza y pensé en sacar mis cosas, mi equipo, y ahí me di cuenta de que ya no había nada. Donde estaba mi caleta ya no había nada. Un palo grande y negro había caído encima. Saqué la cabeza un poquito más y vi la caleta del Mono. Eso parecía, -como le dijera yo- un pastal, un cultivo: ya no había árboles, no había matas, todo había quedado arrasado. Todo estaba negro y se miraban llamas por aquí, por allá…
Cuando salí de la trinchera dije: menos mal tengo mi fusil y tengo mis pecheras, así que nos vamos. El comandante de mi escuadra nos estaba llamando a todos y nosotros respondimos, así que dio la orden: ¡Vámonos saliendo, muchachos! Salimos por un filo. Éramos 17, el bombardeo ya había pasado pero entonces comenzaron a ametrallarnos. Seguimos subiendo como una hora y media hasta que coronamos el filo y ahí me puse debajo de una roca. Saqué mis lentes de contacto, me los puse y por fin me sentí lista pa las que fuera.
Una parte de la escuadra se devolvió a pelear. Trataban de impedir que el ejército desembarcara en el campamento, mientras otros nos dedicamos a evacuar a los heridos, a sacar economía, munición…Duramos casi todo el día en esas.
En los siguientes días nunca salimos del área de combate. Escuchábamos los aviones, escuchábamos las peleas y casi no oíamos radio. Estábamos dedicados a tareas militares. En las exploraciones a veces encontrábamos panfletos que decían: “Murió el terror de La Macarena, ya Alfonso Cano lo está pensando, usted que va a hacer?”. A nosotros nos daba risa. A los que botaban los panfletos se les olvidó que los guerrilleros tenemos una consigna: los muertos no se lloran, su memoria se lleva al próximo combate. Lo que se miraba en esos días era esas ganas de la gente de salir a pelear.
Después, con el paso de los días, a la gente le llegó la tristeza. No mira que él anduvo tantos años con nosotros? Que para muchos era como un padre…
Marco Palacio: “La paz será real si se distribuye la tierra en Colombia”
- noviembre 25, 2012, 13:00 Librered
El abogado colombiano Marco Palacio subrayó este sábado que la paz sólo será realidad tangible cuando se inicie en el país un proceso auténtico de redistribución de la tierra.
El profesor de la Universidad de Los Andes y especialista en los temas agrarios con varios libros publicados, cuestionó a un sector de empresarios y terratenientes que se han valido de la violencia para revestirse de poder político y económico durante largos años.
“Para resolver ese conflicto tiene que haber una reforma política que permita darle representación a las Farc-Ep, una vez deje las armas. Hay zonas en que ellos podrían ser mayoría electoral y tendrán un mayor control de algunos territorios”, aseguró.
En una entrevista publicada en el diario El espectador, a raíz de los diálogos que transcurren en La Habana, Cuba, entre las Farc-Ep y el gobierno colombiano -cuyo primer punto en la agenda es el desarrollo agrario integral-, Palacio profundizó en las raíces de un fenómeno cuya crisis dio origen al surgimiento de la fuerza guerrillera.
Tras hacer un recuento de las reformas agrarias intentadas y fracasadas desde mediados del siglo XX, abordadas en textos como ¿De quién es la Tierra? y Violencia pública en Colombia, 1958-2010, sostiene que la primera de ellas, emprendida en 1936 y amparada por la Ley numero 200, naufragó por negársele la ciudadanía a los campesinos que reclamaban los terrenos baldíos, ganados a fuerza de trabajo.
Por no haberse resuelto el problema, sostiene, los campesinos han estado desde entonces fuera de la vida política del país.
Según su tesis, el problema se agravó de 1958 a 2010, período conocido como La Violencia, cuando los latifundistas ganan la guerra y desalojan al campesinado.
Colombia empieza a ser entonces, señala, un productor de hoja de coca en zonas baldías y surge un nuevo tipo de violencia, usada por muchos terratenientes para articular ejércitos privados en presunta lucha contra la guerrilla.
Esa lucha les sirve de paraguas, añade, para reconcentrar la tierra y desplazar a la gente.
Es decir, la batalla contra el narcotráfico, compulsada por Estados Unidos, acelera la formación de una clase propietaria del campo -ganaderos, cocaleros, narcotraficantes- que usaron la violencia paramilitar y estatal para apoderarse de tierras y desplazar a los campesinos, detalla.
Así surgió, apunta, una nueva clase de terratenientes, cuyos títulos son formalizados. Se distribuyen algunos baldíos, se dejan en suspensos una serie de principios jurídicos y aparecen nuevos grupos que se van apoderando de la tierra, comprándola a los viejos latifundistas no preparados para la formación de ejércitos particulares.
Esta nueva clase, destaca, está dispuesta a usar la violencia para peinar los territorios. Todo ello cargado de una ideología impartida desde el poder estatal, resalta.
En su agudo análisis, Palacio destaca que una cosa es decir que se va a restituir la tierra y otra implementar esa política, teniendo en cuenta que cuando se va a hacer la restitución se llega a un lugar y se encuentra con que el inspector de policía es corrupto y los caciques locales mandan. Todo eso, agrega, con un abogado detrás que afirma que el lindero no es claro.
Si de la Habana sale un acuerdo político, será la base para que la ciudadanía pueda plantear temas como estos sin miedo. Necesitamos quitarnos el miedo, asegura.
El efecto de lo que pase en La Habana -y ojalá se llegue a un acuerdo político-, es que se nos va a quitar a los colombianos el miedo de hablar. Y ahí vendrán discusiones serias, con estadísticas y estudio. Entonces se podrá hablar de reforma agraria, concluye.
PL