RENOVADAS AMENAZAS CONTRA CUBA
por Atilio A. Borón
La resistencia de Cuba a medio siglo de agresión imperialista se ha
convertido en un incordio insoportable para la clase dominante del
imperio y sus representantes políticos e ideológicos. La sucesión de
fracasados planes destinados a "normalizar" la situación en la isla
-es decir, a retornarla a su condición neocolonial- ha exacerbado sus
propensiones más agresivas y criminales.
Unos años atrás, en el 2004, el gobierno de Bush creó una "Comisión
para la Transición en Cuba" y destinó ingentes sumas de dinero para
pergeñar el tránsito de la isla hacia la democracia y el paraíso de
los libres mercados. En palabras de Roger Noriega durante la audiencia
ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, en su condición
del operador presidencial para este proyecto, lo que se proponía este
grupo de "expertos", empresarios y políticos convocados por Bush era
llevar a la práctica "la determinación presidencial de acabar con el
régimen de Castro y desmantelar el aparato que lo había mantenido en
el poder durante tanto tiempo." Tal como lo plantearon Wayne S. Smith
and Chloe Schwabe en su dura crítica a esta iniciativa, ésta no sólo
violaba flagrantemente al derecho internacional, el principio de
no-intervención y la Carta de la OEA que Washington decía respetar
sino que, además, sus efectos serían totalmente nulos.
No obstante, la Casa Blanca siguió con sus planes y el 29 de julio de
2005 designó a Caleb McCarry, un cuadro técnico de la derecha
conservadora e hijo de un connotado agente de la CIA, como coordinador
de dicho programa. Su misión era articular el "cambio de régimen" -es
decir, construir desde la Roma americana una oposición radical a la
Revolución mediante abundantes flujos de dinero y recursos de todo
tipo- y conducir, cual un antiguo gobernador colonial, a ese
infortunado país a la libertad. Bajo su inspiración y liderazgo este
grupo produjo un voluminoso informe en donde se trazaba una minuciosa
"hoja de ruta" por la que transitaría el tan anhelado "cambio de régimen".
Sin embargo, luego de varios años de trabajo todos sus esfuerzos
demostraron ser absolutamente inútiles. Este fiasco no debía
sorprendernos puesto que lo que ese mamotreto prometía era nada menos
que la restauración de la Cuba pre-revolucionaria y un feroz
escarmiento a quienes guiaron y acompañaron a la revolución. Si algo
hacía falta para legitimar aún más a la Revolución Cubana era esa
estúpida proclama de la contrarrevolución y la explicitación de su sed
de venganza.
El último episodio de esta secuencia se conoció el pasado Miércoles 21
de Mayo, cuando en la Casa Blanca George W. Bush convocó a un grupo de
contrarrevolucionarios, mafiosos y oportunistas a una nueva iniciativa
propagandística, tan insulsa e inoperante como las demás: declaró esa
fecha como el "Día de solidaridad con el pueblo cubano". La sola
mención de los asistentes al encuentro es suficiente para comprender
el profundo rechazo que el pueblo de Cuba siente en relación a quienes
simulan solidarizarse con él.
El discurso que le prepararon a Bush no tiene desperdicio y revela la
asombrosa persistencia de los gastados clichés con los que el imperio
se engaña a sí mismo y, además, juzga a sus enemigos. En sus labios su
alusión al Apóstol de la independencia de Cuba, José Martí, con el
propósito de avalar su plan de recolonizar Cuba -es decir, de destruir
la obra martiana por la que Martí ofrendó su vida y que fuera
consumada por la Revolución- es no sólo una brutal tergiversación del
legado martiano sino también una infamia incalificable. Las
referencias del ocupante de la Casa Blanca a los "prisioneros
políticos" en Cuba no sólo son un disparate sino también la prueba de
la esquizofrenia galopante que se ha apoderado del establishment
norteamericano: un presidente que ha avalado explícitamente la
tortura, los vuelos ilegales para torturar sospechosos y que mantiene
en funcionamiento dos campos de inhumana reclusión y permanente
tortura como Guantánamo y Abu Ghraib; un presidente que, durante el
Katrina que azotó New Orleans es culpable de haber practicado el
genocidio en contra de los afrodescendientes que allí vivían; el
vándalo que destruyó una de las más antiguas cunas de la civilización,
Irak, se siente moralmente autorizado a dictar cátedra de derechos
humanos a los demás.
Esquizofrenia, o doble rasero, de un gobierno que ha violado todas y
cada una de las leyes estadounidenses y que mantiene en la cárcel, en
condiciones absolutamente reñidas con las más elementales normas sobre
la materia, a "los cinco" patriotas cubanos injustamente detenidos, y
a quienes se les niega un juicio justo que se le concede sin más a un
criminal serial, precisamente por su lucha para combatir al terrorismo.
Esta nueva fase de la ofensiva en contra de Cuba tuvo también otro
lamentable protagonista: el Senador por Arizona John McCain, candidato
republicano a las elecciones presidenciales del 2008. Si los dislates
del "pato rengo" George W. pueden interpretarse como las bravatas
retóricas de un personaje que es impotente en lo político y lo
militar: allí están Cuba, Venezuela, Irak, Irán, Afganistán, Corea del
Norte y tantos otros países para demostrar que sus fanfarronadas no
surten efecto alguno.
En su desesperación por capturar los votos republicanos de Florida y
por granjearse el apoyo de la mafia cubana (excrecencia ésta que no
debe confundirse con la comunidad cubana residente en la región, que
como tantos otros de América Latina y el Caribe, emigran a los Estados
Unidos en busca de oportunidades económicas), mafia que como toda que
se precie de tal mantiene excelentes contactos con gobernantes, jueces
y policías lo que le permite "corregir" un resultado electoral
desfavorable, como lo hicieron con George W. Bush en las sonadas
elecciones del 2000, McCain dijo que "Como presidente no esperaré
pasivamente al día en el que el pueblo cubano disfrute de las
bendiciones de la libertad y la democracia. No voy a esperar: éste es
un asunto que afecta también los intereses nacionales de Estados
Unidos y no voy a esperar. El pueblo cubano ha esperado ya demasiado."
¿Qué quiere decir esto? ¿Que de ganar la presidencia ordenaría una
invasión sobre la isla, para llevar a sus habitantes las "bendiciones
de la libertad y la democracia" que tan pródigamente los Estados
Unidos distribuyeron en Irak? En todo caso, habrá que esperar que al
Senador se le pase la intoxicación etílica que seguramente motivaron
sus tremebundas amenazas para averiguar que es lo que realmente piensa
sobre la cuestión cubana. Sin olvidar, claro está, que sus chances de
suceder a George W. Bush son bastante escasas y que, por ahora al
menos, sus amenazas no deberían ser consideradas demasiado seriamente.
Representan, eso sí, un espectro del electorado norteamericano, sobre
todo en la Florida. Pero no demasiado más que eso.
No es casual que estas renovadas bravuconadas y amenazas de Bush,
McCain y compañía se produzcan cuando el gobierno cubano ha aportado
nuevas evidencias que demuestran irrefutablemente como la supuesta
"oposición democrática" a la Revolución no es sino un heterogéneo
grupúsculo de agentes a sueldo del imperio, más interesados en
fortalecer sus finanzas personales que en cualquier otra cosa. Uno de
sus principales financistas desde las entrañas del monstruo es Alvarez
Fernández-Magriñá, reconocido terrorista que, entre otros servicios
brindados al gobierno de los Estados Unidos, figura el de haberse
hecho cargo del ingreso ilegal de Posada Carriles a ese país.
En la Mesa Redonda del pasado Martes, conducida por Randy Alonso
Falcón, se informó detalladamente sobre algunos de los "líderes" de
esta supuesta oposición democrática y en algunos casos se los pudo
filmar -en un auto que los hunde sin retorno en perpetuo deshonor-
recibiendo dinero contante y sonante de sus padrinos estadounidenses y
de funcionarios de la propia Sección de Intereses de Estados Unidos en
La Habana que, en los hechos, funciona como el estado mayor de la
subversión del orden constitucional cubano. El desparpajo de un
imperio sumido en una irreversible decadencia moral, económica y
política sigue siendo sorprendente.
Tanto como digna de todo elogio ha sido la actitud del gobierno
cubano, que ante la burda intromisión del imperialismo ha actuado con
una mezcla de firmeza, sensatez y prudencia muy poco habituales en el
mundo contemporáneo. Imaginemos cómo habría reaccionado la Casa Blanca
ante la inapelable revelación de que un gobierno extranjero está
financiando y organizando una oposición ilegal, anti-constitucional y
anti-sistémica para derrocar a las legítimas autoridades de los
Estados Unidos. Si alguno de los miembros de esa oposición quedase
vivo a los pocos días de descubierta la conspiración seguramente sería
para pudrirse en una celda de dos metros cuadrados por el resto de sus
vidas. Nada de eso ha ocurrido en Cuba.
En fin, no estamos en presencia de nada nuevo. Esta ha sido la
política seguida por Washington de manera sistemática y global desde
fines de la Segunda Guerra Mundial. Pero en el caso de Cuba esta
práctica ha adquirido una importancia enorme dada la prioridad que la
Casa Blanca le asigna al "cambio de régimen" en la isla. Ante ese
objetivo se desvanecen todos los escrúpulos morales de la dirigencia
norteamericana, que no cesa de arrogarse la mesiánica (y demencial)
misión de diseminar la libertad, la justicia, la democracia y el libre
mercado por todo el mundo. Pero Cuba ha resistido medio siglo de
agresiones imperiales y resistirá mucho más, todo lo que sea necesario.
Máxime cuando una serie de indicadores: desde la inconfesada pero real
derrota de las tropas imperiales en Irak y Afganistán (convertido
gracias a los Estados Unidos en el paraíso mundial para la producción
de heroína), hasta el derrumbe del dólar, pasando por el creciente
aislamiento político de Estados Unidos a causa de su flagrante
violación de la legalidad internacional en los cinco continentes,
demuestran que su capacidad para imponer sus políticas ha disminuido
considerablemente. Lo que ratifica, una vez más, una vieja enseñanza
de la historia: existe una correlación inversa entre la ampulosidad de
una amenaza y la capacidad efectiva para ejecutarla.
Atilio A. Borón es profesor de Teoría Política, Facultad de Ciencias
Sociales, Universidad de Buenos Aires.
Fuente: Argenpress