lunes, 13 de abril de 2009

DECLARACION DE IZQUIERDA ANTICAPITALISTA


Hace 60 años, el 4 de abril de 1949, nacía la OTAN, un organismo militar impulsado por Estados Unidos. Europa había sido devastada por la guerra. Estados Unidos estaban muy interesados en que ésta se reconstruyera rápido –gracias al Plan Marschall-, a cambio de que sus fuerzas armadas pudieran quedarse indefinidamente en el continente. Los países europeos lo permitieron y se subordinaron a Estados Unidos como principal gendarme en la lucha contra el “comunismo” y como garante de que la Unión Soviética no expandiera su influencia más allá de las fronteras pactadas en la Conferencia de Yalta.

Desde entonces, la pertenencia a la OTAN ha sido sinónimo de recorte democrático, en la medida en que la presencia militar extranjera constituye una limitación evidente de soberanía (el mando militar supremo de la OTAN siempre ha recaído desde su fundación en algún general norteamericano). Además, la organización militar impone un corsé armamentístico a los Estados miembros que impulsa el gasto militar (en detrimento del gasto social).

Desde su fundación, la OTAN también ha demostrado ser un peligro de involución política: permitió la pertenencia de dictaduras como la portuguesa de Salazar, toleró –o propició- golpes de Estado militares como el de Grecia (1967) o Turquía (1974) e impulsó redes contrarrevolucionarias clandestinas como la Gladio, que propagó el terrorismo ultraderechista y la estrategia de la tensión en el Sur de Europa (en particular en Italia) durante los años setenta, con el fin de detener el avance electoral de la izquierda y el ascenso del movimiento de masas.

En este sentido, la Guerra Fría no dejaba de tener una doble dimensión: internacional e interna. Y la OTAN, a pesar de proclamar su naturaleza “defensiva”, ha actuado siempre como un instrumento para acorralar y ahogar a la Unión Soviética desde el punto de vista militar y, a la vez, como un lobbie antidemocrático y una estructura de intervención contra el cambio social y la izquierda en los países miembros.


En 1989, con el fin de la Guerra Fría, la disolución del Pacto de Varsovia y el inicio de la desintegración de la Unión Soviética, lejos de abogar por su disolución, los miembros de la OTAN apostaron por convertir la Alianza en un verdadero gendarme mundial. En 1999, en el Consejo del Atlántico Norte de Washington, se adoptaba el “Nuevo Concepto Estratégico”. Éste incorporaba cambios importantes:

a) una ampliación del ámbito geográfico de acción (hasta el momento era solo el Atlántico Norte), que incluye “la zona euroatlántica”: algo enormemente ambiguo que, en la práctica, permite a la OTAN actuar en todo el planeta.b) se elimina toda referencia a la Carta de las Naciones Unidas (algo que sí aparecía en el tratado fundacional de la OTAN, otorgándole un carácter “defensivo”).

Estas modificaciones han permitido iniciar las guerras ofensivas que están imponiendo un nuevo reparto colonial del mundo entre los vencedores de la Guerra Fría: la guerra contra Serbia por el conflicto de Kosovo en 1999 o la guerra por la ocupación de Afganistán desde 2001. También estuvo a punto de intervenir la OTAN en la guerra de Bush contra Iraq en 2003. Mientras tanto, la Alianza Atlántica ha operado una ampliación hacia el Este, pasando de 16 a 26 miembros. Letonia, Lituania, Estonia, Bulgaria, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Polonia, Hungría y Rumanía se han incorporado a la organización desde el fin de la Guerra Fría. Esta ampliación, así como la ocupación de Afganistán, responden a un objetivo geoestratégico fundamental de Estados Unidos y, por extensión, de la propia OTAN: conseguir el máximo acorralamiento militar de los dos únicos desafíos posibles del poder occidental: Rusia y, sobre todo, China.

Además, la ampliación hacia el Este va acompañada de la puesta en marcha de un proyecto militar muy agresivo: la decisión de instalar el Escudo antimisiles en las fronteras de Rusia, radares en la República Checa y baterías antimisiles en Polonia, que ha provocado el rearme nuclear ruso y está en la base de la invasión rusa de Georgia del verano pasado. Georgia y Ucrania están negociando también su integración en la OTAN: una verdadera provocación para Rusia.

Con los atentados del 11 de septiembre y la proclamación por Bush junior de la “Guerra global permanente contra el terrorismo”, una guerra sin límites espacio-temporales, sin enemigos definidos y sin reglas, el “antiterrorismo” ocupaba la vacante del anticomunismo como ideología predilecta con la que definir al enemigo. Así, la doctrina de la guerra preventiva también fue rápidamente incorporada al acervo militarista de la OTAN.

Las sucesivas intervenciones imperiales en Oriente Medio –desde Afganistán hasta Irak, pasando por Palestina, Líbano y, recientemente, Pakistán- no hacen más que desestabilizar toda la región y fomentar la expansión del fundamentalismo religioso, en lugar de defender la democracia y la emancipación que la OTAN y sus clientes dicen defender. La cumbre de la OTAN que está teniendo lugar en Estrasburgo, Kehl y Baden Baden, está marcada por la Guerra de Afganistán. En un contexto de crisis económica mundial, que está agudizando las tensiones internacionales, y tres meses después de la investidura de Obama, se ha aceptado su estrategia en ese país, que pretende combinar la continuidad del despliegue militar con una ofensiva diplomática para asociar a él a la mayor cantidad de países. Es lo que ciertos comentaristas llaman la toma en cuenta, por Obama, de la “multipolaridad del mundo”. Éste declaró durante su campaña: “El frente central en la guerra contra el terrorismo no está, ni ha estado jamás, en Irak. Por esta razón, poner término a esta guerra es decisivo si queremos acabar con los terroristas responsables de los atentados del 11 de septiembre, es decir Al-Qaeda, los talibanes, presentes en Afganistán y en Pakistán”. De aquí al verano, 30.000 soldados americanos van a reforzar a los 34.000 ya desplegados en Afganistán. A éstos hay que añadir los que manden los demás países de la OTAN. Zapatero ha comprometido ya a un batallón de 450 soldados más. Obama también podrá contar con el atlantismo ferviente de Sarkozy, quien acaba de reintegrar totalmente a Francia en la estructura militar de la Alianza.


Pero los planes de Obama para “pacificar” Afganistán incluyen una creciente intervención directa en Pakistán. Esta nueva huída hacia delante –muy parecida a la que protagonizó Nixon al extender a Camboya la Guerra del Vietnam- puede tener repercusiones gravísimas y llevar a ese país de 175 millones de habitantes al borde de la guerra civil. Todo parece indicar que, si las autoridades pakistaníes no ordenan al ejército combatir a los norteamericanos que penetren en suelo pakistaní, será casi imposible evitar que éste se fracture (como ya sucede en buena medida con la inteligencia militar, fuertemente infiltrada por los fundamentalistas).

Pues bien, esta cumbre del brazo armado del capitalismo mundial está siendo contestada en la calle por los movimientos pacifistas y antimilitaristas y por la izquierda anticapitalista europea. Como era de esperar, la respuesta de las autoridades es la habitual: vulneración del derecho de manifestación y circulación y una severa represión. Desde Izquierda Anticapitalista apostamos por la movilización contra la maquinaria de guerra y creemos que la democracia, la emancipación social y la soberanía de los pueblos es totalmente incompatible con la existencia de organizaciones imperialistas, militaristas y contrarrevolucionarias como la OTAN.

¡Fuera las fuerzas de ocupación!
¡60 años bastan! ¡Disolución de la OTAN!
¡Libertad de manifestación! ¡Libertad detenid@s de Estrasburgo!
¡Otro mundo es posible! ¡Otro capitalismo imposible!

Demasiado miedo y demasiada calma, antes de la tormenta


Michael R. Krätke · · · · ·



La deuda pública en el mundo

Pasó la Cumbre; bolsas y gacetas, deslumbradas por un día, vuelven ya a la calma. Seguimos tan lejos como antes de un nuevo New Deal que sólo podría afirmarse con nuevo orden económico mundial. Tras la Cumbre de Londres, sólo una cosa parece fuera de disputa: el G-20 ha substituido hasta nueva orden al G-8. A favor de la inteligencia del nuevo gobierno estadounidense habla el que no busque compensar la pérdida de influencia con un comportamiento de superpotencia.

Absurdo, pero cierto

Declaraciones de intenciones, compromisos formularios, promesas rutinarias: no bastan para salir del lío de una gran depresión de alcance planetario Aun si las ilustres figuras se reúnen todavía un par de veces más durante 2009, no se detiene el rumbo al despeñadero sólo con reglas para los fondos hedge (para fijar las cuales, bastan leyes de alcance nacional), un mayor presupuesto a disposición del FMI y listas negras de oasis fiscales.

La provisión de finanzas para el FMI era ya, por lo demás, cosa acordada antes del encuentro de Londres. Japón y la UE quieren aquí un compromiso adecuado, mientras que los EEUU, China y la Arabia saudita son más renuentes. Aun si eso significara para el FMI un plus de 250 mil millones de dólares, queda aún abierta la cuestión de la reforma de los derechos de voto y de los derechos de giro. Y sólo esa reforma podría garantizar que la masa de dinero va a parar a dónde más necesaria es. Otros 250 mil millones de dólares deberían emplearse en reflotar el caído comercio internacional mediante seguros y fianzas. Tampoco eso es novedad, ni representa una carga suplementaria para los Estados del G-20. Sólo con los prometidos 100 mil millones de dólares para el Banco Mundial y para los bancos regionales de desarrollo se echó efectivamente un poco de leña al fuego.

La segunda peor solución

Lo que va a pasar en materia de regulación financiera, se sabe desde hace mucho. Evidentemente, hay que regular los fondos hedge y controlar a las agencias de estimación del riesgo; pero la cuestión es: ¿cómo se hará y quién lo hará? ¿Por qué nadie se avilanta a proponer lisa y llanamente la expulsión de los mercados financieros de esas mortíferas máquinas de amasar dinero? Bastaría una sola investigación de Attac para disponer inmediatamente en pantalla de una lista completa de todos los institutos internacionales dedicados al lavado de dinero. Y quien, como jefe de gobierno, estuviera dispuesto a agostar los oasis fiscales, no tendría que esforzarse demasiado. El premier Gordon Brown, amo y señor de facto de algunos de los peores ejemplares de esta especie autogenerada, no necesitaría más de un par de contables para volver a imponer el derecho británico en las británicas Islas del Canal. Suiza, estados federados norteamericanos como Delaware o los honorables miembros de la UE que son Luxemburgo y Austria no son tan fáciles de domar. Para eso se necesitaría terminar con la política de "fastidiar al vecino" en la competición fiscal internacional.

Al menos, y gracias al veto de los países en vías de desarrollo que componen el G-20, los países industrializados del G-20 se han visto forzados a distanciarse del proyecto de convertir al FMI en nuevo protector de los mercados financieros. En vez de eso, lo que se hizo fue revalorizar el Financial Stability Forum, un subproducto de la crisis asiática de 1997/98, convertido ahora en Financial Stabilty Board: la segunda peor solución, porque en ese gremio tendrán ahora vara alta, como antes, las grandes potencias financieras.

Absurdo, pero cierto: con una pseudoalternativa que apenas si podría resultar más vergonzosa, las grandes potencias del Norte se han bloqueado unas a otras en Londres, lo que impresionó a tal punto a los países en vías de desarrollo, que renunciaron a cualquier intento serio de romper esas barreras: primero, la regulación del mercado financiero, luego, estímulos de coyuntura, tronaban los unos; no, primero ayudas de coyuntura y, por favor, nada de excesos regulativos, argüían los otros. En el acto de cierre de tal absurdo teatro, terminaron por imponerse fácticamente Merkel y Sarkozy: la papilla de palabras de la declaración final les endulzó un poco la derrota a los otros. Pero ninguno de los problemas estructurales de la economía mundial se resolverá por esa vía. Los EEUU siguen siendo la mayor economía deficitaria del mundo; los campeones mundiales de la exportación –Alemania, China y Japón— siguen tan dependientes de sus exportaciones como antes; la deuda pública de los EEUU sigue siendo eje de rotación y punto cardinal del sistema financiero mundial.

Disfrutar hasta vomitar

Los países industriales europeos se deslizan ahora más y más, a causa de sus inmensas sobrecapacidades en todos los sectores, por el despeñadero de la crisis: tasas de desempleo del 15% [como la española], pronto dejarán de ser una rareza. En Alemania vuelve a circular el inveterado miedo a la inflación, porque se ha difundido el cuento de que cualquier rebaja de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo (BCE) dispararía el mecanismo de la impresora de billetes. Resultado: se amplían los marcos crediticios, lo que aprovechan con celo los bancos para atesorar más dinero. Los miles y miles de millones que fueron a parar al mal crédito siguen en sus libros de contabilidad, sistemáticamente ocultados y enmascarados. Por eso mismo, resulta imposible tratar de comprárselos a los bancos a fin de aflojar los grilletes crediticios. Así pues, la única opción que le queda al gobierno es tomar en propia mano las funciones del sistema bancario, porque los mercados financieros están encallados y los bancos, sobreendeudados, persisten en su estado de shock.

Huelga decirlo: sin la cobertura del oro, detrás del dinero del banco central no hay sino crédito del Estado. Para su pavor, muchos tropiezan ahora con un arcano conocido desde hace mucho tiempo: el del sistema monetario y financiero mundial. Puesto que, conforme a la dogmática vigente, la deuda pública y la inflación interrelacionan causalmente, se acude al comisario del ahorro. En ello está la señora Merkel. Dado que los ingresos fiscales menguan masivamente ahora en Alemania –al menos 20 mil millones de euros menos en el año fiscal en curso—, eso cobra visos de racionalidad para quienes siguen creyendo que se puede ahorrar en medio de una crisis económica mundial.

Pero, precisamente: la política de ahorro dimanante del miedo es uno de los problemas más graves; agudiza y prolonga la recesión. Lo que vale particularmente para países que todavía disponen de un mínimo Estado social, porque, secundando el dogma neoliberal, ahorran en daño del mismo. Los amargos frutos de la guerra ideológica de los 30 años contra todo lo que todavía quedaba de racionalidad económica en el viejo capitalismo reformado, tenemos que disfrutarlos ahora hasta el vómito.

Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.