miércoles, 21 de diciembre de 2016

En la memoria:

CARMEN CASTILLO ECHEVERRIA (*)
 (*) Síntesis de su discurso en el Teatro Cariola, 3 de octubre de 2014.

El legado de Miguel Enríquez



Esta noche, yo siento cómo la energía de las luchas de nuestros muertos están aquí, en cada uno. Nunca he creído en la muerte; Miguel Enríquez murió combatiendo con un AKA en su mano, para vivir. Lo que nos importa entonces es recoger los sueños, la realidad de las esperanzas que la vida de Miguel Enríquez contenía. 

La herencia: no hay otra manera de vivir que seguir comprometidos en la acción política radical. Cada cual la recoge como puede. Para mí ha significado pensar, sentir, inventar cómo seguir siendo fiel a la acción revolucionaria de un hombre que fue un revolucionario. 

Pero nuestras palabras quedaron desvirtuadas y tenemos que darles contenido otra vez. Parecía que nuestras palabras se perdieron en las ruinas del socialismo real. Recojámoslas, revitalicémoslas con nuestras experiencias, porque no se trata de ser una copia del pasado. El pasado no muere, está presente aquí, en cada uno. Pero tenemos que reinventar la circulación sanguínea entre ese pasado y nosotros. Eso significa reivindicar a los que luchan, a los que se organizan, a los que construyen... Porque no basta con luchar, hay que crear cada día una forma, una manera de ser, sin reconciliación posible con los poderosos.

Yo sigo intentándolo, como cada uno de ustedes. Pero tenemos que buscar una manera de convencer a los otros, a los que no están con nosotros. De convencerlos que el mundo continúa siendo la lucha de los oprimidos contra los opresores. Hacer visible la lógica actual de la dominación, despertar conciencia de que la realidad es una lucha permanente entre oprimidos y opresores. Han querido convencernos que ya no existe la lucha de clases, pero aquí, cada uno, los compañeros mapuches antes que ningún otro, enfrentados directamente al capitalismo sabemos que esta lucha es irreductible, que tenemos que recuperar nuestras palabras.

Palabras tan bellas como revolución o la palabra comunismo. ¡Qué bella palabra! Allí quedó en ruinas esa palabra que implica lo común, levantar lo común contra el individualismo y el egoísmo que domina la sociedad actual. Y como acaba de decirlo Manuel Vergara, padre de tres compañeros caídos, levantar el afecto como una fuerza. Hacer, crear, soñar un futuro común en el que quepan todos.

Nuestro planeta está dominado por el capitalismo financiero, y lo sabemos. Entonces tenemos que inventar cómo unirnos, cómo juntarnos, cómo construir. Escuchar los murmullos de cada experiencia. Así escucharemos mejor el murmullo de las historias del pasado y de nuestros muertos.

Creo que la enseñanza de Miguel es no una fórmula, es un pensamiento fuerte. El diría, creo yo: resistir a lo irresistible es ejercer el poder indestructible contra la destrucción. 

Tenemos que intentarlo, ya que sin esa resistencia el mundo se precipita en una catástrofe anunciada. Y aunque nos digan que somos frágiles, balbuceantes, ilusos, que nos estamos contando un cuento, que no sabemos cómo luchar eficazmente, no les creamos. Este poder nuestro, pequeñito a veces, minoritario, poder marginal, es poderoso: indestructible en los tiempos que transcurren. Sólo se resiste en definitiva a aquello que tememos no poder resistir. Creo que ver así las cosas es fundamental. Podemos dudar, pensar que no podemos, pero sí podemos, podemos si estamos juntos.

En definitiva cada uno de los que aquí han hablado esta noche lo han expresado a su manera -y gracias Manuel Cabieses por habernos convocado a este acto de homenaje-. Cada uno continúa haciendo lo que puede, cada cual en su lugar, vinculado a un colectivo, unido a otros, lo presiente, lo experimenta: ¡podemos!

Sí, luchamos porque queremos ser dignos, porque tenemos vergüenza si no lo hacemos. 

Sabemos que requerimos mucha organización. Adelante entonces, inventemos en el presente de nuestras vidas políticas la fidelidad a Miguel Enríquez y a todos los compañeros caídos en la lucha por la democracia. Una verdadera democracia. En la lucha por la libertad, pero la libertad es una acción, un deseo cotidiano, consciente, de querer cambiar el mundo. Esa es la verdadera libertad.

Ese mensaje de nuestros muertos que se encuentra, como dice el poeta, entre el cielo y la tierra, flotando libre y mensajero, hagámoslo realidad, con pequeños gestos, pequeñas cosas en cada lugar, dibujando sin descanso el horizonte. Conscientes que tenemos que abrir el campo de lo posible en un mundo que parece fatalmente condenado a ser lo que es. 

Pero la historia la hacemos nosotros. Nada es fatal. Siempre es posible cambiar el mundo, siempre es posible mantener encendidas las brasas de la chispa revolucionaria. Entonces, no nos vendamos, no nos rindamos, no claudiquemos. Continuemos vivos cada día, los viejos y los jóvenes.




Planeta Tierra llamando a la Izquierda chilena

La ocasión política la pintan calva para la Izquierda; la están dando, es el momento de iniciar el camino de retorno a posiciones de poder. Sin embargo corremos el riesgo de que la oportunidad y las condiciones favorables se nos escurra entre los dedos.

¿De qué se trata? 

¡De volver a la acción, a la propuesta y al debate de masas! 

De ponernos las pilas para levantar una alternativa política, económica, social y cultural. Sin vacilaciones ni más bla, bla, bla. El camino del infierno de los trabajadores está empedrado de palabrería y demagogia. ¡Basta ya! 

La Izquierda debe estar presente en la acción política con su propia identidad, que la dan sus objetivos superiores y un programa permanentemente actualizado.

Se ha intentado convencernos que la realidad impone a la Izquierda un repliegue indefinido. Incluso borrar de nuestro pensamiento el socialismo. Sería el precio a pagar por las culpas del “socialismo real” y por el fracaso de la Unidad Popular. Pero esto es un abuso histórico que busca someternos a la voluntad del capitalismo. La atonía de la Izquierda frente a esa embestida ideológica ha provocado la atomización de las fuerzas del pueblo. Chile, sin embargo, necesita una Izquierda que defienda a todo trance los intereses de los trabajadores y trabajadoras, de los niños y ancianos, que ofrezca al país una salida sensata a la crisis generada por las coaliciones burguesas gobernantes. La salida consiste en un proceso de movilización social que cree las condiciones para convocar la Asamblea Constituyente que proponga al pueblo la nueva Constitución, madre de las nuevas instituciones y leyes. 

Sin embargo la resignación ante la interminable “transición a la democracia” ha llevado a la despolitización a vastos sectores populares. Han sido víctimas indefensas de una estrategia de dominación implacable que busca estrujar hasta la última gota las energías del pueblo y hasta el último gramo las riquezas de la montaña, del campo y del mar de Chile.

La casta política se ha esmerado en apuntalar la institucionalidad y el sistema capitalista desorbitado que implantó la dictadura. Ese caserón desvencijado amenaza desplomarse y descargar una nueva tragedia sobre el pueblo. Solo la Izquierda -dotada de un proyecto distinto de país- puede orientar el esfuerzo por la democratización que abortaron las coaliciones gobernantes. 

Por supuesto la alternativa de Izquierda debe nacer de los movimientos sociales y agrupaciones que defienden diversas demandas de la población. Pero no es cuestión de sentarse a esperar que ese alumbramiento se produzca en forma espontánea y casi milagrosa. Algunos deben tomar la iniciativa y producir los acercamientos entre sectores prejuiciados contra el ejercicio de la política por los vicios mostrados en su práctica.

 Asimismo, debemos ser realistas a la hora de levantar la alternativa de Izquierda, sin duda. Pero esa alternativa siempre tendrá una carga revolucionaria, o no será. Su contenido la distingue de la demagogia de conservadores y reformistas. Nuestro realismo no se contenta con las migajas del “mal menor”. Por eso siempre será rebelde. No obstante, nuestra tarea consiste en articular y dar sentido a miles de experiencias que nacen del pueblo. Chile acumula valiosos ejemplos que hablan del valor e inteligencia de las masas. Lo demuestran más de un siglo de luchas sindicales, de pobladores y estudiantes, de resistencia del pueblo mapuche, de las mujeres, del movimiento gay, etc. El realismo de la Izquierda -a diferencia del “sentido común” de los lobos del hombre- siempre propondrá el cambio para abolir la explotación y la injusticia y para fortalecer las libertades y garantías del ciudadano. La Izquierda existe para luchar por libertad, justicia e igualdad. No anda con santos tapados. Proclama francamente sus objetivos y propone un camino y un método para alcanzar la victoria. Esa será siempre una conducta diáfana, porque el motivo fundamental de la Izquierda consiste en construir conciencia y la organización de millones.

Nuestro desafío consiste en retomar la iniciativa que la violencia reaccionaria aplastó hace 43 años. No se trata de repetir una historia cuyo término todos conocemos. Tenemos que escribir nuestra propia historia y en la práctica corregir los errores del pasado y los de ahora.

Hay que poner manos a la obra para construir la fuerza social y política que permita reorganizar la Izquierda. Aprovechemos la coyuntura político-electoral que se abre. No dejemos el campo libre a los demagogos de siempre, a los que han hecho del engaño una profesión. Los inicios de esta nueva etapa de construcción de Izquierda serán difíciles, pero servirán para echar bases firmes de la alternativa popular. No dejemos pasar esta oportunidad. Las instituciones y partidos del neoliberalismo están agotados por la corrupción y por su distanciamiento del pueblo. Es el tiempo del renacer de la Izquierda.

MANUEL CABIESES DONOSO

(Editorial de “Punto Final”, edición Nº 865, 25 de noviembre 2016