Categoría: Pensamiento Critico
Andrés Figueroa Cornejo
1. El uso de una, de otra o de combinadas formas de lucha bajo la dictadura del capital y sus relaciones de clase y de poder, durante toda su historia, está determinado por la lucha de clases. Independientemente de los deseos o ideología de un sujeto individual, de un grupo de interés, o de una clase social en particular, sea parte de la hegemonía o de los hegemonizados.
2. La totalidad de un modo de producción y reproducción de la vida consiste en el conjunto de las relaciones sociales que caracterizan una manera histórica de existencia, de asociación, de continuidad y ruptura entre humanidad y naturaleza, en un momento dado. Esas relaciones sociales se desenvuelven a través del conflicto. Allí concursan variables multidimensionales, de las cuales unas son más relevantes que otras. No es lo mismo una guerra mundial que la formación de un sindicato. No es lo mismo el cambio climático que la quiebra de un banco en la India. Sin embargo, en cada uno de esos fenómenos se manifiesta el movimiento contradictorio e irreductible de la lucha de clases.
3. Entonces, la totalidad es un movimiento dialéctico que en la actualidad se resume como la fase de un capitalismo mundializado y maduro, donde predomina el imperialismo financiero y especulativo, la deuda, el despojo, la explotación intensificada del trabajo humano. La contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y sus relaciones sociales, o entre la apropiación privada del excedente que sólo produce socialmente el trabajo humano, es clara para quien quiera ver. Únicamente a la conciencia y conducción de la minoría gran propietaria le cabe oscurecer, a través de mediaciones alienantes, la cualidad histórica y finita del modo de producción capitalista y fomentar la falsa naturalidad de la sociedad de clases. Esa conciencia de los que mandan y dominan provisionalmente se vale no sólo de los altos mandos militares y la propiedad de la industria armamentista. Para producir el consenso ampliado de sus intereses y, en consecuencia, un tipo de gobernabilidad inestable, debe controlar y controla los contenidos y maneras de los medios de comunicación de masas, la producción de un sentido común determinista y fatal, y el disciplinamiento operativo en los ámbitos del consumo, educativos, laborales, recreativos y represivos. Asimismo, cuenta con la complicidad de la alta oficialidad religiosa y con la industria de intelectuales orgánicos que, tanto institucional como informalmente, fabrica los relatos mistificados para fortalecer el presente orden de las cosas y su normalización.
Ese oscurecimiento está destinado a la sociedad en general, incluida la minoría dominante, y para los dominados en particular.
Los pocos gozan de las granjerías que les posibilitan la mala vida yel permiso de los muchos. Sus políticas tanto de fondo como de utilería teatral son la dictadura del capital y la democracia representativa, aparente y funcional.
Sin embargo, la cuestión no es ‘dar vuelta la tortilla’ por un puro asunto de justicia social milenaria. Ahora mismo las clases explotadas y expoliadas, las grandes mayorías, contienen en su desenvolvimiento conflictivo las potencias objetivas para superar la sociedad de clases. Esto es, pueden conciente e históricamente precipitar su disolución como humanidad subordinada, cuando enfrenten el término del modo de producción capitalista.
4. Para transformar la vida y demoler el viejo orden es imprescindible la comprensión conciente de la realidad concreta y contradictoria del capitalismo y su presente fase por parte de las formaciones políticas revolucionarias –es decir, de aquellos conjuntos de personas anticapitalistas y armadas poli-éticamente de vocación de poder- capaces de formular no sólo un proyecto de sociedad nueva desde y entre los de abajo (y cuyas pistas están en las propias fracturas tecnónicas y sin remedio de la sociedad actual), sino también una estrategia y las tácticas adecuadas según el movimiento real del capitalismo y a la parte que en él le toca a la mayoría malviviente. Si bien las formas determinantes de la emancipación son todavía nacionales o regionales, su contenido, hoy más que ayer, permanece condicionado por las relaciones de fuerzas internacionales. El sistema mundo nunca fue antes tan total.
5. La minoría dominante que ofrece contenido, sentido y horizonte al Estado de Chile es un complejo de facciones de clase dependiente de los imperialismos centrales, y sobre todo del norteamericano. La burguesía chilena nunca fue revolucionaria. Siempre ha sido rentista y transnacionalizada. Su breve período cuasi industrializador y sustitutivo de importaciones dentro del caduco paradigma desarrollista de mediados del siglo pasado, no pasó de ser una coyuntura presionada por la segunda guerra mundial y la existencia de la Unión Soviética. En efecto, las políticas imperialistas de la Alianza para el Progreso (administración Kennedy) para Chile y América Latina sólo tuvieron por objeto aminorar las formas más explícitas de la lucha de clases y reprimir el ‘peligro comunista’ proveniente del ejemplo de la Revolución Cubana. Sin embargo, y premeditadamente, los conocimientos científicos y técnicos estratégicos siempre fueron monopolizados por la burguesía imperialista. Su fin también era ‘poner al día’ a Chile para su mejor explotación de acuerdo a los requerimientos del capital en la división internacional del trabajo. Esto es, para que el territorio chileno –al igual que todo el denominado ‘tercer mundo’- funcionara como proveedor de recursos naturales y trabajo barato para los Estados planetarios hegemónicos.
Pero Chile no sólo es cobre, litio, celulosa, harina de pescado, unos cuantos salmones y dos botellas de vino. Para el Estado corporativo estadounidense es la cuna experimental y paradigma de la vanguardia ultraliberal, plataforma de financiarización y negocios asociados para la región, y es un bien simbólico por la derrota de la Unidad Popular en 1973 y la imposición temprana del orden monetarista del liberalismo más rabioso.
6. Cuando se afirma que los pueblos y los trabajadores, que el conjunto de las fuerzas sociales que en Chile, conciente o inconcientemente, con su acción social se enfrentan a la dictadura del capital no tienen más remedio que emplear todas los medios y formas disponibles según la situación concreta de la lucha de clases, es preciso diferenciar aquellas formas estratégicas de las contingentes. Los instrumentos políticos que expresan los intereses de las grandes mayorías, lejos del eclecticismo y la conciliación de clases, están condenados a elaborar tácticas complementarias y flexibles, y que nunca pierdan de vista hacerse de todo el poder. No de una fracción, sino de todo el poder. No existe otra condición posible para el ejercicio pleno de la democracia radical, la superación del capitalismo y la socialización de todos los ámbitos de la vida.
Ahora bien, lo estratégico en materia de promoción de una mayoría crítica creciente, práctica y teóricamente, se encuentra hoy en la acción directa de los movimientos sociales con miras a la creación de otro momento de la lucha de clases: el poder popular.
En este marco, la participación del anticapitalismo en el momento electoral organizado por la democracia burguesa, no fortalece al sistema por sí mismo, en tanto el o los instrumentos políticos del pueblo nunca dejen de subordinarse a la estrategia arriba descrita. Se trata de participar en un momento, y no de hipotecar, canjear o clientelizar al movimiento social y político del pueblo por una simple campaña electoral.
En consecuencia, la campaña lectoral se emplea como táctica circunstancial con el fin de amplificar los contenidos provenientes del propio pueblo en lucha en un espacio que todavía ofrece la democracia restringida, tutelada, burguesa, etc., en Chile por razones explicables en otro borrador. Es imposible negar que las elecciones en el país dan tiempo y visibilidad en los medios de comunicación masivos a quienes participan en ellas. Y quien refute el impacto agitador, político, constructor de opinión, etc., de los grandes medios de masas, tendrá que estudiar sus efectos sobre la realidad desde la Alemania nazi hasta el imperialismo contemporáneo. Como botones de muestra frescos: el objetivo imperialista (norteamericano, israelí, de parte de Europa) de hacerse de los recursos petroleros de Medio Oriente fue capaz, mediáticamente, de convertir la invasión a Afganistán en ‘una lucha contra el terrorismo’; la destrucción de Libia en ‘evitar una masacre de civiles’; la ocupación de Iraq en ‘la búsqueda de armas de destrucción masiva’; y los recientes acontecimientos en Siria en ‘la lucha contra una tiranía que asesina pacifistas’. Cada una de estas ‘nobles’ justificaciones ha sido probada en su falsedad por comisiones de la ONU, organismos de DDHH y el periodismo independiente.
De no participar crítica e instrumentalmente en la contingencia electoral de 2013, sólo quedan tres alternativas para el anticapitalismo: lanzar una ofensiva político-militar del pueblo revolucionario; llamar a anular el voto como protesta antisistémica; o dejar hacer.
La primera no resiste análisis; la segunda probará, una vez más, que anular en Chile es ineficaz políticamente; que llamar a la abstención, oportunista; y dejar hacer, cómodo. No participar hoy significa la pérdida de oportunidades de acceso a la comunicación masiva desde los intereses del pueblo y a través de medios todavía ‘veraces’ para gruesas franjas sociales y donde los medios populares aún no llegan (más por falta de recursos y tecnología, y persecución política, que por sus probados talentos y creatividad). Siempre considerando que el uso político popular de la TV, la radio, los periódicos, las web de los que mandan tiene como finalidad sustantiva potenciar al movimiento social y sus luchas. En fin. No es un asunto moral, principista, o una conspiración para distraer políticamente a los de abajo. Simplemente es útil.
Ante las elecciones anteriores quien suscribe este artículo llamó a votar nulo. Pero ahora las condiciones han variado y, además, hay por quién votar-luchando. Y no se está aludiendo en ningún caso a Marcel Claude, sino a la candidatura de una luchadora fogueada y con un entorno de incuestionables militantes populares. De una candidata que desde hace mucho tiempo es dirigenta de pobres en permanente pelea contra los dueños de todo. Una que es protagonista del movimiento social anticapitalista y que siempre ‘ha puesto el cuerpo’. No se trata de una ‘aparecida’ para nadie. Y que aun con procesos judiciales por luchar, hace de su campaña un todo único con su batallar de siempre ( http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=es&cod=74509 ). Su campaña electoral es una extensión de su condición humana de luchadora social y no lo contrario.
7. Finalmente y como contribución modesta al debate anticapitalista chileno. Una Asamblea Constituyente para la construcción de una nueva Constitución, a la usanza histórica de Chile, es una reunión de abogados y especialistas de las expresiones políticas del bloque en el poder para refinar y actualizar la arquitectura legal de dominación. Lamentablemente, no sería distinto según las actuales relaciones de fuerzas en el Chile de hoy. De hecho, ni Salvador Allende ni la Unidad Popular la convocaron. Y la Constitución de 1925 consagraba la propiedad privada en todos sus niveles y salvaguardaba los intereses de la clase dominante. Fue legalizada mediante un plebiscito donde participaron 134 mil hombres de más de 21 años que supieran leer y escribir, y el quórum no alcanzó el 50 % de los pocos habilitados para sufragar. La población de Chile era de 4 millones de personas.
Una Asamblea Constituyente radicalmente democrática y una Constitución Popular es un punto de llegada, posterior a la construcción de la hegemonía política de los intereses históricos de los trabajadores y los pueblos. Porque las leyes son también hijas de la lucha de clases y de las relaciones de poder, y no al revés. Sólo cuando la dictadura militar contaba 7 años y ya imponía en los hechos la versión del capitalismo ultraliberal de Friedrich Hayek y Milton Friedman, fabricó una Constitución.
Primero es el poder y luego los cuerpos jurídicos que refrendan y legitiman las relaciones de fuerzas sociales realmente existentes en una sociedad dada. Los ejemplos recientes en América Latina no hacen más que confirmarlo.