martes, 1 de noviembre de 2016

Contrarrevolución neoliberal en crisis


RAFAEL AGACINO

 
Como se sabe, Chile ha sido un laboratorio para las elites dominantes y el imperialismo; aquí su intelligentsia, sus intelectuales orgánicos y la tecno-burocracia experta en gestión de conflictos, ensayaron el nuevo arsenal de reformas institucionales diseñadas para extirpar de raíz las conciencias y voluntades anticapitalistas.


El experimento chileno se llamó contrarrevolución neoliberal. Su punto de partida, su momento fundacional, arrancó de los escombros dejados por el golpe de Estado de 1973 y se extendió hasta inicios de los años ochenta; luego sobrevivió a una severa crisis mundial recurriendo a ajustes heterodoxos, y ya entrada la década de los años noventa, recuperada y ufana, se vistió de democracia al cuidado de una coalición de ex golpistas y franjas de la Izquierda conversa.



Su última etapa -la pax neoliberal como la denomina Gaudichaud- ha sido exitosa pues, además de superar en años a la dictadura, también terminó por reconvertir a la Izquierda al credo neoliberal.
La guinda de la torta fue la incorporación de la dirección del PC, primero al Parlamento en el año 2010, y luego, a la alianza de gobierno el 2014. Toda una hazaña de los ingenieros de las transiciones políticas.



Este extenso trayecto dura ya 42 años, y dado que las reformas estructurales tienen décadas de aplicación y sus relaciones sociales y subjetividades son usos y costumbres, nada tiene de extraño que la racionalidad individualista y de mercado sea el sentido común predominante. En el curso de las reformas neoliberales, la sociedad chilena fue adelgazando el tejido de sus relaciones sociales aunque, paradojalmente, multiplicara su red de interacciones; todos cada vez más conectados pero a la vez más empobrecidos de sentido colectivo; átomos guiados según el interés de cada cual y compitiendo en las arenas de la institución neoliberal por antonomasia: el mercado.



Pero también a 42 años de la contrarrevolución, la utopía neoliberal muestra fisuras y aflora un malestar social inusitado, y en éste, un potencial de ruptura. A nivel de la política y lo político se están manifestando las contradicciones derivadas de un agotamiento crítico de la forma que tomó la sociedad chilena en el curso de cuatro décadas; se trata de las anomalías de la contrarrevolución neoliberal propias de su etapa de maduración.



Y eso lo saben, intuyen o vivencian casi todos los sectores en lucha latente o abierta. Por ello, tanto los de arriba como los de abajo, atribulados por la emergencia de las contradicciones estructurales, se agrupan y reagrupan entre la resistencia conservadora y la apertura al post neoliberalismo.
El texto que nos ofrece Franck Gaudichaud(1) precisamente se pone en este borde histórico y sobre la base de una evaluación de la trayectoria reciente de la sociedad chilena, incursiona sobre las interpretaciones del momento actual y las posibilidades de algún tipo de alternativa política de carácter popular. Los ejes en que concentra su análisis -nombro solo los que me parecen principales- son la centralidad de la relación capital/trabajo, el carácter de los movimientos sociales y el peso de la subjetividad de masas que el propio modelo produce y reproduce, todo ello en el marco de la institucionalidad política y la estructura de clases que caracterizan en el presente al modelo neoliberal.


La combinación de dichos ejes y la apelación a tales aspectos estructurales (lo político y las clases), conducen a una síntesis que, a mi juicio, constituye el aporte central que ofrece el texto, pues permite una discusión sobre las alternativas políticas teniendo a la vista una hipótesis interpretativa del momento por el que hoy atraviesa la sociedad chilena.


En este sentido, aprovecho para acentuar algunos aspectos en relación a los ejes que nos propone Gaudichaud; estos comentarios ya han sido expuestos en otros lugares, pero creo viene al caso retomarlos aquí dado el tipo de análisis que nos presenta el autor.


En primer lugar hay que destacar que las movilizaciones de trabajadores en 2015 han tendido a desbordar las formas organizativas y de acción tradicionales, y por ello mismo, a la propia institucionalidad sindical conservadora. Este año 2015 tenemos a la vista la huelga de los subcontratistas del cobre -que incluso costó la vida del trabajador Nelson Quichillao a manos de la policía militarizada-, el largo conflicto de los profesores que rebasó la política conciliadora de una parte de la dirigencia del Colegio de Profesores, y finalmente, la lucha de los trabajadores públicos del Registro Civil que han debido enfrentar al gobierno y al despliegue de todos los dispositivos del poder: la ley, la presión política, la campaña mediática e incluso la conducta desleal si no francamente aleve de la dirigencia de la CUT y de la Izquierda parlamentaria.


Estas movilizaciones confirman la profunda crisis del sindicalismo clásico, pero a la vez abren posibilidades para un nuevo movimiento de trabajadores que rompa con los límites ideológicos y objetivos impuestos hasta ahora por el sindicalismo conservador. En efecto, si este nuevo movimiento logra madurar, lo hará a partir de bases totalmente diferentes. Por ejemplo, desprendiéndose de una concepción que considera al sindicalismo tradicional y sus sindicatos legales, propios de la etapa desarrollista industrializadora, como la única y más efectiva forma de organización de los trabajadores.
Hubo antes formas mutualistas, sociedades en resistencia, mancomunales, etc., que en ausencia de una legislación laboral, organizaron grandes masas obreras que enfrentaron directamente al capital e incluso ofrecieron respuestas autónomas a las necesidades colectivas; los derechos codificados en la legislación laboral, a cuyo amparo se desarrolló luego el sindicalismo clásico, son resultado de dichas luchas.


También comprendiendo que frente a un “capital extendido”, es decir, que somete a su racionalidad y dominio actividades sociales antes ajenas a la producción capitalista, es necesario, del mismo modo, concebir de manera “extendida a la clase trabajadora”.


Si el capital convierte los servicios -antes públicos y sin fines de lucro- en actividad productiva de valor, o somete otras actividades no mercantiles, personales y/o comunitarias a la lógica de la acumulación, entonces los que allí se desempeñan y venden su talento productivo al capital, son igualmente parte de la clase trabajadora.



Así como las formas de pago o de contratación -directa o indirecta; parcial o completa; temporal o permanente- no importan para definir a la clase trabajadora, tampoco el carácter material o inmaterial del trabajo o de su resultado son criterios correctos para dilucidar quiénes son o no parte de aquella. Lo central es la relación social entre capital y trabajo.



Y finalmente, entendiendo que hay luchas cuya escena no es ya el terreno de la empresa e incluso la rama, se trata de derechos colectivos que sólo pueden imponerse enfrentándose al conjunto del capital y el Estado.



Un nuevo sistema de relaciones laborales, de salud, de transporte público o un sistema educacional, por citar algunas demandas más inmediatas, indefectiblemente son luchas por derechos generales y no derechos de un sindicato o federación; son luchas por los intereses globales de los trabajadores constituidos como sujeto colectivo autónomo y opuesto al capital.



En segundo lugar, es necesario resaltar la emergencia entre 2006 y 2011 de las movilizaciones sociales, pues, como bien muestra el autor, la abrupta explosión de “lo social” cambió severamente el panorama nacional: mostró las arrugas de una contrarrevolución madura y develó una suerte de incompletitud del teorema neoliberal.



En efecto, la institución mercado mostró sus insuficiencias para procesar todos los conflictos y disiparlos en meras contiendas entre partes privadas; el dispositivo de regateo entre privados (el mercado), incluyendo el recurso judicial para resolver las contiendas sobre obligaciones y derechos consignadas en los contratos, no alcanzó para contener y mantener los conflictos en la esfera civil, sobre todo cuando una de las contrapartes saltó de lo individual a lo colectivo.



El creciente malestar terminó por desbordar parcialmente el “orden de mercado” y la burocracia política y sus ingenieros en gestión de conflictos, desacreditados y perplejos, en reiteradas ocasiones fueron superados por la dinámica de las luchas sociales. El conflicto por la educación es un caso paradigmático por muchas razones, pero una es crucial y se refiere al sentido menos visible de la lucha de los estudiantes secundarios.



Estos reclamaron por la gratuidad y mejores condiciones materiales, pero dejaron entrever en sus formas organizativas, en sus acciones y en su estética de lucha, un rechazo feroz a la propia comunidad escolar, a la escuela, como espacio invivible por su autoritarismo, mediocridad, por el colapso de los profesores, por su régimen de competencia individual y la presión por el éxito que enfrenta a unos jóvenes y adolescentes con otros.



Por ello, a diferencia de otros movimientos, los secundarios no eran fácilmente domesticables apelando a políticas redistributivas y clientelares: sus demandas no eran susceptibles de reducir a precios; y mirado desde otro ángulo, se trataba de la rebelión de los hijos del modelo neoliberal maduro cuya lucha no consistía en resistir las reformas neoliberales sino en rebelarse contra el efecto de su funcionamiento pleno; en rigor, su malestar era consecuencia, resultado, de un modelo realizado y frente al cual venían reaccionando masiva, espontánea y sistemáticamente desde el “mochilazo” del 2001.



No es arriesgado afirmar que fue el movimiento estudiantil secundario -y no el universitario- la base de las luchas sociales que lograron trizar los consensos de las clases dominantes y la paz social que los gobiernos civiles mostraban al mundo como el exitoso modelo chileno y la exitosa transición a la democracia.



Así las cosas, la incompletitud de la utopía neoliberal puede considerarse una anomalía crítica, una verdadera falla estructural, por cuanto la emergencia de las movilizaciones masivas y de los movimientos sociales expresan, tanto el fracaso del intento de diluir la “cuestión social” en la cuestión privada, como la ineficiencia del propio sistema político que diseñó el neoliberalismo, cuestión central a la hora de calibrar el momento actual de la política chilena.



En particular, el sistema de partidos políticos se ha mostrado estéril para anticipar, procesar y disipar los conflictos sociales que escalan por abajo, a la par que parece no ser capaz ya de ofrecer una representación eficaz del interés general del capital y gestionar sus conflictos fraccionales que se precipitan por arriba. Y esto es una debilidad crucial pues manifiesta los límites de “lo político” en el contexto de un modelo cuyas potencialidades se han realizado casi completamente.



En efecto, un régimen político debilitado, que pierde por abajo su capacidad de maniobra vía clientelismo frente a las luchas sociales, por default tiende a fortalecer sus dispositivos y formas policiacas de control del orden, mientras por arriba, si es capturado por el capital, tiende a convertirse en un cuasi cascarón jurídico-político dirigido desde fuera por un “poder dual burgués” que comanda a la tecnoburocracia y sus políticas.



El régimen político y el Estado actuales en nada se parecen al ideal republicano liberal burgués, al Estado de compromiso y benefactor declarado por la Constitución de 1925 y aderezado a través de sus sucesivas reformas. El régimen político actual carece de su aura democrática y el Estado de su majestad como titular del bien común; incluso más, el mismo Estado corre riesgo de lumpenizarse.
Esta posibilidad no es ajena a los momentos en que se conjugan una fuerte concentración del capital con una debilidad estructural de la institucionalidad político-burguesa, y en América Latina la asociación policiaco-mafiosa entre trasnacionales, capital monopólico, partidos políticos y ejército no es ninguna sorpresa.


Así, la contrarrevolución neoliberal chilena se encamina veloz hacia sus propios límites. Hoy son las instituciones de la “república” las que se trizan. El Estado subsidiario, el Parlamento, los partidos políticos, las fuerzas armadas, el empresariado, la burocracia eclesiástica, y la Constitución Pinochet-Lagos que los resguarda, todos eslabones de una larga trenza de corrupción moral y material, ya han entrado en la zona de costos crecientes para sostener su hegemonía ideológica y política.


Y si bien todo esto aparece ahora sin claroscuros, en que los velos han caído y la decadencia moral se muestra como simple síntoma del fracaso de la utopía neoliberal, no fue así hasta hace muy poco. Escasos meses atrás la mayor parte de la sociedad chilena vivía bajo el influjo de un modelo estable y triunfante y ni siquiera imaginaba el devenir reciente.



Fuera por cinismo, miopía o por ambos, las clases dominantes subestimaron las fisuras de esta contrarrevolución neoliberal madura, y una vez enfrentadas a las crudas circunstancias, han mostrado sorpresa y cierta perplejidad que ha retardado el diseño de una salida institucional.
Lo que se ha abierto en Chile es un periodo político de creciente pugna entre las fracciones conservadoras y reformistas de las elites dominantes, pugna en torno a cómo enfrentar y resolver los déficits estructurales del modelo.



Pero a la vez, un mismo ambiente tenso por arriba, ofrece a los “terceros excluidos” del teorema neoliberal, los trabajadores y sectores populares, enormes posibilidades para dar un salto y constituirse en una fuerza gravitante en los acontecimientos por venir. Y es éste el terreno al que nos conduce directamente y sin rodeos todo el trabajo analítico de Franck Gaudichaud: la construcción política estratégica para el hoy, crudo problema al que no en vano le dedica sus mayores esfuerzos teóricos y prospectivos en la última parte de su texto.



Nada simple por cierto. Se trata nada menos que de desentrañar las posibilidades de una política general que haga plausible la configuración del bloque de los de abajo, o lo que no es sino su contracara, una estrategia común capaz de entrelazar la multiplicidad de luchas contra el capital que discurren actualmente por el país. Un desafío no sólo para el análisis político sino también para la propia práctica política inmediata


RAFAEL AGACINO

(1) Franck Gaudichaud, Las fisuras del neoliberalismo chileno. Trabajo, crisis de la “democracia tutelada” y conflicto de clases, Tiempo Robado Editoras y Quimantú, Santiago, 2015.

El autor


Rafael Agacino es investigador de Plataforma Nexos. Este es el texto de su prólogo al libro de Gaudichaud. Título original del artículo: “Contrarrevolución neoliberal y la construcción política estratégica para el hoy”.

El Último día de Miguel Enríquez

     


miguel enSu eterno chaquetón marinero y su risa estruendosa, que contagiaba alegría, es lo primero que recuerdo de Miguel Enríquez. El optimismo asomaba a sus ojos, a sus gestos, comunicando esa incansable vitalidad que le animaba. Miguel reía con todo el cuerpo, se agitaba y el torrente reventaba con una explosión de alegría. Después descubrí que también era la forma de reir de su padre, don Edgardo. Miguel era un dinamo, veloz de pensamiento y palabra. Sus frases se precipitaban en ráfagas.
Temible en la polémica, a veces era también -para mi gusto- demasiado duro en la discusión con los compañeros. Abrumaba con argumentos, citaba la historia revolucionaria mundial, especialmente la revolución bolchevique; conocía bien a Lenin (el Pelao, como le llamaba con familiaridad), a Trotsky y Rosa Luxemburgo, se paseaba por la revolución china, conocía en detalle la revolución cubana y sabía mucho de historia de Chile.
Por supuesto era carrerino, admiraba a Manuel Rodríguez y se refería con mala voluntad al "guatón O'Higgins". Dedicaba especial atención al estudio y le gustaba discutir con gente de pensamiento diferente al suyo.
Matarlo no fue fácil para la DINA. Los sicarios de la dictadura tuvieron que extremar sus torturas con los detenidos que habían contactado a Miguel o a sus enlaces desde que el líder del MIR pasó a la clandestinidad. La crueldad del capitán Miguel Krassnoff Marchenko, jefe de la Agrupación Caupolicán de la Brigada de Inteligencia Metropolitana de la DINA, y de su principal verdugo, Osvaldo Romo, sin embargo, no tenía límites. El Informe Rettig señala: "La primera prioridad de la acción represiva de la DINA durante el año 1974 fue la desarticulación del MIR. Esta continuó siendo una prioridad durante 1975. Durante estos dos años se produce el mayor número de víctimas fatales atribuibles a este organismo". Creada por decreto en junio de 1974, la DINA venía operando desde noviembre de 1973, en dependencia directa de Pinochet. Quinientos oficiales de las FF.AA. y Carabineros dieron origen a esa estructura secreta que más tarde contaría a miles de funcionarios, asesores e informantes a sueldo.
Matar al secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, un médico de 30 años que había burlado numerosas trampas y emboscadas, se convirtió en una obsesión para la DINA. Destinó para ello a la Agrupación Caupolicán, mientras la Agrupación Purén se dedicaba a perseguir al resto de la Izquierda. La DINA consiguió datos para localizar el sector de Santiago donde Miguel vivía clandestino. Era en la calle Santa Fe 725, entre Chiloé y San Francisco, en la comuna de San Miguel. Una casa con apariencias de nada con dos portones metálicos que todavía conservan más de treinta impactos de balas. El 5 de octubre de 1974 se libró allí un combate desigual, como el de La Moneda y otros durante 17 años en que hombres y mujeres de la Izquierda chilena dieron lecciones de honor y valentía en combate.
Miguel era uno de los dirigentes chilenos más prometedores. Tenía rasgos indudables de genialidad política. En él "despuntaba un jefe de revolución", como dijo Armando Hart a nombre del Partido Comunista de Cuba en el solemne homenaje que se tributó en La Habana al revolucionario chileno. Los dirigentes cubanos no derrochan ese calificativo porque conocen su significado. Por eso el nombre de Miguel Enríquez lo llevan muchos comités de defensa de la revolución (CDR) y un hospital clínico quirúrgico.
LA CACERIA DEL MIR
La precaria clandestinidad de Miguel, soportó poco más de un año. Había lanzado la desafiante consigna "el MIR no se asila", y quiso dar el ejemplo permaneciendo en Chile para organizar un movimiento de resistencia que concebía amplio y unitario. Explicó: "Nos quedamos en Chile para reorganizar el movimiento de masas, buscando la unidad de toda la Izquierda y de todos los sectores dispuestos a combatir a la dictadura gorila, preparando una larga guerra revolucionaria a través de la cual la dictadura será derribada, para luego conquistar el poder para los trabajadores e instaurar un gobierno de obreros y campesinos".
Desoyó los consejos de muchos camaradas y amigos que le pedían salir del país. Miguel era del tipo de líderes que guían con el ejemplo. No subvaloraba, sin embargo, las tareas de apoyo en el exterior. Encomendó organizarlas a dos miembros de la comisión política, su hermano Edgardo -ingeniero de 34 años, detenido en Buenos Aires en abril de 1976 y desaparecido desde Villa Grimaldi- y René Valenzuela Bejas, hoy preso en España.
La persecución al MIR fue motivo de disputa entre la DINA y el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA), que dirigía el comandante Edgar Ceballos Jones ("Comandante Cabeza"). El SIFA llegó a tener numerosos prisioneros en su cuartel general en la Academia de Guerra Aérea (AGA). Mediante el método de hacer desaparecer a los prisioneros y una brutalidad extrema en la tortura, la DINA consiguió finalmente desplazar al SIFA.
El terrorismo de la DINA se hizo sentir con fuerza a partir de abril de 1974. El recinto secreto de Londres 38, un ex local del PS, se convirtió en centro de torturas y en primera estación del vía crucis de muchos detenidos hacia la muerte y desaparición en Colonia Dignidad, como ocurrió con Alvaro Vallejos Villagrán (el "Loro Matías"), estudiante de Medicina de 25 años, uno de los primeros en ser ejecutados en la colonia alemana de Paul Schäffer.
La comisión política del MIR, sin embargo, se mantenía más o menos intacta a comienzos del 74. La pérdida más importante había sido la de Bautista Van Schouwen Vasey, en diciembre de 1973, capturado por una delación en el convento de los Capuchinos de Santiago, donde se ocultaba. Van Schouwen, de 30 años, médico, era uno de los fundadores del MIR e íntimo amigo de Miguel Enríquez, con cuya hermana, Inés, estuvo casado.
A partir de julio del 74, la DINA -ahora en posesión de abundante información y con la colaboración de delatores- aumentó la intensidad de sus golpes. Cayeron detenidos y desaparecieron decenas de miristas como Bárbara Uribe y Edwin Van Yurick, su esposo; el periodista Máximo Gedda, Martín Elgueta, Alfonso Chanfreau, María Angélica Andreoli, Muriel Dockendorff, etc. Muchos fueron atrapados en "puntos de contacto" que entregaban los torturados. Otros cayeron en "ratoneras" montadas en casas de militantes detenidos. Muchos fueron reconocidos en las calles por delatores que salían a "porotear" con los agentes de la DINA.
La represión aumentó y en septiembre del 74 la situación se hizo trágica. Casi todos los presos del MIR eran salvajemente torturados y desaparecían para siempre, como el arquitecto Francisco Aedo Carrasco, de 63 años, liberado desde Chacabuco y arrestado de nuevo el 7 de septiembre, los hermanos Carlos y Aldo Pérez Vargas (cuyos otros tres hermanos, Iván, Mireya y Dagoberto, este último miembro de la comisión política del MIR, morirían en 1975 y 1976), Carlos Gajardo, Vicente Palomino, Manuel Villalobos, etc. Delatores como Marcia Merino ("La Flaca Alejandra") asesoraban los interrogatorios, señalando a los torturadores lo que debían preguntar, clasificando la información, participando en los allanamientos o en el "poroteo".
La situación alcanzó su punto álgido a fines de ese mes y comienzos de octubre con la detención de los dirigentes Sergio Pérez Molina y Lumi Videla Moya (cuyo cadáver terriblemente torturado por Osvaldo Romo lanzaron al interior de la embajada de Italia el 3 de noviembre), María Cristina López Stewart, el sacerdote Antonio Llidó, los hermanos Jorge y Juan Andrónico Antequera, Amelia Bruhn, y una larga lista de mártires.
La DINA obtuvo nuevas pistas para llegar a Miguel Enríquez: el barrio donde vivía, una descripción de su aspecto físico y de su pareja (Carmen Castillo Echeverría, que hacía de enlace en algunos contactos y que estaba embarazada), una Renoleta roja que usaba Miguel (la reconocieron durante un enfrentamiento a tiros en el sector del Estadio Nacional), etc.
LA CASA DE SANTA FE
Desde diciembre de 1973, Miguel vivía clandestino en Santa Fe 725. Un barrio tranquilo, de pequeña burguesía pobre y de obreros, casi todos propietarios de sus viviendas. La mayoría -como la que ocupaba Miguel- son casas de un piso con patio y parrón. Los vecinos se conocen por años. Entonces la mayoría eran de Izquierda, comunistas y socialistas. Frente a la casa de Miguel vivía un viejo obrero comunista, Leyton, "cicerone" del Museo Recabarren.
La casa de Miguel estaba entre la de un obrero cesante y la de un periodista, Rolando Carrasco, comunista, preso en Chacabuco. Allí vivían la mujer de Carrasco, Anita Klöpping (como actriz de teatro y radio más conocida como Anita Mirlo) y sus hijos, Rolando, de 16 , y Valentina, de 11 años.
Miguel y su compañera, Carmen Castillo, llegaron a vivir en esa casa a fines del 73, después de la caída de Van Schouwen. Inicialmente los acompañaba otro dirigente del partido, Humberto (Tito) Sotomayor, y su esposa. Ocasionalmente iban a pasar unos días con ellos las pequeñas hijas de ambos, Javiera, hija de Miguel (con Alejandra Pizarro), y Camila, hija de Carmen (y de Andrés Pascal Allende, también miembro de la comisión política del MIR, que a su muerte reemplazaría a Miguel en la secretaría general del MIR). El otro hijo de Miguel, Marco Antonio (con la periodista Manuela Gumucio), estaba en Francia y apenas tenía un año cuando mataron al líder del MIR.
Una ciudadana británica compró con fondos del MIR la casa de Santa Fe a un dueño de camiones, padre de unas mellizas, a quien en el barrio todos miraban con sospecha porque era opositor al gobierno de la Unidad Popular y porque vendía mercaderías que escaseaban en el mercado.
EL ALIENTO DE LA BESTIA
Miguel, Carmen, Sotomayor y su mujer no lo sabían pero eran objeto de observación en el barrio. Se siente curiosidad por los nuevos vecinos. Se preguntan quiénes son, de dónde vienen, qué hacen, etc. Los jóvenes que viven en Santa Fe 725, parecen gente de desahogada situación económica, se muestran afables y saludan con cortesía pero sin intentar mayores relaciones. Todos observan...y comentan. Al dueño del boliche de la esquina le llama la atención que los nuevos propietarios de la casa de Santa Fe 725 dispongan de más dinero que lo común en el vecindario. Compran mayor cantidad y artículos de más calidad. Para el almacenero es un buen negocio pero comunica sus observaciones y el rumor circula...
Miguel y Carmen, Sotomayor y su mujer, entretanto, hacen una vida normal y buscan establecer una relación discreta con los vecinos. Se dan cuenta que en ese barrio hay que trabar amistad con la gente. Miguel y Carmen ayudan al vecino cesante. Se enteran que Anita tiene a su marido preso en Chacabuco y que trabaja como costurera para sostener el hogar. Carmen le ayuda mandándole hacer ropa para Javiera y Camila, luego para ella o para una amiga que inventa. Un día el joven Rolando Carrasco (hoy arquitecto, casado, dos hijos) está duchándose, la llama se apaga pero el gas sigue fluyendo, Rolo cae desmayado, como de costumbre ha cerrado con llave la puerta del baño. Anita lo siente caer, intenta abrir la puerta, no puede y corre a la casa de Miguel a pedir ayuda. Humberto Sotomayor acude, echa abajo la puerta, reanima al joven y le da instrucciones a Anita para seguir atendiéndolo. Así ella se entera que es médico. Desde ese día siente por sus vecinos del 725 una enorme gratitud y cariño. Ya no le importa la cortés pero firme discreción con que ellos defienden su privacidad.

MORIR EN OCTUBRE

Amanece el 5 de octubre de 1974. La DINA está sobre una pista segura para llegar a Miguel. Otras le habían fallado. Por ejemplo, detecta que Javiera, de 5 años, hija de Miguel, vive con su tía, Ana Pizarro, y sus tres hijos. Supone -con razón- que por esa vía existe un vínculo con Miguel. La DINA pierde la paciencia y amenaza de muerte a Ana Pizarro y sus hijos, que se asilan en la embajada de Francia. Pero antes Miguel manda a buscar a su hija. En una carta le dice a su ex cuñada que quiere tener a Javiera por un tiempo porque está seguro que va a morir.
La DINA ya sabe que Miguel vive en la zona sur de Santiago, en un cuadrante enmarcado por Santa Rosa, Gran Avenida, Departamental y Callejón Lo Ovalle. Los esbirros de Krasnoff, capitaneados por Osvaldo Romo que olisquea sangre, "peinan" esa área. Llevan algunos de los presos torturados para que reconozcan calles, ruidos, olores. Pasan algunos días en esa tarea de rastrear las huellas todavía invisibles de Miguel. Buscan una Renoleta roja y una joven señora embarazada. Van en tres vehículos y llevan armas largas por si acaso. Se detienen a preguntar en almacenes y talleres, interrogan a niños y mujeres, carteros, revisores de medidores de luz y agua, recogedores de basura, etc.
Está clareando y en la casa de Santa Fe 725, todos duermen: Miguel, Carmen, Humberto Sotomayor y José Bordas Paz (31 años, encargado de la Fuerza Central, rama armada del MIR). El grupo conversó hasta tarde. Quedaron de acuerdo en que al día siguiente, 5 de octubre, Carmen buscará una casa de emergencia. El instinto les decía que la seguridad del escondite se había resquebrajado, sobre todo después del enfrentamiento a tiros en la Avenida Grecia. Miguel había hecho algunas reuniones en la casa con compañeros que presumiblemente ahora estaban presos. Aunque se habían observado las reglas de la clandestinidad, no se podía descartar que alguno se hubiese dado cuenta del barrio y la calle donde los habían llevado a ciegas. Se iban también a cumplir diez meses viviendo en la misma casa y las normas de clandestinidad prohibían una permanencia tan larga en un mismo lugar.
Dos semanas antes, Miguel arregló el asilo en la embajada de Italia de las pequeñas Javiera y Camila, que entraron en la misión diplomática en la cajuela del automóvil del encargado de negocios. Por último, Miguel había aceptado reducir el ritmo de su trabajo y replegarse a un lugar fuera de Santiago. Una amiga de Carmen, Cecilia Jarpa, se haría cargo de comprar una parcela en Macul. Pero Carmen la llamó el día anterior para entregarle el dinero y el tono y forma de sus respuestas, hicieron a Miguel deducir que Cecilia Jarpa ya estaba en manos de la DINA. Estaba claro que el cerco se estrechaba.
En la mañana del 5 de octubre Carmen Castillo salió a buscar una casa para mudarse ese mismo día. Miguel, Sotomayor y José Bordas también salieron de Santa Fe 725 . Acordaron volver a encontrarse en la casa a las tres de la tarde. Sin embargo, Carmen volvió cerca de la una. Encontró a Miguel y a los otros dos compañeros quemando papeles, con las armas a la mano y en estado de enorme tensión. Habían detectado tres autos sospechosos que rondaban el barrio y que habían pasado ya dos veces, lentamente, observando la casa. Están seguros que es la DINA y que deben estar tendiendo el cerco. Rápidamente terminaron de recoger en dos bolsos lo más importante. Cuando Miguel y Carmen salían al patio donde estaba la Renoleta roja, se produjo el primer ataque de la DINA. Ellos se replegaron al interior de la casa y comenzaron a responder el fuego junto con Sotomayor y Bordas.
El primer cerco no fue muy efectivo. No habían llegado aún suficientes refuerzos. En los primeros momentos Humberto Sotomayor y Jose Bordas lograron escapar. A uno lo vio Anita, la vecina, saltar al patio de su casa y de ahí a la calle San Francisco; el otro huyó en dirección a Varas Mena, una calle paralela al sur de Santa Fe. (Sotomayor se asiló después en la embajada de Italia y José Bordas fue emboscado por el SIFA el 5 de diciembre. Cayó herido y murió dos días después en el hospital de la FACH, donde fue torturado). Carmen Castillo fue herida en el interior de la casa. A ratos perdía la conciencia mientras proseguía el tiroteo sostenido por Miguel. Recuerda haberlo oido gritar: "Hay una mujer embarazada, respeten su vida".
El Informe Rettig dice:"La casa donde se ocultaba Miguel Enríquez, fue rodeada por un nutrido contingente de agentes de seguridad, el que incluía una tanqueta y un helicóptero, quienes comenzaron a disparar. Entre los ocupantes del inmueble se encontraba una mujer embarazada que resultó herida. Miguel Enríquez cayó en el enfrentamiento recibiendo, según el protocolo de autopsia, diez impactos de bala que le causaron la muerte".
Anita, la vecina de Miguel, no sabe cuánto duró el tiroteo; tampoco su hijo, Rolo. Pero les pareció eterno. En su casa estaba otro muchacho, compañero de Rolo, ambos se encontraban en el patio cuando se inició el asalto a la casa vecina. Se agazaparon y vieron saltar el muro al mirista que huyó hacia la calle San Francisco. Anita y la niña, Valentina, permanecieron tiradas en el piso de la casa. Recuerdan el ruido ensordecedor de los disparos, el helicóptero sobrevolando, los altavoces de Carabineros ordenando al vecindario permanecer en sus casas. Cuando cesaron los tiros vieron en la calle Santa Fe a muchos civiles armados, carabineros, soldados, la tanqueta y muchos vehículos. Más tarde cuando sacaban a Carmen Castillo herida (creyeron que iba muerta) y luego el cadáver de Miguel Enríquez.
Miguel no se rindió. Una de las diez balas le perforó el cráneo. Su cuerpo lo encontraron en el patio donde se había parapetado para disparar, mientras intentaba saltar a la casa trasera. La noticia de la muerte de Miguel, que se divulgó esa noche, causó un impacto doloroso en el pueblo. Saber que Miguel estaba en la clandestinidad, intentando reorganizar las fuerzas, fortalecía muchas esperanzas.
La DINA lo celebró mofándose de los presos en el recinto de José Domingo Cañas, donde había trasladado su infierno de torturas. La casa de la calle Santa Fe 725 la ocupó la DINA durante dos meses. Algunos vecinos dicen que allí se hacían fiestas y que los oficiales se emborrachaban y gritaban como locos. Más tarde vivió un microbusero, pariente de un agente de la DINA, y luego volvió el antiguo propietario, el camionero. Cada 5 de octubre, desde 1990, sus moradores se refugian en el interior de la casa cuando un grupo de familiares y ex miristas realizan en la calle un acto recordatorio, encienden velas, se acercan a mirar el patio interior y tocan con emocionada reverencia las perforaciones de balas en los portones de la casa donde Miguel vivió su último día.