miércoles, 11 de diciembre de 2013

La izquierda sin objeto


por Maximiliano Riesnik (Cátedra Che Guevara – Colectivo Amauta)

Dic.13 :: Grandes debates - La Rosa Blindada


¿Hemos perdido el rumbo? ¿Cuál es nuestro objetivo como izquierda? Reflexiones a partir de nuestra historia y nuestra historiografía.


La izquierda sin objeto (1)

Porque no son los calendarios los que
nos atan a rememorar a los nuestros,
a los Héroes de Trelew y M.R. Santucho,
que aspiramos no sean
“los últimos guevaristas” (2)
No estamos en retirada, no hicimos las maletas al grito del último que apague la luz. No nos fuimos de vacaciones sin goce de sueldo, ni el trabajar por la revolución nos da una paga. Nos es imposible desensillar hasta que aclare. Somos hijos de la Tempestad (3) y aprendimos a navegar en aguas turbulentas. Tal vez, por hacernos cargo de la derrota de nuestros hermanos mayores y sentirla como propia, ya no tenemos con que llorar y no nos queda otra que luchar (4).

Por qué, como, con quienes y para qué luchamos son preguntas-problemas, y debates indispensables. Ya se ha dicho que cuando una sociedad se plantea un problema, es, como en una ecuación matemática, porque la respuesta ya está latente de manera más o menos explícita. Y si existen problemas matemáticos que llevan décadas y décadas hasta que logran ser resueltos, como pretender resolver los sociales de un plumazo.

Deodoro Roca planteo alguna vez que hay dos clases de sujetos sobresalientes: los que hacen grandes preguntas y los que hacen grandes respuestas (5) . Si intentáramos hinchar nuestras espaldas para caber en algún sayo, cual deberíamos elegir.

Decíamos que no estamos en retirada, pero somos conscientes que la ofensiva todavía no podemos encabezarla. Nos proponemos entonces, contribuir a ese sujeto colectivo que se pregunta y repregunta. Dadas las condiciones objetivas en las que nos encontramos como corriente especifica de la gran familia de la Izquierda, la reflexión es el medio con el que contamos para reconstruirnos. Porque aceptar la derrota no es sentirse vencido.

Con un grupo de compañeros nos propusimos estudiar el surgimiento de la Teoría de la Dependencia y sus principales directrices. Partimos de la disputa que por los años 50´ y 60´ se entablo en torno a cual debía ser el camino para alcanzar la liberación nacional. Nuestra propuesta consistía - y consiste, seguimos desarrollando los encuentros- en distinguir los dos grandes cuerpos ideológicos que se enfrentaban en ese terreno para ver que herramientas podíamos aprovechar en el presente para comprender e intervenir en momentos históricos donde, vuelven a surgir de forma más o menos tímida, proyectos de liberación.

Por ponerle nombres a las cosas, pero reconociendo las trabas conceptuales que esto puede acarrear, identificamos un primer grupo que nombraremos progresistas-reformistas y otro grupo (donde caben los Teóricos de la Dependencia) que llamaremos radicales-revolucionarios. Ninguna de estas corrientes se desarrollan y confrontan para llenar páginas y libros en bibliotecas. Son el resultado y la alimentación de distintos proyectos sociales, económicos, culturales, es decir, políticos. Y si bien ambos son continuadores de aportes y proyectos que existían previamente a su intervención, vienen a cristalizar y condensar modelos de sociedades que estaban en disputa y a la orden del día. Por poner un ejemplo concreto, programas de industrialización por sustitución de importaciones para unos y programas como el que planteaba la Segunda Declaración de la Habana para otros, eran objetivos tan claros y diferenciables que permitían dividir aguas en el revuelto mar de no hace más de 50 años.


Ahora bien, seguir desarrollando argumentos y posiciones de uno u otro bando seria adelantarnos, como ya dijimos, a un estudio que todavía no concluimos. Lo que viene a continuación, es lo que queríamos acercar a propósito de una derivación con la que nos encontramos en el estudio de lo antes mencionado.
Al avanzar en la lectura de los teóricos de la dependencia, nos encontramos que otros intelectuales - otra vez, expresión teórica de fuerzas políticas- discutían con aquellos acerca del por qué y del como de la Revolución para alcanzar la Liberación Nacional.

André Gunder Frank

Los tres autores con los que nos enfrentamos a la discusión: Andre Gunder Frank (teórico de la dependencia) Rodolfo Puiggros (peronista revolucionario) y Milcíades Peña (trotskista) (6) .

Como todo aquello que es permeable comparar, es porque existe por lo menos un rasgo que es común a todos. En este caso, eso que los distingue pero a la vez los vincula es que plantean un problema del cual derivan sus conclusiones. la gran pregunta que les surge es: Cual es el carácter de la naturaleza de la conquista y colonización en América Latina, y de ahí, al responderse esa pregunta, sentencian cual es la tarea y acción a desarrollar. Dejamos para el final nuestra posición acerca de esta metodología de derivación.

Así, mientras Frank y Peña ven en la inserción de la Vieja Europa en la Vieja América como la incorporación de Nuestraamerica al capitalismo en escala mundial, 

Puiggros ve en la conquista colonizadora la rehabilitación del feudalismo decadente que tuvo su partida de defunción con el amanecer del capitalismo en España. Primer punto de divergencia. Conquista del desarrollo capitalista o conquista de la reacción feudal. Y hay también un subpunto de divergencia al interior de los que sostienen que la conquista y colonización fueron capitalistas. Mientras Peña sostiene “que no se puede ´condenar´ la colonización dado el hecho irrefutable de que resultaba económicamente necesaria…”, Frank no se esfuerza en justificar ningún aporte producido por la conquista. Esta oposición surge del hecho de que peso se le atribuye al desarrollo de las fuerzas productivas como premisa para lograr una transformación social.

Una vez que los autores definen su caracterización de la conquista, sus argumentos se vuelcan en sostener esa defensa.

Rodolfo Puiggrós

Puiggros se pregunta, como podríamos sostener que la conquista fue capitalista con los siguientes siglos de atraso y estancamientos que sufrieron los pueblos. Y podríamos poner en palabras de Frank como respuesta: producto de que entramos al capitalismo de manera dependiente, nuestro “desarrollo” capitalista es por su naturaleza nuestro subdesarrollo. El estancamiento y atraso no son incompatibles con un desarrollo capitalista dependiente y en escala imperialista. Solo falta explicitar la segunda divergencia. ¿Somos dependientes porque somos atrasados o somos atrasados porque somos dependientes?. Sostener una u otra posición determina un objetivo inmediato. Si es el atraso el que justifica la dependencia, luchar por la justa causa de la liberación nacional respecto de las potencias opresoras, es el camino para lograr un desarrollo interno y desde ahí, alcanzando ser una nación fuerte, cortar las amarras con el Imperialismo colonial. Ahora, si es la dependencia la condición suficiente del atraso, pensar en desarrollarse sufriendo una relación de dependencia respecto del Imperialismo, es pedirle peras al olmo. Y como existe un sujeto social (lumpenburguesia) que al interior de las naciones oprimidas cumple el rol de ejecutar políticas de desarrollo (lumpendesarrollo) impuestas por los países opresores, ya no es suficiente la liberación nacional para alcanzar la independencia. Si partimos de la diferencia de desarrollo económico entre naciones industrializadas y subdesarrolladas, encontramos nuevos términos de oposición histórica: nación explotadora y nación explotada. El antagonismo irreconciliable de estos términos, no elimina la lucha de clases en el seno de ninguna de ambas, pero determina una diferencia cualitativa. Los trabajadores de los países explotadores luchan contra los grupos dominantes internos. Por su parte, la tarea del campo popular en los países explotados tiene una doble misión: recuperar el fruto de su esfuerzo que es usurpado por las oligarquías nativas y, sin tregua, lucha también por rescatar de las manos del imperialismo, a la nación sometida al régimen de explotación internacional. Así, a la lucha por la liberación nacional es necesario incorporarle, a la par, la lucha por la emancipación social (7).

Milcíades Peña

Ahora bien, no podemos avanzar sin arrojar una crítica que pensamos, arrastran los autores en su análisis de las formaciones sociales producto de la conquista y colonización. Como militantes revolucionarios, son sus definiciones políticas las que se esfuerzan en sostener y argumentar con el estudio sistemático. Lejos de las becas y de la academia, reivindican la mejor tradición de la filosofía de la praxis. No es eso lo que nos incomoda sino que lo aplaudimos. De lo que no estamos tan seguros, y es una de las tantas preguntas pendientes con que nos fuimos encontrando, es cual debe ser el uso de la historia. Ni nos detenemos a discutir como es y ha sido utilizada por los sectores dominantes. Está claro que la construcción que se ha conformado desde lo que conocemos como la Historia Oficial forma parte de otra de las herramientas con las que han contado nuestras oligarquías y burguesías autóctonas para someternos. Entre otros males, la mentira es inherente a la reproducción capitalista. Por eso centramos la discusión al interior de los que aspiran a otro orden social. ¿Qué es apropiarnos de la historia?, ¿El análisis objetivo de la historia nos impone un quehacer determinado?, ¿Debemos utilizarla como herramienta de diagnostico o como justificación del tratamiento a aplicar?

Es que la lucha en que se batían los autores al descifrar los resultados de la conquista encerraba una premisa que es fácilmente hallable en sus cruces a partir del estudio de la historia. Unos y otros al fundamentar su posición sobre que pasó, definen cuales son las tareas por realizar. La historia deja de ser experiencias concretas de los pueblos en su desenvolvimiento, para convertirse en arsenal teórico que justifica la praxis presente. Al confinarla a eso, a la par de resaltar la acción militante de quien la utiliza, trastoca la verdad histórica de los propios pueblos. Para ser más claros, no es el juicio a cerca de que si fue conquista feudal o capitalista lo que ponemos en foco en este punto. Ese debate lo defendemos como necesario y vigente. Solo que no nos convencemos de que del resultado o posición que tomemos de ese estudio de la historia debamos desarrollar un cuerpo teórico que determine las acciones políticas a llevar a cabo. Vemos que por el contrario, los autores citados definen de su interpretación del carácter de la naturaleza de la conquista y colonización, su carácter de la naturaleza de la Revolución en Nuestraamerica. Sostenemos la posibilidad de que apartándonos de determinismos, etapismos y dogmatismos, los sucesos transcurridos en la Historia son herramientas de comprensión, pero que de ninguna manera pueden ni deben atarnos a acciones presentes. Como dijera Mariátegui “El pasado nos interesa en la medida en que puede servirnos para explicarnos el presente. Las generaciones constructivas sientes el pasado como una raíz, como una causa. Jamás lo sienten como un programa (8).

No queríamos cerrar estas reflexiones pasando por alto una referencia acerca del título que lo precede. Cuando León Rozitchner escribe “La izquierda sin sujeto” - texto contemporáneo a la discusión de los tres autores mencionados- la pregunta que merodeaba en el arco de la izquierda era como se alcanzaba el socialismo. Estaba claro el horizonte, lo que se debatía era el camino que se debía transitar. El objetivo de la izquierda era uno y bien definido, conquistar la Revolución Socialista. Se debatían los medios, los tiempos y los sujetos, pero no había dudas de la necesidad y posibilidad (más o menos mediata) de realizar la Revolución.

Los aportes de Puiggros, Frank y Peña, contribuyeron a clarificar el sujeto de la izquierda a la par de conformarlo. Pero en los procesos históricos, lo alcanzado en momentos de ofensiva revolucionario no se vuelven conquistas eternas. Porque la historia no es ni lineal ni progresiva. Se desenvuelve con avances y retrocesos. Los procesos revolucionarios no se perfeccionan, se refundan. Esto no quiere decir comenzar de cero una y otra vez. Pero exige partir del presente, absorber las experiencias, para proyectar y ejecutar las tareas a realizar.

La contraofensiva que ensayaron los Estados-Naciones al servicio de los sectores dominantes, son conocidas por todos. Las feroces dictaduras militares que regaron Nuestraamerica de sangre. Las transiciones democráticas que prosiguieron para terminar de derrotar en la moral, la Idea de la Revolución. En conjunto, no solo detuvieron la marcha de la Revolución. También consiguieron volver difusas las sendas. Y peor aún, intentaron que olvidáramos hacia donde íbamos.

A más de un cuarto de siglo de todo aquel proceso, y siendo concientes que nos llevaron a los mejores entre los buenos -nuestro recuerdo de los héroes de Trelew- debemos decidir qué camino retomamos, continuamos y/o construimos. Y es en esa encrucijada, en donde nos vuelve la duda de si no se debe comenzar por preguntarnos si tenemos, como izquierda, nuestro Objeto.

En nuestra memoria corta, al decir de Benjamin, proyectada en las luchas latinoamericanas, encontramos: México de Chiapas y aquel “Otro mundo es posible”. Venezuela bolivariana del “Socialismo del Siglo XXI”. Ecuador y Bolivia con el despertar del Mito, que demostraron que la conquista y colonización no han podido matar (9) . Se enmarca un ciclo de reaparición del campo popular como protagonista de la historia. Ahora bien, alcanza con este renacer de Nuestraamerica o es necesario avanzar antes que se apague la mecha… sin alcanzar la dinamita (10).

Es que cambio social o revolución socialista no es solo una transmutación semántica, es también delinear un sendero especifico del objetivo que se persigue en la transformación del orden social. Las términos encierran conceptos que modifican los contenidos, y sin ser la esencia, los conforman. No exigimos definiciones políticas revolucionarias, aprendimos que eso no se exige, se realiza. Solo nos preguntamos, y preguntamos, si como hace medio siglo atrás, tenemos claro nuestro objetivo como izquierda.

NOTAS

(1) En referencia a “La izquierda sin sujeto” de León Rozitchner.
(2) “Los últimos guevaristas”, texto de Julio Santucho.
(3) “La Tempestad” de Luis Valcárcel prologado por J. C. Mariátegui.
(4) En alusión a “Los que luchan y los que lloran” de Ricardo Masetti. Novela, documento periodístico y declaración política, síntesis que alcanza la literatura comprometida.
(5) El difícil tiempo nuevo” de Deodoro Roca.
(6) Los textos que enfrentamos son: “Lumpenburguesía y Lumpendesarrollo” de Andre Gunder Frank; Debate Rodolfo Puiggros- A.G. Frank; “Antes de Mayo” de Milciades Peña.
(7) Utilizamos un material de Marcelo Quiroga Santa Cruz, revolucionario boliviano, para desarrollar este análisis.
(8) En “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”. En el mismo texto, encontramos también en palabras de Mariátegui esta sentencia “…los hombres y mujeres debemos ser lo más radicales que podamos, pues la historia se encarga de los reformismos”.
(9) La Idea del Mito, como herramienta revolucionaria, en “Siete ensayos de la realidad peruana” de J. C. Mariátegui.
(10) Sabemos que la historia no es lineal, que se puede escribir de a saltos, pero no es menos cierto que existen continuidades que actúan como hilos conductores, que permiten comprender los procesos. Entre la Revolución Cubana en 1959 y las experiencias que surgen sobre los albores del siglo XXI, ubicamos la Insurgencia colombiana como nexo que ha permitido mantener en vigencia las rebeldías en Nuestra Patria Grande. 

LAS RAÍCES DEL “PROGRESISMO”

 (Apuntes)

por Asdrúbal Pereira Cabrera... 
Rosa Luxemburgo en un mitín en Berlín



... "Los peores enemigos de nuestra América no son los que defienden, con sus intereses, el inmovilismo. Los peores son aquellos que se disfrazan de progresistas, ponen el acento en el desarrollo, hablan de reformas, ignoran a los pueblos y a pretexto de perseguir la común felicidad en la paz, están al servicio del imperio. Los que se llenan la boca con los males y ocultan las causas. Los que se quejan y a veces asumen actitudes de censores; pero se abrazan al victimario frente al cual, transidos de fino amor y respeto, ponen los ojos en blanco y extienden la mano..."

 Editorial de Carlos Quijano, semanario Marcha, 14 de abril de 1967.

Últimamente abundan los artículos que critican al gobierno progresista y/o analizan las consecuencias de su accionar.

Escasean en cambios los artículos que sondean en la raíz de sus orígenes.

Recordé la carta que el Che enviara a José Medero Mestre y cito “…Desgraciadamente, a los ojos de la mayoría de nuestro pueblo, y a los míos propios, llega más la apologética de un sistema que el análisis científico de él. Esto no nos ayuda en el trabajo de esclarecimiento y todo nuestro esfuerzo está destinado a invitar a pensar…

... Por ello, porque piensa le agradezco su carta; lo de menos es que no estemos de acuerdo.”

Caminando por la feria sabatina de La Teja encontré el pequeño opúsculo de Rosa Luxemburgo “Reforma o revolución”. Lo compré.

La tarde calurosa contribuyó a que comenzara a leerlo y no pude dejarlo. Su vigencia me atrapó.

Tenía frescas sus discusiones con Lenin sobre varios aspectos, en especial los organizativos, pero estaba lejos de su enfrentamiento a  Bernstein si bien hace años lo había leído.

Rosa Luxemburgo tenía razón. Sus análisis tienen 115 años de plena vigencia. Ponen al orden del día las preguntas que es imprescindible hacerse en la actual coyuntura. La discusión con Bernstein no era táctica como muchos socialdemócratas alemanes pretendieron. No hacerse las preguntas que plantea han regado las semillas de la confusión de la cual la derecha se benefició y sigue beneficiándose.

Rosa era una estratega, un águila - diría Lenin - porque "miraba desde lo alto y muy lejos" aunque discrepara con ella. Anticipó el camino que recorrería el sistema capitalista hacia “el caos y la barbarie” que como dice Fidel “ha llegado a poner en riesgo la sobrevivencia de la humanidad y del planeta” y argumentó la necesidad histórica del socialismo para impedirlo.

Bernstein dio al capitalismo una versión de "izquierda" con su "revisión del marxismo" argumentos para negar sus crisis. Lo hizo de modo oportunista luego de la muerte de Engels del cual era amigo. Aún después de la primera guerra mundial argumentó que de las cenizas y el dolor ya purificados por el fuego se pondría en práctica un avanzado programa social.

No fue el único ni el primero que buscó la cooptación política de la fraseología revolucionaria, fue sí el que más desarrollo dio a su teoría en su época y cuando murió, en 1932,  consecuente hasta el final, no reconoció las crisis capitalistas. Un año después, en su patria, triunfaría el nazismo.

Tuvo sí razón en que el capitalismo podía reformarse.

Los teóricos que lo continuaron no han podido, entre otras cosas, explicar para Europa por qué bajo el programa de reformas la propiedad del capital no se democratizó sino que se concentró, por qué regresó el desempleo y el deterioro de la clase media o por qué los socialistas a los que ellos contribuyeron ideológicamente han perdido más elecciones de las que lograron después de ser gobernantes.

Rosa tuvo razón en su debate con Bernstein. Sorprendentemente las argumentaciones de este último gozan de muy buena salud en nuestro país.

Ella inicia su obra diciendo que no contrapone la revolución social a las reformas, a la lucha diaria por las mejoras en la vida de los trabajadores y el fortalecimiento de las instituciones democráticas.

Dice: "Entre las reformas sociales y la revolución social existe para la socialdemocracia un lazo indisoluble: la lucha por reformas es el medio; la revolución social, su fin". Bernstein renuncia a la transformación social, y hace de las reformas sociales su fin. No era una discusión sobre medios sino sobre fines.

Decía Brenstein: "Reconozco abiertamente que para mí tiene muy poco sentido e interés lo que comunmente se entiende como "meta del socialismo". Sea lo que fuere, esta meta no significa nada para mi y en cambio el movimiento lo  es todo. Y por tal entiendo tanto el movimiento general de la sociedad, es decir, el progreso social, como la agitación política y económica y la organización que conduce a este progreso".

Gramsci se preguntaba (cito de memoria): si no hay un fin ¿hacia dónde se camina?

Se estaba preguntando si cualquier reforma conduce a transformar la realidad en beneficio de los trabajadores. Si el reformismo establece como único método de acción política aquel en el que el progreso resulta de la dialéctica de conservación-innovación, ¿qué se conserva y que se cambia si no hay un fin hacia donde se busca llegar?

Dónde se ubica quien gobierna: ¿en un cambio de forma que no altera los elementos constitutivos del sistema y sus relaciones, que fortalecen esa estructura o sistema o en la destrucción de esos elementos constitutivos y sus relaciones para dar paso a una nueva estructura o sistema?




Dice Rosa: ... "en cada período histórico la lucha por las reformas se lleva a cabo dentro del marco de la forma social existente. He aquí el meollo del problema".


Por ello las reformas llevadas a cabo por el progresismo operan para perpetuar el sistema, para sostenerlo, para darle aire. No intentan cambiarlo sino fortalecerlo.

Pero hay reformas que pueden causar inestabilidad y debilitamiento del sistema. Son aquellas que sin cambiar la estructura o sistema pueden tener una potencialidad revolucionaria. Me refiero a todas aquellas que acrecientan el poder social, económico, político y cultural de los dominados en tanto ese poder acrecentado se oriente a cambiar el orden dominante existente.

Sólo el análisis de la "situación histórica concreta" puede dar respuestas.

El fin de Bernstein no era el socialismo que para él "no significaba nada". El "movimiento lo es todo" implica un fin: conservar el capitalismo que admiraba como fuerza de "desarrollo".

Es decir el "desarrollo" del capitalismo con sus eventuales reformas. Cuando los capitalistas condicionan la redistribución de los excedentes a mantener inalteradas sus ganancias Bernstein planteaba que el eje del programa de la socialdemocracia debía ser el de actuar a favor del "crecimiento económico", del "crecimiento de la producción y la productividad". En ese objetivo los "progresistas" fundamentan la conciliación de clases.

El sindicato, dice, "es un necesario órgano intermedio de la democracia" y es "socialista" porque promueve el bienestar general y no solo el interés de sus miembros. Tiene que ser "responsable" por eso el progresismo (la socialdemocracia) no promueve una política que ahogue el sentimiento de responsabilidad para no convertir a toda la población en pordioseros.

El sindicato es útil porque disciplina las demandas obreras en beneficio del crecimiento económico: "los trabajadores saben muy bien hasta dónde pueden llevar sus reivindicaciones". Saben -continúa- que "Un aumento de los salarios que lleve a un aumento de los precios no significa una ventaja para la comunidad, sino que acarrea elementos más dañinos que beneficiosos. Les exige también renunciar al democratismo doctrinario para ganar eficacia".

La tarea del progresismo es mantener el orden y la estructura capitalista "mejorándola".

Bernstein formula una revisión de las teorías de Marx y Engels. Decía que había que hacer correcciones a la teoría para hacerla avanzar "desde el punto donde ellos la dejaron". Se presentaba como un renovador de las ideas de Marx. Jugando con su vieja amistad con Engels, comenzó a publicar sus críticas revisionistas en 1896 cuando ya Engels no podía responderle.

Rosa Luxemburgo asumió la tarea.

Desde su postulado de equilibrio de mercado, Bernstein negó la teoría del valor de Marx, y desde allí negó la explotación, negó la tendencia a la concentración del capital, negó la contradicción entre producción y realización del plusvalor y por tanto la tendencia a la crisis; los monopolios y los cárteles eran para él una superior organización "socializada" de la producción que garantizaría el desarrollo capitalista constante, y que junto a la expansión del sistema bancario darían al capitalismo una capacidad ilimitada de adaptación y corrección de desequilibrios; la ampliación de la propiedad capitalista mostraba la vocación distributiva del capitalismo, debido a que el progresismo (socialdemocracia) debía favorecer ese crecimiento y acelerar esas tendencias virtuosas presionando desde los sindicatos y el parlamento por reformas para impedir excesos de "industriales individualistas miopes". Asimismo, la socialdemocracia (progresismo) debía acompañar las acciones para expandir internacionalmente ese crecimiento (guerras e imperialismo). Eso era para él "socialismo".

Otros "teóricos" plantearon dar un paso adelante de Bernstein quien tanto había trabajado para "reformar" al marxismo en beneficio de la burguesía. Consideraron necesario, entre otros objetivos, liberar al "socialismo" de las "escorias del materialismo histórico".