miércoles, 28 de septiembre de 2011

Hipotesis en torno al discurso, la idiologia y antagonismo, como elemento estructural de la sociedad.


Osvaldo Blanco
pluma y pincel

"Detrás de la ideología no hay una cosa en sí; detrás de la ideología, simple y llanamente, no hay nada. En otras palabras, la ideología es la realidad simbólicamente construida a través del lenguaje".





“El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico".
(Marx, Tesis sobre Feuerbach, Nº II)


1.- Resumen

“Ideología” y “Discurso” son conceptos que han competido por convertirse en parte central del marco teórico de la crítica política al capitalismo y de cómo éste define el orden social. De hecho, el término de “discurso”, especialmente el proveniente de la obra de Foucault y retomado por el postmarxismo de Laclau y Mouffe surge, precisamente, a partir de su crítica a la versión althusseriana del término “ideología” (Larraín, 2010). La forma como se entiende a esta última, no obstante, también ha sido profundamente modificada de la mano de la obra de Slavoj Žižek.



En el presente texto se desarrollan algunas reflexiones sobre la contraposición entre discurso e ideología como dispositivos textuales en pos de producir una definición “verdadera” de lo social.



2.- El antagonismo: lo “Real” de lo social

Hay una figura extraída del psicoanálisis relativa a fijaciones traumáticas que son al mismo tiempo inevitables e inadmisibles; fijaciones de la personalidad que para seguir siendo operativas deben ser reprimidas (Žižek, 2004). El propósito de indicar esta definición es señalar la siguiente hipótesis: la sociedad, para sostenerse un orden regularmente estable en el transcurso del tiempo, debe ser un término que oculte lo que reprime, presentándose como un ámbito de funcionalidad, un cuerpo con sus órganos claramente establecidos. La sociedad sería una figura fundada en un antagonismo que no logra visualizar, porque se trata de su fondo traumático, una otredad de lo social que remite a lo “no-social”, lo anti-social, lo anómico, lo disfuncional, el caos, la decadencia, al debilitamiento de todos los vínculos sociales (ibíd.).



Ahora bien, la estructura social se funda en un antagonismo con el afuera, pero, lejos de ser un entorno distinto al adentro, lo “no-social” actúa como elemento interno, invisible y reprimido, que, sin embargo, permite a la sociedad establecer una diferencia con dicho elemento en su propia interioridad. Con ello queremos decir que, sociológicamente hablando, no es posible señalar un más allá de lo social. La equivocidad de términos tales como “marginalidad” o “exclusión” social, por ejemplo, está en que muchas veces son interpretados como términos que se basan en la idea de que las personas que viven estas situaciones están “por fuera” de la sociedad. En suma, mi convicción es que no hay nada más allá de lo social y que, por lo tanto, lo anti-social no es una exterioridad, sino más bien un elemento estructurante al interior del orden social.



Dicho de otro modo, el concepto de sociedad es un término universal que, sin embargo, se constituye estructuralmente sobre su propia falla, sobre el trauma o, dicho en términos sociopolíticos más específicos: sobre el antagonismo social (Žižek, 2003). Cualquier intento de definir el sistema social implica un intento, siempre fallido, de encerrarse respecto del trauma antagonista que lo constituye. Dicho de otro modo, el antagonismo (la lucha de clases, la lucha estudiantil, la lucha sexual, los conflictos étnicos, etc.) es la contradicción interna que hace que la sociedad, estructuralmente hablando, tenga este elemento como algo siempre indecible –cada vez que nos abocamos a caracterizarlo aparece un nuevo sujeto reivindicando el legítimo derecho a su diferencia–, vale decir, como el soporte desde donde se estructuran a nivel simbólico las relaciones sociales.



3.- Ideología, Discurso y Verdad.

Ahora bien, si esto es así, proponemos una segunda hipótesis: la ideología surge como la trama narrativa desde la cual el cuerpo social intenta llenar el vacío constituido por el antagonismo traumático que lo funda. Al respecto, Žižek plantea una distinción entre lo imaginario del espectro o núcleo pre-ideológico y la ficción del orden simbólico. El antagonismo que amenaza con derrumbar lo social es para Žižek lo Real lacaniano, el momento traumático que hace presente a la muerte, al caos y la desintegración social. La sociedad teme la aparición del espectro de lo Real, pues éste significa un momento traumático, casi siempre olvidado, que de vez en cuando retorna como amenaza de su muerte (Murillo, 2008). Por lo tanto, la ideología sería aquella ficción simbólica (lenguaje) que rearticula las coordenadas que habían sido desestructuradas con la aparición latente del espectro de la muerte (lo Real). Para Žižek, la ideología es el discurso que permite el reconfortante despliegue del lenguaje, expansión discursiva que tiene por misión reterritorializar la desestructuración y fisura de la entrada en escena del fantasma traumático del antagonismo de lo Real.



Cuando Žižek habla de lo imaginario de la ideología remite al espectro, al fantasma que aparece en el hueco, en el vacío que amenaza con derrumbar el orden simbólico (que, dicho sea de paso, para los sujetos es lo mismo que la “sociedad” o “realidad”). Lo simbólico es el despliegue del lenguaje en pos de liquidar ese espectro por medio de la palabra, de los objetos, de la ciencia. Tal y como señala Murillo (op.cit: 26): “La realidad social en la modernidad industrial se constituyó sobre la ficción simbólica del universalismo de los derechos y deberes; esta ficción invistió la irresoluble y reprimida desigualdad social que afectaba al sistema y su consiguiente amenaza de muerte. Ella reaparece en el espectro ideológico bajo la forma de contradicciones no advertidas”.



Si estructuralmente hablando la sociedad posa sobre un antagonismo traumático, en constante cambio, el discurso ideológico aparece como el intento discursivo por llenar el vacío y proponer una serie de coordenadas que permitan la confrontable identidad y mismidad de “sentirnos en casa”. Desde esa perspectiva, lo que se experimenta como “la sociedad” no es la “cosa en sí”, sino, por el contrario, una trama simbolizada hecha de formas provenientes de una episteme múltiple que logra relacionar metonímicamente elementos diversos, ya sean mitos, folclore, filosofía, religión, ciencia, etc. (1). Vale decir, la episteme remite a cierta formación discursivamente estructurada a partir de la constante actividad del trabajo humano, condicionándolo al mismo tiempo a él. Tal y como lo planteaba Foucault, una episteme nunca es estructura rígida o cerrada (Foucault, 2005). Más bien, se trata de una formación discursiva desagregada, hecha de una concatenación no completa y no lineal –al ser pensado como inconsciente, el lenguaje no se rige por las leyes de la lógica– entre formaciones discursivas y extra-discursivas que establecen grietas, fracturas, contradicciones y saltos argumentativos (Murillo, op.cit; Foucault, 2002) (2). Este discurso en constante producción y reproducción es lo que nosotros transitamos como realidad. De esta forma, la realidad social es una ficción simbólica, no porque ella no exista, sino precisamente por el hecho de que es una realidad construida históricamente por medio del desplazamiento metafórico y metonímico de la cadena de significantes (Žižek, op.cit).



Lejos de estar dada de antemano, la realidad presentada en estos términos ideológicos se escapa de la vieja idea de Marx de “falsa conciencia”. Detrás de la ideología no hay una cosa en sí; detrás de la ideología, simple y llanamente, no hay nada (ibíd.). En otras palabras, la ideología es la realidad simbólicamente construida a través del lenguaje. Desde esta particular definición de ideología hecha por Žižek, no se puede sostener que la ideología es una “falsa conciencia” pues esto remitiría a la convicción de que es posible situarse desde un lugar por fuera de la construcción discursiva.



En este particular punto Žižek se emparenta tanto con Foucault como con post-althusserianos como Laclau, quienes sostienen el término de discurso como una forma de criticar la ideología althusseriana de la falsa conciencia. El discurso remite a relaciones de poder; tal y como dirá Foucault fuertemente influenciado por Nietzsche: el poder produce saber, produce el régimen de verdad que es necesario para el mantenimiento de su dominio. En su versión de “falsa conciencia”, la ideología debe ser criticada desde un lugar extra-ideológico, un punto de vista verdadero, científico –que no es otra cosa que el punto de vista del materialismo histórico– desde donde se juzga a la ideología. Es como si la ideología estuviese en otro lugar que la verdad o, lo que es lo mismo, como si la verdad residiera en un lugar distinto al de la ideología. La ideología desde la mirada de Althusser es una cuestión cognitiva, un error que se supera con la llegada de la verdad a partir del ejercicio científico (Eagleton, 2005). Entre la ideología como error cognitivo y la ideología como realidad simbólicamente tramada existen claras diferencias.



El término de discurso, por contrapartida, tiene en Foucault un resabio nietzscheano que se aleja de las pretensiones científicas respecto de la verdad. Vale decir, a diferencia de la “ideología” de Althusser, el concepto de “discurso” no tiene que ver con la verdad. Para Nietzsche, el conocimiento humano no tiene como finalidad la comprensión y el entendimiento de las cosas. La meta de la ciencia y del conocimiento no es la verdad, como si la verdad estuviese esperando en algún lugar metafísico. La meta de la ciencia y así también de cualquier pretensión de verdad es la dominación.



En efecto, el conocimiento humano está orientado a dominar las cosas, pues es un instrumento dentro de la lucha por la vida. Por tanto, si conocemos algo no es para entenderlo, ni para comprender sus causas. Simplemente producimos conocimiento a partir de la voluntad de poder, puesto que entendemos las cosas para dominar la vida (Larraín, op.cit). El saber está determinado por la voluntad de dominio, por la voluntad de poder. La verdad no es el fin supremo del intelecto. Incluso la mentira y la falsedad, si son indispensables para el dominio de las cosas, pueden ser promovidas y aseguradas por la razón y el conocimiento. De esta manera, si es necesario mantener y extender la propia vida, una falsedad puede ser tan o más importante que la verdad. Esto es expresado por Nietzsche en su famoso aforismo 4 de su obra “Más allá del bien y del mal”: “El hecho de que un juicio sea falso no constituye, en nuestra opinión, una objeción contra ese juicio (…) Se trata de saber en qué medida este juicio sirve para acelerar y mantener la vida, para conservar la especie, para mejorarla incluso (…) renunciar a los juicios falsos sería renunciar a la vida, negar la vida” (Nietzsche, 2010: 50-51).



4.- El exceso del lenguaje respecto de la producción material

La construcción social que llamamos realidad es el tejido históricamente infinito, no inamovible, del quehacer humano siempre entramado en relaciones de poder, en luchas por y contra la dominación. Las relaciones e interacciones sociales nunca se realizan entre sujetos iguales, pues siempre hay poder y resistencia, desequilibrios que remiten al hecho que la sociedad, lejos de un campo inmóvil donde confluye una comunidad de semejantes, está constituida sobre el antagonismo que surge en torno a la multidimensionalidad del trabajo y la dominación.



Dicho antagonismo –de clase, etnia, género, etc. – es el elemento universal siempre presente en la sociedad capitalista y esto es así porque el trabajo colectivo, ya sea de bienes materiales o simbólicos, nunca se distribuye homogéneamente. Si decimos que la estructura social que se da en torno a la producción material de la sociedad y a los intercambios de los bienes y las riquezas, también sostenemos que estos procesos de antagonismo entre los seres humanos producen la realidad simbólicamente mediada, discursivamente intervenida.



Sin embargo, no se trata de pensar que el entramado ideológico concuerda con la producción material. No estamos volviendo a la coincidencia entre base y superestructura. En otras palabras, no hay una exacta correspondencia entre posiciones dadas en el seno de relaciones de producción y generación ideológica de discursos emitidos desde estas posiciones. Por el contrario, la ideología produce siempre un exceso de sentido, pues el antagonismo social es la forma en que la desigualdad se expresa en todas sus múltiples e infinitas materialidades y abstractas formas. El antagonismo material produce un exceso de sentido simbólico, esa es la razón de porqué los seres humanos creamos ideologías y discursos. Estos últimos términos son maneras de dominar siempre inestable campo social, buscando una satisfactoria coherencia. En última instancia, se trata de superar la dicotomía entre reivindicación de clase y movimiento social.

Notas:



(1) En el psicoanálisis lacaniano, la metonimia acompaña a la metáfora como uno de los dos procesos psíquicos que tiene el ello (inconsciente) para manifestarse. El siguiente ejemplo trata de ilustrar este punto: una persona que odie a su padre, al no poder hacer consciente este sentimiento, desarrolla una aversión aparentemente inexplicable hacia la marca de cigarrillos que éste fumaba. En este caso, lo que el padre significa para el sujeto (significado) se traslada del significante inicial (el padre) hacia otro que está relacionado (los cigarrillos) (Dor, 2008).



(2) Las descripciones e ideas enunciadas socialmente se apoyan y se niegan unas a las otras, siendo este vaivén de sentido lo que genera un “efecto de verdad”, donde se “tejen certezas”, conformándose un “sistema de ideas”, una muralla de convicciones, “bases sólidas” que aparecen como una “realidad”. Este sistema de ideas puede aparecer como una base sólida, pese a que existan inconsistencias internas. Efectivamente, estos corpus se estructuran en base a conexiones de argumentos inconmensurables, argumentos que conducen a verdaderos callejones sin salida, a recursos tautológicos, demostraciones circulares que, lejos de progresión linealista, está sujeta a los accidentes externos que condicionan el discurso que percibimos como “verdad” (Foucault, 2002).



Bibliografía:


Dor, J. (2008): Introducción a la lectura de Lacan, Gedisa, Buenos Aires.

Eagleton, T. (2005) Ideología. Una introducción (Barcelona: Paidós)

Foucault, M. (2002) La arqueología del saber, Buenos Aires: Siglo XXI.

----------- (2005) Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Buenos Aires: Siglo XXI.

Larraín, J. (2010) “El concepto de ideología: Postestructuralismo, postmodernismo y postmarxismo, Santiago de Chile, Lom.

Murillo, S. (2008) “Acerca de la Ideología”. En Colonizar el dolor. La interpelación ideológica del Banco Mundial en América Latina. El caso argentino desde Blumberg a Cromañón, Buenos Aires: CLACSO.

Nietzsche, F. (2010) Más allá del bien y del mal, Edaf, Madrid, pp. 50-51.

Marx, K. (1969): “Tesis sobre Feuerbach”. En K. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú, p. 26.

Žižek, S. (2003) El sublime objeto de la ideología. Buenos Aires: Siglo XXI.

---------- (2004) “¿Lucha de clases o postmodernismo? ¡Sí, por favor!”. En J. Butler, E.

Laclau y S. Žižek: Contingencia, Hegemonía, Universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda, Buenos Aires: FCE, pp. 95-140.



Osvaldo Blanco.
Sociólogo Universidad Arcis, Magíster en Ciencias Sociales Universidad de Chile.

Cambiar el mundo sin tomar el poder


(LOM Ediciones).


El significado de una revolución hoy, de John Holloway. Este destacado cientista político irlandés pone a disposición del lector un libro polémico, donde lo de fondo es un llamado a la reflexión sobre el tema de si la toma del poder del Estado capitalista, por una fuerza política revolucionaria, convierte a este Estado, por ese solo hecho, en un Estado que efectivamente transformará las relaciones de clase que se dan dentro de él. Para Holloway “el Estado sólo es un nodo en una red de relaciones de poder”. El autor afirma que las grandes revoluciones del siglo XX fracasaron en su modo de manifestarse, lo que no significa, en todo caso, que no sea necesaria una revolución que supere las injusticias y abusos del capitalismo. Pero esa revolución debe ser de otro tipo y no tendría como meta la toma del poder del Estado. Es éste el punto del debate de fondo.

En una de las partes del libro Holloway explica: “La única manera en que puede mantenerse la idea de revolución es apostando más alto. El problema del concepto tradicional de revolución no es quizá que apuntó alto, sino que lo hizo demasiado bajo. La idea de tomar posiciones de poder, ya sea la del poder gubernamental u otras más dispersas en la sociedad, no comprende que el objetivo de la revolución es disolver las relaciones de poder, crear una sociedad basada en el reconocimiento mutuo de la dignidad de las personas. Lo que ha fallado es la idea de que la revolución significa tomar el poder para abolir el poder. Lo que ahora debemos tratar es la idea mucho más exigente de una superación directa de las relaciones de poder. La única manera en la que hoy puede imaginarse la revolución es como la disolución del poder, no como su conquista. La caída de la Unión Soviética no sólo significó la desilusión de millones de personas: también implicó la liberación del pensamiento revolucionario, la liberación de la identificación entre revolución y poder”. Además agrega que “La mejor forma de respetar las luchas del pasado es reconocer que fracasaron y que tenemos que explorar otros caminos para cambiar el mundo de forma radical”. Del libro se pueden desprender varios enfoques y conclusiones, y también contradicciones, y según algunos críticos, distracciones innecesarias, pues esto podría caer en una discusión bizantina eterna. En todo caso el libro es un buen aporte al debate sobre qué camino debe – o debería o no debería- seguir la revolución anticapitalista hoy.