jueves, 29 de mayo de 2008

NAOMI KLEIN


Política: LA TERAPIA ESTUDIANTIL CONTRA EL SHOCK NEOLIBERAL
Enviado el Miércoles, 28 mayo a las 08:01:33


No es extraño que la famosa ensayista Naomi Klein, ubicada por la revista Prospect en el número 11 entre los intelectuales más influyentes del mundo, haya decidido visitar Chile para presentar su último libro, La Doctrina del Shock.

En este libro se identifica a nuestro país como uno de los casos de estudio más relevantes a la hora de probar una hipótesis central: el neoliberalismo ha sido impuesto en sociedades que han sufrido violentas intervenciones radicales, ejercicios de fuerza militar y sicológica profundos, que han desgajado a sus ciudadanos de sus valores y convicciones, para reconfigurarles como una nueva realidad social, capaz de tolerar la brutal irracionalidad del nuevo modelo económico.

El shock que vivió Chile entre 1973 y 1990 explica muy bien la tolerancia cultural de buena parte de la sociedad chilena la lógica del mercado total. No se trata solamente de la connivencia de las elites políticas concertacionistas, adaptadas a la perfección a la administración del modelo. Es necesario reconocer que buena parte de la población se ha amoldado a la lógica neoliberal, a pesar de ir en contra de sus intereses vitales más inmediatos. ¿Cómo explicar de otro modo la desidia que tantos chilenos muestran a la hora de demandar el respeto a sus derechos? ¿Cómo entender de otra forma la indiferencia y hasta el deprecio que una parte de la población expresa hacia quienes de manifiestan colectivamente para reivindicar su plena ciudadanía democrática?

Si bien esta lógica fatalista e individualista es transversal a diferentes contextos geográficos y sociales del país, es posible percibir diferencias generacionales importantes. Los estudiantes secundarios que hoy se manifiestan en contra de los impresentables acuerdos contenidos en la Ley General de Educación (LGE) parecen estar inoculados de algunos de los traumas de sus mayores. Tal vez por eso sus intervenciones tienen la frescura y la originalidad de quienes no han naturalizado las desigualdades y las discriminaciones como factores inmodificables a los cuales hay que adaptarse de forma pasiva y autocontenida. Nacidos en la década de los noventa, parecen no cargar de forma directa con el shock pinochetista. Sus palabras reflejan, más bien, el desconcierto por la inexplicable esquizofrenia de una sociedad que les ha repetido hasta el cansancio que vivimos en democracia, que somos iguales en libertad y derechos, pero que asume como inmodificable un modelo político y económico que niega todos estos discursos.

La emergencia de los jóvenes, con su vendaval de exigencias y de demandas, no tiene nada de raro. Al contrario, su conducta debería ser comprendida como la normalidad misma, el ejercicio más lógico y coherente de quienes reivindican sus intereses y su dignidad. La anormalidad es la que afecta al resto de la sociedad. Es patológico que quienes se lamentan de sus condiciones laborales, de salud o de pasivo vivienda, no expresen esta insatisfacción de un modo colectivo, sino de un modo, privado, evasivo. ¿No es ese el síntoma más palpable del shock dictatorial, que nos acostumbró a tolerar medidas de parche, acuerdos de “hombres buenos”, y un sinfín de otras políticas diseñadas “en la medida de lo posible”?

Si pudiéramos contar con recursos suficientes sería interesante realizar una prueba clínica para probar esta sospecha: ¿Están los jóvenes chilenos inmunes al shock pinochetista? Si es así, tal vez radique en ellos la llave de los cambios que las generaciones anteriores parecen haber resignado. Pero esta posibilidad a lo mejor es demasiado optimista. Los movimientos estudiantiles de hoy parecen carecer, hasta ahora, de la proyección y capacidad política para concretar la agenda de cambios que han construido. No se trata de su propia responsabilidad, en absoluto. Lo que parece ocurrir es que ha cambiado la práctica organizativa de nuestra sociedad. Las experiencias asambleístas, las vocerías revocables, y la lógica horizontal de sus organizaciones les ha evitado caer en los vicios del partidismo ciego y sectario que afectó a los movimientos sociales del pasado. Pero por otra parte les impone una lógica espontaneísta y desinstitucionalizada, lo que conlleva algunos límites importantes a la hora de evaluar el impacto de las movilizaciones.

El shock dictatorial barrió la institucionalidad social que se construyó lentamente hasta 1973 y que contemplaba espacios y estructuras representativas, capaces de concretar en marcos legales y exigibles las demandas sociales. Sin embargo, se trataba de una institucionalidad altamente corporativista, poco participativa y que comprendía la representatividad como un cheque en blanco para los dirigentes. En reacción a esta experiencia anterior, hoy es mal visto apelar a la necesidad de institucionalizar los movimientos sociales, por lo que no se suele reflexionar sobre las posibilidades de construir un nuevo tipo de institucionalidad social, que supere la lógica delegativa y sectorialista del pasado.

Por otra parte, el Chile post Shock parece altamente intolerante a las frustraciones propias de las largas luchas que exigen los procesos por la concreción de transformaciones de carácter histórico. Por este motivo no es extraño que surjan habitualmente preguntas por el sentido de la organización y de la participación misma.
¿Existen terapias que permitan a nuestra sociedad superar el shock neoliberal? Al parecer no hay mejor remedio que la construcción de organizaciones capaces de alcanzar conquistas concretas, que aunque sean parciales, que permitan mostrar que la movilización, la acción colectiva y la lucha social son las únicas herramientas capaces de devolvernos nuestros derechos conculcados.

Alvaro Ramis es teólogo y miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.

Santiago de Chile, 28 de mayo 2008