En la memoria:
CARMEN CASTILLO ECHEVERRIA (*)
(*) Síntesis de su discurso en el Teatro Cariola, 3 de octubre de 2014.
El legado de Miguel Enríquez
Esta noche, yo siento cómo la energía de las luchas de nuestros muertos están aquí, en cada uno. Nunca he creído en la muerte; Miguel Enríquez murió combatiendo con un AKA en su mano, para vivir. Lo que nos importa entonces es recoger los sueños, la realidad de las esperanzas que la vida de Miguel Enríquez contenía.
La herencia: no hay otra manera de vivir que seguir comprometidos en la acción política radical. Cada cual la recoge como puede. Para mí ha significado pensar, sentir, inventar cómo seguir siendo fiel a la acción revolucionaria de un hombre que fue un revolucionario.
Pero nuestras palabras quedaron desvirtuadas y tenemos que darles contenido otra vez. Parecía que nuestras palabras se perdieron en las ruinas del socialismo real. Recojámoslas, revitalicémoslas con nuestras experiencias, porque no se trata de ser una copia del pasado. El pasado no muere, está presente aquí, en cada uno. Pero tenemos que reinventar la circulación sanguínea entre ese pasado y nosotros. Eso significa reivindicar a los que luchan, a los que se organizan, a los que construyen... Porque no basta con luchar, hay que crear cada día una forma, una manera de ser, sin reconciliación posible con los poderosos.
Yo sigo intentándolo, como cada uno de ustedes. Pero tenemos que buscar una manera de convencer a los otros, a los que no están con nosotros. De convencerlos que el mundo continúa siendo la lucha de los oprimidos contra los opresores. Hacer visible la lógica actual de la dominación, despertar conciencia de que la realidad es una lucha permanente entre oprimidos y opresores. Han querido convencernos que ya no existe la lucha de clases, pero aquí, cada uno, los compañeros mapuches antes que ningún otro, enfrentados directamente al capitalismo sabemos que esta lucha es irreductible, que tenemos que recuperar nuestras palabras.
Palabras tan bellas como revolución o la palabra comunismo. ¡Qué bella palabra! Allí quedó en ruinas esa palabra que implica lo común, levantar lo común contra el individualismo y el egoísmo que domina la sociedad actual. Y como acaba de decirlo Manuel Vergara, padre de tres compañeros caídos, levantar el afecto como una fuerza. Hacer, crear, soñar un futuro común en el que quepan todos.
Nuestro planeta está dominado por el capitalismo financiero, y lo sabemos. Entonces tenemos que inventar cómo unirnos, cómo juntarnos, cómo construir. Escuchar los murmullos de cada experiencia. Así escucharemos mejor el murmullo de las historias del pasado y de nuestros muertos.
Creo que la enseñanza de Miguel es no una fórmula, es un pensamiento fuerte. El diría, creo yo: resistir a lo irresistible es ejercer el poder indestructible contra la destrucción.
Tenemos que intentarlo, ya que sin esa resistencia el mundo se precipita en una catástrofe anunciada. Y aunque nos digan que somos frágiles, balbuceantes, ilusos, que nos estamos contando un cuento, que no sabemos cómo luchar eficazmente, no les creamos. Este poder nuestro, pequeñito a veces, minoritario, poder marginal, es poderoso: indestructible en los tiempos que transcurren. Sólo se resiste en definitiva a aquello que tememos no poder resistir. Creo que ver así las cosas es fundamental. Podemos dudar, pensar que no podemos, pero sí podemos, podemos si estamos juntos.
En definitiva cada uno de los que aquí han hablado esta noche lo han expresado a su manera -y gracias Manuel Cabieses por habernos convocado a este acto de homenaje-. Cada uno continúa haciendo lo que puede, cada cual en su lugar, vinculado a un colectivo, unido a otros, lo presiente, lo experimenta: ¡podemos!
Sí, luchamos porque queremos ser dignos, porque tenemos vergüenza si no lo hacemos.
Sabemos que requerimos mucha organización. Adelante entonces, inventemos en el presente de nuestras vidas políticas la fidelidad a Miguel Enríquez y a todos los compañeros caídos en la lucha por la democracia. Una verdadera democracia. En la lucha por la libertad, pero la libertad es una acción, un deseo cotidiano, consciente, de querer cambiar el mundo. Esa es la verdadera libertad.
Ese mensaje de nuestros muertos que se encuentra, como dice el poeta, entre el cielo y la tierra, flotando libre y mensajero, hagámoslo realidad, con pequeños gestos, pequeñas cosas en cada lugar, dibujando sin descanso el horizonte. Conscientes que tenemos que abrir el campo de lo posible en un mundo que parece fatalmente condenado a ser lo que es.
Pero la historia la hacemos nosotros. Nada es fatal. Siempre es posible cambiar el mundo, siempre es posible mantener encendidas las brasas de la chispa revolucionaria. Entonces, no nos vendamos, no nos rindamos, no claudiquemos. Continuemos vivos cada día, los viejos y los jóvenes.