CALVO OSPINA /
Publicado septiembre 2013 • en Contrainjerencia
HERNANDO CALVO OSPINA – Desde 1961, apenas posesionado, el presidente John F. Kennedy nombró un comité encargado de las elecciones que se desarrollarían en Chile tres años después. Según la investigación de la Comisión Church del Senado estadounidense[1], estuvo compuesto de altos responsable del Departamento de Estado, la Casa Blanca y la CIA. Este Comité fue reproducido en la embajada estadounidense en Santiago, capital chilena. El objetivo era impedir que el candidato socialista, Salvador Allende, ganara los comicios [2].
Allende era un marxista convencido de que por la vía pacífica se podía llegar al gobierno, y, desde ahí, darle un vuelco a las estructuras del Estado en beneficio de las mayorías empobrecidas. Expresaba que para lograr tal objetivo se debía nacionalizar las grandes industrias, priorizando las que estaban en manos estadounidenses, al ser éstas las que explotaban los recursos estratégicos. Estos, y otros ideales sociales, lo convirtieron en un indeseable para Washington: podría servir de ejemplo para los pueblos de otras naciones latinoamericanas.
Para hacerle oposición, varios millones de dólares fueron distribuidos entre los partidos políticos de centro y de la derecha para que realizaran su propaganda. Al momento de elegir el candidato a la presidencia, Washington decidió apoyar a Eduardo Frei, del partido Demócrata Cristiano, un personaje que impuso a sus otros financiados.
En total, la operación costó unos veinte millones de dólares, una suma inmensa para la época, al punto de sólo poderse comparar con lo gastado en las elecciones presidenciales estadounidenses. Es que Washington no tanto invirtió en el candidato Frey, sino que realizó toda una campaña de propaganda anticomunista a largo plazo.
La Comisión del Senado dijo: “Se explotaron todos los medios posibles: prensa, radio, películas, volantes, folletos, correos, banderolas, pinturas murales.” La Comisión reconoció que la CIA realizó, por intermedio de sus partidos comprados y varias organizaciones sociales, una “campaña alarmista” donde el objetivo principal fueron las mujeres, a las cuales se les aseguraba que los soviéticos y los cubanos llegarían para arrebatarle a sus hijos si ganaba Allende. Afiches distribuidos masivamente mostraban a niños llevando en la frente un tatuaje con la hoz y el martillo. La tradición religiosa también fue manipulada al máximo para que se temiera al “comunismo ateo e impío.”
La operación psicológica funcionó por encima de las expectativas: Frei logró el 56% de votos, mientras que Allende el 39%. La CIA, según la Comisión del Senado, aseguró que “la campaña de inculcar miedo anticomunista había sido la más eficaz de todas las actividades adelantadas.”
Fue una operación psicológica, con carácter de guerra, cuya base eran los planes aplicados en Guatemala que terminaron derrocando al presidente Jacobo Arbenz, en junio de 1954 [3]. Una operación que en Chile no se desmanteló con el triunfo de Frei, porque, a pesar de todo, la cantidad de votos logrados por Allende fue alta. Y el vencido tenía todas las intenciones de presentarse a las futuras elecciones.
En sus Memorias William “Bill” Colby, jefe de la CIA entre 1973 y1976, cuenta que durante las elecciones presidenciales de 1970, “la CIA debió dirigir todos los esfuerzos contra el marxista Allende. Ella se encargó de organizar una vasta campaña de propaganda contra su candidatura.” [4] La operación se llamó “Segunda Vía”. Todo por orden directa del presidente Richard Nixon.
Henry Kissinger, el consejero para la Seguridad Nacional del presidente, expresaría durante una reunión del Consejo de Seguridad sobre Chile, el 27 de junio de 1970: “Yo no veo por qué debemos quedarnos indiferentes, mientras un país cae en el comunismo por culpa de la irresponsabilidad de su pueblo.” [5] O sea, la soberana decisión de los ciudadanos no podía ser válida si no estaba en concordancia con los intereses estadounidenses. Durante esta reunión se decidió sumar trescientos mil dólares a la operación de propaganda que ya se adelantaba.
Según la Comisión Church del senado, Richard Helms, jefe de la CIA desde 1966, envió a dos oficiales de la CIA, a los que conocía desde los primeros preparativos de invasión a Cuba, como responsables; ambos especialistas de la guerra psicológica y la desinformación; con importante participación en el golpe de Estado en Guatemala, y acababan de desembarcar de la guerra en Indochina: David Atlee Phillips y David Sánchez Morales. La Comisión del Senado dijo que una de las consignas que englobaba la campaña era: “La victoria de Allende significa la violencia y la represión estalinista.”
Pero el 4 de septiembre de 1970 Allende ganó las elecciones. Escribe Colby que “Nixon entró en cólera. Él estaba convencido de que la victoria de Allende haría pasar a Chile al campo de la revolución castrista y anti-americana, y que el resto de América Latina no tardaría en seguirle los pasos.” Prosigue el ex patrón de la CIA: Nixon convocó a Helms “y le impuso muy claramente la responsabilidad de evitar que Allende asumiera sus funciones.” En la misma reunión Nixon encargó a Kissinger darle un seguimiento estricto al complot.
Es que quedaba una posibilidad para evitar que Allende asumiera la presidencia: había triunfado pero con una mayoría relativa, debido a que las fuerzas de izquierda se habían dividido, carcomidas por la campaña mediática y/o el dinero que la CIA logró inyectar a ciertos grupos. Por tanto el Congreso chileno se debía reunir el 24 de octubre para decidir entre Allende y Jorge Alessandri, candidato del partido conservador y quien obtuviera la segunda votación. El plan de Washington era, entonces, comprar el voto de congresistas para que no confirmaran el triunfo del socialista. Helms envió a un “grupo de trabajo” que mantuvo una “actividad frenética” durante seis semanas”, según relata Colby. Esto tampoco funcionó y Allende sería declarado ganador de las elecciones.
Los operarios especiales de la CIA tomaron contacto con responsables políticos y militares para seleccionar aquellos que podrían estar listos para actuar contra Allende, “y determinar con ellos la ayuda financiera, las armas y el material que fuera necesario para barrerlo de la ruta hacia la presidencia”, según Colby.
La mayor esperanza se centró en las Fuerzas Armadas, pero todo dependía de su comandante, el general René Schneider. El problema que encontró la CIA es que este militar había expresado claramente que su institución respetaría la Constitución. Y Colby, en sus Memorias, reconoce con una naturalidad espeluznante: “Entonces era un hombre a matar. Se organiza contra él una tentativa de secuestro que termina mal: fue herido al oponer resistencia y muere poco después debido a las heridas.”
Según la Comisión Church el 22 de octubre, muy temprano en la mañana, la CIA entregó a conspiradores chilenos metralletas y municiones “esterilizadas”, denominadas así porque en caso de investigación no es posible determinar su origen. Horas después se produjo el atentado. Tres días después moriría Schneider, “el hombre a matar”. Inmediatamente el presidente Nixon envió un cínico mensaje a su homólogo chileno: “Yo quisiera hacerle parte de mi dolor ante este repugnante acto.” El sucesor de Schneider sería un tal general Pinochet.
El 3 de noviembre de 1970 Allende se posesionó como presidente: Nixon no le envió el regular mensaje de felicitación que exige el protocolo diplomático, ni el embajador estadounidense asistió a la investidura.
Ahora correspondía preparar la desestabilización del nuevo gobierno, lo cual se encargaría a la Dirección del Hemisferio Occidental de la Agencia. Una dependencia que desde 1972 tuvo como director a un oficial con gran experiencia en operaciones clandestinas: Ted Shackley. Y éste nombró a su hombre-sombra, Tom Clines, para que se concentrara en el “caso Allende”, teniendo bajo su responsabilidad a los viejos colegas Sánchez Morales y Atlee Phillips.
En marzo del siguiente año Bill Colby vuelve a ser el superior de Shackley y Clines como subdirector de Operaciones Especiales. Este trío regresaba de estar al frente de la guerra sucia en Indochina, muy particularmente en Vietnam.
Desde 1972 este equipo de la CIA, en Washington y Chile, fue desarrollando la operación más perfeccionada de desinformación y sabotaje económico que hasta ese momento se conociera en el mundo. Colby confesó que fue una “experiencia de laboratorio que demostró la eficacia de la inversión financiera para desacreditar y derrocar a un gobierno.” [6]
No fue todo. Según la Comisión del Senado estadounidense, la estación de la CIA en Santiago se dedicó a recoger toda la información necesaria para un eventual golpe de Estado. “Listas de personas a detener; infraestructuras y personal civil que debían ser protegidos con prioridad; instalaciones gubernamentales a ocupar; planes de urgencia previstos por el gobierno si se diera un levantamiento militar.” [7]
Según el ex funcionario del Departamento de Estado, William Blum, esta información sensible de Estado fue obtenida a partir de la “compra” de altos funcionarios y de dirigentes políticos de la coalición partidaria de Allende, La Unidad Popular [8] . Mientras que en Washington los empleados de la embajada chilena se quejaban de la desaparición de documentos, no sólo de la sede diplomática sino de sus propios domicilios. Sus comunicaciones fueron sometidas a escucha. Un trabajo realizado por el mismo equipo que muy poco después se involucraría en el Watergate. [9]
La acción contra Allende necesitó de una campaña internacional de difamación e intrigas. Buena parte de ella fue encargada a un inexperto en política exterior y casi desconocido político, aunque viejo conocido del presidente Nixon y de los hombres que adelantaban la operación: George H.W. Bush. Esa tarea la realizó como embajador en la ONU, función que ocupaba desde febrero de 1971. Cuando fue nombrado para el cargo nadie quiso recordar que pocos meses antes había logrado, como representante a la Cámara de Texas, que se restableciera en ese Estado la pena de muerte para los “homosexuales reincidentes”.
El 11 de septiembre de 1973 se da el sangriento golpe de Estado contra el gobierno de Allende, encabezado por el general Augusto Pinochet, y se desata una terrible represión. Aunque Shackley había dejado su cargo poco antes de aquel fatídico día, fue la figura clave en el operativo. Su biógrafo afirma: “Salvador Allende murió durante el golpe. Cuando el humo se disipó, el General Augusto Pinochet, dirigente de la Junta Militar, estaba en el poder dictatorial, debido en parte al arduo trabajo de Shackley [...]” [10]
Casi un mes después, el 16 de octubre, Henry Kissinger recibiría el Premio Nobel de la Paz… Al año siguiente del golpe, mientras la dictadura seguía ensangrentando a la nación, el presidente Gerald Ford declaraba que los estadounidenses habían actuado “por los mejores intereses de los chilenos y, obviamente, para los de Estados Unidos.” [11]
Mientras que en 1980 el ex presidente Nixon escribiría: “Los detractores se preocupan únicamente por la represión política en Chile, e ignoran las libertades fruto de una economía libre […] Más que reclamar la perfección inmediata en Chile, deberíamos apoyar los progresos realizados.” [12]
(* Con algunos pocos cambios, este es un capitulo tomado del libro “El Equipo de Choque de la CIA”. El Viejo Topo, Barcelona, 2010.)
Notas:
1- Comisión especial presidida por el senador Frank Church: “Alleged Assassination Plots Involving foreign Leaders.” November, 1975. U.S. Government printing office 61-985, Washington, 1975.
2- Cover Action in Chile, 1963-1973. The Select Committe to Study Governmental Operations with Respect to Intelligence Activities, US Senate. Washington, 18 décembre 1975.
3- El presidente estadounidense Dwight David Eisenhower autorizó a la CIA el derrocamiento de Arbenz, aplicando un plan integral, inédito hasta ese momento en el continente, que contenía acciones de guerra sicológica, mercenaria y paramilitar, cuyo nombre en clave fue PBSUCCESS. Ver: Cullather, Nick. “Secret History: the CIA Classified Accounts of its Operations in Guatemala, 1952-1954″. Stanford University. 1999.
4- Colby, William. “30 ans de C.I.A.” Presses de la Renaissance. París, 1978.
5- Newsweek. Washington, 23 septembre 1974.
6- New York Times. 8 septembre 1974.
7- Cover Action in Chile, 1963-1973. Ob. Cit.
8- Blum, William. “Les guerres scélérates”. Parangon, París 2004.
9- Watergate se llamaba el edificio donde ese encontraban las oficinas del Partido Demócrata. Ilegalmente, en 1972 el presidente Nixon ordenó que fueran puestas bajo escucha. Ante las pruebas y el escándalo el presidente debió renunciar en agosto de 1974. Ver: Marchetti, Victor y Marks, John. “La CIA et le culte du renseignement”. Ed. Robert Laffont. París, 1975.
10- Corn, David. Blond Ghost, “Ted Shackley and the CIA’s Crusades”. Simon & Schuster. New York, 1994.
11- New York Times. 17 septembre 1974.
12- Nixon, Richard. “La vraie guerre”. Albin Michel. París, 1980.
El recuerdo de Pinochet parte Chile
La derecha del presidente Piñera y la izquierda de la candidata Bachelet conmemoran por separado el 40 aniversario del golpe de Estado
Rodrigo Cea El País es Santiago de Chile 9 SEP 2013 - 20:43 CET
El fuego de un cóctel molotov alcanza a dos policías durante las manifestaciones del domingo en Santiago de Chile. / IVAN ALVARADO (REUTERS)
A dos días de que se cumpla en Chile el 40 aniversario del golpe de Estado liderado por Augusto Pinochet, la derecha en el Gobierno y el centroizquierda de la oposición conmemoraron este lunes por separado la fecha. El 11 de septiembre de 1973, el presidente constitucional Salvador Allende murió tras el bombardeado de aviones de la Fuerza Aérea al palacio de La Moneda durante la toma del poder por parte del Ejército.
Los actos —celebrados con minutos de diferencia y a sólo dos kilómetros de distancia— fueron encabezados por la expresidenta Michelle Bachelet, de un lado, y del otro por el actual presidente conservador, Sebastián Piñera, dejando de manifiesto las profundas diferencias que existen entre ambos bandos 23 años después del fin de la dictadura militar (1973-1990).
La decisión de no asistir a la ceremonia oficial en el palacio presidencial de La Moneda por parte del bloque opositor provocó una áspera polémica durante los últimos días, alimentada por el clima electoral previo a las elecciones presidenciales y parlamentarias de noviembre próximo. Durante los últimos 10 días, además, actores sociales y políticos de diversos sectores —incluido Piñera— realizaron declaraciones de perdón y reconocimientos de errores previos y posteriores al golpe de Estado.
Michelle Bachelet dio comienzo a la jornada cuando llegó a las 9.30 horas al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en el centro de Santiago de Chile. La socialista hoy lidera la coalición Nueva Mayoría: un conglomerado de centroizquierda que —en un hecho inédito desde el retorno a la democracia en 1990— desde abril pasado incluye al Partido Comunista. La exdirectora de ONU Mujeres recorrió acompañada por su madre las salas del recinto donde hay una fotografía de su padre, Alberto Bachelet, general de la Fuerza Aérea juzgado por traición a la patria que murió encarcelado a causa de un infarto en marzo de 1974.
“Este ejercicio de verdad y de reconocimiento no es autocomplaciente ni victimizante, es para conocer la verdad”, dijo Bachelet en su discurso, en el que además destacó que la verdad y la justicia son dos condiciones básicas para la reconciliación del país. “Tenemos la necesidad de conocer qué pasó con las víctimas”, señaló la candidata presidencial de la Nueva Mayoría, la gran favorita en todas las encuestas para ganar los comicios del 17 de noviembre próximo.
Con la ausencia de Patricio Aylwin —el primer presidente de la etapa democrática, quien se excusó por motivos de salud—, al acto asistieron alrededor de 500 invitados, entre los cuales destacaron los exmandatarios Eduardo Frei y Ricardo Lagos. Antes del comienzo de la ceremonia, Lagos aseguró que aún falta un diagnóstico común de lo ocurrido para superar las divisiones. “Debería haberse hecho un solo acto para demostrar que, a 40 años, puede haber coincidencias”, señaló Lagos. El acto oficial en el palacio La Moneda comenzó sin representantes de la oposición y sólo tres de los nueve candidatos presidenciales que habían sido invitados.
Frente a unas 200 personas —funcionarios destacados, miembros del poder judicial, Fuerzas Armadas e iglesias—, Piñera apeló a un espíritu de reconciliación al recordar el clima político previo al golpe de Estado y reconoció la gravedad de las violaciones de los derechos humanos. La dictadura dejó 3.214 ejecutados políticos. De ellos, 1.000 permanecen desaparecidos.
“El 11 de septiembre de 1973 un violento golpe de Estado puso término a la Unidad Popular y puso inicio a 17 años de régimen militar. Sin embargo no fue algo súbito, sorpresivo, sino que fue el desenlace previsible, pero no por ello inevitable de una agonía de los valores de la sociedad chilena”, dijo Piñera, quien comentó que el Gobierno de Salvador Allende “reiteradamente quebrantó la legalidad y el estado de derecho”.
En el plano de las responsabilidades, Piñera reiteró sus críticas de la semana pasada a los medios de comunicación “que se limitaron a entregar la versión oficial de los hechos” y al poder judicial. “Muchos de nosotros que pudimos hacer mucho más en la defensa de los derechos humanos nos alcanza una cuota de responsabilidad. Estoy seguro de que si volviéramos atrás, la inmensa mayoría de los actores se comportaría mucho mejor”, dijo el mandatario de derecha, que con estas palabras marcó un hito en su sector en materia de reconocimiento de errores y omisiones durante la dictadura.
Al margen de los actos oficiales, la ciudad de Santiago se prepara estos días para desórdenes públicos provocados por manifestaciones no autorizadas al calor de la conmemoración del golpe.
Tiempos de ‘mea culpa’
R. CEA, Santiago de Chile
Desde hace 10 días, actores políticos de la derecha oficialista chilena y de la oposición y miembros del poder judicial, entre otros, han realizado declaraciones —individuales o colectivas— en las cuales reconocen “errores” u “omisiones” en su desempeño durante los 17 años de la dictadura militar de Augusto Pinochet.
El primero en pronunciarse fue el senador Hernán Larraín, líder histórico de la Unión Demócrata Independiente (UDI), el partido de la derecha más conservadora. Miembro de la Corporación de Amigos de Colonia Dignidad —comunidad alemana ubicada 300 kilómetros al sur de Santiago que sirvió como centro de detención durante la dictadura—, Larraín pidió perdón por lo hecho “o por omitir lo que debía hacer”. El senador provocó críticas públicas de los partidarios más radicales de su partido.
Luego fue el senador socialista Camilo Escalona quien aseguró que no tenía problemas en pedir perdón por los excesos que pudo haber cometido antes del golpe de Estado. Entonces tenía 18 años y era líder estudiantil del colegio en que cursaba el último año de educación secundaria.
La declaración que generó más reacciones fue el texto de dos cuartillas de la Asociación Nacional de Magistrados del Poder Judicial, agrupación que reúne al 70% de los jueces del país. “Ha llegado la hora de pedir perdón a las víctimas, a sus deudos y a la sociedad chilena por no haber sido capaces en ese trance crucial de la historia”, se lee en el documento que —elogiado por el presidente Sebastián Piñera— interpelaba a sus superiores de la Corte Suprema a pronunciarse en un sentido parecido. Dos días después, el pleno del máximo tribunal del país reconoció “graves acciones y omisiones”, pero no pidió perdón.
Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, entre 1973 y 1983 los tribunales chilenos acogieron sólo 10 de los 5.400 recursos de amparo presentados por personas detenidas de manera ilegal o que temían por integridad física debido a la brutal represión de la Junta Militar de Pinochet contra la oposición.
MIGUEL ENRíQUEZ secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) analiza la situación en entrevista con Marta Harnecker.
(Enríquez cayó combatiendo a la dictadura el 5 de octubre de 1974)
Revista Chile Hoy Nº 59,
27 de julio-2 de agosto 1973
Ch. H.: En nuestros reportajes en la base hemos comprobado que en gran medida se han superado las divisiones en el seno de la izquierda. En muchos casos han sido los propios comunistas los que han planteado la integración del MIR a las nuevas tareas.
- ¿A qué atribuye usted esta situación?
- Miguel Enríquez: El frustrado intento golpista del viernes 29 de junio creó una nueva situación política y generó la inmediata respuesta de la clase obrera y el pueblo. Los trabajadores tomaron conciencia de que sus conquistas y libertades estaban amenazadas. Amplios sectores de trabajadores se activaron profundizando la contraofensiva revolucionaria y popular en desarrollo.
Esta se expresó en la toma masiva de fábricas y fundos, en la elevación de los niveles de organización y conciencia de las masas, en el fortalecimiento y multiplicación de nuevas formas de organización independiente de las masas: cordones industriales, comandos comunales, comandos de abastecimiento, consejos comunales campesinos. Se desarrollaron y multiplicaron también los órganos de defensa y autodefensa de las masas. ‘En esta fase, la inmediatamente posterior al intento golpista, se colocó objetivamente en el primer plano de la lucha contra el golpismo.
De esta forma, por encima de las diferencias de apreciación en cuanto a la táctica concreta, la valoración de las formas de organización y defensa de masas a impulsar, que existían y existen a nivel de las direcciones políticas, la activación y radicalización de la clase obrera y el pueblo arrastró al conjunto de la izquierda a nivel de base a una política de acción común. Al menos, en esta fase, los trabajadores impusieron la necesidad de niveles de unidad y contraofensiva frente al enemigo de clase. Este proceso coincidió en el tiempo con la política y táctica que veníamos impulsando: el desarrollo de una contraofensiva revolucionaria y popular, la reagrupación de los revolucionarios y la acción común con el resto de la izquierda, todo lo cual cristalizó, repito, en esta fase, en un mayor grado de unidad de la izquierda tras políticas revolucionarias, o al menos, en una táctica más ofensiva y en el fortalecimiento de la acción común.
- Ch.H.: Por qué dice usted “en esta fase” ¿Ha cambiado esa situación posteriormente?
- M.E.: En realidad, la situación ha ido modificándose en algunos aspectos en las últimas semanas. La aventura golpista del grupo armado del PN abortada el viernes 29 de junio generó una respuesta que evidenció una enorme fortaleza de la clase obrera y el pueblo, que se expresó también en la actitud de la su oficialidad y tropa de las Fuerzas Armadas y en las posiciones de la oficialidad anti golpista. Esto obligó a los sectores abiertamente golpistas del PN, del PDC y de las FF.AA. a replegarse y a subordinarse a los sectores que, bajo conducción freísta, levantaron una táctica diferente: la táctica del emplazamiento. La táctica del emplazamiento militar y del chantaje político e institucional sobre el Gobierno busca golpear, desarticular, dividir y desmoralizar a la clase obrera, a los trabajadores y a la vanguardia; radicalizar progresivamente el contenido del emplazamiento, obligar al Gobierno a una capitulación que puede revestir distintas formas, para después derrocarlo y aplastar y reprimir a los trabajadores y a la izquierda.
Esta política reaccionaria aleja la percepción del golpismo como hecho inmediato a los ojos de las masas y la izquierda, hace aparecer a las clases patronales haciendo exigencias políticas que confunden y desarman a sectores de la izquierda. Así, mientras por un lado las masas se radicalizan y con ellas extensos sectores de la izquierda asumen una política más radical resistiendo la capitulación, por otro lado se generan las condiciones para que otros sectores, los vacilantes y los reformistas recalcitrantes, intenten una vez más la conciliación de clases. Hoy, bajo las banderas de la “normalización” de la producción y del país, del diálogo y el consenso mínimo, los partidarios de la implementación de un proyecto de conciliación de clases como salida política a la actual situación intentan construir las condiciones para el diálogo proponiéndose la devolución de las grandes empresas tomadas por los trabajadores, tolerando incursiones represivas contra trabajadores movilizados en cordones y comandos, permitiendo el desalojo policial de fábricas tomadas, abriendo querellas en contra de organizaciones revolucionarias, tentándose con la represión. Mientras paralelamente algunos como Gladys Marín, se encargan de asumir la defensa política de la conciliación a través de la deformación de nuestras políticas y de mal intencionadas críticas a nuestras posiciones. Pero, al mismo tiempo, la clase obrera, el pueblo y los sectores más radicales de la izquierda, siguen exigiendo e impulsando la táctica de la contraofensiva, planteándose una acción común y llevándola a cabo en la práctica.
- Ch.H.: Pero el análisis de la actual coyuntura ¿permite otra salida?
M.E.: Los reformistas recalcitrantes, e incluso los centristas, sostienen sus políticas sobre dos premisas: plantean que si bien la situación es “difícil”, ésta tiende a “normalizarse”, y que por otra parte no hay fuerza suficiente para desarrollar una contraofensiva A partir de estas premisas, atadas luces falsas, concluyen que la tarea fundamental es ganar tiempo, dar un paso atrás para luego dar dos adelante, tener un respiro, una tregua.
En realidad, las fuerzas golpistas civiles y uniformadas no han sido desarticuladas, al contrario, se fortalecen descaradamente en la más absoluta impunidad. La táctica del emplazamiento y del chantaje está en pleno desarrollo, entregándole rendimientos más que suficientes a las clases patronales y fortaleciendo progresivamente sus posiciones. La clase obrera y el pueblo, si bien en la última semana han continuado llevando adelante su táctica de contraofensiva, también han sufrido importantes golpes, como consecuencia de la política de “respiro” que del 29 acá impulsan los sectores reformistas recalcitrantes y vacilantes del Gobierno y la UP: desalojos, allanamientos y devolución de empresas. La situación es muchísimo más grave que en todas las coyunturas agudas anteriores, en la medida en que las clases patronales han logrado esta vez llevar masivamente el enfrentamiento político y social desde el terreno civil al interior de los cuarteles. Dos bloques sociales y políticos se han constituido, toman posiciones, se amenazan y acechan el uno al otro. No es posible pretender volver a la “normalidad” anterior. Sólo será posible eliminar la amenaza golpista desarticulando y aplastando ahora a los sectores civiles y uniformados comprometidos en la política del golpe. A su vez, esto será factible sólo si se acumula aceleradamente fuerzas, donde es posible acumularla: el movimiento de masas y la oficialidad y suboficialidad antigolpista de las FF.AA. La única táctica que puede permitir esta acumulación de fuerzas consiste en desarrollar ahora una extensa contraofensiva revolucionaria y popular. Una táctica dilatoria que permita ganar tiempo puede ser correcta, pero sólo en determinadas situaciones y siempre que ello no implique debilitar nuestras propias fuerzas y este no es el caso de la coyuntura actual.
La correlación de fuerzas producida inmediatamente después del intento golpista abortado es la mejor que se ha creado en los últimos años. La correlación de fuerzas es todavía buena, y es posible, si se implementa una táctica adecuada, mejorarla enormemente y en forma rápida. Nunca antes se había desarrollado una activación y radicalización de la clase obrera como la generada en las últimas semanas; sectores del movimiento campesino, de los pobladores y el movimiento de masas en provincias han desarrollado considerablemente sus niveles de conciencia y organización. Mediante una táctica revolucionaria es posible multiplicar esta fuerza enormemente y a corto plazo. La oficialidad antigolpista, la suboficialidad y la tropa de todas las ramas de las FF.AA. han sido capaces, hasta aquí, de neutralizar los intentos golpistas del 29 de junio y los posteriores en el interior de los cuarteles. La debilidad de la clase obrera y el pueblo no se originó ni se origina en una correlación de fuerzas favorables. Se desarrolló y se está desarrollando una táctica defensiva y vacilante que debilita al pueblo; que en la búsqueda de ganar tiempo está terminando por dar tiempo a las clases patronales para articularse, para fortalecerse, para pasar a la ofensiva, emplazar al Gobierno, hacerlo capitular y golpear a la clase obrera y el pueblo.
- Ch.H.: ¿Por qué la derecha les atribuye a ustedes la responsabilidad de las acciones de los cordones industriales cuando en ellos predomina la acción de otros partidos?
- M.E.: Si bien el MIR orgánicamente no es fuerza mayoritaria, entre los trabajadores, ha tenido un enorme crecimiento, especialmente en la clase obrera durante los últimos meses. Más aún, las políticas y tácticas que nosotros y los sectores más radicalizados de la izquierda levantamos en 1971 (expropiación de fundos de más de 40 hectáreas, extensión del Área Social más allá de las noventa empresas, control obrero en el área privada, dirección obrera en el área social, expropiación de la Cámara Chilena de la Construcción, distribución igualitaria y equitativa y expropiación de las grandes distribuidoras, comandos comunales y poder popular, lucha contra la ley de control de grupos armados, derecho a voto de los suboficiales y soldados de las Fuerzas Armadas y Carabineros, etc.), se han transformado en las políticas y tácticas predominantes en el seno de la clase obrera y el pueblo.
Es decir, la influencia política del MIR en el seno de las masas se ha extendido en forma considerable. De esta manera es comprensible que las clases patronales dirijan su artillería contra los destacamentos de vanguardia de los trabajadores, contra las organizaciones capaces y sobre todo dispuestas a conducir a la clase obrera y las masas en todos los enfrentamientos. Al mismo tiempo les interesa, para su trabajo político en el cuerpo de oficiales, crear la imagen de un movimiento de masas conducido por una caricatura de nuestra organización, que simbolice la anarquía y el caos. A esto cooperan los sectores reformistas recalcitrantes de la izquierda que ante la ofensiva reaccionaria abren diálogo con sectores patronales y se interesan por diferenciarse públicamente de los sectores revolucionarios, como una manera de contribuir al dialogo.
- Ch.H.: Ustedes han puesto el acento en la formación de los comandos comunales.
¿Cuál es el papel que le asignan a estas organizaciones de masas?
- M.E.: Desde hace dos años venimos impulsando el desarrollo de formas de organización de masas que, enfrentando el orden burgués, generen embrionariamente formas de dualidad de poder, único camino que permite cristalizar la acumulación de fuerzas que se ha venido desarrollando. Si bien al principio esto no tomó forma concreta a nivel de masas, a fines de 1972 frente a las agresiones patronales desde las trincheras de la institucionalidad burguesa, el movimiento de masas y extensos sectores de la izquierda tomaron conciencia de la necesidad de organizar su propio poder y lo impulsaron desde la base, generando las formas de Poder Popular ya conocidas.
Entendemos estas organizaciones de Poder Popular, articuladas fundamentalmente alrededor de los comandos comunales. Se trata de unir orgánicamente al pueblo, de articular a la clase obrera con el resto de las clases y capas explotadas, para que de esta manera pueda la clase obrera ejercer efectivamente su papel de vanguardia y dirección en el seno del pueblo: entre pobladores, estudiantes y campesinos.
Para ello es necesario, a partir de los niveles orgánicos actuales de los trabajadores (cordones industriales, consejos comunales campesinos, comandos de abastecimiento, JAP y almacenes populares), organizar los comandos comunales como una democracia directa, con generación democrática de las direcciones, levantando un programa comunal, impulsando la acción directa de las masas y exigiendo al Gobierno apoyar la lucha del pueblo, desarrollando la lucha antiburocrática, exigiendo primero cuentas a los funcionarios públicos y luego removiéndolos como formas de lucha contra el aparato de Estado capitalista.
En el desarrollo del Poder Popular se han dado dos desviaciones: los que de una manera explícita o implícita se han opuesto a él, con espíritu sectario o con el propósito de mantener niveles de hegemonía o monolitismo burocrático en el movimiento de masas, estableciendo su oposición a los comandos comunales, sosteniendo que estos generan “paralelismo sindical”, insistiendo que la CUT es suficiente para organizar y representar los intereses del pueblo. (La CUT no ha logrado estructurar nacionalmente una eficiente organización comunal; la CUT por sus objetivos, carácter y estructura, no incorpora a pobladores, campesinos y estudiantes).
La otra deformación ha consistido en restringir en la práctica el desarrollo del Poder Popular al desarrollo de los cordones industriales, cuestión que siendo necesaria no es suficiente, pues sólo aprovecha los niveles de organización que ya tiene la clase obrera y no organiza ni incorpora a las otras capas del pueblo. Se renuncia así, en esta forma, a acumular fuerza política y orgánica en estas capas, manteniendo dividido al pueblo y retardando y dificultando su unidad.
Después del intento golpista del 29 pasado, la activación de los trabajadores atravesó a la clase obrera y a todas las capas del pueblo, fortaleciéndose y multiplicándose todas las formas de organización independientes y autónomas de la clase y las masas; cordones industriales, consejos campesinos, comités de vigilancia y defensa, etc., generándose también comandos comunales en muchas comunas del país.
Era, y todavía es, el momento de impulsar el desarrollo de los comandos comunales y así lo estamos haciendo.
- Ch.H.: ¿Cuál es la posición de ustedes frente a los cordones industriales?
- M.E.: Recientemente sectores políticamente más radicales y consecuentes de la UP, buscando resistir las vacilaciones de ciertos sectores con influencia en la CUT, se atrincheraron orgánicamente en los cordones, impulsaron un trabajo restringido a la clase obrera organizada, dificultando así, implícitamente, el desarrollo de los comandos comunales. Llamaron también a un coordinador de cordones, sectorizando a este coordinador, al dejar fuera a los comandos comunales, a los consejos campesinos, a los comités coordinadores, a pesar que en octubre del 72 llegó a funcionar un coordinador provincial amplio. Esta iniciativa tuvo como consecuencia inmediata la aparición del paralelismo sindical (en algunas comunas hay ya dos cordones industriales), condujo en algunos casos al aislamiento de los cordones y de la clase obrera de las otras capas del pueblo y en otros casos retardó la unidad de todos los explotados. De esto se han aprovechado tendencias más vacilantes y burocráticas de la izquierda sindical para desarrollar una ofensiva contra la organización del Poder Popular y para fortalecerse transitoriamente dentro de los partidos y estructuras sindicales.
- Ch.H.: ¿Cuál es la relación que debe existir entre la CUT y los cordones?
- M.E.: Nosotros impulsamos el desarrollo de cordones industriales con una estructura democrática como organismos territoriales de base de la CUT, que coordinen la acción de los sindicatos a nivel de comuna, área, localidad.
Somos partidarios también de la coordinación provincial de los comandos comunales (los consejos comunales campesinos, los cordones en proceso de transformación en comandos) y pensamos que un coordinador provincial de las organizaciones del naciente poder popular debe constituirse a la brevedad en Santiago. La salida que estamos impulsando frente a la situación creada es constituir rápidamente, a partir de los cordones industriales existentes, comandos comunales, para asegurar el desarrollo y extensión del poder popular. Por otra parte, pensamos que la CUT, independientemente, debe impulsar la transformación y democratización de la actual estructura sindical, organizando los cordones industriales como órganos territoriales de base, e impulsar a través de cada cordón la lucha por no devolver las grandes empresas, por imponer la dirección obrera. La CUT debe igualmente impulsar la organización de los sindicatos únicos por rama, como base necesaria del control obrero. Por otra parte la CUT debe apoyar la organización de los comandos comunales.
- Ch.H.: Hace mucho tiempo que ustedes están planteando la necesidad de la integración de los soldados a las tareas del pueblo. Últimamente han acentuado esta campaña insistiendo en la necesidad de democratizar las FF.AA., en el derecho a voto de los soldados, haciendo ver que los soldados también son explotados, y últimamente en la necesidad de que los soldados no obedezcan las órdenes golpistas...
- M.E.: Nosotros, a diferencia de otros de la izquierda, hemos venido proponiendo que se termine al interior de las FF.AA. con las discriminaciones que aún persisten en ellas, como la restricción de los derechos ciudadanos de los suboficiales, clases y soldados. Prueba de la necesidad y vigencia de esta tarea es que algunos de estos aspectos están contenidos en el Programa de la UP y fueron reconocidos públicamente como problemas por el anterior Ministro de Defensa y por Altos Mandos.
Hemos planteado también que se resuelvan los problemas de ingreso y abastecimiento de los miembros de las FF.AA., especialmente de los suboficiales, clases y soldados, a costa de las ganancias de las clases patronales.
Ahora, después del intento del alzamiento del 29 de junio, hemos alertado acerca de la actitud de adoptar frente a quienes incitan al golpismo. La prensa reaccionaria, el PDC y el PN, e incluso algunos altos oficiales, públicamente han sostenido que nuestros llamados tienen por objetivo destruir las FF.AA. y que son abiertamente sediciosos. Parece el mundo al revés. Nosotros hemos llamado y seguiremos llamando a que ningún miembro de las FF.AA. obedezca a las incitaciones golpistas de la oficialidad más reaccionaria.
¿Qué quieren? ¿Que llamemos a obedecer las incitaciones al golpe?
M.E.:El reclamo contra nuestro llamado recuerda las quejas del delincuente que por anticipado reclama de la posible disposición de su víctima a resistir.
Nosotros no llamamos a la desobediencia permanente, sino a desobedecer toda incitación al golpe de Estado, cuestión que hasta el Código Militar
contempla. Quienes protestan en contra de nuestro llamado, con o sin uniforme, harían mejor en asumir y señalar con valor que lo que exigen es impunidad y obediencia al golpismo. Lo que hacemos es uso de una legítima forma de lucha y resistencia del pueblo ante la amenaza cavernaria y represiva del golpismo.
¿Cuál es el fundamento de nuestro llamado?
M.E.: Que el 29 de junio un grupo de oficiales reaccionarios incitaron al golpismo, lo consumaron, fracasando después. Que uno de los jefes políticos del intento golpista, después de huir, en carta pública afirma que había otros oficiales y unidades comprometidas junto a otros sectores políticos y parlamentarios.
¿Dónde están esos oficiales? ¿Es que en días esos oficiales golpistas se han convertido en adoradores de la legalidad y del antigolpismo?
Por otra parte, no se ha informado de oficiales detenidos o removidos en otras unidades fuera del Blindado N. 2. Este no es un problema que sólo interesa a las FF.AA., están en juego la vida y el destino de millones de trabajadores.
- CH.H.: Hay una serie de querellas y detenidos por las FF.AA. por la propaganda que ustedes han desarrollado.
- M.E.: Eso es cierto, algunos oficiales reaccionarios se han permitido abusos y excesos. El almirante Huerta, en Valparaíso, no ocultó su molestia cuando Investigaciones le demostró que la bomba colocada en su casa la había colocado una organización de ultraderecha. En Concepción el abuso fue más allá, llevando a cabo provocaciones y luego querellas contra nuestra organización, cortaron el pelo a jóvenes y humillaron a muchachas. ¿Por qué el jefe de la III División, Gral. W. Carrasco, en vez de querellarse contra los universitarios no investiga qué cosas discute el coronel Luciano Díaz Medina, jefe de Estado Mayor del Cuartel General de su división, con Patria y Libertad? El movimiento de masas de San Antonio ha mostrado el camino correcto cuando todas las organizaciones de masas de San Antonio han denunciado públicamente los abusos del teniente coronel Manuel Contreras Sepúlveda, comandante de Tejas Verdes, y exigen al Gobierno su remoción.
- Ch.H.: Cuando se aprobó la Ley de Control de Armas ustedes la calificaron de ley maldita, ¿qué opina usted de la actitud de Figueroa que hace algunos días pidió una modificación de dicha ley calificándola en los mismos términos que ustedes?
- M.E.: Esta es una ley reaccionaria presentada por el PDC, que si bien mereció al principio observaciones por parte de la UP, en su tramitación los parlamentarios de izquierda en general se abstuvieron; y, cuando el Gobierno tuvo en su mano la posibilidad de vetarla, adujo mañosamente error en el veto, quedando así sin posibilidad de insistir en éste; posteriormente, en el mes de octubre del año pasado, disponiendo de varios días, prefirió promulgarla en menos de 24 horas. Nosotros combatimos públicamente esta ley y la denominamos la “nueva ley maldita”. Que recientemente Luís Figueroa, vistas las consecuencias de su aplicación, la impugnó y señaló la necesidad de modificarla, si bien puede ser ya tarde, nos parece altamente positivo. Tarea urgente del movimiento de masas y del conjunto de la izquierda es denunciar el verdadero carácter de esa ley y luchar por su derogación o modificación. Actualmente, después de un intento reaccionario y golpista, después del robo de armamento pesado del Ejército por Patria y Libertad, después que éstos desatan una ola de atentados y terrorismo, y después de que el PN y el freísmo maniobran públicamente para generar un golpe de Estado, absurdamente las Fuerzas Armadas allanan fábricas, locales de la CUT y de partidos de izquierda. Más grave aún, algunos oficiales, como por ejemplo de la Armada, hacen despliegues de tropa y armamento que resultan ridículos cuando terminan recogiendo coligües y así no expresan más que el propósito de amedrentar a los trabajadores. Otros oficiales aprovechan de golpear y humillar a los trabajadores y cuando esto es publicado, otros, como el comandante en jefe de la Fuerza Aérea, amenazan públicamente con encarcelar a quienes lo publican. Todo esto obedece a la táctica que levantan las clases patronales, que impedidas de desatar el golpismo inmediato con la fortaleza de los trabajadores y la magnitud del antigolpismo en las Fuerzas Armadas, por el abuso de esta ley buscan desarticular a la clase obrera y colocar a las Fuerzas Armadas en contra del pueblo.
- Ch.H.: ¿Qué opina usted del diálogo que se está abriendo con la DC?
- M.E.: Bajo la apariencia de un diálogo que busca la pacificación del país, en realidad se está proponiendo que los trabajadores, teniendo la fuerza suficiente, renuncien a la realización de sus objetivos. Recientemente se han venido construyendo las condiciones para este diálogo: la devolución de empresas intentada por la política del Ministro Cademártori, la tolerancia al desalojo policial de algunas fábricas por el Ministro Briones, órdenes de reprimir manifestaciones callejeras de los trabajadores por este mismo Ministro, que llamando al diálogo con sectores patronales, antes que dialogar con los obreros del Cordón Vicuña Mackenna, prefirió ordenar su represión, querellas contra el MIR de las Intendencias de Iquique y Concepción, ataques calumniosos e injuriosos de dirigentes de las Juventudes Comunistas al MIR. En realidad, este diálogo buscando un consenso mínimo esconde un proyecto de capitulación ante las exigencias de las clases patronales.
La DC es un partido burgués y reaccionario, el diálogo con su dirección desarma a los trabajadores. Si este proyecto de capitulación cristaliza, sus consecuencias serán gravísimas: se dividirá la izquierda, se generará la división de la clase obrera y el pueblo, y la ofensiva reaccionaria no sólo no será paralizada; sino que, cumplido su objetivo táctico de debilitar y dividir el campo de los trabajadores, cobrará nuevos bríos y caerá sobre los trabajadores y el mismo Gobierno con toda la fuerza y energía reaccionaria y golpista. Si de ganar tiempo y de paralizar la ofensiva reaccionaria se trata, esto sólo se logrará impulsando una vasta y extensa contraofensiva revolucionaria y popular que paralice al golpismo, que incorpore a los obreros democratacristianos y, sin renunciar a los objetivos de la clase obrera y el pueblo permita seguir tomando posiciones, impulsando, en los hechos, el programa revolucionario del pueblo, luchando por la democratización de las FF.AA. y desarrollando y fortaleciendo el poder popular, condiciones todas ellas que permitirán crear las condiciones para imponer un verdadero gobierno de los trabajadores.
Enviado: sábado, 7 de septiembre de 2013 18:46
Asunto: 4 partes: Andrés Pascal Allende, redex secretario general del MIR
Entrevista_4 partes
TV Chile: Andrés Pascal Allende, ex secretario general del MIR
COMENTARIOS acerca de Pascal Allende
Asunto: Re: 4 partes: Andrés Pascal Allende, redex secretario general del MIR
Hermanos: como ex militante del MIR en mi adolescencia, en el tramo final de la tiranía pinochetista -cuando fue el golpe en el 73, yo apenas aprendía a caminar-, debo decirles que Pascal Allende o "El pituto" (como se le llamaba al interior del MIR por su relación familiar directa con Allende y cuando en Chile "pituto" significa 'tener santos en la corte') sólo ofrece UNA versión de lo que fue el MIR desde su nacimiento, su papel en la UP y luego en los años de resistencia antidictatorial. Que tenía un papel privilegiado por su situación como secretario general después de la caída en combate de Miguel Enríquez, y las caídas de Edgardo Enríquez en Argentina y el temprano asesinato durante la tortura de Bautista van Schouwen (los menciono porque de acuerdo a decisiones internas, a los últimos mencionados les cabía el rol de dirección máxima del MIR de caer Miguel Enríquez), no está en discusión. En alguna oportunidad, Pascal aventuró una historia del MIR por entrega capitulada a la revista Punto Final. Sin embargo, nunca la concluyó.
Yo sé muy poco, porque cuando milité en el MIR era apenas un escolar a mediados de los 80', y entonces la crisis de esa organización era terminal. Eso lo supe mucho después, claro está. De Pascal nos llegaban sus SiPONA (análisis de la Situación Política Nacional) desde el extranjero y yo sólo lo conocí en persona bien entrado los 90', bajo los gobiernos civiles. Me reservo mi opinión.
¿Por qué les escribo esto? Porque no hay duda que el bloque dominante en el poder y sus expresiones políticas, tanto de la derecha tradicional como de la Concertación, quieren aprovechar el simbolismo emotivo de la conmemoración de 40 años del golpe con el objetivo de construir un relato de conveniencia sobre el pasado reciente que apuntale la hegemonía de los que mandan, opaque, trastoque, anecdotice y caricaturice las luchas concretas e históricas del pueblo de Chile, y, dirigiéndose específica y estratégicamente a los jóvenes actualmente en lucha en mi país de origen, se fortalezca la falsa idea de la unidad nacional -imposible en una sociedad dividida en clases sociales de intereses antagónicos irreconciliables-, el 'nunca más' (será nunca más cuando se acaben las causas que provocan la ausencia de igualdad y libertad en el Chile de hoy y de ayer), la 'reconciliación nacional', el olvido, la amnesia, el acomodo y la resignación. Lo anterior resulta extraordinariamente grave para el porvenir necesario y pendiente de la emancipación y la generación de las fuerzas sociales autoconcientes destacadas para ella. Sin compartir ni explicarme jamás las relaciones sociales y el devenir mediante teorías conspirativas, en este caso, resulta demasiado evidente el objetivo del imperialismo y sus capataces en Chile.
De hecho, el canal de TV por donde habla Pascal es de ultraderecha. Como de ultraderecha es el 90 % de los medios de comunicación de consumo masivo en Chile.
Destierro político en democracia: La historia del chileno Hugo Marchant
Hugo Marchant
por Andrés Figueroa Cornejo
Rebelión
“Y bien: concedo que al final ganaron la batalla,
Que falta conocer el resultado de la guerra.
Pero confieso que yo no extravié un grano de polen
Puesto que de esta tierra no me podrán apartar.”
Patricio Manns
Dos veces antes, Hugo Marchant Moya intentó ingresar a Chile. Pero el 2006 y el 2009 las campañas se organizaron muy lejos del país y con un insignificante apoyo interno. En cambio, el miércoles 30 de noviembre de 2011, Hugo -ex combatiente de la resistencia política y militar contra la dictadura, ex militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), y parte del último destacamento al que había sido reducida esa agrupación por la Central Nacional de Informaciones (CNI) en el primer tercio de la década de los 80’ del anterior siglo- se encontró en el aeropuerto chileno con la posibilidad real de entrar a su territorio natal.
A comienzos de los gobiernos civiles de la Concertación que coincidieron matemáticamente con los albores de los 90’, a los presos políticos “implicados en casos emblemáticos” en la lucha antidictatorial (como el atentado frustrado a Pinochet) se les trocó los consejos de guerra por penas de extrañamiento. De alrededor de 30 antiguos prisioneros políticos, restan 8 en el exilio y Hugo Marchant informa que ‘entre el 2012 al 2014 vamos a quedar 4: Jorge Palma Donoso, Carlos Araneda Miranda, Carlos García Herrera y yo, que tengo hora para el 2017’.
Hugo (58 años, casado, 4 hijos, dos de su mujer y dos en común, Javiera y Juan Manuel), participó en el ajusticiamiento y muerte del general e Intendente de Santiago del gobierno militar, Carol Urzúa, en la mañana del 30 de agosto de 1983. El 11 y 12 de ese mismo mes se había realizado la cuarta protesta nacional contra la junta castrense. Sólo en la capital fueron asesinadas 29 personas, hubo más de 200 mil heridos y un millar de detenidos, sin anotar los allanamientos masivos, con tortura incluida, a poblaciones populares. Por su investidura pública como jefe de la jurisdicción de la comuna de Santiago, Carol Urzúa talló como uno de los responsables políticos del crimen y la represión. Marchant sería detenido e iniciado su periplo de terror a una semana de la ejecución de Urzúa. De la captura de Hugo, su tortura de espanto, su consejo militar y castigo de fusilamiento, su celda por 10 años, y su destierro dictado por la administración concertacionista del demócratacristiano y furioso alentador del golpe de Estado de 1973, Patricio Aylwin, han transcurrido más de 28 años.
Sin embargo, en esta ocasión, Hugo relata que ‘cuando llegué a la cabina de Policía Internacional en el aeropuerto, pasé mi pasaporte finlandés. Noté lo que había aparecido en la pantalla del computador por el rostro que puso el funcionario y su inmediato llamado a un comisario. Él me comunicó que tenía prohibición de ingresar a Chile. Yo le replique que ya lo sabía y que mi presencia era y es parte de una campaña porque estoy cumpliendo una condena injusta en el extranjero. Los abogados que están con mi causa –Alberto Espinoza y Alejandra Arriaza- solicitaron que me dejaran un día en el aeropuerto, mientras la comisión de derechos humanos del parlamento hacía la solicitud al Ministerio del Interior para que me permitieran el ingreso a Chile. Sólo pedían 24 horas para que el juzgado correspondiente tomara resolución. Desde el Ministerio y por orden explícita de Sebastián Piñera se dio una rotunda negativa y se extendió el mandato de que debía devolverme por donde llegué. Mi pasaporte fue entregado al vuelo que me retornó a Buenos Aires el 1 de diciembre. En la capital argentina compré de nuevo pasaje para Chile, y en cuanto pisé otra vez el aeropuerto en Santiago, me comunicaron que el juez me había suspendido la pena de extrañamiento y otorgado el permiso de ingreso por razones humanitarias, como consta en el oficio número 392 / 2011 de la Corte de Apelaciones, firmado por el Ministro de Fuero, Joaquín Billard Acuña. Pero la policía me metió en el mismo avión de regreso a la Argentina. Las autoridades del aeropuerto esgrimieron que el decreto por el caso Carol Urzúa debía contar con el permiso del Presidente de la República. Y aquí estoy en Buenos Aires, contigo, a un costado del Obelisco.’
‘MI CABEZA NUNCA SALIÓ DE CHILE’
Mientras la mañana bonaerense del domingo 4 de diciembre pone el sol en clave vertical, Hugo Marchant explica que las campañas previas contra el destierro ‘no tuvieron efectos prácticos. Además coexistían lecturas encontradas respecto de sus contenidos. Algunos compañeros planteaban que la Concertación nos había traicionado y por tanto, tenía una deuda con nosotros. Yo en cambio, postulaba que las banderas de los Derechos Humanos pertenecen al campo popular, es decir, la Concertación no podía traicionar algo que no era parte de su naturaleza política. Todo lo que hemos logrado ha sido resultado de la lucha; nunca ha sido por “buena voluntad” de las clases dominantes. En esas dos campañas quedé en minoría.’
-¿Y esta última campaña?
‘La organizamos con mi compañera, Silvia Aedo. Como el movimiento estudiantil está en pie de lucha, pensamos agregarnos con nuestras reivindicaciones. Compramos los pasajes en Finlandia hace tres meses y se creó en el camino con muchos el Comité Fin al Destierro Ahora. De más está decir que los recursos son escasísimos.’
-¿Qué pensabas hacer durante el eventual permiso para estar en Chile?
‘Ir a encontrarme inmediatamente con Guillermo Rodríguez, “El Ronco” (http://www.rebelion.org/ noticia.php?id=64759), para conversar. Salir a caminar y visitar viejos amigos con mi hija. Participar de alguna movilización social, mirar las caras, escuchar a la gente. En fin, abandonar al ermitaño que dejé en Finlandia.’
-¿Qué lectura haces de lo acontecido hasta hoy?
‘Que cuando el Estado carece de fundamentos impone la represión. Como ocurre contra los movimientos sociales y populares.”
-¿Y ahora qué?
“La cancha está bien rayada. Los abogados no han detenido su labor. El viernes 2 de diciembre interpusieron un recurso de amparo a mi favor. Mi batalla por retornar a Chile no ha terminado.”
-¿Por qué alguien que lleva casi 20 años fuera de Chile en un país tan desarrollado como Finlandia todavía busca retornar?
‘A mí la dictadura no me derrotó. Yo me siento tan revolucionario como toda la vida. Y estoy retratado en los libros que ha escrito Guillermo Rodríguez. Finlandia me recibió en noviembre de 1992 con los brazos abiertos, pero allí yo he vivido como un ermitaño. Primero trabajé paleando nieve y en la actualidad me desempeño como gestor inmobiliario. Estudié sin terminar, Ingeniería en Automatización e Informática, pero nunca logré hacer la práctica profesional por mis antecedentes. Pero más allá de la calidad de vida que ofrece Finlandia, hacer lo que uno quiere no tiene precio. Mi vida no tiene sentido si no participo de la lucha política de mi pueblo. Mi cabeza nunca salió de Chile.”
“HUGO, NOSOTROS CONFIAMOS HARTO EN TI”
Mientras el periodista paladea una gaseosa, Hugo enciende un cigarrillo de humo sin raíz y piloteando su máquina del tiempo recuerda que ‘Desde los tres años de edad yo viví en la población La Palmilla de la comuna de Conchalí (zona norte de Santiago pobre) con mi familia. Esos terrenos entonces eran viñedos. Mi madre compró un sitio ahí. Ella trabajaba de obrera en una fábrica de calzado, y se le pasaba pensando en voz alta. Era muy activa en la población, en la junta de vecinos. Mi padre en su juventud fue militante del Partido Comunista. Corría comienzos de los 60’ y en mi casa se hablaba mucho de política. Mi madre siempre fue allendista. Yo trabajaba con ella en un taller que había donde vivíamos. En la secundaria, a los 13 años, fui elegido presidente de curso en el Liceo de Hombres Nº 12, muy cerca de la Municipalidad de Conchalí. Entonces era nuevo el establecimiento. Por mi parte no tenía ningún apuro de militar en algún partido político; no entendía las discusiones de los muchachos más grandes y mis ideas tampoco encajaban mucho. Yo pensaba que los cambios debían ser profundos. Me acuerdo que mi hermana trabajaba de empleada doméstica en la calle Vitacura (avenida de adinerados) y me impactaba mucho cómo vivía la gente rica. Me costaba comprender que mi madre laborara de 12 a 14 horas diarias en la fábrica, que mi padre también trabajara en la construcción, mientras en casa apenas teníamos para comer. Carecíamos de alcantarillado, el piso era de tierra y el techo de fonola. Sacábamos el agua de un ramal. ¡Y además había gente todavía mucho más pobre que nosotros: personas, niños, jóvenes, que nos pedían a nosotros para comer!’
Hugo aplasta el cigarrillo con el zapato y relata que ‘cuando tenía 8 años, mi madre llegó una noche de la fábrica mientras mi hermana la esperaba con una taza de agua caliente, y se echó a llorar, contándole a mi hermana que “Don Jesús”, el jefe de producción de la fábrica le propuso que yo pudiera comenzar a ir a la empresa donde me instalarían un tablero de diseñador y pasarme lápices, porque era posible que hubiera heredado las habilidades manuales de ella. “No quiero para ninguno de mis hijos el trabajo miserable que tengo”, dijo. A mí se me grabó ese episodio.’
También evoca que ‘en la época de la guerrilla boliviana (años 60’) escuché por radio la lectura de la carta de un joven chileno dedicada a su novia para ser publicada en caso de que muriera en esa decisión. Me impactó mucho que un muchacho de Chile partiera a pelear de esa forma a otro país y hubiera caído en combate. Yo tenía 14 años de edad. Comencé a madurar la convicción de que yo no sería del Partido Socialista ni del Comunista, grandes organizaciones que no habían logrado realizar transformaciones de fondo en la sociedad. Entonces la revista Punto Final imprimía en sus ediciones “El mini-manual del guerrillero urbano”, del brasilero Carlos Marighella. Por primera vez tengo noticias de la existencia del MIR; que se hablaba de la lucha por el poder, que estaba Cuba, Vietnam, el barrio alto, mi población. Cuando apareció el Frente de Estudiantes Revolucionarios en 1971 (FER, brazo estudiantil de masas y parapartidario del MIR) en mi liceo, me incorporé de inmediato. Había algo que me chocaba en el FER, eso sí. El muchacho encargado, súper infantilmente, andaba uniformado con un abrigo azul marino, bototos, pelo largo, lentes oscuros y una pistola inútil. Él decía que era un militante “clandestino”’, y agrega que ‘Yo leía la documentación del MIR y me sentía interpretado por ella. Entonces había que ser “simpatizante” primero que militante. El joven “clandestino”, frente a mis solicitudes de ingreso, me informó que antes que todo había que “asumir tareas”. Yo estaba dispuesto, claro. En mi liceo campeaba la Democracia Cristiana y venían las elecciones de la Federación de Estudiantes Secundarios (Feses). Por la noche un pequeño grupo empapelamos el establecimiento. El director del liceo me envió a buscar al día siguiente. Mientras esperaba mi expulsión, recibí a cambio un “última vez” y la colocación de paneles de propaganda por agrupación al interior del recinto escolar. Asimismo, participé en un par de asambleas pro MIR para los jóvenes de liceo. A una de ellas asistió Nelson Gutiérrez (fallecido por una dolencia hepática y diabetes el 11 de octubre de 2008 en Concepción, Chile). Quedé tremendamente impresionado ante un análisis de la situación política que hizo. ¡Era primera vez que le entendía a alguien y me sentía plenamente identificado! En otra oportunidad oí hablar a Bautista van Schouwen (líder del MIR, detenido el 13 de diciembre de 1973, según El Mercurio, y posteriormente desaparecido) y quedé con la boca abierta. En fin, terminó 1971 y yo aún no podía ser militante del MIR. Salí ese año del liceo e hice el servicio militar.’
-¿Para qué?
‘Quería conocer las fuerzas armadas por dentro, en especial, con la Unidad Popular en el gobierno. Lo hice en la Infantería de Marina. Los primeros 4 meses permanecí de recluta en el Fuerte Borgoño en Talcahuano, donde pocos años después torturarían a los marinos democráticos. Los dos comandantes de compañía que estaban en mi época, el capitán Koeller y el teniente Cáceres, luego serían los señores del horror. Fui de los conscriptos mejor calificados de toda la compañía, y hasta me condecoraron. Elegí irme el último año del servicio militar a Iquique (Norte Grande). En el regimiento era fuerte la discusión política. Nació una gran simpatía con los sargentos y los cabos, en especial con el Sargento 1º Flores. Cierta vez nos dijo “¿Ustedes creen que esa cagada de uniforme y fusiles es para ir a pelear contra los bolivianos y peruanos? No huevones. Es para hacer lo mismo que el ejército contra los mineros en la matanza de la Escuela Santa María en 1907, donde asesinaron a mi abuelo.” Como yo siempre tuve facilidades para las matemáticas y había que enseñar a la tropa, y, por supuesto, era un muchacho de izquierda, hicimos rápida amistad con el Sargento Flores. Dentro de la suboficialidad el grueso era allendista, mientras que en la oficialidad pasaba lo contrario. En 1972 la burguesía y el imperialismo organizaron el paro de octubre para desestabilizar a la UP. Días antes, el Sargento Flores me aclaró que toda la preparación militar oficial fue echa para atacar al pueblo y que “si nos envían a la calle, la salida es sin regreso”. La Infantería de Marina operaba en unidades pequeñas y sobre objetivos concretos. Un cabo democrático, dependiente del entramado antigolpista diseñado por el Sargento Flores, y con quien saldría en la patrulla llegada la ocasión, me instruyó sobre la manera de reducir a los soldados “obedientes” del mando oficial. Todo el paro de octubre estuvimos en disposición combativa. El 72 acabó mi servicio militar y en la despedida, Flores me dijo “Hugo, nosotros confiamos harto en ti. Pórtate bien”. Nunca más supe de toda esa gente.”
‘EL PODER POPULAR ERA LA LUCHA DE CLASES DESPLEGADA HASTA DENTRO DE LOS PARTIDOS’
El mediodía rebota en el Obelisco cuando Hugo narra que ‘De vuelta a Santiago las cosas habían cambiado notablemente. En mi población funcionaba el Comité de Abastecimiento Directo. Todas las señoras estaban muy bien organizadas y a mí me habían reservado el cargo de delegado. En La Palmilla estaban todos juntos y revueltos: comunistas, socialistas, lo que hubiera, creando poder popular. Vecinos que jamás había visto mover un dedo u opinar sobre algo, ahora se encontraban activos y politizados.’
-¿Cuál era la contradicción esencial en el campo popular en ese momento?
‘Hablo de lo que mejor conocí. De las poblaciones La Palmilla, La Pincoya, Juanita Aguirre. Los sectores más avanzados estaban empeñados en construir poder popular, formular sus propias organizaciones de poder. Y por otro lado, algunos sectores del PC, el PS, el MAPU, el MIR y la Democracia Cristiana estaban asociados excepcionalmente allí, unidos en el discurso contra el poder popular y con el apoyo obsecuente, acrítico, al gobierno de la UP. Los partidos estaban cruzados por esta discusión en su interior. Era la lucha de clases desplegada dentro de los partidos.’
-¿Qué rol asumiste en tu territorio?
‘Se realizó una asamblea en la población dirigida por militantes del PC, el PS, MIR, MAPU y DC. Ellos sostenían que, en materia de distribución de mercadería, había que sostener una buena relación con los comerciantes porque de lo contrario llegaría el fascismo. La asamblea estaba cocinada, claro. Yo solamente podía hablar con el compromiso de apoyar la mesa que conducía el encuentro. Como estaba la DC, se había eliminado la palabra “compañero” de las intervenciones. Entonces decidí subirme a un mueble, pedir la palabra y defender las posiciones que consideraba más justas, como la promoción del poder popular. Desde entonces los vecinos comenzaron a invitarme a todas las asambleas, mientras comenzaron a llegar militantes del Ejército de Liberación Nacional (ELN), anarquistas, expulsados del MIR, etc. El objetivo era prepararnos para resistir el golpe de Estado que era inminente. ¿Pero cómo conseguir armas si no teníamos recursos? En medio de esa dinámica, se dio el “tanquetazo” el 29 de junio de 1973 (ensayo y toma de temperatura de las FFAA para realizar el golpe poco después). Allí, casi por accidente, participé en mi primera acción operativa. La idea era partir al barrio rico de Santiago, robar un auto y venderlo inmediatamente para comprar armas. En la acción misma -donde había militancia graneada o sin militancia como yo-, los otros compañeros se amilanaron e instintivamente tomé la iniciativa. Ahí me di cuenta con sorpresa para mí mismo, que las cosas con las que me comprometía las asumía sin vacilaciones. Desde la salida del servicio miliar no paré más. En las noches nos enfrentábamos a los grupos de ultraderecha de Patria y Libertad y la Brigada Rolando Matus que se tomaban los locales de las poblaciones. El tiempo tenía una dimensión distinta. Era como vivir muchos días en una hora. Y esta situación se repetía en otras poblaciones también. Abajo, las fronteras de los partidos políticos se habían transgredido en los hechos. Las políticas y discursos de Allende en orden a que el pueblo es el propio sujeto de las transformaciones, se volvieron una realidad masiva. Fue el movimiento “natural” que desplegó la propia UP. La gente sola entendió que “ahora es cuando”.’
-¿Y el MIR?
‘Mi opinión, madurada en los años posteriores, es que el MIR, habiendo surgido como una generación revolucionaria, no logró superar lo que el propio MIR criticaba. En un partido revolucionario siempre va a expresarse también la ideología burguesa. Por eso, la lucha ideológica al interior del partido es una cuestión crucial. Es preciso el centralismo democrático y los congresos para readecuar las tácticas según el curso de la lucha de clases. Pero en el MIR las decisiones se tomaban en el estrecho ámbito del Comité Central únicamente. Es más, yo considero que el MIR no fue capaz de romper con la escuela estalinista. Ya en 1971 recuerdo que un militante del MIR me confidenció que estaba “la cagada” adentro porque un sector quería integrar la Unidad Popular y otro, no. (Mucho después, estando en el exilio en Viena, conocí dos miristas que ilustraban esa pugna. Uno era militante en el momento del golpe, seguía adentro, y el otro, Enrique Leiva, que había sido director de la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso, se había retirado en 1979. Era socialista y había participado en la fundación del MIR. Enrique siempre me alabó la conciencia de clase y me criticó la mala formación intelectual. Empezó haciéndome leer novelas de García Márquez. Luego me anunció que ya era hora de entrar a textos más contundentes y me confió el “¿Qué hacer?” de Lenin. Paso a paso comencé a entender las cosas, recién entre el 75 / 76, luego del golpe de Estado).’
-Ya llegaba 1973…
‘En el 73 comenzaron a manifestarse las vacilaciones, enmascaradas de argumentos políticos que le hacían el quite a la lucha frontal y a su preparación. En ese devenir, caí detenido y encerrado en la cárcel pública a fines de agosto de ese año mientras hacía propaganda, lanzando por la noche unos panfletos muy sencillos. 5 días antes del golpe terminó nuestra condición de incomunicados. Como no estábamos encargados reos, podíamos salir en libertad. El “Conejo” Grez –uno de los 119 asesinados por los servicios de Inteligencia de la tiranía en 1975 en Argentina-, anarquista y estudiante de Filosofía, que era de armas tomar y a quien el propio Miguel Enríquez expulsó del partido, con pistola en mano le exigió al responsable político del PS en Conchalí que gestionara nuestra salida de la cárcel. El sábado 8 de septiembre ya estábamos en la calle de nuevo, ¡con la fortuna de que los días lunes los tribunales no funcionaban!’
-¿Qué hiciste?
‘Me fui a la casa de mi polola y el martes fue el golpe, donde sufrí uno de los días más tristes de mi vida. En la población Juanita Aguirre los compañeros se me fueron encima a demandarme las armas prometidas para la resistencia. “Armas no hay”, les dije. Un grupo quería amotinarse con piedras y barricadas. No me quedó otra que pedirles que por favor no lo hicieran, que lo único que quedaba era replegarse y aprender a luchar en otras condiciones. Finalmente los convencí y se fueron todos. Con el “Conejo” Grez y otros pocos nos dedicamos a meter en las embajadas a los “cadáveres políticos” que resultaban muy peligrosos si caían en manos de los milicos. El encargado militar del PS de Conchalí, con entrenamiento en Cuba, ya se había deshecho de las armas que guardaba. Nos advirtió sin enrojecer que si “no me protegen, yo voy hablar”, así que lo trasladamos a una embajada. En eso nos la llevamos al principio. En la Plaza Chacabuco existía un restaurante donde nos reuníamos alrededor de 12 personas de Recoleta, la Pincoya, Conchalí, en un apartado. Era gente dispuesta a seguir luchando y que provenía de la Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP), del ELN, del PS, del PC, de todo. En eso andábamos hasta que hubo la oportunidad de sacar al exilio –por intermedio de varios dirigentes del PS- gente que estaba mal, y a otros más jóvenes que estuvieran dispuestos a regresar. Era noviembre del 73’. Así que con unos pocos nos asilamos en la embajada de la India y sacamos la cabeza en Austria con Leonel Carreño. Marcovich se fue a Bélgica. En Austria esperé largamente mi contacto para irme a Cuba, pero no pasó nada. Así es que me puse a trabajar remuneradamente.’
EDUARDO FERNÁNDEZ Y ENRIQUE LEIVA
Hugo Marchant propone un paréntesis hecho de materiales de agradecimiento y homenaje. ‘A mediados de los 70 comencé a estudiar con Enrique Leiva. Y cuando, tiempo después, le conté que había solicitado mi ingreso al MIR, Leiva se enojó. Le expliqué que había estado todo ese período con la maleta hecha, que era joven, que debía elegir entre el PC y el MIR, que conocía los problemas internos, pero que el partido lo hacía uno también. Corría fines de 1977. Entonces Leiva me reveló asuntos del MIR que jamás me había comentado, como que la distancia de estatura política entre Miguel Enríquez y el resto de la militancia era sideral (con la excepción de Bautista van Schouwen), y que Miguel equivocó la puntería cuando sobrevaloró su capacidad y no permitió que el partido se depurara íntegramente. “Por eso me fui”, sentenció Leiva, y agregó que le puntualizó a Miguel, “¿Qué pasa con la derecha del partido? ¿Con Nelson Gutiérrez? Porque la derecha puede adquirir formas tanto ultraizquierdistas, como abiertamente derechistas”.’
Y Marchant expone su memoria como una mano que sostiene algo que no se puede ver. ‘El otro mirista viejo que conocí bien fue al porteño Eduardo Fernández, que se desempeñaba en la unidad de Inteligencia que dirigía Andrés Pascal en el partido, y que fue de los que salió “sin permiso” de Chile. De hecho, Fernández partió a París a ofrecer explicaciones a Edgardo Enríquez (hermano de Miguel, tercer hombre del MIR, detenido y desaparecido en Buenos Aires, Argentina, el 10 de abril de 1976) que el dirigente no aceptó y lo envió a reunir dinero para la organización. A Pascal Allende le pasó otro tanto con Edgardo. En esa época llegó a Austria Erik Zott. Cuando cayó José Bordás, asumió la jefatura militar Zott, como tercer o cuarto hombre del partido. Había sobrevivido a la destrucción de la dirección del MIR en Valparaíso, y al centro de torturas de Colonia Dignidad. Eduardo Fernández y Enrique Leiva eran amigos, ambos provenían de Valparaíso y se conocían bien. Yo participaba de sus conversaciones, llenas de anécdotas y entretelones de los primeros años del MIR. Leiva se quitó la vida a fines de los 90’ y Fernández en 1986. Una frustración profunda y signada por la incomprensión los llevó a esa decisión, yo creo.’
LA OPERACIÓN RETORNO
-¿Y la famosa y trágica Operación Retorno?
‘En mi calidad de simpatizante del partido, pasó un compañero de la dirección regional a preguntar quién estaba dispuesto a retornar a Chile para hacerse parte de la resistencia. El hombre se entrevistó con cada uno de los miembros del local al que pertenecía y por fin me comunicó que yo había sido reclutado para cumplir las tareas del regreso. Al comienzo éramos 8 los comprometidos, pero a medida que se aproximaba la fecha de volver a Chile, se reducía la cifra. Al final quedé solo y partí a recibir entrenamiento durante un año 4 meses en Cuba, donde me especialicé en logística, en el marco de un plan general que contemplaba una estructura de células clandestinas de trabajo. En esa especialidad éramos 5 compañeros, de los cuales reingresaríamos a Chile, dos.’
-¿Y luego de Cuba?
‘Volví a Austria para recibir las últimas instrucciones y despedirme. A solas, Enrique Leiva me dijo “te envidio”. Cada uno de los compañeros me manifestó lo mismo y alguno agregó que “simplemente no tengo el valor”. En el caso de Erik Zott fue distinto. “Lo único que puedo hacer es contarte mi experiencia”, y se largó en ese trámite. Él había alcanzado a conocer el trabajo de la Inteligencia de la dictadura y esa conversación fue riquísima.’
-Ya estabas listo para Chile…
“A los 27 años de edad, en noviembre de 1980 llegué a Chile. Volvimos varios compañeros que luego murieron en el intento guerrillero de Neltume y con quien participé en los cursos en Cuba. Mi teatro de operaciones fue en Santiago en la Fuerza Central, laborando en las tareas de logística.’
-Hay quienes plantean que la Inteligencia francesa, fogueada en Argelia, tenía permeado al MIR y sabía los detalles del retorno a Chile…
‘De eso no sé nada concreto. Lo que sí sé es que Nelson Gutiérrez había anunciado públicamente la Operación Retorno, incluso cuando todavía se estaba reclutando a la gente. La actividad era clandestina, pero no era difícil ubicarnos. Además que los servicios de Inteligencia europeos son muy sofisticados. A ello hay que añadir las dificultades que reportaba la falta de recursos de la organización, y que se conocía a quienes volverían. Nos manteníamos compartimentados, pero de vez en cuando todos parábamos en el mismo sitio.’
-¿Cómo estaban las cosas en Chile?
‘Me encontré con lo que más o menos imaginaba. Los compañeros me corearon “bienvenido al frente” y que cuánto dinero llevaba. De los US$500 que traía me solicitaron 400. La organización se encontraba arruinada. No existían casas de seguridad, armas, ni fachadas. Nunca caminé tanto en mi vida. Carecía de medios hasta para el transporte público.’
-Pero pocos años después se voltearía el reflujo apabullante del movimiento popular con la crisis de la deuda…
‘En efecto. Sin embargo, en enero de 1981 la dictadura le dio un duro golpe a las Fuerzas Centrales del MIR cuando capturaron a Carlos García y detuvieron a buena parte de la militancia, entre ellos a “El Ronco”. Yo pienso que teníamos una concepción muy equivocaba de cómo operaba el enemigo. La dirección y cuadros medios del partido padecían un mal causado por los casos de Leonardo “Barba” Schneider (ex mirista, tornado en funcionario d el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea , SIFA ) , “El Fanta”, y otros, porque frente a los golpes que recibíamos, siempre buscaban una infiltración que pudiera explicar lo sucedido. Yo estimaba, por ejemplo, que si la represión nos detectaba, de inmediato nos mataría. Y que si ello no ocurría, era porque la tiranía nos había olvidado. Sin embargo, la realidad era muy distinta. Tanto ellos, como nosotros, cometimos errores. Después, ya en la cárcel, se dio una profunda discusión en el marco de cómo había sido diezmado el partido.’
-¿No tuviste encuentros casuales en el país?
‘En 1983 en Santiago, accidentalmente, me topé con el antiguo compañero que se disfrazaba de clandestino en los tiempos de mi secundaria en el FER y que nunca me permitió ingresar a militar al MIR. Él me dio una mirada entre que me ubicaba y no, y yo lo abordé con un saludo directo. Inmediatamente me respondió que “yo ya no soy el que tú crees. Ahora soy empresario, tengo una fábrica de pantalones y mi estadía en el MIR sólo fue la que tú conociste (1971). Sabía que andabas clandestino en el país y nunca me lo imaginé…” A lo que le contesté un simple “cómo nos cambia la vida”.’
-La resistencia reforzada ya se hallaba preparada para actuar…
‘En 1980 comenzaron a realizarse las primeras acciones contundentes, como el ajusticiamiento del Teniente Coronel Roger Vergara (director de la Escuela de Inteligencia del Ejército), las recuperaciones de dinero en distintos bancos y al mismo tiempo, y otras. Yo no participé en ninguna de ellas porque mi trabajo se centraba exclusivamente en la unidad de aseguramiento de la organización.’
-¿Cómo evalúas la iniciativa general del MIR en ese período?
‘Pésima. Pero para mí no era ninguna sorpresa, porque la Operación Retorno fue mal preparada desde el inicio. Lo más terrible es que por parte de la dirección del partido se efectuó una sobrevaloración de las condiciones para el tipo de lucha que emprendimos. El primer contingente del MIR que cayó justo después del golpe fue víctima de torturas atroces. Yo no puedo creer que de las mil personas que hayan pasado por esa experiencia, todas resistieran la represión salvaje. Hubo gente, claro, como Guillermo Rodríguez que salió de todo eso para continuar reagrupando compañeros y seguir la pelea. Son varios, es cierto. Pero son más quienes no estuvieron dispuestos a pagar los costos. También hay una buena cantidad que llevó adelante un buen trabajo en la retaguardia, en el exilio. Entonces para la Operación Retorno, la dirección dibujó proyectos de dimensiones imposibles ante los recursos humanos con que el MIR contaba. Faltaba la unidad ideológica necesaria y, por tanto, la disposición combativa para la misión. Por lo demás, ningún partido revolucionario tiene a todas sus fuerzas capacitadas para actuar en primera línea. El arte al respecto, es emplear a cada hombre y mujer en el mejor lugar que le corresponde, atendiendo sus habilidades. La Operación Retorno fue un derroche de oro. La dirección estaba empecinada en que los planes se cumplieran a como diera lugar. Y las debilidades eran palpables.’
-¿Pero no manifestaste lo que señalas?
‘Tuve una discusión con Arturo Villavela. A él me correspondía informarle sobre mi preparación logística y cómo concebía la tarea. A Villavela le molestó que fuera tan voluminoso el documento que le presenté. Abrió la primera página de mi informe y me indicó que yo tenía “serios problemas”, y que “tú tienes que considerar que en Chile estamos frente a una dictadura militar y el ejército es profesional; y la única alternativa de triunfo que tenemos es a través de un ejército popular, profesional y revolucionario. Eso está concebido en nuestra estrategia”.’
-¿Por qué te hizo esas puntualizaciones?
‘Porque de acuerdo a mi análisis, a los estudios y la experiencia que había acumulado, quien hace la revolución son las masas. Por lo tanto, y según el contexto del Chile de entonces, por muy desolador que fuera el reflujo popular y terrible la dictadura, tendrían que emerger determinadas condiciones objetivas que dieran lugar a la irrupción popular mediante formas históricamente conocidas. Por eso para mí era preciso desarrollar desde ya toda clase de prototipo de lucha directa y armada para, estratégicamente, llegar a armar al pueblo. Se trata de intervenciones efectivas, exitosas, simples, con la convicción de que el propio pueblo será capaz de realizar políticas concretas mejores. Es decir, nuestra labor era crear condiciones mínimas materiales para que el pueblo contara con algo más que la piedra y el fuego para enfrentar al enemigo. En ese punto, Villavela me espetó que yo “estaba loco”. Le repliqué que de dónde saldrían los miembros de ese supuesto ejército revolucionario del pueblo. Finalmente quedamos en seguir la discusión después.’
DESESPERACIÓN Y DEBACLE
No deja de mirar a los ojos Hugo cuando sintetiza que ‘En noviembre de 1982 lo único que quedaba de la Fuerza Central del MIR era nuestra unidad, la de aseguramiento. Y algo de la unidad financiera que dirigía Ginio Sperger. Aquí es imprescindible entender la relación que existía entre el hombre y el aparato. Hay un tipo de militante que jamás realizó trabajo público, de masas, que siempre se mantuvo al interior del aparato partidario, cautelando su funcionamiento endógeno. Y esta reflexión era vital porque la represión nos había castigado con acierto extraordinario. La situación política cambiaba diametralmente. Irrumpieron las marchas contra el hambre y las primeras protestas sociales. Es decir, la organización debía corregir su actuación, hacer un trabajo profundo en el pueblo. Pero ya la crisis en el MIR era honda.’
-¿Y tú en medio de la crisis?
‘De los tres años que estuve clandestino (80 / 83) muy escasamente participé en una reunión partidaria. Creo que fueron 4 veces. Un partido revolucionario debe siempre ser una organización de cuadros políticos, es decir que el militante condensa la política del partido, el militante es el partido. Mientras tanto, en la dirección se sufría una dura pelea entre Nelson Gutiérrez, Hernán Aguiló y Hugo Ratier, como efecto de que el MIR estaba aislado del pueblo y la represión nos vapuleaba neurálgicamente. Sobre todo en la primera línea de combate y no en otro lado. En ese escenario nos llegó el mensaje de que había una postura muy fuerte al interior de la dirección que estimaba que entre nosotros existía un infiltrado, porque no se explicaba por qué la unidad a la que yo pertenecía todavía sobrevivía (!). A mí me pareció, por lo menos, descabellado. Pero yo tampoco contaba con argumentos fidedignos para fundamentar lo contrario. La escuadra financiera, 22 compañeros, se fue del partido casi en el acto. Paralelamente, en diciembre de 1982, apareció un artículo muy breve en el diario La Segunda (hijo vespertino de El Mercurio) donde se imprimió que el MIR estaba reducido a su mínima expresión y que no quedaba más que una sola unidad, fuertemente armada y militarmente bien calificada, y se mantenía dirigida por un ex cabo de la Aviación, como era la verdad. La dirección sacó de Chile a ese compañero rápidamente.’
-¿Qué hacer ante un cerco tan hábil sobre ustedes?
‘Se le ocurrió a la dirección que se realizara una operación de alta envergadura para ver cuál era la situación real.’
-¿Qué? ¿Planear una acción fuerte para detectar una eventual infiltración?
‘Jorge Palma Donoso, el jefe de la unidad, me dijo que preparara armamento y que nos acuartelaríamos por un día y una noche. En la reunión, discutimos a “calzón quitado”. Lo más probable era que ya estuviéramos encuadrados por la dictadura. Todos convenimos en no aceptar salir en esas condiciones “con una cruz en la frente”. Sin embargo, según nosotros, el enemigo era incapaz de concebir solamente un tipo de acción por nuestra parte. No le interesaban los bancos ni la voladura de torres. Lo que no tenía contemplado supuestamente era que ajusticiáramos a uno de los suyos. Por tanto, asumimos el desafío de realizar una acción antirepresiva. Pero tenía que ser “diversionista” en términos de Inteligencia. Es decir, debíamos realizar maniobras que se leyeran como que estábamos apenas marcando el paso para mantenernos. No asaltar bancos, sino hacer operaciones de poca monta, como recuperar recursos en gasolineras, tanto para financiar la acción grande, como para distraer a la Inteligencia de la tiranía. El objetivo era montar una estructura clandestina nueva a partir del trabajo político que cada uno de nosotros tenía. En ese momento nos dimos cuenta que la cantidad de personas que confiaba en la resistencia era enorme. Asimismo, constatamos que constituíamos una fuerza operativa altamente cohesionada en lo ideológico-militar, y con potente disposición moral de combate. Confiábamos plenamente en una operación que significara una demostración de fuerza. En lo práctico, no trabajaríamos bajo ninguna fecha fija. El momento sería cuando tuviéramos preparados todos los requerimientos.’
-¿Qué curso tomaron las cosas?
‘Yo laboraba con Carlos Araneda. Asaltamos bombas bencineras, hicimos escuelas con la gente. Nosotros queríamos que el enemigo mostrara sus cartas. Como el golpe que daríamos sería duro, la respuesta sería peor. Incluso pensamos en que la operación no pudiera realizarse simplemente porque nos estuvieran esperando o nos capturaran antes de hacer nada. Nuestra apuesta principal estaba en la compartimentación. Ninguno de nosotros debía ni tenía cómo llegar a la dirección, ni tampoco entre los propios compañeros del equipo. Con la dirección el único que se vinculaba era el “Chico” Palma y se suponía que estábamos completamente desconectados. Los contactos eran mínimos.’
-Todo iba tal como lo organizaron hasta ese instante…
‘Así fue hasta el “Día D”. Todo el mundo se acuarteló y se realizó la operación tal cual estaba planificada.’
-¿Qué hizo la dictadura?
‘ La represión respondió cayendo sobre Fuenteovejuna y Jaraqueo (nombres de las calles donde habitaban militantes que fueron asesinados por agentes de la Inteligencia pinochetista, mientras otros ofrecieron resistencia armada), y capturaron al “Chico” Palma, Carlos Araneda y a mí. Mi turno ocurrió el 7 de septiembre de ese mismo año, a las 13:45, en San Pablo, muy cerca de Bandera. Yo venía llegando de un contacto realizado con Carlos Araneda en el cementerio de Maipú. Cuando viajaba hacia otro punto, noté algo extraño en el microbús así es que me bajé sin mirar hacia atrás. Vi a un policía de gendarmería que al advertirme abrió los ojos desmesuradamente. Iba a sacar mi arma cuando una mano me paralizó un brazo, otra mano el otro brazo, otra me jaló del pelo e inmediatamente me hicieron lo mismo en las piernas. Me metieron a un automóvil donde se percataron entre recriminaciones de las armas que llevaba encima, y me golpearon hasta dejarme anestesiado. “A la vida, no más”, me dije. En mi detención participaron alrededor de 30 agentes. Ahí comenzó el episodio con la Central Nacional de Informaciones (CNI).’
-¿Te trasladaron al cuartel de la CNI instantáneamente?
“Sí. Al principio me encerré en el discurso de que era un mero simpatizante de la resistencia, hasta que apareció un nuevo personaje que gritó “¡Qué va a ser simpatizante este huevón. Aquí yo soy el jefe y termina el hueveo!” Deletreó mi nombre completo, mi nombre político correcto (“Manuel”), y a cada uno de los compañeros con los que trabajaba. Me consultó sobre Carlos García y si sabía lo que le había pasado. Yo respondí que no lo conocía personalmente, pero sí lo que le había ocurrido. Carlos fue detenido con su mujer a quien, torturándola en la “parrilla”, le arrojaron a su bebé mientras le aplicaban electricidad. El tipo, amenazándome, me dijo que acababa de tener en sus brazos a mi hija Javiera de 7 meses de vida. (Tiempo después, el propio Carlos García me contó que había soportado la tortura dos días). Entonces el funcionario me preguntó “¿Qué trato quieres hacer conmigo?”. Yo le repliqué, “¿qué trato podemos hacer si me tienes engrillado, con los ojos vendados, tienes a mi hija y mi mujer, y estoy en tu cuartel? ¿Qué capacidad de negociación puedo tener en estas condiciones?” Me dio un palmetazo y me espetó que “reconozcas lo que hiciste”. “¿Quieres que reconozca lo que yo hice en el ajusticiamiento de Carol Urzúa?”, manifesté, en tanto me corrigió “¡Mi general Carol Urzúa, concha de tu madre!”. “No tengo ningún problema”, terminé y me trasladaron a una celda.’
-¿Qué hiciste?
‘En el calabozo me puse a pensar y pensar. Pasaron repartiendo comida y comí para asombro de mis captores. Ocurría que en esas condiciones el cuerpo me demandaba alimento por el desgaste energético. Incluso podía dormir, a menos que me despertaran. Cuando salí de la CNI, la doctora que me realizó el chequeo médico, me preguntó en qué fecha y hora estábamos. Acerté en la fecha y erré por 15 minutos de atraso en la hora. Me guiaba por la rutina de los milicos.’
-¿Qué pensaste?
‘Que la CNI decidía quién vivía y quién moría. En los periódicos ya había aparecido que habría pena de muerte para los autores del caso. Y a la CNI le interesaba corroborar quiénes habían efectuado todas las operaciones ligadas a los asaltos a gasolineras, el tema de los automóviles e información surgida por distintas vías. Y fundamentalmente, papeles con formas de escribir que encontraron en casa de Hugo Ratier y otros. Ahora, yo creo que cometimos un error grave cuando estábamos planificando el asalto a la segunda bomba de bencina. Éramos tres. Uno debía encontrar los lugares apropiados. El modo era el siguiente: nosotros reducíamos al taxista y luego lo llevábamos a un sitio donde meterlo en el portamaletas. Para el caso, fue en la comuna de La Florida que tenía calles anchas. Era mediodía, hacía mucho calor y no había un alma. Salvo un grupo de personas que nos topamos que estaba haciendo unos trabajos en la vía. Nos cercioramos de estar bien armados y llegamos al lugar convenido. Yo planteé que nos encontrábamos bajo vigilancia, pero mis compañeros me contradijeron. Cada una de esas operaciones tuve que relatarlas con lujo de detalles a la CNI. E intentaba alargar al máximo las historias para que ganaran tiempo afuera. En un momento, uno de los agentes se molestó y me dijo que estaba mintiendo. ¿Pero por qué si conocían todo a través de sistemas de micrófonos? De hecho, el día que partí a acuartelarme justo antes de la acción, en el microbús, mientras me revisaba el cuerpo, me di cuenta de que me había quedado con las llaves de mi casa y como todavía tenía tiempo, me devolví tomando un transporte de vuelta para regresárselas a mi compañera. Los agentes de la CNI me recordaron el episodio, pero ellos lo interpretaron como una medida conciente de mi parte de contrachequeo. Nada que ver. Yo concluí que en realidad me querían vivo para fusilarme después. Es decir, efectivamente, la CNI nos tenía encuadrados. Y el único vínculo con que contaban para llegar a la dirección éramos nosotros, porque no quedaba nadie más activo.’
A más de 21 años del retorno a la democracia, decenas de compatriotas, inculpados de crímenes
con confesiones obtenidas bajo tortura, cumplen una condena de destierro que les prohíbe retornar a Chile.
EL EXILIO SIN REINO
-¿No consideraste que la dictadura de algún modo, les permitió realizar lo planificado?
‘Algunos piensan eso. Sin embargo, yo creo que no fue así. Me baso en que la prensa de la época ya nos consideraba aniquilados y que sólo quedaba una base del MIR. Y que cuando comenzamos las acciones de poca monta, el régimen únicamente se dedicó “a mantenernos” y que, por tanto, nunca podríamos dar un golpe serio. Es más, yo estimo que con la operación mayor los sorprendimos. Hubo acciones que no salieron ni en los periódicos ni en los interrogatorios. Yo creo que el ajusticiamiento de un general –que no estaba en su lógica- le generó un verdadero problema a la tiranía. A algunos generales, hasta ese momento, sólo la dictadura los había eliminado. Y además cometimos un desacierto. Después de la acción nosotros debimos haber regresado al lugar de acuartelamiento y esperado ahí lo que ocurriera. Pero luego de la operación cada uno se fue para su casa.’
-¿Y políticamente?
‘La Operación Retorno dio cuenta nítidamente de que existían diversos esfuerzos y proyectos al interior del partido, y que las diferencias al final se resolvían por consenso. Convivían estrategias insurreccionalistas, de guerra popular prolongada, tesis más conspirativas, etc. La dirección del MIR no se detuvo en la reacción represiva que recibiríamos en las condiciones de fragilidad en que nos encontrábamos. La dirección se obsesionó con una teoría basada en golpear con lo que hubiera, y blandió el argumento de la infiltración para explicar las innumerables bajas de compañeros y zanjar problemas en su interior. Pagaron y seguimos pagando muchos la ausencia de discusión colectiva. Y los sobrevivientes de la acción habríamos sido fusilados sino fuera por el movimiento social en alza y el surgimiento del Frente Patriótico Manuel Rodríguez en ese período ( http://www.rebelion.org/ noticia.php?id=113276 ) .’
MIENTRAS TANTO
Hugo Marchant Moya tiene tras de sí el Obelisco. Su estadía en Buenos Aires quiere ser pasajera porque necesita volver a Chile, a esa lengua tumefacta que obliga a vivir de costado justo antes de caer al Pacífico. Hugo Marchant Moya lleva tanto gastando vista en fotografías, relatos a miles de kilómetros de su adolescencia y juventud, atrapado en el exilio, esa palabrota vieja y de rejas insondables, disciplinaria, castigo político que inventaron los griegos para equipararla con la pena capital .
Hugo nunca ha dejado de regresar a Chile. ‘Estuve preso desde el 7 de septiembre de 1983 hasta el día que partí al destierro. No fui liberado con el fin de la dictadura simplemente por la derrota política que sufrimos. Para la Concertación, bajo ningún punto de vista era posible la legitimidad de nuestra lucha. La salida de Pinochet había sido pactada y dentro de las condiciones y las convicciones de la Concertación, no estaban contempladas transformaciones en el modelo económico. Por un lado se sacaba de La Moneda al Capitán General, y por otro lado, la Concertación ofrecía gobernabilidad y obtenía la administración ejecutiva del mismo ultraliberalismo reinante. De hecho, en una entrevista, luego de haber sido el primer Presidente elegido en las urnas post dictadura, Patricio Aylwin consultado por nuestro indulto a cambio del destierro, dijo que nosotros no estábamos en libertad, estábamos recibiendo nuestro castigo; y que los presos políticos éramos simples delincuentes con algún nivel de conciencia social.’
‘Vaya conciencia social’, piensa el periodista, y piensa en la solidaridad que se está organizando en ese mismo momento en Chile y en otros costados del planeta. También, con vergüenza, piensa en sus propios dolores, en sus muertos y sus militancias siempre atrasadas. Y contempla, con una libreta y un retrato fotográfico enmarcado de Gabriela Mistral bajo el brazo, a Hugo mientras se devuelve sobre sus pasos y le da un saludo como el de Guillermo Rodríguez la última vez que lo vio, en medio de una marcha de más de 100 mil estudiantes en Santiago de Chile, hace 4 meses atrás que parecen años.
La historia de Ricardo Parra y su hermano Avercio
El primer asesinato político por tortura en democracia
por Andrés Figueroa Cornejo
Rebelion
“Arauco tiene una pena que no la puedo callar, son injusticias de siglos que todos ven aplicar, nadie le ha puesto remedio pudiéndolo remediar” Violeta Parra
Ricardo Parra Contreras, hijo único de Ricardo Parra Flores, pregunta y pregunta desde los 16 años a su tío Avercio Parra que cómo murió su padre realmente. Ahora Ricardo Parra hijo tiene 24 años, y las interrogantes sobre las oscuras circunstancias en que fue asesinado su padre se tornan graves y apremiantes.
Avercio, el menor de los tíos y el que sabe la verdad, pero la ha enmudecido o tergiversado para postergar el dolor, ha tomado la decisión después de dos décadas, de liberar los hechos. Para Avercio, y está pensando en sí mismo, es la pieza faltante en la carrera de un revolucionario nacido y criado en Cañete –territorio mapuche-, un sobreviviente de la dictadura, un instintivo combatiente que estuvo en los orígenes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, en los años 60 del siglo pasado, resistió la dictadura militar más sangrienta y dura de Chile y hoy, en otoño de 2011, es el Coordinador Nacional de la Confederación de Sindicatos de Trabajadores Independientes de Ferias Libres.
Avercio no es un arrepentido. En la actualidad, la lucha social lo sitúa como dirigente de trabajadores que sufren la represión concertada de la gran venta al detalle, los supermercados, y el Estado a través de los municipios. En fin, sólo ha cambiado la forma del combate.
Pero lo cierto, es que Ricardo Parra, 9 meses mayor que su hermano Avercio, no murió por causas corrientes, en una cama tranquila, o como un delincuente.
En marzo de 1990, asumió el primer gobierno civil después de la dictadura con Patricio Aylwin. Avercio, ya retirado del MIR, junto con otros compañeros con los cuales todavía mantenía contacto, decidió salir de la clandestinidad luego de una autorización gubernamental para que pudieran volver a la vida civil ‘normal’ todos los perseguidos políticos de Pinochet.
En agosto del 91, Nina, esposa de Avercio, lo convenció de que ya era hora de que su madre, Teresa Flores, conociera a sus nietos. Hacía 23 años que no la veía y partieron a Cañete. Con el reencuentro y los paseos por la ciudad “me di cuenta que habían ojos que andaban permanentemente observándome. Hasta en las partes públicas tenía carabineros cerca siempre”. Vio a su hermano Ricardo Parra que padecía una enfermedad que lo invalidaba para trabajar o escribir. Apenas podía caminar. A las dos semanas volvió a Santiago, quedando pendiente una visita a su hermana Eliana en Purén. En el segundo viaje, Avercio aprovechó de pasar a Cañete de nuevo. “Salimos con mi hermano Ricardo a recorrer el campo, pero ahora era más evidente el seguimiento. Y me topé accidentalmente con el ‘Loco Aguayo’, el mismo colaborador de la DINA que me reconoció en el lugar de torturas de Villa Grimaldi, y me dijo, “Estás vivo todavía, huevón” y añadió que “en La Moneda encontramos una foto tuya con Allende”. Se trataba de una fotografía que yo me había sacado muy niño con Salvador Allende en la campaña para las elecciones de 1964, donde mi padre me hizo llevarle un ramillete de flores a la Tencha.” Después, Avercio se reunió con su primer profesor de escuela y se despidió de su hermano Ricardo. Antes de irse, le obsequió una parca que andaba trayendo.
Tres meses más tarde, ya en Santiago, un llamado telefónico de una de sus hermanas le conminó a partir urgente a Cañete porque “Parece que mataron a Ricardo”. Otra hermana, Elba, le comunicó que “dicen que lo agarró un tal ‘Loco Aguayo’ junto a la policía”. En Cañete, Averció encontró a su madre deshecha. “Ahí me contaron que Aguayo delante de la policía, le preguntó a Ricardo que ‘¿dónde está la cagada de tu hermano?’. Lo detuvieron e interrogaron primero en Cañete. Luego lo llevaron a Purén y de vuelta a Cañete, donde mi madre. Roto por las torturas recibidas fue llevado al hospital regional de Concepción. Yo vi su cuerpo y su cabeza destrozada. El registro de defunción Nº 1135 del 8 de octubre de 1991 como causa de muerte sólo dice ‘sepsis generalizada’. De allí fuimos al juzgado de Cañete, donde el juez Juan Alberto Petit ironizó con mi presencia luego de tantos años sin verme. Yo le manifesté que únicamente buscaba justicia para mi hermano. Petit secamente sentenció que ‘lo que buscan aquí, no lo van a encontrar’. En Concepción una radio local nos entrevistó y mi hermano fue enterrado en Cañete.”
La madre de Ricardo, Teresa Flores, declaró a El Siglo que el 19 de julio de 1991 el miembro de Investigaciones de la subcomisaría de Lebu, José Tapia González con el ‘Loco Aguayo’, detuvieron a la víctima, lo mantuvieron en custodia 20 minutos en la Tercera Comisaría de Carabineros de Cañete y se lo llevaron a Investigaciones de Lebu. Allí Ricardo fue “violentamente golpeado en la cabeza en numerosas ocasiones, e incluso recibió patadas cuando estaba en el suelo. Luego de ser mojado y baldeada la celda, lo colocaron en posición de pie y le aplicaron el tormento de la gota de agua en la cabeza durante toda la noche…(cuando volvió lastimosamente y por sus propios medios a su casa en Cañete) el doctor Patricio Cruz le diagnosticó un severo traumatismo en un hueso parietal del cráneo”. Del hospital de Cañete fue trasladado al de Concepción. De allí Ricardo sólo salió muerto.
En Santiago, Avercio se entrevistó con el ministro de Justicia de Patricio Aylwin, el democratacristiano Francisco Cumplido, quien luego de recibir la documentación y el relato de los hechos, le contestó que el asesinato de su hermano era ‘un caso común’, que ya el país estaba en democracia y que el caso fue cerrado en Cañete. “No está cerrado en ninguna parte”, le respondió Avercio, “aquí hay una herida abierta y la democracia está matando al pueblo. Lo que le faltó a Pinochet, lo está haciendo la democracia.” Entonces Francisco Cumplido le advirtió que Avercio no podía hacer acusaciones a la democracia que había salvado a los marxistas. “A mí no me salva nadie. A lo mejor los marxistas lo han salvado a usted.” Así terminó la cita infructuosa.
Sin embargo, en el 2003, bajo el gobierno de Ricardo Lagos Escobar, los carabineros Julio Pino Ubilla y Miriam Solís Fernández, desertaron de la institución y se fueron a Gran Bretaña a demandar asilo. En Londres, los ex uniformados denunciaron que carabineros seguía torturando gente con la anuencia de sus oficiales. Según el diario La Nación de la época, Miriam Solís afirmó que “es muy difícil que nuestros compañeros se atrevan a denunciar lo que sigue pasando a diario dentro de Carabineros, aún en esta democracia chilena que es tan falsa”. Dentro del listado que entregaron los ex policías respecto de personas muertas como resultado de la tortura, está Ricardo Parra.
“El caso de mi hermano demostró la continuación de la dictadura después de Pinochet: torturas, cárceles secretas, detenciones arbitrarias, venganza y muerte. Hoy mismo la democracia emplea la violencia contra los sindicatos, los jóvenes que disienten, contra los mapuche, como la usaron contra mi hermano, contra un hombre inocente”, declara Avercio Parra.
Esta es la historia del horror y la resistencia, de la venganza política y la voluntad de lucha de un pueblo; la historia del espanto y la ternura.
Avercio
A mediados de 1960, Cañete era un pueblo muy pequeño que no alcanzaba los 4 mil habitantes, y que estaba dividido entre mapuche y chilenos. De hecho, sus alrededores eran puramente mapuche. No existían fuentes de trabajo, empresas, ni hospitales. Se sobrevivía de lo que producía el campo.
“Yo vengo de una familia donde mi padre, Juan Bautista, era mapuche y un ferviente luchador político”, relata Avercio, “y en su juventud fue presidente de sindicatos del carbón de Lota y Curanilahue. Juan Bautista siempre nos enseñó a sus hijos que la vida había que mirarla con firmeza y con mucha solidaridad. Mi papá era comunista y durante el gobierno del radical Gabriel González Videla, cuando fue proscrito el Partido Comunista, Juan Bautista, defendiéndose, perdió una mano al estallarle una carga de dinamita. Estuvo oculto en el monte y al tiempo regresó a la ciudad donde de la minería, pasó a convertirse en zapatero. Cuando me reencontré con él, me enseñó que la sociedad está dividida entre ricos y pobres. Y que nosotros éramos pobres.”
Avercio era el menor de 8 hermanos y se crió un período con su madre. Por diferencias con ella, abandonó la casa a los 13 años y se fue a un pueblo en la provincia de Arauco. A los 15 años, en 1965, ingresó a una fuerza revolucionaria llamada “Campesinos por la Libertad”, que fue la organización que antecedió al Movimiento Campesino Revolucionario del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), después. El 67, el MIR, con Miguel Enríquez a la cabeza, comenzó a adquirir la forma de una organización marxista-leninista y político-militar. El hermano mayor de Avercio, Sofanor Parra, en tanto, hacía trabajo al interior del pueblo mapuche, y años más tarde integró el MCR, el brazo de masas campesino del MIR. En 1977 su cuerpo abatido por agentes de la dictadura militar sería hallado en la Vega Central de Santiago.
En sus derroteros, hacia la segunda mitad de los 60, Marcia Merino o la ‘Flaca Alejandra’, que en 1974 se convirtió en delatora y colaboradora de los servicios de inteligencia de la tiranía, preparó a Avercio y lo integró al MIR, “cuando todavía era una gran luchadora en Arauco”.
Las corridas de cercos
Avercio estaba en calidad de ‘simpatizante’ del partido cuando comenzaron las “corridas de cercos” del pueblo mapuche, una política determinada por el MIR durante el gobierno del DC, Eduardo Frei Montalva.
“Los mapuche se estaban quedando sin tierras. Yo ya estaba en la ciudad y pasaba por pequeños cursos y discusiones. Al principio no entendía nada: lo único que sabía era que había que recuperar lo que otros nos quitaban.”
Sólo tenía tercer año de preparatoria cuando en 1966 Avercio conoció a Luciano Cruz –líder mítico del MIR- quien solicitó al partido su traslado para trabajar con él en el campo. En calidad de aspirante del MIR, Avercio se convirtió en ayudante de Luciano, sobre todo como enlace entre él y la Dirección del MIR. Bajo el gobierno de Frei Montalva hubo una gran revuelta en territorio mapuche, donde murieron tres originarios en Tirúa. En esos momentos, la gente del MIR se hallaba en la zona de Arauco y Nahuelbuta preparando lo que serían las ‘corridas de cerco’, con un equipo de topógrafos y abogados. Cuando se enteraron de la matanza, se trasladaron al sector y “comprobamos que la represión caía duramente contra el pueblo mapuche”. En ese momento se resolvió que había llegado la hora de actuar y se realizó la primera corrida de cercos en un sitio llamado ‘El Paso de los Patos’, en Arauco.
-¿Qué era una corrida de cercos?
“Si nosotros calculábamos que una comunidad mapuche tenía 10 hectáreas de terreno y el patrón había corrido 20 para él, nosotros recuperábamos lo que el patrón había robado y un poco más, y el resto lo distribuíamos a los mapuche inmediatamente. Entregábamos media hectárea para cada uno, instalábamos la ruca y la cerrábamos como propiedad de los mapuche de hecho. Entonces también actuaban jóvenes abogados que venían de la Universidad de Concepción. Yo recuerdo a uno no tan joven, de apellido Castañeda, que le decíamos ‘El Castaño’. Años después supe que la dictadura lo había matado en Paicaví. En fin, expandimos las corridas de cerco a lo largo de toda la provincia de Arauco y más allá. En Temuco seguimos, junto al compañero miembro del Comité Central del MIR, Miguel Cabrera, ‘El Paine’. Y en Valdivia, las corridas se realizaron con José Gregorio Liendo, el ‘Comandante Pepe’.”
El partido entonces le dio una nueva misión a Avercio en Concepción –al borde de 1968- como enlace con Miguel Enríquez. En esos instantes se había efectuado una expropiación porque la organización carecía de recursos para seguir funcionando. Era preciso hacer llegar el dinero a Santiago y a la misma Concepción, que eran las ciudades donde el MIR tenía presencia significativa. Bautista van Schouwen –otro de los dirigentes máximos del MIR- le pidió a Avercio una tarea especial: ir con un maletín a un punto (contacto) en la propia ciudad de Concepción. Esperando el punto en calle Caupolicán con Barros Arana, fue detenido por la policía, lo metieron a un vehículo, y en un lugar desconocido fue torturado, siendo embutido en un tambor con agua al que le daban martillazos. Querían saber quién era su jefe y qué estaba pasando en el sur.
“Me callé y terminé en el juzgado, donde fue la última vez que vi a mi padre. Yo tenía 17 años y había quedado en muy malas condiciones. El juez resolvió entregarme a mi mamá. Mi padre sólo me dijo ‘¿Ves esa vuelta que está allá? Por allí te vas a ir y no vas a volver nunca más. Tú elegiste la revolución. Ahora sigue tu camino.’”
La maduración
Al poco andar, Avercio se reconectó con el MIR en Lebu. Retornó a Arauco, y entonces el partido dispuso que debía partir a Santiago a estudiar, donde terminó su Sexto de Humanidades en el Liceo Valentín Letelier. En la Capital, en 1968, comenzó a realizar trabajo poblacional en la zona norte de Santiago, en Conchalí, a través de su participación en el GPM 8 (Grupo Político-Militar 8).
Protagonizó las primeras tomas de terrenos, como las que devinieron en la población Última Hora, El Barrero, y otras. De pobladores, pasó al Frente de Trabajadores Revolucionarios (FTR), otra estructura de masas del MIR, donde Avercio integró la Dirección Regional junto a José Carrasco Tapia (‘Pepone’) –asesinado el 7 de septiembre de 1986 por agentes de la Inteligencia pinochetista-, la ‘Flaca Alejandra’, y otros.
“Empecé a trabajar en la construcción para ir formando sindicatos, dándole énfasis al FTR. Estábamos en lo mejor. El trabajo de masas crecía rápidamente. Y el 69, el partido me envía con Bautista van Schouwen, Humberto Sotomayor, Andrés Pascal, José Carrasco, siempre en Santiago. Una parte era de la Comisión Política y otra del Comité Central. Mi pega era como la del ‘chico de los mandados’ y enlace de confianza entre la CP y el CC. En 1970 fui enviado a Cuba a hacer algunos cursos de especialidad. Volví en 1971 ya entendiendo mucho mejor las cosas.”
A su regreso se encontró con que en el MIR se había producido un quiebre. Con otros compañeros, Avercio fue parte de la formación del Movimiento Revolucionario Manuel Rodríguez (MR2). La crisis tenía antecedentes viejos por concepciones diversas que existían respecto de lo político y lo militar. Había un sector que decía que el partido no podía convertirse en una fuerza militar porque no tenía la capacidad suficiente para ello, y otro señalaba que si bien, el MIR no podía transformarse en un ejército popular, sí debía estar preparado para dar respuesta al enemigo cuando fuera golpeado. Pero no existía ninguna de las dos condiciones. Finalmente, en 1972, por acuerdo de direcciones, el grupo organizado en el MR2 volvió al MIR, sin condiciones.
El golpe
En el intertanto, Avercio se fue a Concepción a cumplir labores de Inteligencia, y en 1973 retornó a Santiago a hacerse cargo de la comunicaciones de la Dirección. Con otro equipo del MIR, él asesoraba la seguridad interna del Presidente Salvador Allende, distinta al GAP. No estaban en ninguna locación fija, “estábamos en todas partes”
Días antes del golpe, cuya inminencia el mismo Miguel Enríquez –Secretario General del MIR- había anunciado en el Teatro Caupolicán, Miguel fue conminado a salir de Chile y a preparar las casas de seguridad.
“Nosotros ya sabíamos del golpe el 14 de agosto de 1973 por los movimientos de tropas en Santiago (en Peldehue y el regimiento Buin, particularmente). El problema era que la izquierda no nos hizo caso. Los socialistas nos dijeron que éramos unos paranoicos, infantilistas, y otras cosas por el estilo. Nosotros nos concentramos en la seguridad de la Dirección del partido, fundamentalmente de Miguel, Edgardo Enríquez y Bautista van Schouwen, que era la sucesión política del MIR. Entonces llegó el golpe de Estado y nosotros no estábamos preparados. Nos reunimos con Miguel, se negó a salir del país y destacó una comisión a la Argentina donde iba Edgardo Enríquez, a una reunión de la Junta Coordinadora Revolucionaria donde estaban el Partido Revolucionario de los Trabajadores - ERP (Argentina), el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria - Chile), el MLN -- Tupamaros (Movimiento de Liberación Nacional -Uruguay) y el ELN (Ejercito de Liberación Nacional - Bolivia). Yo partí a Buenos Aires un día antes. Uno de los objetivos era que Edgardo Enríquez se quedara afuera.”
Avercio volvió en el mismo mes de octubre del 73 a Chile. Se reunió con José Carrasco para laborar en la documentación nueva para sus compañeros ante la persecución sistemática e inclemente de la dictadura contra todos los opositores al régimen y especialmente, contra los militantes de las organizaciones de izquierda. Se formaron talleres de comunicación, realizándose un trabajo de hormiga. Al poco tiempo, ‘Javier’, encargado del sistema de espionaje del partido y llevando las placas de las cédulas de identidad en su poder, murió en un enfrentamiento casi en las narices de La Moneda.
“Ya el 30 % del Comité Central estaba en manos de la Inteligencia de la Fuerza Aérea. Miguel se comunicó con los militares y les señaló que mientras más compañeros aprisionaran, más se sumarían a la lucha. A fines de 1974 cae la ‘Flaca Alejandra’, y en el 75 debo asumir la reconexión del partido a nivel nacional. Había que recuperar a algunos, salvar a otros. Yo ya tenía en el cuerpo dos enfrentamientos. El primero en calle Esperanza con Agustinas, que fue mi primera experiencia violenta, mi prueba de fuego. Naturalmente, sentí miedo. El otro enfrentamiento lo tuve en un control en Providencia con Tobalaba.”
Entonces, Avercio vivía en Compañía con Miguel de la Barra, casi al frente de donde estaba en esa época la Embajada de Estados Unidos. Se le encomendó avisarle a Humberto Sotomayor que debía salir de la casa de Vicuña Mackenna donde estaba oculto. Luego, el ‘Coño’ Molina le indicó que debía citarse con Miguel Enríquez, quien le pidió que limpiara la piscina que había en el paradero 24 de Gran Avenida.
“Y en el punto, justo aparecen dos carabineros, que yo creo fue fortuito, y comenzó una balacera mientras sacaban a Miguel del lugar. En fin, aseamos la piscina. Revisamos milímetro por milímetro, para que en caso de problemas se instalaran los francotiradores.”
Luego viajó al sur. Avercio estaba viviendo con una pareja que tenía tres meses de embarazo. En la zona recuperó parte de la militancia y las estructuras. Y pensando en que sería la última vez que tendría la posibilidad, pasó por Cañete, chequeó la casa de su madre para asegurarse de que nada pasara. Así, estuvo una noche lluviosa con ella. Le preguntó qué ocurriría si lo mataban en alguna parte donde la familia no supiera. “Yo le respondí que la muerte es una cosa que uno no busca, sólo llega.” Al día siguiente tomó con su mujer el bus a Santiago, cargado con tarros con grasa, queso de cabeza y tres metros de longaniza.
La caída
“Yo siempre tuve una memoria fotográfica muy buena”, cuenta Avercio, “además me levantaba a las 06:00 hrs. a recoger los diarios. Sin embargo, llegando a Santiago, no tomé esas precauciones que eran una costumbre para mí. Tampoco llamé a la gente que trabajaba conmigo. Sólo pasé a buscar el auto con mi mujer y eché toda la comida del sur arriba. Y cuando voy pasando por San Antonio con Merced, me topé con el local llamado ‘El Dante’ donde bajé a comprarle un completo a mi señora. En un kiosco, ahí mismo, había un diario en cuya portada aparecía la cara enorme de un compañero que sabía más o menos donde yo vivía, pero, desconcentrado, no me detuve a leerlo. Y entonces comencé a cometer una seguidilla de errores. Me percaté de que había muchos vehículos transformados en ambulancias, pero no le di importancia. Después advertí que había personas barriendo por ambas aceras, y comerciantes en carritos que no eran usuales en el barrio. Estacioné el auto, bajé los paquetes, y nos fuimos al ascensor. Lo único que atine a hacer fue a sacar mi pistola 765 y pasarle bala, me la puse en la espalda, y abroché a mis bolsillos dos granadas que llevaba. Mi mujer iba adelante, mientras yo cargaba los bultos con alimentos. Mientras ella hurgueteaba en su cartera buscando las llaves del departamento, la puerta se abrió y un grupo de tipos se arrojó sobre ella. Solté la comida inmediatamente, saqué la ametralladora que traía, los cargadores, y salí del edificio a enfrentar lo que me esperaba: policías con armamento de guerra. Comencé a disparar, mientras corría hacia calle Andrés Bello donde me encontré con otro hombre parapetado que disparaba para todas partes. Allí cometí un nuevo error. Me metí al Hotel Foresta, y tomé a un gringo como defensa, pensando que a él no lo matarían. Pero, ¿a dónde ir? Ya había llegado mucha prensa, muchos uniformados y el ruido de las sirenas ensordecía. Y con el gringo a cuestas, salí del hotel para cometer un nuevo error: me fui al cerro Santa Lucía, considerando que era el mejor lugar para cubrirme; pero nunca pensé que las balas se acaban. Solté al gringo y, sin saber si me entendería, le dije que muchas gracias. Cuando las cosas ya se veían muy mal, por primera vez en mi vida me encomendé a Dios, me dije Patria o Muerte, lancé una granada y me eché a correr cerro abajo en dirección a la calle Ismael Valdés Vergara porque ahí estaba la embajada de Suiza y el MIR tenía una suerte de convenio con esa embajada. Mi objetivo era entrar a la zona de la sede diplomática. A todo esto, ya me había dado cuenta de que la represión era muy cobarde. Yo estaba solo frente a una cantidad que jamás conocí en número. Y pasó algo particularmente extraño en mi carrera. El único sujeto que estaba a unos 10 metros de distancia atrás, y que sin problemas podría haberme reventado a balazos con el fusil que llevaba, me gritaba ‘corre, corre, corre’, y nunca me disparó. Yo mientras, llegué a Miguel de la Barra con la punta de diamante, a la altura de calle Monjitas. Cruzando la calle a la embajada, se me estancó la pistola. La golpee contra un grifo que todavía existe, pero no hubo caso. Lo único que me quedaba eran tres balas en el fusil AKA que tenía. Las disparé, y en la esquina, por primera vez, me llovieron contra mi suerte las balas enemigas desde un edificio. Tiré las armas vacías que traía conmigo. Caí a tres metros de la embajada. Una horda de tipos se me arrojó encima y me cubrieron con frazadas. Era el 25 de julio de 1974. Los periodistas me gritaban, preguntando mi nombre, si era extranjero o chileno. Yo repetí mil veces ‘Me llamo Avercio Parra’. En ese momento me tomó el Servicio de Inteligencia de Carabineros (Sicar) y me llevó a un cuartel recién hecho en calle General Mackenna con Teatinos. Allí yo creo que no supieron tratarme, no supieron interrogarme. Sólo se dedicaron a golpearme brutalmente y a preguntarme una y otra vez dónde estaba Miguel Enríquez. Terminé inconciente, y tengo entendido que estuve en el cuartel unos 10 días.”
Luego Avercio fue transportado al diario El Clarín que había sido transformado en una locación de tortura en calle Dieciocho. Una semana y media después fue mudado a una casa de monjas que estaba en San Bernardo. En ese emplazamiento le aplicaron sólo químicos que le provocaron largas y sombrías alucinaciones. Al parecer a los agentes de la dictadura tampoco les dio resultado ese método y lo volvieron a El Clarín. Estuvo dos meses en ese sitio. “Yo únicamente preguntaba por el estado de mi mujer y les aseguraba que ella no tenía nada que ver con mi opción política. Mis guardianes me decían que mi hijo iba a nacer con la cara mitad mía y mitad de su jefe.”
Un día cualquiera Avercio escuchó que gritaban que sacaran al ‘Indio’, que se iba el ‘Indio’. Lo ubicaron de frente a la muralla, le levantaron la capucha y alguien dijo que apuraran los papeles para que el detenido se fuera. Y entonces llegó la policía secreta de la tiranía, la Dirección de Inteligencia Nacional, la DINA en pleno: el ‘guatón’ Osvaldo Romo, Tulio Pereira, Manuel Contreras, Pedro Espinosa, la ‘chica Carola’ (Alicia Gómez, ex militante del Partido Socialista que se convirtió en colaboradora de la DINA). Osvaldo Romo preguntó que dónde estaba el ‘Indio’. Indicaron a Avercio, y Romo replicó con garabatos a los policías, martillándoles que tenían en sus manos al que él consideraba el segundo hombre del MIR. La ‘chica Carola’ le repuso la capucha a Avercio, lo arrojaron al interior de una camioneta, “y por el aire cordillerano, supe que me llevaban a Villa Grimaldi”.
A partir de ahí, solamente se concentraron en preguntarle dónde estaba Miguel Enríquez, que él sabía dónde se ocultaba, que quién venía en el mando después de él.
“A mí se me ocurrió una idea que a muchos, en esas condiciones, les parecerá una niñería. Les conté que yo no sabía nada y que era evangélico. Obviamente, Romo no me creyó, y recomenzaron las torturas”, evoca Avercio. En los interrogatorios del horror estuvieron Manuel Contreras, Tulio Pereira, Pedro Espinosa, Romo y entre ellos, la ‘Flaca Alejandra’. Todos lo castigaron con escarnio bíblico. Al tiempo, ya no le ordenaban qué tenía que hacer, “yo me sacaba la ropa solo”. Fue hipnotizado, le colocaron pentotal (‘el suero de la verdad’), lo quemaron con cigarrillos; fue fusilado falsamente, lo colgaron de un poste hasta dislocarle los hombros, y sintió morirse dos veces.
A los 15 días, alrededor de mayo de 1975, fue transferido a la torre de Villa Grimaldi, “de donde no se salía más con vida”. Allí se encontró con José Carrasco Tapia y Víctor Toro Ramírez. “Víctor Toro me dijo que algún día la patria me recordaría si llegaba a morir, y si no, que recordara a los que estuvieron conmigo. Y nos callamos para siempre. Ya no supe más de mi vida. Ese fue el instante en que ‘me fui’. El resto, fueron sesiones de tortura.”
Entonces Averció inventó a sus verdugos que uno de los puntos de contacto a los tres meses de desaparecer o pasar un imprevisto lo tenía en Concepción, en la calle Caupolicán, en un restaurante que se llamaba ‘El Chiquitito’, y que debía llegar solo, con un diario, y tener una cajetilla de cigarrillos Lucky sobre la mesa. Cuando eso no resultó, ideó que tenía un segundo punto de recambio en la medialuna de Arauco. Como lo que dijo no existía, después de los viajes fallidos, la ira de los agentes de la DINA hizo que lo ataran a la parte trasera de una camioneta y la echaran a andar a toda carrera. Cuando ya estaba destruido, lo devolvieron en helicóptero a Santiago.
En Villa Grimaldi, estando en una casona preso que quedaba después de la piscina, fue convocado a la oficina de Manuel Contreras, el director de la DINA. Le retiraron la capucha porque “hoy día eres fiambre”. Le pusieron un café delante y Contreras le ofreció que entregara a Miguel y que trabajara con ellos. “Yo no quería más y le respondí que se podía ir a la mejor parte de su mamá. Nuevamente me dieron hasta que se cansaron”, rememora Avercio.
De pronto, la suerte se hizo su amiga. Viajó a Chile la autoridad de la OEA en materia de Derechos Humanos, el argentino Alejandro Orfila , a realizar una observación a los campamentos de prisioneros políticos. Los carceleros se desesperaron y se llevaron a los reos velozmente a Tres Álamos donde había una pieza grande que le llamaban ‘el caserón de los incomunicados’. Antes, en Villa Grimaldi, Avercio se encontraba con unos 20 compañeros. Entonces un agente de la DINA, el coronel Walter Miralles, ‘El Choclo’, les ordenó formarse y tomarse de las manos, y el prisionero Víctor Muñoz Urrutia junto a un argentino, ‘el Pescadito’, que estaban en mejores condiciones que Avercio, lo sacaron de la cama, lo elevaron como pudieron y lo metieron dentro del montón hasta el vehículo donde los transportaron a Tres Álamos.
“Apenas llegamos al pabellón de incomunicados, un compañero informó al pabellón de libre plática que yo estaba allí. Entonces José Carrasco pide que me pongan donde pueda hablar conmigo y, en clave, me pregunta ‘¿Cómo estamos en el agua?’, y yo le respondo que soy ‘Carlos’.”
Providencialmente, mientras ocurrió esto, apareció el Cardenal Raúl Silva Henríquez, a quien le informaron dónde se encontraba Avercio Parra, desaparecido hacía 4 meses.
Avercio habló con el Cardenal y con el sacerdote Cristián Precht. Y Orfila de la OEA visitó Tres Álamos, y todos los que estaban incomunicados fueron tirados al pabellón 3 de libre plática, donde había un buen grupo de presos.
“De golpe se me olvidó la idea de morir. Esto ocurrió un viernes y el domingo tuve visita de mi familia. Pero al martes siguiente la DINA me fue a buscar otra vez. Ahora se ensañaron al extremo conmigo, arrojándome ácido en la cara, dejándome sin ver durante dos semanas. Por primera vez me quebré. Entre sueños vi a mi padre recordándome sus palabras de jamás hablar. Estaba tan hecho trizas que me llevaron a la Clínica Alemana, y de vuelta en Tres Álamos empecé a ver de a poco. El doctor Leiva hizo que mi cama quedara al lado de la suya. Yo deliraba toda la noche.”
A los dos meses Avercio fue llevado al Consejo de Guerra junto a José Carrasco, Nelson Aramburu, Víctor Toro, Víctor Muñoz Urrutia, ‘El Paine’, y tres prisioneros más. Los esposaron y fueron arrojados a una especie de microbus. Posteriormente se presentó un vehículo y preguntaron cuál de todos era el ‘Indio’. Allí lo encadenaron, lo echaron adentro del auto y “yo pensé que era el fin”. Llegó a la Fiscalía donde se encontraban los demás y a las 02:30 de la madrugada lo hicieron ingresar a la sala. Ahí estaba el coronel Cristian Labbé (actual alcalde de Providencia, en Santiago de Chile).
“Me dijo que estaba cansado y que no daba más. ‘Te devuelvo a Villa Grimaldi, te mando a fusilar, o me dices la verdad. ¿De quién son estas armas?, me interrogó. Yo respondí que mías. Y de nuevo: ‘¿Dónde está Miguel?’ Yo repliqué que Miguel Enríquez había caído en un enfrentamiento, combatiendo, como un verdadero comandante de la revolución. Y si quería, ahora le podía decir dónde estaba.”
La resurrección
Labbé casi le dio 200 años de presidio y Avercio, de Tres Álamos fue trasladado a Puchuncaví, y en la amnistía de la tiranía dictada en 1978, fue expulsado del país. Eran 16 los de su grupo. Ahí recién supo que su mujer había perdido al hijo que esperaba y que estaba en Inglaterra. De Santiago, partieron a Buenos Aires, luego a Paraguay, y por intervención de la Iglesia, los dejaron en Río de Janeiro donde estaba la Dirección del partido, que lo envió a Suecia. Allí fue apadrinado por un sindicato de trabajadores. Lo atendieron en un hospital, le arrancaron esquirlas de bala que tenía en la cabeza, y las balas que agujereaban sus piernas.
“Al tiempo me visitó Andrés Pascal para decirme que tenía que irme a Cuba”, reseña Avercio, “allá me trataron tres meses sanitariamente y luego partí a Punto Cero a unos cursos. Más tarde me tomó el G8 donde estudié Inteligencia. Me fui a la Unión Soviética, regresé a Checoslovaquia y de ahí viajé a Nicaragua a pelear contra la contra en el Frente Sur. A los dos meses me hicieron viajar a Francia, y la Dirección me envió a Chile. Pascal me comunicó que el partido estaba quebrado económicamente y que debía encargarme de un equipo para realizar actividades de refinanciamiento de la organización. En Chile, esas iniciativas complejas y riesgosas resultaron un éxito. Regresé a Francia con mi gente después de sus realizaciones y me aguardaba otra tarea: ingresar a las fuerzas que iban a insertarse en Neltume (por la cordillera desde Argentina) y Nahuelbuta (por el Golfo de Arauco) para iniciar la lucha guerrillera contra la dictadura militar. De retorno al país, reconectamos al partido que había recibido un golpe. En tanto, asumí en el área militar el cargo de ayudante suplente de Arturo Villavela, después de ‘José’. Y otra vez el partido estaba desfinanciado, en medio del regreso al país de un gran numero de compañeros que participarían en la guerrilla del sur. ¿Pero, cómo una cantidad más que importante de recursos había desaparecido en 6 meses? Otra vez tuve que ingeniármelas para refinanciar la operación.”
En 1981 había fracasado el proyecto guerrillero, con un enorme saldo en vidas preciosas, y la represión le pisaba los talones a Avercio en Santiago. Él se emparejó con Nina que ya tenía una pequeña hija, y con quien tuvo un hijo. Ella pasó a la clandestinidad donde nació Miguel Ernesto. Entonces la represión descubrió su casa en calle Bellavista con Dardignac, donde tuvo que repeler un ataque. Más tarde, los encontraron en otra vivienda ubicada en calle Bolivia, en El Salto; y después otra casa en Valdivieso, arriba del cerro, donde Avercio debió resistir con armas más pesadas para sacar a la familia con vida. “Nina siempre fue muy valiente”, dice Avercio mientras se bebe un vaso de agua de un trago.
El quiebre
Finalmente, Avercio salió del país para regresar tres meses después, y ya las cosas “estaban hechas un desastre”. Habían matado a Villavela, a ‘José’ (oficial Montonero), al chico Palma. Viajó a Argentina donde se le había pedido a Nelson Gutiérrez que se hiciera cargo de las fuerza militar del MIR en Chile, pero él no quiso. Y en 1983 se efectúa un activo o Congreso donde se quebró el partido entre Andrés Pascal, y Nelson Gutiérrez con Hernán Aguiló.
“Nuestros propios errores nos llevaron a la debacle del partido”, piensa en voz alta Avercio, “para mí, los miristas en el extranjero no quisieron asumir sus tareas en Chile; y los que estábamos en Chile, no tuvimos la capacidad suficiente para revertir la crisis. Yo me quedé con Pascal, y gran parte del Comité Central, con la idea de no exponer más vidas y tratar de reorganizar el partido. Con el tiempo me volví a reunir con Pascal y otros compañeros, también en Argentina, donde ya se veía el tipo de salida que tendría la dictadura. Yo el 80 había obtenido la nacionalidad sueca, cuestión que me salvó de la policía alemana en un viaje en tren donde llevaba dinero y propaganda. En 1984 ya me descolgué de toda vida militante y me interné en Chile por el paso de Los Libertadores. Me mantuve clandestino hasta el gobierno de Aylwin.”
La venganza político –criminal y la justicia necesaria
Cuando el sobrino de Avercio, el joven Ricardo Parra lea la presente crónica, conocerá por primera vez los hechos que terminaron con la venganza política y las causas profundas que gatillaron las torturas policiales que mataron a su padre en 1991. También sabrá de las andanzas detalladas de su único tío, ese a quien tanto pregunta por qué no hay justicia para su padre. Porque Ricardo padre no sólo fue víctima de torturas atroces bien documentadas, siendo un minusválido. Él jamás militó en partido alguno antes, durante o después de la dictadura.
El dolor tiene de silencio y de misterio. Y también la justicia debe tener su hora y su plaza. Avercio Parra Flores, militante revolucionario en la Unidad Popular, sobreviviente de la resistencia contra la dictadura más feroz de la historia chilena, y hoy, dirigente sindical, piensa que las cosas no pueden guardarse en un baúl en la hondura rotunda de Arauco. Su familia tiene sed de justicia. Y sólo rescatando la memoria auténtica de las motivaciones perversas y políticas que terminaron con la muerte de Ricardo Parra Flores, podrá mirar el futuro sin tanto tormento.
“Que todos sepan la verdad”, dice Avercio, y sus ojos mapuche dicen también que no cejará de luchar hasta que exista justicia para su hermano y para los pobres de la Tierra.
Lanzamiento en la CUT del libro de Guillermo Rodríguez
El balance del MIR en voz de un militante histórico
Guillermo Rodríguez, "El Ronco"
por Andrés Figueroa Cornejo
Rebelión
“Confieso yo, que siendo militante del MIR, a mi regreso me integré a la Resistencia Popular y recibí la tarea privilegiada de aportar en un frente concreto: la lucha armada. Y para mi propio orgullo, mi Partido me destinó a la vanguardia del pueblo, a las milicias de la Resistencia. Porque para la Resistencia está claro que la dictadura se sostiene apoyada sólo en el poder de las armas de las Fuerzas Armadas. Y es por eso que luchamos por desarrollar una fuerza popular, que sea social, política y militar, porque sabemos que sólo construyendo el ejército de la Resistencia, superior al de las FFAA, lograremos derrocar a la dictadura. Es por ello que elegimos desarrollar la guerra revolucionaria, porque ello nos permite luchar en todos los frentes. Legal y clandestino. Con la propaganda y las armas. Porque mediante la guerra revolucionaria vamos desarrollando, en pequeños combates, nuestras fuerzas para ir alcanzando el desarrollo de muchas fuerzas, uniendo al pueblo, organizándolo para que luche hoy por sus derechos, pero que se capacite, al mismo tiempo, para los combates decisivos. Me declaro culpable de ser un miliciano y de estar absolutamente convencido que sólo la guerra del pueblo nos hará libres. A ello me dediqué el escaso tiempo que permanecí libre en Chile. Desarrollando las milicias populares, que no son otra cosa que grupos de obreros, estudiantes, campesinos, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, que toman las armas para hacer efectivo el derecho a rebelión”
Escrito por Guillermo Rodríguez hace 30 años, en el contexto de su defensa ante el Consejo de Guerra de la dictadura pinochetista en Chile que se le seguía por luchar en la Resistencia Popular como militante del MIR.
El Movimiento de Izquierda Revolucionaria chileno, MIR, entre 1965 y 1973 fue sinónimo de edificación de poder popular, acción directa, reivindicación de la lucha armada, guevarismo (en su clave anticapitalista y antiimperialista a la vez), crítica resuelta al reformismo de las izquierdas tradicionales de la época, y la definición de los pobres del campo y la ciudad como sujetos de transformaciones profundas. El MIR fue, entre muchas cosas, la constelación orgánica de diversos grupos de inspiración revolucionaria para la toma del poder y la construcción del socialismo en Chile. En este caso, el precio de la rebeldía organizada fue altísimo. Desde los primeros momentos de la dictadura militar, el MIR fue el objetivo de exterminio prioritario del pinochetismo; es decir, del gobierno golpista de la burguesía aliada al imperialismo norteamericano. Más de 700 militantes, hombres y mujeres, pagaron con su vida la convicción y la práctica de la lucha más definitiva contra el capital. Miles fueron torturados, miles fueron exiliados.
Guillermo Rodríguez es un sobreviviente del MIR. Una autoridad ética incuestionable para el conjunto de la izquierda chilena. A los 16 años ingresó al Movimiento de Izquierda Revolucionaria; a los 19 era parte de la guardia personal del Presidente Salvador Allende. Aportó a la formación del poder popular en el cordón industrial Cerrillos-Maipú en los últimos tiempos de la Unidad Popular Guillermo Rodríguez, el “Ronco” (por un envenenamiento que sufrió por agentes del Estado que dañaron para siempre su garganta y capacidad vocal), participó en la resistencia armada desde el mismo 11 de septiembre de 1973; estuvo preso en el Estadio Nacional, y exiliado en Canadá desde donde regresó a Chile a cumplir tareas partidarias como responsable de las milicias de resistencia popular en Santiago. Luego sería hecho prisionero nuevamente.
Autor de la novela “Hacia el final de la partida”, el jueves 13 de marzo, en la sede de la Central Unitaria de Trabajadores –como una forma de homenajear al legendario forjador de la unidad de los trabajadores chilenos, Clotario Blest- lanzó su último texto “De las Brigadas Secundarias a los Condones Industriales”, un libro que retrata su participación personal en el período más alto de la luchas de clases en Chile, por un lado, y donde realiza un balance propio de la historia del MIR hasta el golpe de Estado de 1973.
A salón repleto y con la presencia de Manuel Vergara, padre de tres revolucionarios chilenos asesinados por el Estado en sus luchas por la emancipación de los pobres, el texto fue presentado por un compacto de panelistas significativamente pertinentes para el evento.
LAS PREGUNTAS Y LOS GRANDES TEMAS
En las intervenciones, el profesor Marcelo Cornejo, a partir del libro realizó una serie de preguntas desde los cuestionamientos actuales de la nuevas generaciones rebeldes del país y en perspectiva de relevar las claves para la construcción de una organización política de carácter revolucionario.
Por su parte, el historiador y académico de la Universidad de Santiago, Igor Goicovic, planteó que el texto de Guillermo Rodríguez propone temas que abrazan nuevas investigaciones en profundidad sobre a aspectos ligados al Movimiento Campesino Revolucionario (frente de masas del MIR en el mundo rural y mapuche); a la relación entre el Partido, los frentes intermedios y los frentes de masas; a la cotidianidad de la militancia revolucionaria y a los hitos de resistencia armada ocurridos inmediatamente después del golpe. Asimismo se refirió al rol de la vanguardia, la construcción de la fuerza social revolucionaria y al papel que le toca a la violencia política en un proyecto revolucionario.
LOS PROBLEMAS POLÍTICO MILITARES DEL MIR
Renato Betancurt, ex militante del MIR, poeta, escritor, y amigo del autor realizó la siguiente reflexión en torno al libro.
“A pesar del final sombrío, no se trata de una crónica opresiva, ni desalentadora. Por el contrario, estamos ante el despliegue de una historia humana que provoca entusiasmo y en cierto modo, incredulidad, para quienes no vivieron esa época. (…) El libro también despierta un vivo interés por cuestionar la realidad contada, particularmente respecto de las efectivas posibilidades que tenía la mayoría del pueblo para alcanzar el umbral de una sociedad mejor, justa, igualitaria, democrática y revolucionaria. (…) Quedan planteadas preguntas…sobre los aciertos y errores del MIR. ¿Era posible que la mayoría del movimiento social avanzara en términos de conciencia y organización hacia una coyuntura de generación real de un poder alternativo al poder detentado por las clases dominantes? (…) ¿El problema político militar fue enunciado e implementado correctamente por los revolucionarios o se cayó, más bien, en unas concepción elitista, sin entender la necesidad de la implementación extensa, urgente, amplia, política, desde una perspectiva miliciana del pueblo en armas? ¿Acaso no jugó muchas veces en contra del avance del pueblo en conciencia y organización la prevalencia de un modelo conspirativo, aparatista y elitista, respecto de las tareas técnico-militares entre los revolucionarios? Otros temas candentes…dicen relación con la democracia interna en la organización interna de los revolucionarios y acerca de la capacidad democrática de estos para resolver diversas controversias tácticas, e incluso de índole estratégica, lo cual podría ejemplificarse con la no realización de un Congreso interno que arrojará luces respecto del desempeño adecuado del período y permitiera una decisiva participación de la militancia proveniente de los frentes de masas. Por otro lado, la generación de dirigentes entre los revolucionarios, ¿Era efectivamente democrática y los criterios y métodos empleados para elegirlos fueron, a la luz de los hechos y del tiempo, los más adecuados y efectivos? (…) El libro es un relato apasionado, convocándonos no sólo a observar el pasado, sino que a pensarlo críticamente con la finalidad de reiterar en los hechos la posibilidad de construir y alcanzar un mundo mejor. (…) Este libro es un alegato que alienta la necesidad de volver a ser capaces de mirar la realidad con la intención de intervenir en ella para modificarla.”
UNA MIRADA EN PROFUNDIDAD
Rafael Agacino, economista, filósofo, y actual miembro del Colectivo de Trabajadores, sintetizó en un agudo análisis, arrancando del texto, el decurso de las tramas profundas de la vida del MIR.
“En el libro hay una relación entre la epopeya, la épica y la tragedia. (…) Cuando uno termina el libro la pregunta que surge es la relación entre la historia y mi biografía, pero pensando en el futuro. El texto tiene 15 capítulos. Los tres primeros capítulos pasan del Liceo, la Brigada Secundaria Mirista y la participación de Guillermo en el Grupo Político Militar 1 (GPM 1). Si uno leyera desde atrás el texto, es decir: capítulo 15, “El Estadio Nacional”; capítulo primero, “Liceo”; capítulo 14, “El 11 de septiembre en Maipú”; capítulo segundo, “Mi incorporación a la Brigada Secundaria Mirista”; capítulo 13, “Día de incertidumbre”, después del “tacnazo” del 29 de junio de 1973 (ensayo del golpe militar que fue aplacado). (…) Si uno mirara el texto desde esa perspectiva, el libro es una transición de desinserción de la vida juvenil del “Ronco” a la incorporación de un gran proceso histórico que está discurriendo. Esa desinserción, ese alejamiento de los amigos, ese comprender que en el deseo tengo que incorporarme a la lucha política, y que la lucha política se funda en ética, y la ética exige compromiso, y el compromiso significa un madurar forzado debido a ese proceso histórico que llama. El año 1965, 67, hacia el año 1973 es para la generación que hoy tiene 60 o 50 años, la desinserción de su juventud. (…) Es lo que ocurre en las primeras acciones de resistencia en la comuna de Maipú, cuando se escucha el borbardeo a La Moneda , y donde la infraestructura, las comunicaciones, todo lo que tenía que estar dispuesto, no está. Y, por lo tanto, hay que tomar decisiones sobre la marcha. Decisiones que significan miedo, audacia para tratar de colocarse a la altura de los acontecimientos. Decisiones que pueden ser erradas. Y esas indecisiones venían del momento de incertidumbre que antes había provocado el “tacnazo”; el momento que, en realidad, esta gran tendencia de constitución de sujeto que va abriendo camino, que disputa espacios al poder burgués creando poder popular, por desinteligencia de la política y de sus dirigentes, por ciertas capitulaciones que se hacen en torno a ese día crucial y donde no se pasa a la ofensiva, parece provocar esa inmovilización que nos deja en vilo al momento del golpe que ocurre pocos meses después. (…) Los primeros capítulos del libro son la epopeya, son el MIR que va creando política. No la epopeya ingenua. Es la epopeya de generaciones de jóvenes, de generaciones de viejos que van cuajando un proyecto y creando política. Es la epopeya de aquellos momentos estelares de la lucha de clases en que los sujetos populares, por primera vez, sienten que constituyen un colectivo en el cual residen las posibilidades de abrir futuro y construir una nueva sociedad. Es la epopeya de la posibilidad histórica. (…) Pero también hay otro MIR. El MIR que queda en medio de un proceso inconcluso. El texto de Guillermo termina en el capítulo 15, después que un teniente de la Fuerza Aérea admite la posibilidad de que el “Ronco” comience “a cooperar”, a “hablar”. Es el darse cuenta que ya la derrota de ese proceso, es total. Es el momento en que esa gran lucha contra la patronal y la burguesía, se pierde. Y aquí comienza otro MIR. El MIR que está muy presente en las generaciones posteriores. Es el MIR de la tragedia, es el MIR que va desde “el MIR no se asila” hasta el MIR que resiste, el MIR que sigue sobreviviendo, con la memoria partida, trizada, que reclama justicia por nuestros muertos y por la impunidad que recorre las calles hasta la actual sociedad. Es el MIR de los sobrevivientes, que sobrevive con los ausentes, presentes. Es el MIR que gatilla este sentimiento de haber estado anclado en un momento de la historia, pero que fue derrotado. Y entonces surgen todas esas preguntas que nos dicen “¿Por qué no ganamos? ¿Por qué fuimos derrotados?”. Ahí está, entonces el MIR de la epopeya revolucionaria, y luego, el MIR de la tragedia. Uno podría preguntarse que cuando la historia queda suspendida el 11 de septiembre de 1973, y uno se queda mirando largos minutos la bandera que se quema en La Moneda incendiada, “¿Dónde estábamos nosotros?” Es el tiempo de Miguel (Enríquez), dice Allende, yo me quedo en La Moneda ; soy consecuente con mi espíritu republicano, defiendo la democracia y las prerrogativas de un Estado democrático. Es absolutamente coherente, pero ¿Dónde estábamos nosotros que nos preparamos infinitamente para ese momento, para el momento crucial cuando todo se decide; donde todas las circunstancias históricas se nuclean en minutos, donde de ahí para adelante se define un futuro de vida o un futuro de muerte? A veces pienso que ese MIR trágico que llevamos en nosotros, aunque no lo reconozcamos, tal vez sea simplemente una penitencia. Como no estuvimos cuando debíamos estar, nos quedamos. Y nos quedamos con una épica fundante que significa resistir y resistir. Es la moral de quedarse, de estar con el pueblo. Pero no es la ética del MIR épico de ganar. Ahora es el MIR trágico. Son nuestros muertos, presentes. Somos los sobrevivientes de una experiencia sobre la cual no terminamos de ajustar cuentas aún.
Si uno mira esta historia, se pregunta cuál es el lugar que hoy, personal y colectivamente, ocupamos. Creo que aquí hay elementos de ruptura y de continuidad. La continuidad está asociada a un fundamento ético de la política; una percepción crítica de lo que fue la construcción del socialismo; la idea de entender la política como entrega personal donde juego mi espíritu y cuerpo; donde la consecuencia no es una “epopéyica necrofílica”, sino más bien, la construcción moral de las relaciones transparentes, humanas, comunitarias, que deben engendrar y caracterizar la sociedad del futuro. Pero también hay ruptura. Porque la epopeya del MIR, científica, política, racional, realista, que advierte los peligros, ya no puede ser reproducida hoy en los mismos términos. Porque han pasado más de 40 años, y este país cambió. Masas completas de campesinos han dejado de existir. Segmentos de la clase obrera, como los ligados al carbón y los portuarios, han desaparecido. Las clases medias son distintas. Nuestra juventud tiene códigos diferentes. ¿Es que nosotros podemos dialogar con esta realidad actual a través de la tragedia o la remembranza de esa epopeya? Una gran fortaleza que tiene el texto del “Ronco” es que se puede comenzar a escribir un balance histórico del MIR, que se demanda no sólo por los caídos, sino porque el MIR siempre fue promesa radical de futuro.”
LAS PALABRAS DEL AUTOR
Finalmente, fue el propio Guillermo Rodríguez quien selló el lanzamiento de su libro destacando los objetivos del relato histórico y biográfico.
“Elegí la sede de la CUT para presentar mis libro, porque, más allá de la mirada crítica que se pueda tener de lo que hoy es la CUT , es y sigue siendo una instancia importante de los trabajadores. (…) La historia de la experiencia del MIR antes y durante la experiencia de la Unidad Popular puede haber sido resuelta en un balance colectivo, pero eso ya no es posible. Yo decidí, entonces, “tirarme al agua”, dar la cara, y con este texto, meterme a las patas de los caballos. Sobre todo porque en este tiempo parece estar pasado de moda, estar desfasado cuando se habla de historia. Yo escribí este libro porque “estoy pegado” con el pasado. Y estoy pegado a compañeros que nos interpelan, nos preguntan, y uno va caminando y en una esquina se los encuentra. Y se acuerda que allí hicimos un “punto”, y que en esa calle levantó una barricada, y pasa por otra calle y se acuerda que allí asesinaron a fulano. Y ocurre que en Chile, ya los perfiles de los compañeros se van diluyendo, borrando, desapareciéndose para la historia del pueblo. Aún van quedando algunos mitos. En el mejor de los casos, se les reconoce como “víctimas de la represión”, y se les despoja de sus ideas y de su proyecto. Pero aquí está el “Guatón Renato”; esto es lo que decía “El Santo”. Y como soy porfiado, he querido traer a través del relato a estos populáricos. No me interesa traer aquí a los dirigentes, muchos de los cuales hoy son renegados, grandes empresarios. Prefiero hablar de los que estábamos haciendo la pega abajo, en la base, en la militancia. Uno está aburrido de leer la historia contada por otros. Porque muchas veces se escribe sin relación a la realidad que vivimos los que estábamos haciendo la construcción en terreno. Estoy aburrido de que nos falsifiquen la historia, la mitifiquen, que oculten pedazos vitales de esta historia. Porque hoy están escribiendo una historia de la reconciliación, “masticable” por todo el mundo, donde no existe la lucha de clases, ni violencia, ni sujetos populares. Y en esta historia oficial, también ocurre que, por ejemplo se pone de “malo” a Pinochet, encubriendo y lavando a toda una clase social, a toda la articulación social y política que estuvo detrás del golpe de Estado. Por eso la actual idea de la política está basada en “el arte de los consensos”, de “lo posible”, donde, en realidad, se niega a la política como la síntesis de las contradicciones de clase y sus expresiones. (…) Y además ha comenzado a surgir una historia sobre los movimientos sociales, poniendo a un lado a los actores políticos, como si fuera todo espontáneo. Importa rescatar los proyectos políticos. También me interesaba escribir este trabajo porque, a partir de las derrotas, las nuevas generaciones de constructores comienzan a conocer la historia de manera tergiversada y sin profundidad. (…) Estas visiones, para mí, son parte de una operación de la clase dominante, a escala planetaria, para ahondar la derrota. (…) ¿Quién puede negar la crisis ideológica que hoy vivimos? ¿Quién puede negar los grados de confusión que hoy existe en la izquierda? ¿Quién puede negar la dispersión en la que nos encontramos? ¿Quién puede negar que nos falta un proyecto común que nos convoque a todos para golpear juntos? Hoy incluso, es posible escuchar que la clase obrera ya no es la clase motriz de las transformaciones, y que hay buscar otros sectores, cuando basta leer los diarios nada más, para darse cuenta que son los trabajadores quienes están empujando la lucha. Entonces yo decidí contar mi experiencia. Rescatar toda esta historia, en el sentido de aquello que nos pueda servir para la construcción hoy. La idea es aportar a cuestiones no resueltas, como la edificación de un proyecto político, reconstruir fuerza social revolucionaria, resolver el problema de identidad de clase, poner al pueblo al centro del quehacer político y no a la “vanguardia”, a la “organización”, al “grupito”. Atender las dinámicas del pueblo y su maduración. En fin, recoger lecciones de la historia.
Estoy convencido que sí podemos construir fuerza social revolucionaria, que sí podemos construir proyecto propio, que no podemos contentarnos con sólo ser vagón de cola de los intereses de otros sectores. Ya podemos decir que en Chile no hay burguesía progresista alguna. (…) Nosotros, como pueblo, vamos a estar sometidos una y mil veces a la contradicción que es fundamental: reforma o revolución. (…) Con mi libro quise entregar “pistas” a los compañeros que construyen hoy. Y evoco las discusiones que hubo al interior del MIR sobre cuestiones estratégicas. Que si la lucha será a través de una insurrección, o guerra popular o guerra popular prolongada. Temas que tienen que ver con el poder. (…) En el último tiempo hemos venido escuchando a quienes dicen que el MIR era “pura pequeña burguesía”. Otros dicen que estábamos “locos”. Otros declaran que, además de locos, nos hicimos parte de la “cultura de la muerte”. Entonces también escribo el libro para decir que estoy orgulloso de haber participado en el MIR. Me siento orgulloso de haber sido parte de un pueblo en lucha. Y por eso este libro relata a una generación “aperrada”, generosa, honesta, limpia, clara. Pero muchos ensucian esa generación con su propio cambio personal. (…) Es la hora de sembrar unidad y construir un pueblo en lucha.”
Andrés Figueroa Cornejo (Polo de Trabajador@s por el Socialismo)
Invitación a Acto por el 11 de Septiembre
El próximo 11 de septiembre se cumplen 40 años del golpe de estado en Chile que derrocó al gobierno popular de Salvador Allende. En este contexto, el Movimiento de Solidaridad Nuestra América, la Asociación Salvador Allende en México, el Comité de Solidaridad con Bolivia, la Coordinadora Mexicana de Solidaridad con Venezuela, el Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba, El Frente para la Victoria de Argentina y el Frente Amplio de Uruguay en México, estamos organizando un evento para esa fecha en el Museo de la Ciudad de México.
En dicho acto queremos recordar y reflexionar sobre el golpe perpetrado en Chile, y en otros países de nuestra América en ese periodo, y alertar sobre la vigencia de los golpes de estado inducidos por el imperialismo y sus cómplices locales en este siglo XXI; como lo muestran los casos de Honduras y Paraguay. Asimismo, los intentos fallidos en Venezuela, Bolivia y Ecuador.
ACTO POLÍTICO CULTURAL
“A CUARENTA AÑOS: TENER MEMORIA PARA EL FUTURO”
11 de Septiembre de 2013, 18:00 horas
Museo de la Ciudad de México
(Pino Suárez #30, Esq. República de El Salvador), Centro Histórico, México, D.F.
Expositores:
Ana Esther Ceceña, Observatorio Latinoamericano de Geopolítica, México;
Jorge Mansilla, Ex Embajador del Estado Plurinacional de Bolivia;
Ibraim Ford, Comité del Frente Amplio de Uruguay en México;
Patricia Vaca Narvaja, Embajadora de Argentina en México;
General Hugo García, Embajador de la República Bolivariana de Venezuela en México y
Darío Salinas, Asociación Salvador Allende.
Se proyectarán videos referentes a momentos claves de la historia de Nuestra América.
Música y Canto:
Grupo Semillas.
Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba
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