Afectado por una larga enfermedad que se había agravado en los últimos tiempos, Daniel Bensaid, nacido en Toulouse el 25 de marzo de 1946, ha muerto este 12 de enero en París. Desaparece así una de las figuras más representativas de una generación política y contracultural que emergió a comienzos de los años 60 del pasado siglo en Francia y en todo el mundo, asumiendo en su caso un protagonismo político y personal en el Mayo del 68 francés (cuando, ya como miembro de las Juventudes Comunistas Revolucionarias, formaba parte del Movimiento 22 de marzo) y siendo cofundador de la Liga Comunista en abril de 1969 (luego, tras su ilegalización por el gobierno francés en 1973, tuvo que añadir “Revolucionaria”), organización vinculada a la Cuarta Internacional, uno de cuyos principales dirigentes fue Ernest Mandel. Fue precisamente poco después de ese mes de abril cuando, en mi condición de refugiado político en Francia, tuve la suerte de conocerle y compartir con él una amistad y un proyecto común nunca abandonados.
Pero Daniel no fue sólo un activista permanente e incansable contra el capitalismo y el estalinismo desde su juventud (incluyendo sus viajes clandestinos a Madrid o Barcelona para apoyar a la izquierda radical en su lucha contra el franquismo) hasta sus últimos días en los Foros Sociales Mundiales y en los más diversos lugares a los que era invitado, o en el Nuevo Partido Anticapitalista. También, desde su formación marxista, acompañó esa labor con una pasión intelectual constante por tratar de comprender el mundo, buscar respuestas frente a todo tipo de injusticias y sentar las bases de un proyecto socialista radicalmente distinto del despotismo burocrático vigente en el mal llamado “socialismo real”. Fruto de ese esfuerzo ha sido la larga lista de obras y artículos que publicó a lo largo de su vida sobre los más variados temas. Desde el libro que escribió con Henri Weber (Mai 68, une répetition générale) en 1969 hasta los más recientes (como Éloge de la politique profane, ya editado en castellano por Península, o Marx, mode d’emploi, muy difundido en el país vecino), pasando por sus reflexiones sobre las “grandezas y miserias de una aventura crítica” en Marx l’intempestif, La discordance des temps o Le pari mélancolique, sus escritos sobre Walter Benjamin, sus aportaciones contra la historiografía revisionista de la Revolución Francesa, sus diálogos con un amplio abanico de pensadores (como con Toni Negri en Un monde à changer, editado en castellano por Los Libros de la Catarata), sus polémicas con los “nouveaux philosophes” o sus propias memorias (La lente impatience) y sus controversias con el sionismo, el legado que nos deja Daniel Bensaïd es enorme. Un bagaje enriquecido también con su labor como profesor en la Universidad París VIII, su dirección de la revista Contretemps o su papel como animador de la asociación Louise Michel, recientemente creada.
Afortunadamente, ni su producción teórica ni su nomadismo militante –que en los últimos años eran cada vez más intensos a pesar de su enfermedad- han sido en balde, ya que no se puede entender fenómenos como la irrupción de nuevas formaciones de la izquierda radical en Francia y en otros países –incluido el español- sin la influencia que personas como Daniel han tenido en una nueva generación política libre ya del “síndrome del muro de Berlín” y convencida de que el capitalismo no es el “fin de la historia” y “otro mundo es posible”. Buen ejemplo de esto fue la publicación de un artículo suyo en la edición de El País del 2 de noviembre pasado con el título “Emerge una nueva izquierda”: allí insistía en que la nueva izquierda europea “o bien se contenta con un papel de contrapeso y presión sobre la izquierda tradicional (...); o bien favorece las luchas y los movimientos sociales para construir pacientemente una nueva representación política de los explotados y oprimidos”. No hace falta decir que él se inclinaba por esta última opción ya que, más que nunca, había que evitar caer en una mera gestión de los asuntos del capital en un momento de crisis sistémica como el actual. Porque sólo mediante un cambio de rumbo hacia “la izquierda de los posible” se podrá ofrecer una salida frente al capitalismo mediante la socialización de los bienes comunes de la humanidad y del planeta; un horizonte que, en uno de sus últimos artículos y pese a la carga negativa que él reconocía en la palabra “comunismo”, ahora proponía reformular como “eco-comunismo radical”.