Publicado el 09 Septiembre 2013 Escrito por Felipe Portales- Clarín
Para vergüenza nuestra, a 23 años del fin de la dictadura debemos constatar que sus frutos institucionales permanecen vigentes. En efecto, el conjunto de “modernizaciones” impuestas por el régimen pinochetista en la década de los 80 y que configuraron un nuevo Chile neoliberal no solo han resistido el paso del tiempo sino que se han consolidado como producto de nuestra “democracia”. Lo que se impuso a sangre y fuego durante 17 años fue luego legitimado pacíficamente por los 20 años de gobiernos de la Concertación.
Para vergüenza nuestra, con pequeños ajustes que consolidaron su esencia, seguimos sufriendo las mismas estructuras que se nos impuso con extrema violencia: El Plan Laboral; las AFP; las ISAPRE; la LOCE-LGE; la Ley de concesiones mineras; la Ley de universidades; sistemas financieros y tributarios hechos a la medida de los grandes grupos económicos; servicios públicos privatizados; leyes que neutralizan las juntas de vecinos, los colegios profesionales y el movimiento cooperativo; etc.
Y parecemos no darnos cuenta que aquello nos configura como una sociedad extremadamente injusta y, en último término, violenta. Precisamente el objetivo de la violencia represiva y del terror institucional desarrollado por la dictadura fue “acondicionar” a la sociedad chilena para imponerle un modelo económico, social y cultural que era naturalmente imposible de ser aceptado democráticamante.
Esto lo ha reconocido crudamente Andrés Allamand en su libro La travesía del desierto: “El gobierno militar chileno realizó una transformación económico-social de alcances fenomenales (…) ¿Qué hubo tras la decisión de Pinochet? (…) Para mí, una gran demostración de liderazgo y coraje político para mantener firme el timón cuando el mal tiempo arreciaba (…) El modelo (económico) le aportaba una propuesta coherente y de paso le brindaba una coartada para el ejercicio prolongado del poder: si el gobierno chileno no se hubiera embarcado temprano en un proyecto de transformación de gran envergadura, jamás habría podido sostener aquello de las ‘metas y no plazos’. Una revolución de esa magnitud –eso es lo que era- necesitaba tiempo. Desde el otro lado, Pinochet le aportaba al equipo económico algo quizás aun más valioso: el ejercicio sin restricciones del poder político necesario para materializar las transformaciones. Más de alguna vez en el frío penetrante de Chicago los laboriosos estudiantes que soñaban con cambiarle la cara a Chile deben haberse devanado los sesos con una sola pregunta: ¿ganará alguna vez la presidencia alguien que haga suyo este proyecto? Ahora no tenían ese problema” (Edit. Aguilar, 1999. pp. 155-6).
Por cierto, el “ejercicio sin restricciones del poder político necesario para materializar las transformaciones” constituye un elegante eufemismo para referirse a las desapariciones forzadas, las ejecuciones extrajudiciales, las torturas, las detenciones arbitrarias, los campos de concentración, el exilio, etc. Pero lo notable es el virtual reconocimiento de Allamand de que las violaciones a los derechos humanos constituían un medio necesario para implantar en Chile la nueva sociedad a que aspiraba la derecha.
Conscientes de que en un escenario efectivamente democrático dicha imposición sería sustituida, se entiende que la derecha y Pinochet impusieran igualmente una Constitución falsamente democrática y que contenía disposiciones que hicieran prácticamente imposible su transformación sin el acuerdo de la derecha minoritaria. Lo que sí estuvo más allá de sus previsiones fue el giro copernicano experimentado por el liderazgo de la Concertación a fines de los 80 y que lo llevó –en palabras de Edgardo Boeninger, su eminencia gris- a una “convergencia” con el pensamiento económico de la derecha; y “convergencia que políticamente el conglomerado opositor (la Concertación) no estaba en condiciones de reconocer” (Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, 1997, p. 369).
Esto último explica el comportamiento concesivo solapado llevado a cabo por los sucesivos gobiernos de la Concertación y que se tradujo en la consolidación del modelo económico-social impuesto por la dictadura. Comportamiento cuyos principales elementos han sido el regalo de la mayoría parlamentaria a la futura oposición de derecha efectuado con las reformas constitucionales de 1989; el cambio del concepto de democracia que culminó en 2005 con la asunción de la Constitución del 80 como propia; la autodestrucción de todos los medios de comunicación escritos que laboriosamente se habían forjado en dictadura; la neutralización o privatización de los canales de televisión (TVN y el canal de la Universidad de Chile) que pudieron haber aportado a una real democratización del país; y la mantención de la atomización social impuesta por Pinochet. Con el tiempo, los gobiernos de la Concertación han demostrado abiertamente su subordinación a la derecha económica, lo que se ha reflejado en el notable aumento de las privatizaciones o concesiones de los servicios públicos; en el gigantesco desarrollo de la gran minería del cobre privada; en el incremento del poder de los grandes grupos económicos y en la desigualdad en los ingresos; y en la omisión del gobierno de Michelle Bachelet en utilizar su mayoría parlamentaria de quórum calificado para cumplir con los compromisos de profundos cambios del sistema económico proclamados por la Concertación en 1989. Mayoría que solo no le alcanzaba para sustituir la LOCE y la Ley de Concesiones Mineras.
Y pese a que, en general, se ha conservado el discurso centroizquierdista engañoso del liderazgo concertacionista; no han faltado deslices en que han incurrido algunos connotados dirigentes, los que por cierto no han tenido consecuencias negativas para las carreras políticas de sus autores. Entre estos se destacan los de Alejandro Foxley: “Pinochet (…) realizó una transformación sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo (…) Hay que reconocer su capacidad visionaria (…) de que había que abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va perdurar por muchas décadas en Chile y que ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar” (Cosas 5-5-2000). Y los de Eugenio Tironi: “La sociedad de individuos, donde las personas entienden que el interés colectivo no es más que la resultante de la maximización de los intereses individuales, ya ha tomado cuerpo en las conductas cotidianas de los chilenos de todas las clases sociales y de todas las ideologías. Nada de esto lo va a revertir en el corto plazo ningún gobierno, líder o partido (…) Las transformaciones que han tenido lugar en la sociedad chilena de los 90 no podrían explicarse sin las reformas de corte liberalizador de los años 70 y 80 (…) Chile aprendió hace pocas décadas que no podía seguir intentando remedar un modelo económico que lo dejaba al margen de las tendencias mundiales. El cambio fue doloroso, pero era inevitable. Quienes lo diseñaron y emprendieron mostraron visión y liderazgo” (La irrupción de las masas y el malestar de las elites. Chile en el cambio de siglo; Edit. Grijalbo, 1999, pp. 36, 60 y 162).
Asimismo, todo lo anterior se ve ratificado desde la otra vereda por los panegíricos hechos al liderazgo de la Concertación por destacados empresarios, economistas e intelectuales de derecha, tanto nacionales y extranjeros. Entre muchos otros, el del entonces presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, Hernán Somerville, quien señaló respecto de Ricardo Lagos: “Mis empresarios todos lo aman, tanto en APEC (Foro de Cooperación de Asia Pacífico) como acá (Chile), porque realmente le tienen una tremenda admiración por su nivel intelectual superior y porque además se ve ampliamente favorecido por un país al que todo el mundo percibe como modelo” (La Segunda; 14-10-2005). O el del connotado empresario y economista, César Barros, quien calificó a Lagos en su último día de gobierno como “el mejor Presidente de derecha de todos los tiempos” (La Tercera; 11-3-2006). O el del destacado cientista político, Oscar Godoy, quien consultado en 2006 si observaba un desconcierto en la derecha por “la capacidad que tuvo la Concertación de apropiarse del modelo económico”, respondió: “Sí. Y creo que eso debería ser un motivo de gran alegría, porque es la satisfacción que le produce a un creyente cuando consigue la conversión del otro. Por eso tengo tantos amigos en la Concertación; en mi tiempo éramos antagonistas y verlos ahora pensar como liberales, comprometidos en un proyecto de desarrollo de una construcción económica liberal, a mí me satisface mucho” (La Nación; 16-4-2006).
Pero quizá el más elocuente de todos es el testimonio del segundo economista -después de Milton Friedman- más importante de la escuela de Chicago, Arnold Harberger: “Yo asistí en Cartagena a una reunión de la Asociación de Bancos de Colombia, y cuando llegué estaba hablando Ricardo Lagos, ex presidente de Chile. Y él estaba dando las lecciones de economía, de regulación bancaria, y no pude encontrar ni una frase que no hubiera sido pronunciada por un profesor de Chicago en mi tiempo ahí, pura economía, no más. Uno ve a los diferentes partidos políticos en Chile, sus plataformas económicas difieren en milímetros, en centímetros, no en kilómetros… yo creo que ha habido una gran evolución de la política económica en Chile durante el período del gobierno militar, y una vez que se formó el equipo de Patricio Aylwin con Alejandro Foxley y otros, ellos siguieron el mismo rumbo que los gobiernos anteriores, y eso ha seguido hasta hoy día que yo sepa” (El Mercurio; 19-12-2010).
Tampoco, al día de hoy, hay indicadores sólidos de una efectiva reversión del derechismo del liderazgo concertacionista. Michelle Bachelet, ¡incluso como candidata!, ha descartado el único camino idóneo para establecer una Constitución democrática en nuestro país en el contexto ya indicado de la inflexibilidad de la Constitución del 80: una Asamblea Constituyente. Y el conjunto de dicho liderazgo, luego de casi cuatro años de que todos los diarios y canales de televisión han sido controlados por la derecha económica, ¡no se ha quejado en lo más mínimo respecto de esa situación! Es claro, sus principales líderes son casi diariamente entrevistados por los medios del duopolio y por los diversos canales…
Testimonios sobre el golpe y la Resistencia en Chile
por Resumen.cl / Prensa Popular
Miércoles, 11 de Septiembre de 2013 14:48
Histórico diálogo entre Fidel Castro y Salvador Allende (Completo)
Y por qué han hablado tantos que habían callado antes.
Palabras preliminares
Lo siguiente es un conjunto de testimonios de personas concretas que jugaron un papel más bien anónimo durante la Resistencia contra la dictadura del capital en Chile, en la forma de una dictadura militar contrarrevolucionaria. Resulta notable, como nunca antes, la cantidad de textos vivenciales de ex militantes del pueblo que participaron en la lucha antidictatorial. ¿Por qué? Básicamente por dos motivos, aparentemente contrapuestos. Los hombres y las mujeres le damos una autoridad especial a las fechas redondas. Se trata de 40 años desde el fin anunciado de la experiencia de la Unidad Popular. (Ya existían dictaduras militares en Brasil (1964) y Uruguay (mediados de 1973), ni siquiera impuestas por el Imperialismo con su argumento de gobiernos pro populares en el Ejecutivo y el 'ataque a sus propiedades eintereses geopolíticos'. Lo que sí existían en toda América Latina eran guerrillas que, con el ejemplo de la Revolución Cubana, buscaban la derrota del capital y la independencia del Imperialismo. Había, a vista del Pentágono, que destruir cualquier germen que en potencia pudiera reproducir la gesta histórica de la Mayor de las Antillas. Sin embargo, en el caso chileno, jamás antes se había tenido un gobierno tan progresivo que, en la práctica y sin cálculos preconcebidos, liberó la organización y autoconciencia de las fuerzas sociales de los trabajadores y el pueblo. Nunca la lucha fue más explícita en mi país de origen ni más real el poder popular. Naturalmente, la llegada de Allende al Ejecutivo en 1970 no fue el resultado de una buena campaña presidencial. Fue fruto de la acumulación dinámica de los combates históricos de casi un siglo del pueblo trabajador, de sus derrotas, matanzas militares y enconada energía, voluntad y conquistas parciales.)
Estos 40 años, premeditadamente, por una parte, han justificado un sinnúmero de programa televisivos, el medio de masas de más alto impacto en cualquier parte del mundo. En Chile, hoy todos sus canales están en poder de la oligarquía, justamente porque los que todavía mandan conocen sus capacidades de formación de opinión y consenso social. El objetivo claro de esos programas está subordinado a los intereses de la clase en el poder: torcer la historia con el apoyo indecoroso del perdón o disculpas relativas de políticos que incluso participaron rabiosamente de la Unidad Popular. De este modo, se fortalece 'la clausura histórica' de las riquísimas experiencias del poder del pueblo que, por sí sola, logra destruir el fatalismo, la resignación, el olvido y el acomodo actuales. La burguesía transnacionalizada chilena, vanguardia de la actual fase del capitalismo planetario, financiero, belicista, explotador y de saqueo; ha tenido mucho tiempo y recursos para elaborar un relato para intentar lavarse la cara de la sangre amorosa de mi pueblo. Y semejante plan mediático está dirigido en particular a la nuevas generaciones en lucha, es decir, a los estudiantes secundarios, los jóvenes trabajadores empobrecidos, el Pueblo Mapuche, el antipatriarcalismo, el ambientalismo consecuente, la multiplicación del pensamiento crítico, entre otras batallas presentes.
La exhibición televisada que busca vaciar de contenido y forma las luchas de mi pueblo, ha provocado también un debate público y pendiente entre los propios protagonistas de la UP y la Resistencia Popular, como no había ocurrido antes. El sinceramiento y la verdad revolucionarias son importantes para los intereses de las grandes mayorías, toda vez que no se establecen como pura negación entre sí, sino más bien como rescate de la memoria histórica, la continuidad de las luchas pasadas con las actuales y las por venir, y se presentan como lecciones y superación de los errores de entonces y se convierten en armas críticas y vigentes para las nuevas generaciones destacadas para cambiar la vida en Chile y sus alrededores.
De lo contrario, los testimonios, discursos culpógenos, cínicos y de conveniencia, sólo son funcionales a la mantención del actual estado de cosas, enemigo de la humanidad, y perjudican la moral de combate de la juventud que hoy mismo enfrenta al capital en la calle, en la ciudad y el campo.
Que lo sepan los nacidos y los por nacer: hemos nacido para luchar y luchamos para vencer.
Andrés Figueroa Cornejo
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La última Ronda |
Escrito por Negroscuro (resumen.cl) | |||||
Carlos era un vecino del barrio que tenía un taller de estructuras metálicas. En cierta oportunidad, fue víctima de un robo, el que pedí investigar pues se había efectuado a un par de cuadras de mi casa. La investigación culminó positivamente, con la detención de los autores y la recuperación de todas las especies robadas.
Cierta tarde, le comenté que debía hacer unas diligencias y que no había vehículo para ello. El se adelantó a mi petición y se ofreció a hacer ese “patrullaje”, en su citroneta marca Azam de color crema. ¡Ya pu! Vamos en mi huachita, refiriéndose a su “citrola” con orgullo.
Fuimos a buscar a Ruperto Arriagada a su pensión y comenzamos la ronda policial, a las 0,00 del día 11 de Septiembre de 1973. Todo se veía normal hasta cerca de las dos de la madrugada, cuando en calle Cruz al llegar a Tucapel, nos encontramos con un tumulto de personas que apagaban un principio de incendio que afectaba a un camión que se encontraba estacionado apegado a la cuneta. Testigos que entrevistamos, nos dijeron que desde un automóvil, Peugeot de color celeste claro o blanco invierno, lanzaron una bomba molotov, contra la cabina y se dieron a la fuga, por calle Tucapel.
-Es una represalia pues el dueño del camión no se sumó al paro de camioneros, deben ser “momios” de “Patria y Libertad”, decían los vecinos.
Seguimos nuestra ronda y cerca de las tres y media de la madrugada, llegando a la esquina de Orompello con Barros Arana, se nos acercaba a gran velocidad un auto con las características del vehículo incendiario. Nos cruzamos en la calle frente al Teatro Concepción e interceptamos a un Peugeot celeste, hicimos bajar a sus ocupantes. Revisamos el interior del vehículo y el portamaletas, sin encontrar algún artefacto que permitiera sospechar alguna relación con el siniestro del camión, sólo unas salpicaduras oleaginosas en su parte delantera derecha….pero ninguna prueba.
Uno de los ocupantes de este vehículo con patente del Yerbas Buenas, era nada menos que el dueño del Hotel El Dorado, quien a principios del 72, acogió como pasajero al conocido mercenario internacional y agente de la CIA., Michael Townley, junto a dos ingenieros electrónicos, que se instalaron en Concepción, para neutralizar interferencias que afectaban a Canal 5, canal regional dependiente de canal 13 de la Universidad Católica. Operación que terminó con la muerte de el cuidador del inmueble desde donde se hacían las citadas interferencias. Este al parecer es el primer crimen que comete Townley en Chile, fuera de los conocidos crímenes por atentado explosivo ordenados por la DINA, que mataron a Orlando Letelier en los Estados Unidos y al General Carlos Prat en Argentina.
La investigación del Caso mencionado, determinó que Michael Townley, llegó a esta ciudad, enviado por el Cura Hasbún, para que se contactase con Carlos De La Sotta, Director de Canal 5, para neutralizar efectivamente, las interferencias al canal regional. ¡Que poco católica las conexiones de este cura, con este mercenario!
La ronda terminó un cuarto para las siete de la mañana, hora que nos retiramos con el detective Arriagada a nuestros domicilios, para dormir por lo menos hasta el medio día.
Me despertaron unos zamarreos y los bandos de la Junta Militar, que emitía una radio
Portátil, que pusieron en mi velador a volumen de despertador. Salté de la cama a la vez que pensaba: ¡está quedando la cagá!.
Lo primero fue dirigirme a la Empresa Aga Chile, donde trabajaba mi hermano Oscar. La empresa, era el centro operativo del Cordón Industrial Andalién (por su cercanía a la estación de ferrocarriles) Estos cordones, era una especie de órgano colectivista de poder popular, para defender como organización política, al gobierno del presidente Allende. Al ingresar al recinto y ubicar a mi hermano, se encontraban en el lugar dirigentes de la CUT regional, inquiriendo si se tenía algún tipo de armamento, para ofrecer resistencia al golpe de estado. No había armas, nadie tenía armas.
Nos avisan que por la calle Rengo, se aproxima un camión con “milicos”. Yo que me crié en ese barrio hice salir al grupo por los patios traseros que conducían a la calle Lincoyán y desde ahí hacia la estación Andalién, donde me despedí del grupo, previo aconsejarles que se dispersaran.
Me disponía a ingresar al cuartel de Investigaciones, pero un paco que se encontraba en la puerta, cruza sobre mi pecho su fusil y me impide el ingreso. Saco mi placa y se la coloco frente a su rostro, bajó su fusil y me permitió el ingreso. La sala estaba llena de pacos, parecía Cuartel de Carabineros.
¡Manos arriba, nombre y grado en voz alta! Grita un capitán. No le hago caso.
¡Manos arriba, nombre y grado en voz alta! Repite el capitán. Permanezco en la misma posición, manos a mis costados y en silencio. Sentí un fuerte culatazo a la altura de mis riñones. Yo sostenía en mi mano derecha un cuaderno empastado de cien hojas y con tapas de cartón grueso, instintivamente y con un giro de mi cuerpo descargo un golpe en el rostro del paco que al parecer me golpeó, saltó la sangre. Simultáneamente, recibí culatazos y patadas, en fracciones de segundo me tiran contra la pared y me esposan con grilletes con mis manos en la espalda.
En el bullicio, hizo aparecer al Comisario y jefe de la BH ( Brigada de Homicidios ) don Mayo Balza, quien despectivamente dio mi nombre completo y grado, a la vez que les indicó “este sería uno de los huevones que habría que echarse! El capitán llama a dos pacos y les ordena ¡Llévenlo al lugar indicado!
Me tomaron de los brazos y me tiraron cordialmente, al interior de un furgón. Alrededor de una hora, mas tarde, se abre la puerta por fuera y me hacen bajar, me sacan las esposas, y me da la bienvenida un cosaco. Ahí reconozco el lugar, estamos en el Molo 500 de la Base Naval de Talcahuano.
¡Vos negro, siempre llegando atrasado! Risas. Eran mis colegas, que estaban contra la pared y apuntados por los fusiles de los Cosacos, de rostros pintados y con ramas colgando de sus cascos.
¿Sabis que mierda está pasando? Me preguntó uno.
¡No sé nada! Me detuvieron en el cuartel y después me metieron a un furgón y luego me dejan aquí, así que no sé mas que ustedes, les contesté.
¡Los que nombre se colocan a mi derecha! Ordenó un cosaco.
¡El resto giro a la izquierda y de frente mar! Gritó el mismo cosaco. Justo nos fuimos de frente al mar, nos subieron a un transbordador y desde ahí, rumbo desconocido.
Al final el rumbo fue conocido, íbamos hacia la Isla Quiriquina. Nos bajaron de la embarcación y desde ahí hasta el gimnasio de la Escuela de Grumetes. Alrededor de las 14.45 horas colonizábamos la isla en calidad de Presos Políticos. Mas tarde en la medida que llegaban nuevos presos, se rumoreaba: Fuerzas leales a Allende marchan sobre Santiago. Dicen que mataron al presidente Allende.
Esa noche cerraron las puertas por fuera, dejando en el interior algunos baldes para hacer nuestras necesidades. Detrás de uno de los arcos del gimnasio se instaló una ametralladora y un foco que iluminaba todo el recinto. En las mañanas había que formarse y enumerarse frente a las literas, luego teníamos unos minutos para “echar la corta”, lavarnos la cara y luego formarnos y enumerarnos
de nuevo y al desayuno. Después salíamos al aire libre a una cancha de fútbol, donde la entretención era buscar unas piedras tableadas y filudas, y escoger las mejores con las cuales jugábamos al tejo.
¡Que apostamos! El que gana queda en libertad. Risas.
Un gran inconveniente, era ocupar los baños, que se hacían pocos para la cantidad de detenidos, por lo que se debía hacer largas colas, para acceder a ellos. Si agregamos el hecho de que se le quitaron las puertas a los baños, mucha gente al verse expuesta su intimidad, como en vitrina, frente a los cosacos, que se movilizaban dentro del recinto con sus fusiles, se bloqueaban y debían hacer de nuevos las colas.
Se rumoreaba que ya se estaba torturando en la isla. Dicen que los tiran dentro de tambores desde los cerros a la playa. Dicen que los meten en unas cuevas para que pierdan la noción del tiempo. Dicen que los llevan a altamar les rajan la guata y los lanzar al agua para que no floten.
El día 28 de Septiembre, nos hacen formar a los detectives, que a esa altura, éramos una docena (nos decían los doce apóstoles) y nos condujeron al transbordador y de nuevo al continente. En un bus de la Base Naval, nos llevaron hasta la Intendencia, donde W. Carrasco, intendente, nos explicó que Chile era una embarcación que sin mando serio iba a la deriva, hacia los roqueríos y antes de naufragar, las fuerzas armadas tomaron el timón de la nave a la llevaron mar adentro para así salvarla. Que haríamos una semana de detención domiciliaria donde se nos seguiría investigando y después podríamos volver al servicio, siempre y cuando no estuviéramos “metidos en cosas raras”.
Por tarde nos llevaron hasta el cuartel, recuerdo como si fuera hoy, cuando me encontré con el flaco Bustos, me saludó con un afectuoso abrazo, era colega y amigo. Lo abordé diciéndole: Flaco, lo primero que tienes que hacer es cortarte la barba. En todos los recintos había afiches con el dibujo de un cubano con quepis, barba, unas moscas revoloteando sobre su rostro y empuñando una metralleta.
¡Ni cagando! Si los huevones me ordenan que me la corte, me voy del servicio.
Acuérdate flaco que te tienen ganas y estas mas seguro dentro del servicio, le contesté.
¡Ya negro! Cambiemos de tema. Mejor conversamos de nuestras experiencias.
Mas tarde nos fueron a repartir a nuestras casas. Cuando llegué a la mía, preferí no llamar a la puerta, salté el cerco y me fui hasta le ventana de la cocina, miré sigilosamente hacia el interior, todo se venía, como tantas veces me imaginé volando desde la isla, mis hijos a esa hora debían estar acostados. Me arrepentí de haber entrado de esa forma, ya que mi aparición de improviso podría asustar. Volví de nuevo hacia la puerta, salté de nuevo el cerco y desde el exterior, toque el timbre y esperé que abrieran. Es extraña la alegría con llantos.
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¡Negro despierta! Viene tu amigo Gabriel.
Algo aturdido, creía que todavía estaba ocupando la litera del tercer piso para dormir.
Me vestí y bajé al living a saludar a mí también colega y gran amigo.
¡Hola compadre!
¡Hola negro!
El abrazo correspondiente. Pero noté algo raro en mi compadre, algo lo preocupaba.
Traigo malas noticias.
No digai que me van a meter preso de nuevo, porque si es así, gracias por el aviso y aprieto Cachete.
¡Anoche mataron al flaco Bustos!
¿Me está hueviando compadre?
Anoche salieron a hacer un operativo, cerca del regimiento Chacabuco y un camión que se disponía a entrar al recinto, vió a civiles en la vía pública, por lo que prepararon sus fusiles y se dirigieron hacia el grupo de colegas, quienes al ver el vehículo militar, levantaron sus manos y mostrando sus placas les gritaron que eran detectives y que se encontraban en el lugar haciendo un operativo. El capitán que iba al mando se bajó del vehículo y constató que efectivamente eran funcionarios de investigaciones. El flaco Bustos, que se encontraba a la vuelta de la esquina, cubriendo una posible fuga por las ventanas laterales, atraído por los gritos, se acerca hacia el grupo, llevando una metralleta terciada sobre el pecho, cuando lo ve un conscripto y grita: ¡Cuidado la Metralleta!., levanta su fusil y dispara hacia el cuerpo del flaco, quien instintivamente gira su cuerpo de costado y una bala le atraviesa, matándolo instantáneamente. Después se armó un tiroteo de los mil demonios todos disparaban y…………
Mi compadre seguía relatando, pero yo ya no escuchaba.
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Destacado dirigente social y político de Valparaíso, Jorge Bustos revela a The Chinic su rol en la lucha armada contra Pinochet
Jorge Bustos Bustos era, en 1973, un desordenado de 17 años apodado por sus vecinos de la población 18 de septiembre como “capitán veneno”. Cuando se produjo el Golpe, su madre, Yolanda, le dio la orden de combatir. Y obedeció: fue uno de los jefes de zona de las Juventudes Comunistas y en esa calidad recluto a Cecilia Magni, la mítica comandante Tamara.
No fue el dolor el motor de los supervivientes del Golpe, fue la vida, esa que tiene origen en la matriz. Las madres los formaron así, “paráos, chorizos”, no tenían alternativa. Con la serena firmeza con que hablaba el Presidente Allende, el 11 de septiembre del ´73, Yolanda le dijo al menor de sus hijos: “ya poh compadre, nos vemos después, cada uno a lo que hay que hacer, y si no, nos vemos…”. Jorge Bustos, en ese entonces de 17 años, salvó hasta octubre. Luego fue uno de los niños torturados en la Academia de Guerra de la Armada y detenido luego en el buque Lebu. El Lebu, propiedad de la Cía. Sudamericana de Vapores, era una de las tres embarcaciones, junto al Maipo y la Esmeralda, que fueron usadas como cárcel para los prisioneros políticos en Valparaíso. Allí, hacinados, torturados y vencidos, los marinos les dieron muestra de su entrenamiento. Pero no pudieron borrar la sonrisa de ese niño que años después impediría una visita de Pinochet a Lota y reclutaría para las JJCC a Cecilia Magni, la comandante Tamara. Jorge Bustos Bustos, un desordenado apodado por sus vecinos de la población 18 de septiembre como “capitán veneno”, tenía en Yolanda, su mamá, el principal referente y la máxima exigencia moral. En 1984, haber sobrevivido ya no era tema. Como jefe zonal en la Octava Región, supo que el dictador visitaría Lota. Era el momento de la venganza. Con el recuerdo, la risa lo inunda, como casi siempre. -No lo dejé entrar a Lota-Coronel. A mi me habían mandado a reorganizar la cosa allá y en ese proceso se anuncia la visita del caballero. Con mi novia, la madre de mi hijo Jorge Emilio, le hicimos el recibimiento como correspondía. Lo que más teníamos era amongelatina y la noche anterior a su visita volamos unos postes y la línea del tren. Hicimos una demostración de fuerza, él se asustó y no fue. -¿La J lo había mandado? -La J había definido que el elemento militar era central en la política. Y son los jóvenes de ese entonces los que más aportamos, somos los que armamos el Frente Cero, que es el primer nombre que tuvo el aparato militar del Partido Comunista. -¿Por qué se llamó así? - Por la Revolución Sandinista, empezamos a formar estos equipos, pero después se crea una contradicción entre la decisión centralizada necesaria para golpear a la dictadura y las necesidades regionales. Y por eso se crea el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. -¿Cuál fue su responsabilidad en ese proceso? -Yo era jefe zonal en Concepción de la integración del aparato militar o de autodefensa de masas de la J. Entonces tejimos las redes, buscamos compañeros que estuvieran “limpios”, porque ya habían caído otras direcciones. El trabajo fue largo y tedioso, no era fácil instalarse. Podríamos decir que hay connotados defensores públicos, ex secretarios regionales, que se auto-reconocen en esta historia. Se niega a dar nombres, sonríe de nuevo y se limita a decir que “ellos saben”. Jorge Bustos tiene cierta alergia a los intelectuales y lo recalca. - Lo más interesante de esa acción de Lota tiene que ver con la participación de quienes la hicieron, porque no fueron los niñitos de las universidades, sino mineros y trabajadores. - ¿No hubo represión? - No, parece que quedaron muy sorprendidos porque ellos creían que como habían asesinado al jefe del PC en la zona, Víctor Hugo Huerta Huerta, ya tenían el control. -Es un contexto de mucha represión. -Sí, hay una redada, al parecer nacional. Cayeron los que hicieron la acción del túnel en La Ligua y Cabildo, y en Concepción cayeron los hijos de Sebastián Acevedo, además de Huerta. Teníamos organización con elemento militar en Santiago, Valparaíso y Concepción muy potentes y se habían hecho cosas como para el aniversario 51 del PC. Si los postes hoy no tienen hoyo en el medio es porque para ese aniversario, sólo en la Quinta Región, volamos 51 postes. Insiste en destacar el rol porteño. -Además, el equipo de “los comandantes” es de la Quinta Región. Ahí estaban Ramiro (Mauricio Hernández Norambuena), la Tamara (Cecilia Magni), los Bejas (Mauricio y Arnaldo Arenas Bejas), eran de acá. Todos, a excepción de José Miguel (Raúl Pellegrini) e incluso el que los delata (Luis Arriagada Toro, “Bigote”), eran de acá. - ¿Por qué fue seleccionado para esa labor de jefe zonal? - De haber trabajado en la dirección regional en la Quinta región se me pasa a nombrar Jefe Zonal. - ¿Ud. tenía algún curso? - Sí poh, yo fui adiestrado en Cuba en 1981. Siempre habla en plural aunque muchas veces se trataba sólo de él. En ese tiempo tenía 25 años, estudiaba, trabajaba y peleaba. Había sido cantante de peñas y “canuto”. Detenido por ser del CUR No recuerda la fecha, sólo que era octubre de 1973 y que llegaron los marinos a su casa a buscarlo por ser del Comité Unitario de Resistencia. -La orden del partido y de la J era que donde pudiéramos escribir CUR, lo hiciéramos. Yo escribí donde no debí, me pillaron y me denunciaron. Cuando se reanudaron las clases, después del Golpe, volvimos a estudiar y yo pescaba todos los boletos de micro y papeles que encontraba y ponía CUR. Después me entero que me andan siguiendo y me arranco del instituto comercial, con la del pillo. -¿Qué pasó entonces? -Después de unos días, volví a mi casa. En la población había solo un teléfono y por lo tanto, quien avisó a los infantes de Marina, fue el dueño. -¿Ahí vivió siempre? -Sí, hasta hace seis meses. Vivía con mi mamá, mi hermano, mi viejo y mi abuelo. -¿Cómo fue la detención? -Estaba acostado cuando suena la puerta. Mi abuelo, Ángel Custodio Bustos Poblete, que era anarquista de la IWW y había sido preso de la otra dictadura, sabía lo que venía, les echó la bronca: ¡Carajos! Pero le pusieron el fusil en el pecho. Me nombraron y les pregunté si podía llevar mi frazada. Bustos ya sabía también algo de lo que sucedería, pues varios de sus amigos, entre ellos dos muchachas Mónica y Claudina, habían sido detenidos y luego dejados libres e incluso algunos se habían escapado y le habían contado que los llevaban al estadio de Playa Ancha, al Lebu, al Maipo o a la Esmeralda. Los dos primeros eran de la empresa privada. -Al detenerme, los tipos estaban camuflados, después lográbamos distinguir bien sus rostros. Ellos me subieron a una camioneta y que me tapara con la misma frazada que llevaba. Me llevaron a la Academia de Guerra y ahí el recibimiento fue completo. La cosa partió con que me bajaron de una patá en el trasero, después culatazos iban y venían. Bustos, nervioso pues es la primera vez que relata lo que vendrá en detalle, ríe a carcajadas, es su característica para lo bueno y esto. Luego se pone serio. -Me desmayé dos veces. Ellos sabían golpear, entre los pulmones y los riñones o debajo de las costillas y dejaban sin aliento. Creo que fue un proceso de ablandamiento. Luego nos suben al último piso de la academia, tercer o cuarto, y nos dejan en una pieza de los no interrogados. Éramos como cien, pero no se bien, porque estaba con una capucha, la “negra hedionda”. Escuchabas cómo corrían, pegaban, bramaban y sabías que te venía, así es que había impaciencia, miedo. Y después te llaman. -¿Eran varios? -No, pasé solo. Habían dos tipos adentro. Logré reconocer a uno. Me preguntan entonces cuánta gente hay aquí y les digo: dos. Me acelero y les digo que conozco a uno de ellos. Lo reconocía por los zapatos y dije quién era: Oscarín, un vecino del cerro del frente que ayudó a mis dos amigas presas en La Esmeralda y que cuando las liberaron, él apareció en la casa. Ahí le mire los zapatos, que además eran bonitos, café, de gamuza. Y después los vi, cuando él me torturaba. -¿Todo esto en medio de la tortura? -Antes de esa pregunta me habían sacado la cresta, me habían puesto la corriente y que yo mismo me la pusiera. Creo que los desarmé cuando me preguntan a qué partido pertenecía y les dije que a ninguno, y cuando me dijeron cuál me gustaba, les respondía que el Comunista. Creo que me ahorré como dos horas de tortura. -¿Cómo, le hacían que Ud. se pusiera electricidad? - Había una máquina que produce no sé cuanto voltaje. Entonces eso lo ponían en los testículos, en los ganglios y ellos daban vueltas y te daba la corriente. Después te decían que lo hicieras solo: colócatelo aquí, aquí y allá y da vueltas a la manilla. -¿Oscarín le preguntó algo más? - Sí, porque hacía eso del CUR. Le respondí que me pareció injusto que se llevaran presas a unas amigas. Creo que me torturaron hasta como las seis de la mañana, porque cuando me sacaron estaba amaneciendo. Me hicieron firmar una declaración y me llevaron al Lebu. -¿Hay algo más que recuerde? Algo muy dramático, nos ofrecieron cigarrillos (los famosos Cabaña), café y preguntan quién quiere ir al baño. Y yo, saco de bolas, me pongo primero. Salimos en fila, con capucha, al baño, y me llegó un combo en la boca, me hicieron correr y choqué con una muralla y nunca más me puse primero. Cuando llegamos al baño nos orinamos. Ahí vi una discusión entre tres tipos, uno joven de pelo ondulado, estaba de buzo de obrero y los otros le decían: Traidor, conchetumadre, te vamos a matar, nos delataste. Volvemos a la sala de interrogados y este muchacho de buzo se fuma un cigarrillo y se tira del cuarto piso. Yo grito: Se mató un hueón. -¿Qué pasó? -Los tipos que estaban de guardia dicen que hagan sonar las alarmas porque uno hueón ensució el piso. De ahí nos sacaron la cresta, no me pude salvar porque los tipos preguntaban quién lo mató. -Y después, ¿al Lebu? -En la tarde nos llevan al Lebu. Me hacen bajar a la bodega, donde había una cantidad enorme de tipos con barba, sin ropa, parecían náufragos. -¿Era el único niño? -Había un niño antes, el Lolo, que era del Cerro Alegre. Ellos eran como los pitucos de la izquierda, tenían pavimento. Arriba y abajo. -¿Qué sucedió en el Lebu? -Habían colchonetas en las esquinas; tambores para cagar y mear que se sacan una vez al día con guinche. Estábamos en el molo de abrigo de Valparaíso, casi al llegar a la esquina del lugar más profundo. -¿Era mucha la desconfianza? -Yo no desconfiaba, pero la primera pelea que tenemos es que ellos me tratan de inconsciente porque el 14 de septiembre habíamos generado una casa de putas no menor, habíamos disparado unas ráfagas para declarar que daríamos la pelea en el puerto, y mientras ello sucedía, a lo presos les sacaban la cresta. -¿Cómo transcurrieron los días siguientes? -Al otro día te das cuenta de la capacidad de organización de la izquierda. Teníamos ajedrez, cartas, desayuno, doctor, cura, se hacía misa, se jugaban a la pelota, y si te pegaban una patá, una más no era na. -¿Hubo otras discusiones? -Con el Lolo que creía que estaba ahí para sapear. Pero pasó, después me encontré con más de mi edad. Habíamos como diez. No me olvido del doctor Fisher, andaba con pantalones rojos y en la noche lo llevaban a La Esmeralda a ver cómo estaban los heridos. -¿No hubo más tortura? -Solo un incidente. Termino de lavar la loza y un tipo con capucha me dice. ¿Qué edad tení? Yo 17, ¿y tú? Me responde: 18, pero voh estay allá, abajo y yo, acá arriba. Le dije: Y ¿pa qué te preocupai si después, voh vay a estar abajo y yo allá arriba? Me daba lo mismo, había que pasar el día. Nos bañábamos con manguera en la cubierta, nos resbalábamos y sacábamos la cresta, todos en fila mirando al mar. No sabíamos qué pasaría. Jorge Bustos Bustos estuvo allí 8 días, según recuerda. Antes que le avisaran que tomara sus cosas, su mamá ya lo estaba esperando en la entrada de la Academia. -Lo terrible fue la salida, cuando me llaman y que agarré mis cosas, las metí en unos bolsos de papel. La gente me escribía en los bolsos sus nombre y las direcciones de sus familiares para que les avisara que estaban allí, vivos. Tengo compromisos impagos de no haber llamado a algunos. -Su mamá esperaba. -Sí, allí estaba. Nos sacaron en un jeep de vuelta a la Academia y allí estaba con una prima. No sé si nos abrazamos, pero sí que me la prometí cobrarla, o te la cobrai o llorai, no hay términos medios. -¿Su mamá se quebró? -Tengo el problema de mi madre, a ella la echaron del partido, era arisca, no aguantaba pelo en el lomo, estaba clarita, era obrera textil y encargada de conflictos de la CUT en Valparaíso. Trabajaba haciendo los trajes de alta montaña para los milicos, pero el 72 la echaron. -¿Y su papá? -Mi papá bailaba bien tango y milonga. Él era mi taita, el mino de mi mamá. Mi papá estaba con su familia. -Es fuerte para Ud. el recuerdo. -Es un motor ver cómo se para en la vida la vieja y lo que te pone de ejemplo, si era una mina con tercero de preparatoria y fue capaz de sacar sola adelante dos tipos. Ella era un personaje, se mandaba unos discursos que no logro dar aún. Por eso, al salir, sabía que tenía que cobrármela. -¿Cómo? -Tengo la impresión que el despertar a cobrármela fue tardío, me tomé muchos años de asueto. No sé si eso me salvó la vida, creo que todos tenemos un destino definido. Las cosas no se puedes volver atrás, he sido parte de la construcción de la historia al menos de la resistencia y si me muero, me puedo morir tranquilo, no me resté a ninguna experiencia, me cagué de miedo, pero lo superé. -¿Qué pasó luego? -Vino un tiempo de letargo, de no decirme nada porque había sido torturado. Cinco meses después llegó la gente de la J a verme, había que seguir peleando, había caído preso el encargo de propaganda del regional y los pocos que quedamos parados éramos de la pobla y tuvimos que hacer una acción con volantes. Los hicimos con stencil y teníamos que cortarlos con tijeras de sastre de mi abuela Pichina (no era mi abuela, pero yo fui el último de los 12 huachos que crío). -¿Se pusieron a trabajar de inmediato? -Sí, para el 57° aniversario del PC colgamos de la actual intendencia tres lienzos largos y después tiramos volantes. Ya había más gente. Pero igual hay un proceso en que yo no entendía bien el cuento. -¿Qué hacían? -Acciones de propaganda, rayados, barricadas, cadenazos. Te decían hay que cortar la luz y teníamos un grupo de locos héroes, que sin saber nada nos sentábamos a planificar y lo hacíamos. Una vez, con chancha (carretones), trasladamos grandes sacos paperos de viruta con tarros de bencina adentro y roseados con petróleo a la avenida Pedro Montt con Plaza de La Victoria y los prendimos. Al otro día, el titular de La Estrella decía: Extremistas que se movilizaban en camioneta hacen barricada. Y nosotros, con suerte, andábamos con plata para la micro. Después de eso me mandaron a Cuba y el tema fue avisarle a mi mamá. Le digo: Mamita, tenemos que conversar, siéntate, y le cuento. Ella se para, me abraza, estaba muy orgullosa. Imagínate, era la más feliz porque su hijo iba a ser guerrero. Esa gueá me marcó, no podía fallarle, el 73 fue lo mismo. Ya no hay risa. Los ojos húmedos se rebalsan por primera vez en la entrevista. -¿Era su primer viaje? -Era la primera vez que veníamos a Santiago. Éramos dos los elegidos. Íbamos luego de la pobla a Europa, a Roma. Le conté a una amiga y me llevó en auto al aeropuerto. Volamos luego de Roma a París, Frankfurt y a Praga, pensábamos que nos iban a mandar a la URSS, pero nos fuimos a Cuba. Lo nuestro allá era inteligencia urbana. Era una instrucción casera. Estuvimos seis meses y volvimos nuevamente por Europa. Era época de mundial y mi cuento era que venía de allá. Pasé a Brasil y en el avión a Santiago mostré las fotos, me hice amigo de una familia con dos niñitos y bajé con uno de los niños en brazos. -¿Volvió a Valparaíso? -Sí, pero la cosa estaba complicada y al poco tiempo Cluadio (Molina) me dio la orden de irme por seguridad e inicié entonces un proceso más interesante. Celebramos que iría a otra pega. Esa noche salimos en un Fiat 600 los cinco de la dirección y nos paran los pacos. Les dijimos que festejábamos mi nueva pega y ellos nos dijeron que lo pasáramos bien. Ahí pasé a ser el jefe zonal de la Quinta Región. -¿Qué hizo ahí? - Empezamos a reclutar gente que estaba en la zona y otros que se venían incorporando. Me tocó reclutar a la Cecilia Margni; al Ramiro y el Salomón, ellos eran de una estructura descolgada del MIR. Después vino José Miguel, y no cachaba lo que teníamos reclutado, venía él a reclutarme. Me dijo: queremos integrarte a una unidad. Yo los escuché y le dije: Es una falta de respeto lo que están haciendo, yo tengo unidades de combate, con capacidad de fuego y entrenada. Me preguntó cuánto, y le informé e hicimos traspaso. Ahí nace la tesis de la necesidad de un equipo centralizado, a finales del 83.Los regionales se oponían, pero soy uno de los que propone eso y quien escribió el documento, fue la Cecilia. Pero luego caen mis primos y mi tía y tuve que salir. Me llevan a Santiago, me despercuden y me mandan a Concepción. A esas alturas tenía sólo a Pamela, su hija que nació el 79 en Suecia, porque su mamá debió partir al exilio con ella en su vientre. -El tema fue eso, o te ibas a Europa a estar con ella o peleaba por los hijos de todos; y con la mamita que tengo no podía arrugar. Traté de explicárselo a los 15 años cuando nos vimos. Luego vino Jorge Emilio y hace un par de años supo que en su paso por Concepción había dado una nueva vida: Javiera, quién, además le dio su primer nieto. Carlos nació más tarde en un nuevo intento de familia. Hoy disfruta a Ignacia, la niña de sus ojos. Está orgulloso de todos, por tenerlos de su lado, al menos en política. -¿Cómo fue su primera estada en Santiago? Ahí me vi por segunda vez con José Miguel y después de la reunión le pasé una luca pa la micro que aún me debe. Me mandaron a vivir en una casa gigante, me siento Gulliver en el país de gigantes, eran ricos, fue más complicado que la tortura, la señora se quejaba que la situación estaba tan mal que debió despedir a uno de los jardineros. Pedí que me cambiaran, estaba muy agradecido, pero me sentía muy mal. Me mandaron donde otra familia que me enseñó mucho, porque yo seguía siendo un salvaje que no le tenía miedo a la vida. De ahí me fui a la Octava Región donde estuve un año cuatro meses hasta que caché que había problemas de seguridad. -¿Vino el año decisivo? -En 1986 fue el atentado a Pinochet y descubrieron Carrizal. Claudio cae allí y la dirección, como carambola, me dice que debo salir a despercudirme y me mandan por seis meses a la URSS. Me negué a ir a Alemania, me quedé ordenando la biblioteca del Komsomol (la escuela de cuadro internacional). Al volver a Chile, la cosa estaba pelúa, se olía que aquello que se valoraba en nosotros ya no era. Cuando llegué no tenía mujer, ni nada. Pero todo pasa algo y me mandaron Comité Central de la J. Bustos fue entonces encargado de la comisión de pobladores y junto a otros compañeros, se tomaron Fantasilandia, exigiendo juegos para los niños pobres; luego encabezó el frente sindical, y fue parte del ejecutivo del Comité Central, cuando se avecinaba el plebiscito del 88. Estuvo en la gran discusión que luego quebró a la J entre todas las formas de lucha y los que se decidieron por salirse luego y la vía política. -Me dieron el regional Combate Sur (La victoria, La Legua, etc). Después fui encargado militar de Santiago. Tenía 40 equipos y con algunos protagonizamos una acción para sacar medicamentos que fue muy criticada. Me fui encima del encargado nacional y reclamé dónde estaban los hospitales clandestinos para atender a los cabros heridos. -¿Qué pasó luego? -Para la elección de Aylwin, me nombraron encargado político de Santiago, asistimos a reuniones de alianzas, salimos a la pública y formamos el Centro de Estudios Amaranto. Me aburría. Pasé al partido y me aburría más todavía, y resolví volver a Valparaíso y a la producción. Voy a vivir, me dije. Me fui a trabajar a la uva y después al puerto. Era estibador de antes, luego entré al sindicato, fui dirigente y presidente de Congemar y ahora la pelea sigue desde este, el anfiteatro más bello del mundo. Tengo esta tozudez cabrona que hace que aunque te estén matando, te pares. El 2002, Bustos encabezó una manifestación ícono en Valparaíso: El Puertazo. Fueron 12 mil habitantes del puerto que salieron a la calle a reclamar cambios. -El Puertazo inicia el proceso de consolidación de las nuevas organizaciones sociales en Chile. Desde ahí reiniciamos la lucha contra la maldad, primero representada por Pinochet y luego por otros sinvergüenzas. -¿Qué queda de todo esto? -Una deuda impagable con la gente que te quiso. Yo no estaría vivo si el Lolo no hubiera callado. Él era mi hermano, por él agradezco la vida y sigo peleando. Ahí hay un nexo fuerte por los que mataron y callaron para que uno siguiera. Entre ellos, la misma Tamara. Por eso, cada fin de mes voy con mi hija Nacha a almorzar al local donde me juntaba con ella. Hay un compromiso moral de seguir. Ahora contra el Mall Barón. Nuevamente las lágrimas lo detienen. Así es Bustos, le cuesta hablar, trata siempre se parecer seguro y de reírse de los peces de colores, pero sus penas son profundas, aunque no tanto como sus razones vitales. Las mismas que lo llevaron el año pasado a ser candidato a alcalde por Valparaíso y este año a Core. Es una nueva etapa, dice, un cruce del puente. -Estamos cruzando el puente. Cuando era la UP, me levantaba temprano con chuzo para hacer el desagüe para la pobla, para traer harina y gas, era una motivación natural porque era para todos. Luego hemos visto el arribismo, el sálvate solo. Hoy ves en los jóvenes un nuevo empeño, esa convicción y fuerza de antes que te dice: Hay que hacerlo, y los cabros lo asumen. Vamos caminando por el puente entre aquella vieja idea, a 40 años. ¡Putas que ha sido largo el puente! Bustos se ilumina nuevamente con la risa. El puerto también iluminado desde los cerros, parece una enorme sonrisa que despide o da la bienvenida.
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La verdadera historia del rescate del último discurso de Salvador Allende
Por : José Miguel Varas
Al cumplirse cien años del nacimiento de Salvador Allende, el último mensaje que pronunció a pocos minutos del bombardeo de La Moneda y de su propia muerte, ha vuelto a emerger en distintos rincones del mundo. De allí que el rescate de la cinta que lo contenía desde los estudios de Radio Magallanes, la única emisora que lo transmitió, sea un episodio histórico. Su protagonista hasta ahora era el periodista Hernán Barahona, recientemente fallecido. Pero esa historia es refutada por los testimonios que nos presenta el Premio Nacional de Literatura, José Miguel Varas: “Guillermo Ravest fue quien se dedicó junto con el radio controlador Amado Felipe a hacer numerosas copias del histórico discurso en pequeñas cintas magnéticas y fue él también quien las sacó del local de la radio, con evidente riesgo para su vida”. La controversia llegó al Tribunal de Ética del Colegio de Periodistas, el que dictó su fallo el pasado 7 de abril.
Al cumplirse cien años del nacimiento de Salvador Allende, el último mensaje que pronunció a pocos minutos del bombardeo de La Moneda y de su propia muerte, ha vuelto a emerger en distintos rincones del mundo. De allí que el rescate de la cinta que lo contenía desde los estudios de Radio Magallanes, la única emisora que lo transmitió, sea un episodio histórico. Su protagonista hasta ahora era el periodista Hernán Barahona, recientemente fallecido. Pero esa historia es refutada por los testimonios que nos presenta el Premio Nacional de Literatura, José Miguel Varas: “Guillermo Ravest fue quien se dedicó junto con el radio controlador Amado Felipe a hacer numerosas copias del histórico discurso en pequeñas cintas magnéticas y fue él también quien las sacó del local de la radio, con evidente riesgo para su vida”. La controversia llegó al Tribunal de Ética del Colegio de Periodistas, el que dictó su fallo el pasado 7 de abril.
Vuelvo a leer con emoción la crónica de Guillermo Ravest Santis, con su estilo terso y vibrante, modelo de gran estilo de periodismo, sobre el último discurso del Presidente Salvador Allende, transmitido por Radio Magallanes el 11 de septiembre de 1973, minutos antes del comienzo del bombardeo a la Moneda. Ravest, director de la emisora, fue quien se dedicó junto con el radio controlador Amado Felipe a hacer numerosas copias del histórico discurso en pequeñas cintas magnéticas y fue él también quien las sacó del local de la radio –con evidente riesgo para su vida, del que en ese momento no tuvo conciencia- y las hizo llegar a la dirección clandestina del Partido Comunista para su distribución entre los corresponsales extranjeros.
La crónica fue solicitada a Guillermo Ravest por Faride Zerán, directora de la revista Rocinante, en la que yo me desempeñaba como editor. Apareció en la edición Nº 58, de agosto de 2003, junto con un notable testimonio del periodista Leonardo Cáceres, responsable de los servicios noticiosos de Radio Magallanes. Ambos materiales constituyen un documento periodístico e histórico sobre un momento trascendental de la vida de Chile. Y por eso, me parece muy conveniente que se reproduzcan ahora en las páginas de CIPER. Conveniente y necesario, porque en torno a estos hechos y sus protagonistas se tejieron versiones erróneas.
Medio siglo de periodismo
Nacido en Llay Llay, importante nudo ferroviario de la V Región, el 3 de julio de 1927, Guillermo Ravest Santis proviene de una familia estrechamente vinculada a los ferrocarriles: su abuelo, su padre, sus tíos y otros parientes fueron todos ferroviarios. También él pudo haber seguido el recto camino de los rieles pero se enamoró tempranamente del periodismo. Con este oficio ha mantenido un romance de medio siglo, que dura todavía.
En 1950 trabajó en la agencia COPER (Cooperativa de Periodistas), creada por el veterano Albino Pezoa para dar trabajo a profesionales de la prensa “cesanteados” por motivos políticos por el régimen de Gabriel González Videla. Después, entre 1952 y 1972 trabajó en los diarios El Siglo, El Espectador, Ultima Hora y La Nación, en el Departamento de Prensa de Radio Balmaceda, en la revista Qué Pasa de Buenos Aires, en el diario Puro Chile, en Televisión Nacional y, por último, en Radio Magallanes. Junto con su esposa Ligeia Balladares, también periodista, debió partir al exilio después del golpe militar.
Ambos llegaron a Moscú en 1974 y organizaron el equipo de periodistas chilenos que produjo, bajo dirección de Ravest, los diarios programas “Radio Magallanes”, que se emitían por las ondas de la emisora estatal soviética, al mismo tiempo que los de “Escucha Chile”.
Viajaron en 1980 a México y regresaron a Chile en 1983, en cuanto sus nombres dejaron de aparecer en las listas de proscritos. Trabajaron en el diario ”Fortín Mapocho”, fuerte opositor a la dictadura. Entre 1983 y 1989, Guillermo trabajó en las ediciones clandestinas de “El Siglo”.
La pareja Ravest-Balladares reside desde hace más de 20 años en San Miguel Tlaixpán, pequeña localidad cercana a la Capital Federal de México. Ambos han seguido cultivando al periodismo y también la literatura en calidad de cuentistas y narradores casi clandestinos. Guillermo Ravest es autor de un libro de memorias titulado “Pretérito Imperfecto”, que ofrece, sin duda, enorme interés porque ha sido testigo privilegiado de un período histórico turbulento, cuyas consecuencias siguen proyectándose en el presente y en el futuro. Se espera que sea publicado pronto en Chile.
Testimonio:
“Necesito que me saquen al aire inmediatamente, compañero”
Por Por Guillermo Ravest Santis, ex director de Radio Magallanes
El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 me encontró en Radio Magallanes, de la cual era director, y cuyos estudios entonces ubicados en el sexto piso de Estado 235, tenían acceso por la entrada del Pasaje Imperio. A eso de las seis de la mañana, me despertó un telefonazo de Lucho Oliva, ingeniero a cargo de los equipos de nuestra radioemisora. “Chino –me dijo- ahora sí que empezó el golpe. Para que lleguemos juntos al centro te paso a buscar en mi auto, altiro”.
Aquel “altiro” demoró mucho más de una hora, razón por la cual, luego de traspasar varias barreras de militares, llegamos a Estado con la Plaza de Armas alrededor de las siete y media. Allí me despedí de mi mujer y mi hijo, quienes se dirigieron a la Comisión de Propaganda del Partido Comunista en Teatinos 416 y al Conservatorio Nacional de Música, sus lugares de trabajo y estudio, respectivamente.
Radio Magallanes ya vivía una nerviosa actividad. El periodista Ramiro Sepúlveda me informó de las novedades y de la ubicación de los reporteros en sus respectivos frentes de trabajo. Anotamos una sola baja: el redactor de los noticieros de la mañana, seguramente presa del pánico, abandonó la radio. Nunca más supe de él, en los 30 años transcurridos. En cambio, periodistas de los turnos vespertinos decidieron reforzar el equipo matinal porque pensaron, atinadamente, que allí eran más necesarios. Otros, como Hernán Barahona, reportero político en el Congreso, cumplido con su comentario de aquella mañana -como él mismo lo ha recordado-, se retiró de la radio. Desde que yo llegué a la Radio Magallanes alrededor de las 8:00 y hasta que se levantó el toque de queda, no lo vi más.
A ratos nos atropellábamos, pues en algunos momentos tuvimos hasta tres radiocontroles metidos en el estudio. En esos instantes nos acoplamos a la Radio Corporación para difundir las primeras alocuciones que hizo el Presidente Allende. Esta era una forma de coordinación que usábamos en tiempos de la Unidad Popular, bajo el nombre de La Voz de la Patria, para tratar de contrarrestar, en mínima medida, el potencial con que entonces contaba –en número y en kilowatios- el sistema radial de la derecha golpista. En tres oportunidades difundimos esa mañana, como La Voz de la Patria, las palabras de Allende alertando al pueblo sobre la sedición ya en marcha.
La madrugada anterior, fuerzas del Ejército habían dado inicio a la “Operación Silencio”. Allanaron e inutilizaron las plantas transmisoras de las radios de las universidades de Chile y Técnica del Estado y la Luis Emilio Recabarren, de la CUT. Entretanto, encabezadas por la emisora de la SNA, la red nacional de las Fuerzas Armadas de Chile atronaba con sus bandos y oficializaba radialmente el golpe militar. Por sus sostenida connivencia con la sedición sólo el Canal 13 dominaba las pantallas. En ese clima nos dimos cuenta que habíamos quedado solos en el aire. Recién habían sido acalladas la Radio Corporación, dirigida entonces por el Partido Socialista; la Portales, que venía navegando entonces la tortuosa ambigüedad de Raúl Tarud y la Sargento Candelaria, partidaria de la Unidad Popular.
Poco antes, en una breve reunión habíamos resuelto con Leonardo Cáceres, nuestro jefe de prensa, y Amado Felipe, jefe de radiooperadores, dar cumplimiento a decisiones operativas previamente acordadas para circunstancias como las que estábamos viviendo. Estábamos conscientes de que, ubicados a apenas cinco cuadras de La Moneda, podíamos ser allanados. Con todas sus consecuencias. Desde hacía casi dos horas un bando de la Junta Militar amenazaba a las emisoras que no se plegaran a la red golpista, de un ataque por “fuerzas de aire y tierra”.
Me correspondió proponer a los integrantes del pequeño equipo que debería apostarse en la planta transmisora de la Magallanes, ubicada en Renca, para tratar de seguir emitiendo en cualquier emergencia. Todos aceptaron inmediatamente. Ellos fueron: los periodistas Ramiro Sepúlveda, Jesús Díaz, Carmen Flores –reportera recién egresada de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile- y el locutor Agustín Cucho Fernández.
Ya estaba en su apogeo aquel desigual combate que la propaganda pinochetista, por tres décadas, ha querido presentar como la “batalla de La Moneda”. Esa de la media docena de regimientos apoyados por un comando operativo de tres de los jefes golpistas –el Mendocita recién empezaba merecer su apelativo como arrenquín-, más el Estado Mayor de las FF.AA., tanques, cañones y helicópteros, contra un puñado de una cincuentena de patriotas. El testimonio documental de ese asalto fue investigado para la historia y la dignidad nacional por la doctora Paz Rojas, Iris Largo y otros igualmente dignos, en el libro Páginas en Blanco.
Había ido a buscar un cigarrillo a mi oficina cuando, inesperadamente, sonó la Plancha. Éste era el nombre que dábamos al teléfono a magneto, accionado a manivela, que nos comunicaba directamente con el despacho presidencial de La Moneda. Los golpistas ya habían amenazado bombardear el histórico palacio de gobierno. Contesté el llamado telefónico. Era la inconfundible voz del Presidente Allende.
- ¿Quién habla?
- Ravest, compañero…
- Necesito que me saquen al aire, inmediatamente, compañero…
- Deme un minuto, para ordenar la grabación…
- No, compañero. Preciso que me saquen al aire inmediatamente, no hay tiempo que perder…
Sin sacarme la bocina de la oreja, grité a Amado Felipe –quien se encontraba al frente de las perillas del control en el estudio- que instalara una cinta para grabarle y a Leonardo Cáceres, que corriera al micrófono a fin de anunciar al Presidente. Allende debe haber escuchado esos gritos. Le pedí: “Cuente tres, por favor, compañero, y parta…”.
Pese al nerviosismo de esos instantes, Amado Felipe –un gordo hiperkinético siempre jovial, hijo de refugiados españoles- tuvo la sangre fría o la clarividencia histórica de empezar a difundir al aire los primeros acordes de la Canción Nacional, a los que se mezcló la voz de Leonardo Cáceres, anunciando las que serían las últimas palabras del Presidente constitucional.
La tensión del momento explica por qué en esa grabación no sólo aparece la voz de Allende. A Felipe se le quedó abierto el micrófono de ambiente, hecho que aclara por qué en su original ella registrara mi voz pidiendo a gritos a alguien: “¡Cierren esa puerta, huevones!”. Los asaltantes de La Moneda, por su parte, le pusieron o añadieron su música de fondo: balazos, disparos de artillería y hasta ruidos de aviones. No eran momentos protocolares. Tras su última frase y, sin colgar, Allende me añadió un escueto: “No hay más, compañero, eso es todo”. Y como siempre ocurre en ciertas circunstancias solemnes o dramáticas, no faltó el añadido de una nota ridícula. Soy su autor. A modo de despedida le dije: “Cuídese, compañero”.
Tras haber presentado a Allende ante el micrófono. Leonardo se acercó a mi lado, junto a la Plancha. Ambos habíamos escuchado aquellas últimas palabras. Le comenté escuetamente: “Este es su testamento político. Flaco, estamos sonados…”. Con un locutor y otro periodista proseguimos la transmisión de la Magallanes.
Estuvimos de acuerdo en difundir por segunda vez el discurso de Allende. Alrededor de las 10.20 de esa mañana, imprevistamente, nos sacaron del aire. Tratamos de establecer comunicación telefónica con la planta. Nadie respondió. Dedujimos que ya estaba en poder de los golpistas y nuestros compañeros muertos o detenidos.
En una breve reunión decidimos que lo único cuerdo en ese momento era desalojar los estudios. Amado Felipe, quien era el secretario político de nuestra célula del PC, y yo, decidimos quedarnos para revisar si en los estudios había papeles con nombres o menciones partidarias. Todo indicaba que un estilo de fascismo mapochino actuaba ahora desembozadamente.
Tras una despedida que no dejó de ser emocional, porque no era seguro que volviéramos a vernos vivos, varios compañeros reiteraron su fervor irrenunciable hacia la causa que encabezara el Presidente Allende. Cada uno partió a su hogar, porque ya se había hecho público que a las 14 horas comenzaba el toque de queda. Los dos compañeros de “seguridad” que nos había asignado el Comité Regional Capital del PC, prefirieron quedarse con nosotros.
Los dos días siguientes fueron agobiadoramente largos y tensos. Nos dividimos la tarea de la vigilancia de la radio, ahora convertida en ratonera, pues contaba con un solo acceso por la escalera y los ascensores. Nos esforzábamos por no ser sorprendidos si ocurría el allanamiento. Dormíamos por turnos. Volvimos a hacer una acuciosa revisión de todos los estudios. Lo más provechoso que hicimos con Amado Felipe fue dedicar muchas horas a reproducir las últimas palabras de Allende en unos pequeños carretes de cinta magnética. Así llegó el mediodía del jueves 13. Levantado el toque de queda, cerramos los estudios con llave. Nos despedimos antes de abandonar el pasaje Imperio. A Amado Felipe nunca más lo volví a ver.
Tres meses más tarde yo me asilaba en dependencias de la embajada de la entonces República Federal de Alemania, en un piso alto frente al Municipal, mediante los oficios solidarios del Agregado de Prensa Raban von Metzinger. Tuve que hacerlo porque a los generales de la Junta no les agradó que Allende los hubiese tratado en su discurso como lo que eran: traidores. Se ordenó mi detención; la evadí al costo de permanecer con mi mujer y mi hija chica, tres meses en una oficina de esa embajada y diez años en el exilio.
Aquel jueves me encontré con Ligeia, mi mujer, en Huérfanos frente al cine Central. Toda la gran manzana estaba atestada de militares armados. A ella le habían asegurado que ya era viuda, pues “a todos los de la Magallanes los mataron”. Pero algún militar que se distrajo de las interferencias telefónicas a la radio posibilitó que nos pudiéramos contactar por esa vía el día anterior. Y aunque no sabía qué podría ocurrir después, me avisó que pasaría a buscarme apenas levantaran el toque de queda. Junto con abrazarnos, emocionados hasta la pepa del alma, ella me preguntó: “¿Traes algo comprometedor?”. Cándida y honestamente respondí que no. Al menos así lo consideraba. Pero en el abrazo me delataron las cintas grabadas. Me miró como sólo ella sabe hacerlo.
-Bah, de veras –respondí- son copias del discurso de Allende.
También me sacó, entre nuevos abrazos, mi carnet del PC. Los metió sigilosamente en su bolsa del infaltable tejido. Y como dos viejos amorosos caminamos despacio hacia la casa de nuestra hija en el centro. Allí permanecimos un día. Y partimos hacia nuestra casa en Macul.
Así creí que terminaba esta historia. Pero siguió. Por medio de un “correo” envié diez de esas cintas grabadas a don Américo Zorrilla, quien participaba entonces en la dirección clandestina del PC, pues ya había recibido el encargo de repartir el resto entre el enjambre de corresponsales extranjeros que entonces pululaba en Santiago.
Nunca volví a ver a Amado Felipe, nuestro jefe de radiooperadores: incluido “democráticamente” en lista negra por los empresarios radiales y absolutamente cesante, se suicidó tiempo más tarde.
Testimonio
“El control bajó el volumen de la música y yo anuncié al Presidente”
Por Leonardo Cáceres
El 11 de septiembre de 1973 era martes y estaba nublado. Me desperté muy temprano, cuando el teléfono me transmitió la nerviosa información de un amigo que trabajaba en Investigaciones: estaba confirmado que había un levantamiento militar en curso, y en Valparaíso, la escuadra que participaba en la Operación Unitas había vuelto al puerto. Yo nunca había estado en un golpe de Estado. No sabía ni remotamente qué hacer ni de qué preocuparme.
Miraba pensativo por una ventana de mi casa, en la calle Tomás Moro, cuando vi que se abrían las puertas de la cercana residencia presidencial y tres o cuatro autos Fiat, escoltados por varias “tanquetas” de carabineros, salían a toda velocidad y se dirigieron hacia la avenida Colón. Ya no me cupo duda, algo grave estaba pasando: en uno de esos autos iba el Presidente Allende.
En mi citroneta me fui al centro, donde trabajaba como jefe de prensa de Radio Magallanes. En camino por Apoquindo y Providencia fui escuchando radio. Pasaba de la Agricultura, que emitía la marcial voz de Gabito Hernández alternada con la lectura de los primeros bandos militares y discos de Los Cuatro Cuartos, Los Quincheros y similares; a la Corporación y la Portales. De pronto escuché la voz del Presidente. Fue su primer mensaje. Él se había comunicado con Radio Corporación, como supe después.
Las emisoras de izquierda (Portales, Corporación, Magallanes, Candelaria, Recabarren y alguna más) integraban una cadena voluntaria y militante, La Voz de la Patria, que se enganchaba cada vez que era necesario para respaldar al Gobierno Popular, como réplica a la poderosa cadena de la oposición que tenía como cabeza a la Agricultura.
Lleguédio, en calle Estado con Agustinas, poco después de las 8. Ya estaban todos. Guillermo Ravest, el director, Eulogio Suárez, el gerente; los periodistas, los locutores. Se vivía un clima de máxima tensión, con la adrenalina a tope. Se intercambiaban las noticias con los rumores en medio de una sensación de caos. Sonaban todos los teléfonos al mismo tiempo. El Presidente volvió a dirigir al país un breve mensaje.
Hicimos la “pauta” del día sobre la marcha, envié periodistas a las sedes de los partidos y de la Central Única de Trabajadores, a la Asistencia Pública y, en especial, despachamos un móvil con tres periodistas a la planta transmisora de la Radio. ¿Quién podría asegurarnos que los golpistas no intentaran silenciar las radios, y para ello ocuparan los estudios de la calle Estado? En ese caso, la radio podría seguir transmitiendo desde la misma planta.
Muy temprano, ese día, los militares habían silenciado la radio de la Universidad Técnica del Estado. Poco después la Corporación. Así, la Magallanes quedó sola en el aire.
Redactábamos noticias a toda velocidad y las pasábamos al estudio para que los locutores las leyeran entre un disco y otro del Quilapayún o el Inti Illimani. En cierto momento entré al estudio y me quedé ayudando a leer unos comunicados de los cordones industriales y de la CUT. De pronto Ravest aparece agitando los brazos y tocando el cristal que separaba al estudio de la sala de control. En esta última había un teléfono a magneto conectado en directo con la oficina del Presidente en La Moneda. Había teléfonos similares a éste en las radios Portales y Corporación. Ravest nos dijo por comunicación interna que Allende estaba en línea y que teníamos anunciarlo de inmediato, sin esperar el final del disco que tocábamos. De inmediato. El control bajó el volumen de la música y yo anuncié al Presidente.
Ninguno de nosotros sabía que ésta iba a ser la última vez que el Presidente Allende hablara al país. No lo sabíamos, pero yo creo que sí. Era clarísimo, estaba hablando con la vista fija en los chilenos del futuro, en los que iban a sobrevivir al golpe, en los que iban a oír su voz diez, veinte o treinta años después. Allende habló para la historia.
El trabajo seguía, nervioso, en los estudios. Escuchábamos la voz del Presidente y al mismo tiempo ordenábamos los textos que se iban a leer a continuación y discutíamos con los periodistas. El radioperador había dejado abiertos los micrófonos del estudio mientras se emitía la voz del Presidente y por eso, en las grabaciones de ese histórico discurso, se oyen de fondo voces y órdenes.
Terminó el discurso presidencial y siguió la transmisión especial… hasta que alguien nos avisó que la planta transmisora había sido asaltada por un comando militar, el personal que allí estaba había sido detenido, y nosotros ya no estábamos en el aire. Nadie se fue a su casa, todos nos quedamos en la radio esperando lo que iba a venir.
Un par de horas después vimos por las ventanas de la calle Estado, que daban al poniente, a los aviones Hawker Hunter que lanzaban cohetes sobre La Moneda. Segundos más tarde, las llamas de un gigantesco incendio. Se quemaba la historia, nuestra historia, se incendiaban los símbolos de estabilidad y confianza en nuestra patria, en la democracia, en el avance hacia un país mejor y más justo. La feroz hoguera duró 17 años.
Escuche aquí el último discurso del Presidente Salvador Allende
Chile: La entrevista impertinente a Eduardo Frei Montalva por el ABC, 10/10/73
Publicado el 10 Septiembre 2013 Escrito por Fco. Javier Alvear Clarín
A 40 años de la tragedia de Chile y toda el agua -por no decir la sangre- que ha corrido bajo el puente, en el país se ha puesto (verdaderamente) de moda el pedir perdón. Un gesto que corre seriamente el riesgo de terminar convertido en una insufrible musaraña, dada la escasa e insoportable asimilación que ha manifestado nuestra sociedad respecto de la Revolución Chilena, de la figura de Presidente Allende y de su gobierno con la Unidad Popular (UP).
Es que cuando no se miente y desdeña descaradamente, nos encontramos con actitudes incalificables de claudicación (traición y vergüenza) o de exabruptos de megalomanía, igualmente insufribles.
Pues, el perdón debe, necesaria y primeramente, ir acompañado del reconocimiento de las responsabilidades y culpabilidades del caso (muchas de las cuales son vox populi desde hace décadas), tanto a nivel individual como institucional. Y ello requiere, a su vez, no solo honestidad y altura de miras. sino que, por sobre todo, valor. Como diría Sabina, para seguir con “El Rimbaud de Tirso de Molina”: “que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena”.
De modo tal, que todo ello, al menos, pasa por un ejercicio (impecable) de memoria y verdad histórica, de lucha infatigable contra –entre otros fantasmas- los esquizo afanes re-interpretativos de la Historia, más preocupados de re-escriturar el pasado (imperfecto) con el único propósito de justificar un presente cada vez más acuciante e insoportablemente incómodo y pueril.
Afortunadamente, para ello contamos, al margen de los más de 24 mil documentos desclasificados de la CIA, de los Informes Church y Hinchey, con las hemerotecas que nos permiten enfrentarnos directamente con ciertos momentos de nuestra historia reciente de un modo sencillamente espectacular.
Casi al cumplirse un mes del sangriento putsch fascista, el 10 de octubre de 1973 el diario ABC publicó una polémica e impertinente entrevista que el expresidente democristiano Eduardo Frei Montalva concedió a su corresponsal Luis Calvo.
Dado el (grueso) calibre y el rechazo que provocaron tales afirmaciones que el exmandatario chileno se vio obligado, en declaración pública urbi et orbi, a señalar que sus (lamentables) declaraciones habían sido (increíblemente) tergiversadas y sacadas de contexto, sin precisar mayormente.
Cabe señalar, que más tarde, en carta dirigida a Bernardo Leighton del 25 de junio de 1975 (publicada por El Mercurio del 14 de junio de 1998 y está disponible en la red), Frei, junto con referirse escuetamente al tema, señalando que “en cuanto a mi entrevista al ABC, me extraña que la cites. Hice una protesta pública por los diarios diciendo que el periodista español había abusado de mi confianza, que no le había dado una entrevista, que había tomado parte de mis palabras…”; plantea enfáticamente que no hizo la durísima descripción de Allende que –supuestamente- se le atribuye en esa entrevista, cuando señala que “entre otras cosas señalé mi protesta porque se ponía en mi boca una referencia al Presidente Allende que jamás hice. Por lo demás, tú estás acostumbrado a entrevistas que distorsionan palabras o te aprovechan”,
Por su parte, Leighton en respuesta del 26 de junio de 1975 (también publicada por diario El Mercurio de 21 de junio de 1998 y disponible en la red), no obstante, aceptarle la retracción de sus dichos en lo que respecta a la persona del presidente Allende, le señala categóricamente:
"Te cité tu entrevista en el ABC porque, con excepción de tu categórico desmentido en cuanto a Salvador Allende, en el resto la entrevista corresponde sustancialmente a lo que yo mismo te oí sostener en Santiago, antes y después del golpe militar”.
A continuación un extracto medular, que circula profusamente en el red. El dato clave es que lo podéis encontrar, especialmente, en sitios de la atomizada extrema derecha criolla. Un síntoma no menor, por cierto:
“La gente no se imagina, en Europa, que este país está destruido. No saben lo que ha pasado. Los medios informativos, o callaron lo que estaba ocurriendo desde 1970, en que Salvador Allende, rompiendo todas sus promesas, y alejándose de la legalidad, inicia una obra de destrucción sistemática de la nación, o dieron noticias falsas al mundo, porque eran, acaso, sin saberlo, cómplices de esta enorme falsedad: que se estaba haciendo un raro experimento político, consistente en la implantación del marxismo por métodos legales, constitucionales, civilizados. Y eso no ha sido verdad, ni es verdad. Y el mundo entero ha contribuido a la destrucción de este país, que hoy no tiene más salida salvadora que el gobierno de los militares.
El marxismo, con conocimiento y aprobación de Salvador Allende, había introducido en Chile innumerables arsenales, que se guardaban en viviendas, oficinas, fábricas, almacenes. El mundo no sabe que el marxismo chileno disponía de un armamento superior en número y calidad al del Ejército; un armamento para más de treinta mil hombres, y el Ejército chileno no pasa normalmente de esa cifra.
Los militares han salvado a Chile y a todos nosotros, cuyas vidas no son ciertamente tan importantes como la de Chile, pero que son vidas humanas, y muchas, y todas amenazadas perentoriamente. Y no puedo decir que estemos aún a salvo, porque --ya lo ve usted día tras día-- las Fuerzas Armadas siguen descubriendo reductos y arsenales.
La guerra civil estaba perfectamente preparada por los marxistas. Y esto es lo que el mundo desconoce o no quiere conocer.
Los militares fueron llamados, y cumplieron una obligación legal, porque el Poder Legislativo y el Judicial, el Congreso y la Corte Suprema habían denunciado públicamente que la presidencia y su régimen quebrantaban la Constitución, los acuerdos votados en el Parlamento y las sentencias dictadas por jueces absolutamente extraños a la política.
Allende vino a instaurar el comunismo por medios violentos, no democráticos, y cuando la democracia, engañada, percibió la magnitud de la trampa, ya era tarde. Ya estaban armadas las masas de guerrilleros y bien preparado el exterminio de los jefes del Ejército. Allende era un político hábil y celaba la trampa. Pero --ya sabe usted-- no se puede engañar todo el tiempo a todo el mundo. Las armas requisadas en virtud de la ley Carmona demostraron que la guerra civil se preparaba desde la presidencia de la República. Arrogantemente encarado con todos los poderes constitucionales, el presidente tuvo que reconocer su "inconstitucionalidad" propia. El país recibía armas para el "ejército paralelo" y eran armas rusas.
¿Por qué se ha mentido en el mundo? ¿Por qué en Europa, donde no conocían a Salvador Allende ni estaban al tanto de nuestros dramas -que son muchos dramas-, se idealiza a un hombre tan frívolo, más frívolo políticamente que moralmente, como Allende? Yo sé que Allende era inteligente, orador fácil y superficial, simpático de trato, chistoso, político del verbo politiquear. Pero Allende ni era un ideólogo ni era un estadista. Buscaba el modo de seguir en la cima del Poder, y también ocurrió que el Poder lo deslumbró, e hinchó su congénita arrogancia, y tuvo que pactar con sus enemigos políticos, es decir, los compañeros marxistas, y quizás rendirse a ellos, y quiso pactar, pero no tuvo éxito alguno, con nosotros, con la Iglesia y con las Fuerzas Armadas.
Cuando un Gobierno se niega a cumplir las leyes sociales, desatiende las advertencias del Colegio de Abogados, insulta y desobedece al Tribunal Supremo, menosprecia la inmensa mayoría del Congreso, provoca el caos económico, detiene y mata a los obreros que se declaran en huelga, arrolla las libertades individuales y políticas, "desabastece" el mercado para entregar los productos alimenticios y de toda clase a los monopolizadores marxistas del mercado negro; cuando un Gobierno procede así, cuando se producen en un país condiciones que no se han producido nunca como en Chile tan claras y abundantes en la Historia del mundo, el derecho a la rebelión se convierte en deber. Es un derecho jurídico proclamado por todos los tratadistas e historiadores, como el padre Mariana en España.
El programa de los marxistas era inexorable: la conquista de todo el Poder para ellos, poniéndose fuera de la ley, porque se consideraban los autores únicos de una nueva ley de una nueva constitución. Y eran realmente la minoría. Todos ellos, toda la unidad popular, sumaban un 34 por 100 de los votos. Las críticas a la democracia cristiana vienen de este hecho: que nosotros agotamos todos los medios para lograr una rectificación de la política de la Unidad Popular. Queríamos que se volviera a la legitimidad. Encontramos dilaciones, ausencia de franqueza y nunca pudimos llegar a resultados concretos y positivos. En estas condiciones, la Democracia Cristiana ofreció la renuncia de todos, absolutamente todos, sus parlamentarios para que se procediera a una consulta popular o plebiscito que evitara a Chile la tragedia de la guerra civil que vislumbrábamos en el horizonte. Todo lo que le digo, todo, es historia veraz de Chile, y hay documentos sobrados que lo demuestran.
La Unidad Popular seguía conscientemente una política que condujera al caos y a la locura colectiva. Segundo, que las fuerzas militares han salvado realmente al país de su total aniquilamiento. Tercero, que la Democracia Cristiana no deseaba esto, naturalmente. Usted no desea operarse de un cáncer, pero llega un momento en que usted tiene que operarse el cáncer. Nuestros cirujanos son las Fuerzas Armadas, y el pueblo solicitó su intervención insistente, estruendosa y heroicamente.
Todo estaba estatizado, los bancos, las industrias, las minas, la agricultura, y pensaban estatizar los quioscos de periódicos para impedir que circularan aquellos "no marxistas". El comercio era suyo. Al tiempo que se creaba un ejército clandestino y paralelo se metodizaba el mercado negro, en poder de la burocracia marxista y de los obreros.
La gente de Europa no se imagina lo que era esto. Viven ofuscados por la gran mentira del experimento de la democracia hacia el comunismo. Pero si eso no es posible. Es una contradicción en los términos, una antinomia. Si Allende, que no era ideólogo, pero sí maniobrero, sabía que no era posible, y por eso utilizaba, para engañarnos, "la muñeca". Es alarmante que en Europa no se enteren. Este país está destruido. Necesita que se fijen en él. Necesitamos que prevalezca la verdad con documentos irrebatibles, con la divulgación de hechos vergonzosos. Este país está destruido hoy, hoy.”
*“Eugenio Lira Massi In Memoriam”
“Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira”
(J. Sabina)