jueves, 18 de marzo de 2021

Watkins, maestro del audiovisual político cuya obra no verás en un cine multisalas

 


El realizador británico Peter Watkins representa prácticamente una tradición en sí mismo, mediante una impresionante filmografía compuesta por trepidantes y energéticos falsos documentales sobre la bomba atómica o sobre la represión de las luchas por los derechos civiles y por peculiares miradas a varios artistas y su tiempo histórico.

Mediante The war game, Peter Watkins retrató en 1966 la devastación que supone el lanzamiento de una bomba atómica, ofreciendo verdades muy incómodas en plena guerra fría y su enloquecida doctrina de la destrucción mutua asegurada. Se anticipó en dos décadas a los primeros filmes comerciales que, desde Occidente, retrataron de manera realista el horror atómico.

Cinco años después, se inspiró en la represión a veces letal de las luchas por los derechos civiles para realizar Punishment Park, una intensísima ucronía y distopía filmada en los Estados Unidos por un equipo reducido y sin grandes oropeles. Ya en el nuevo siglo llevó a las pantallas el auge y caída del Paris insurreccional de 1871 con una pieza monumental: en La Comuna (París, 1871), dos centenares de actores no profesionales escenificaban los hechos históricos y también se salían de sus personajes para cuestionar la Europa del capital y del pensamiento único en materia económica.

Detrás de sus películas, especialmente de las más recientes, vemos a un ciudadano explícitamente preocupado por los derechos de los trabajadores, comprometido con el pensamiento crítico y que se preocupa por la ética de las imágenes

Estas tres obras servirían, por separado, para que sus autores alcanzasen un lugar de la historia del cine. Sumadas, encumbran a Peter Watkins como un maestro del audiovisual. Detrás de sus películas, especialmente de las más recientes, vemos a un ciudadano explícitamente preocupado por los derechos de los trabajadores, comprometido con el pensamiento crítico y que se preocupa por la ética de las imágenes. Incluidas, evidentemente, las imágenes confeccionadas por él.

 empleado montajes agresivos, se ha ido convirtiendo en un militante de la imagen que deja respirar... y pensar. Quizá por entender este tiempo como un elemento relevante para la confección de un cine político.

Ya en los años 70, el británico había ido dotando a sus no-actores de más soberanía para expresar con sus propias palabras las situaciones y temas concebidos por él, renunciando en mayor o menor grado a la redacción de diálogos concretos. LlevaEn varias ocasiones, el mismo realizador se ha preguntado si los filmes que dirigió durante sus primeros y brillantes años de trayectoria son plenamente coherentes con las preocupaciones que ha desarrollado. Entre esas inquietudes estaría su denuncia y resistencia de lo que ha denominado “la monoforma”: un tejido de convenciones (duraciones estandarizadas, tendencias al montaje fracturado y a los planos fugaces, etcétera) del audiovisual global que los profesionales deben acatar para poder acceder a un público amplio. El Watkins que había hecho uso de filmaciones con la apariencia urgentísima del reportaje callejero, que habíar unas cuantas onzas de libertad a la audiencia, en forma de tiempo de elaboración y digestión personal de cada plano, podía entenderse como un paso lógico: llevaba la democracia al cine desde dentro y hacia fuera.

Una filmografía que construye una tradición propia

Resulta fácil idealizar al responsable de Culloden por todo tipo de motivos, algunos no del todo relevantes en sí mismos. Las duraciones épicas de algunos de sus proyectos (The journey supera las catorce horas de duración y el montaje original de La Comuna (París, 1871) supera las cinco) pueden despertar admiración. También las difíciles condiciones de rodaje, montaje y difusión de algunas de ellas. Y la misma biografía del autor proyecta un cierto aspecto de insobornabilidad.


Al fin y al cabo, el cineasta se cerró las puertas de la BBC en sus primeros años de carrera, cuando luchó para evitar que la corporación guardase en un cajón su advertencia antinuclear.

A pesar de que The war game le supuso un premio Oscar al mejor documental, Watkins acabó iniciando una especie de peregrinaje mundial a la búsqueda de plataformas donde realizar sus proyectos libremente. Entre ellos, estuvieron las televisiones públicas danesa y sueca o el canal Arte, con el que también tuvo problemas con ocasión de La Comuna (París, 1871). Quizá si su largometraje de ficción Privilege (protagonizado por una celebridad de la época y producido por Universal) hubiese tenido mejores resultados, su autor se hubiese integrado más armónicamente en el mainstream y su filmografía hubiese resultado menos heroica. Aún así, no deja de ser loable que su gestión de ese fracaso comercial fuese profundizar en su ideario en lugar de ensayar concesiones.

Los trabajos de madurez de Watkins pueden considerarse sugerencias y realizaciones de la posibilidad de otro cine político, semillas y a la vez frutos

Decía en estas páginas el realizador Jean-Gabriel Périot (Une jeunesse allemande) que el cine político comercial de Costa-Gavras o Ken Loach tiene el problema de usar el lenguaje de sus supuestos enemigos. Los trabajos de madurez de Watkins pueden considerarse sugerencias y realizaciones de la posibilidad de otro cine político, semillas y a la vez frutos, porque la naturaleza funciona así a menudo, de una tradición que existe pero cuyos cultivadores afrontan grandes dificultades para superar las barreras informales que les separan al público general.

No tenía por qué ser tan difícil, pero lo ha sido

Desde sus primeros pasos en la BBC, que tuvieron lugar a mediados de los años 70 del pasado siglo, el autor de Punishment Park ha contribuido a construir una escuela diferente a la representada por aquellas obras, más o menos arriesgadas pero posibilistas, a la que podemos acceder en las pantallas de las multisalas.

El cine político watkinsiano es diferente de aquel que representan los mencionados Costa-Gavras y Loach, aunque las características de sus primeros largometrajes no le empujasen inexorablemente a la marginalidad. Eran proyectos nacidos en la televión pública británica, que expandían ingeniosamente las convenciones del medio sin llegar al punto de ruptura: eran breves, intensos, rotundos y fácilmente comprensibles.

Culloden o la memorable The war game utilizaban el atractivo recurso del falso documental, abierto a escenificaciones de agitación que remitían al reporterismo en directo, para abordar hechos históricos o hipótesis de futuro. Puede decirse que estas obras primerizas tenían algo de vanguardia de ese lenguaje del enemigo del que hablaba Périot: eran una avanzadilla creativa y crítica de un cine documental trepidante, que mezclaba la ficción y lo periodístico a voluntad, y que resultaba altamente atractivo. Aun así, en ellas estaba el germen de lo ha resultado menos conveniente para la carrera profesional del director inglés. Las dificultades sufridas por él sugieren la gravedad de las cerrazones imperantes en los mercados del audiovisual internacional.

Durante sus primeros minutos, Culloden parecía una crítica frontal a una guerra considerada innecesaria y atribuible a la interesada ruptura de la unidad patriótica por parte de un aspirante al trono. A medida que avanzaba la exposición, se iba más allá de esa representación de una mala guerra y de un líder con intereses espurios, de un enfrentamiento bélico indeseado que podía tener el efecto final positivo del tranquilizador retorno al orden. Después de la victoria, la Gran Bretaña de los Hanóver comentía crímenes de guerra, ajusticiamientos y represalias. Culloden conflictivizaba la historia: no había un bando bueno, no había un orden justo al que retornar, ni una unidad patriótica que debiera defenderse.


Precisamente esa tendencia al pensamiento crítico, a renunciar a cataplasmas de complacencia, a incomodar porque la historia y el presente son incómodos y están recorridos de injusticias, se reveló difícilmente compatible con el audiovisual entendido como industria. El académico James Chapman explicaba la censura de The war game como una consecuencia de la supuesta tozudez del realizador. Posteriormente, varios documentos oficiales han ilustrado unas interlocuciones entre la BBC y el gobierno nacional que evidencian la naturaleza política de la polémica. El director no había usado formas complicadas ni abstrusas: el mismo contenido (expresado de manera diáfana) era algo que esconder en un archivo. Posteriormente, su responsable ha seguido siendo un ejemplo de inusual fidelidad a la forma narrativa del falso documental, pero su manera de explorarla se ha ido haciendo más compleja y más gustosa de explicitar su propia naturaleza de artificio.

Contra el muro de la razón institucional

Watkins ha abordado temas característicos del cine político de todos los tiempos. Incluso cuando filma biografías de artistas como Edvard Munch o August Strindberg, no cae en el ensimismamento sobre la sensibilidad y las vivencias de los biografiados, sino que también nos habla de la realidad de sus épocas y las condiciones materiales de las clases trabajadoras.

Implícitamente, la filmografía watkinsiana acaba siendo un relato de nuestras derrotas

Varios de sus títulos tratan de temas especialmente en boga en esos años en los que se anticipaba, desde frentes que podían ser distantes geográfica e ideológicamente (los Estados Unidos de los hippies y del Black Panther Party, la Europa de los diversos sesentayochísmos o de la Fracción del Ejército Rojo alemana), una revolución que no terminaba de llegar. Implícitamente, y recordando el título del último largometraje del mencionado Périot, la filmografía watkinsiana acaba siendo un relato de “nuestras derrotas”.

Por el camino, el director rehuye cualquier tentación a la obediencia ciega. Y, por eso mismo, ofrece más preguntas que respuestas. Incluso cuando él, pacifista y contrario a la carrera armamentística, trata desde la duda el uso de la violencia por parte de resistentes e insurrectos.

Dentro y fuera de las pantallas, su labor escenifica repetidamente un choque de fondo: el del pensamiento crítico contra un muro de verdades (o mentiras) asumidas oficialmente. Los sistemas hegemónicos de ideas suelen apropiarse de la noción de sentido común, suelen autorepresentarse como depositarios de la razón: cuando los disidentes transgreden este discurso, son automáticamente expulsados hacia el terreno de la irracionalidad.

The war game es un ejemplo extraño. Estaba basado en las observaciones científicas a los ataques nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki. Como Watkins controlaba la voz en off, el relato documental, la ficción cabalgaba sobre su verdad sin escenificar completamente un conflicto entre discursos que emergía, ocasionalmente, cuando demolía la irracionalidad de declaraciones públicas de diversas autoridades o los absurdamente tranquilizadores protocolos de actuación ante una explosión atómica. El conflicto total emergió fuera del celuloide, en el mundo real: a pesar de que se difundió de manera restringida en salas británicas, el telefilme fue difundido en el medio para el que había estado concebido (la televisión inglesa) con dos décadas de retraso.

Punishment Park muestra a unos personajes que sienten que tienen la razón pero no pueden explicarla a través de una película y un narrador. Son prisioneros políticos enfrentados a autoridades que ocasionalmente les permiten hablar, pero que nunca les escuchan. Y explotan de frustración. La crispación es especialmente real porque el realizador reclutó para los papeles de los disidentes y sus represores a personas que se correspondían con estos perfiles.


De manera menos frenética, Evening land tiene algo de pieza complementaria de Punishment Park. Es otro ejercicio de historia-ficción, esta vez ambientado en una Europa comprometida con las políticas belicosas de la OTAN y tentada de emprender medidas excepcionales para reprimir a los colectivos de extrema izquierda.

En La Comuna (París, 1871), Watkins usó el artificio de relatar los hechos históricos a través de dos canales de televisiones de signo opuesto que cubren los acontecimientos en directo. Como creador, se muestra implícitamente más cercano a la cobertura de la televisión procomunal que a la concebida desde el gobierno de Versalles. Aun así, ambos medios están sometidos a peajes y presiones. Podemos imaginar al británico defendiendo unas convicciones, pero renunciando a vestirlas con los ropajes de la verdad absoluta.


Cuando el largometraje revienta las costuras de la recreación históricas y emerge como filme-debate, con hombres y mujeres vestidos de comuneros decimonónicos que reflexionan sobre la Unión Europea y el neoliberalismo, esa verdad se fragmenta en decenas de testimonios. Los derrotados pasan a ser protagonistas corales de una aventura creativa única, tan artistica como reivindicativa.


LA REVOLUCIÓN DIFÍCILMENTE SERÁ TELEVISADA
Aunque la revolución fílmica de Peter Watkins raramente es televisada, algunas compañías videográficas han facilitado la difusión de su trabajo. En el Reino Unido se han comercializado cuidadas ediciones de algunas de sus obras mayores: Culloden y la apabullante The war game, la excepcional Edvard Munch y la furiosa Punishment Park.

La francesa Doriane Films ha editado en soporte DVD el grueso de la filmografía del autor. Y la añorada editora española Intermedio lanzó el montaje de 345 minutos de su filme La Comuna (París, 1871).Actualmente, la plataforma online Filmin ofrece en su catálogo cinco títulos. Destacan tres de sus piezas mayores: Punishment Park, quizá uno de los pórticos más inmediatamente accesibles para introducirse en la visión watkinsiana, Edvard Munch y el montaje destinado a exhibicion cinematográfica (reducido a tres horas y media, pero también confeccionado por su autor) de La Comuna (París, 1871). Se ofrecen, además, dos títulos menos conocidos y a recuperar: una Evening land agitada pero con momentos meditativos, y una versión también reducida de la atrevida Strindberg.





miércoles, 29 de julio de 2020

Aniversario de “El Capital”

La revolución de este siglo

Rafael Agacino, profesor universitario e investigador independiente en las áreas social, política y económica, es entrevistado por PF acerca del centenario de la publicación de “El Capital” de Carlos Marx.




¿Cuál es la principal enseñanza que los movimientos revolucionarios en América Latina  pueden rescatar hoy de “El Capital”?

“Es una pregunta difícil porque los movimientos revolucionarios, como actores políticos, dialogan más con los análisis políticos y estratégicos de Marx que con las leyes que rigen la sociedad moderna, el objeto de El Capital. Esto sin contar con sus equívocos juicios sobre los movimientos independentistas de América Latina, superficiales y lejos de su foco de análisis principal que fue Europa. No obstante, considerando que el capitalismo se ha vuelto el único modo de vida realmente existente, podemos reformular la pregunta como ¿Qué puede extraerse de El Capital en la perspectiva de las luchas estratégicas por la emancipación humana?
Me parece central relevar la categoría misma de ‘capital’ y su desarrollo, más allá de lo que el propio Marx alcanzó a presentar en el Tomo I de su obra. Esto suena abstracto pero no hay nada más concreto que el capital y su dinámica. El capitalno es una cosa inanimada ni tampoco viva, y sin embargo existe. ¿Pero cómo existe si no se toca ni se ve, no se huele ni se sabe o escucha? Pues como relación social; una relación objetiva porque impone conexiones forzosas entre los individuos y entre éstos y la naturaleza, y que se repite día tras día como un orden natural. Esta categoría ‘capital’ ha pasado por muchas fases en el transcurso del capitalismo, pero es en el presente que se vuelve una categoría letal, una máquina de moler carne humana y materia natural que funciona sin ningún control. No ha sido el Estado el que se ha vuelto Leviatán, sino el capital. Y esto claramente lo prevé Marx en el Capítulo I, en sus borradores y sucesivas variantes.
Desde este punto de vista -y a contrapunto de las luchas del siglo XX- la Humanidad está ahora obligada a desacoplarse del cuerpo y el espíritu de este Leviatán que la ha vuelto enemiga de sí misma. El orden sin control del capital está destruyendo no sólo las bases naturales de la existencia social sino también las bases comunitarias, e incluso cognitivas, que hacen posible la vida e inteligencia humanas.
Por ello, en lo inmediato, la tarea de primer orden para los revolucionarios es advertir, explicar y oponerse activamente al camino de inmolación por el cual la Humanidad está siendo conducida bajo un irracional sentido común. Desde el punto de vista de las posibilidades actuales, los revolucionarios deben levantar una línea de resistencia global y local contra la fatal lógica del capital. Es imprescindible construir una fuerza social capaz de enarbolar un programa de resistencia y autodefensa, lo cual dicho sea de paso, implica una oposición radical a las tendencias fundamentalistas, fascistas y maniacas que seducen a una sociedad disminuida por la ignorancia, la lumpenización y la guerra. Sólo en el curso de esas luchas será posible reponer los valores de un proyecto emancipador, pues no habrá posibilidad de aquél si no se levanta ya una línea estratégica frente a la dinámica letal y descontrolada del capital. La Humanidad tiene derecho a defenderse y a disponer de todos los medios para ello, más cuando se ha cruzado un cierto umbral crítico que pone en juego la vida misma. Con Marx podríamos afirmar que el fetichismo de la mercancía se consuma a la misma velocidad en que la vida colectiva muere, y frente a ello, no hay otra que una voluntad radical dispuesta a superar este modo de vida fetichizado. Hemos arribado a la época en que la Revolución es cuestión de vida o muerte. ¿Qué otro mensaje más potente puede deducirse de El Capital leído en este umbral de la historia?”.

¿Cree que en la actualidad hay espacio en América Latina para reivindicaciones democrático-burguesas que presenten potencialidades de transformación revolucionaria del capitalismo? De haberlas, ¿cuáles serían y quiénes serían los actores llamados a llevarlas a cabo?

“No; y paradojalmente es el capital el que clausura esta posibilidad, e impone frente a la barbarie la necesidad de la revolución. Por ello urge la convergencia de las luchas, y luego, la convergencia social y programática de las fuerzas anticapitalistas. Y esto lo digo en un sentido mucho más amplio de como se concibieron las alianzas en el siglo XX.
En las últimas décadas constatamos desplazamientos en los escenarios, actores y contenidos de las luchas sociales. En los países en que el capitalismo tomó la forma de desarrollismo industrial, la clase obrera ‘clásica’ se ha reducido y prácticamente desaparecido de la escena social y política, mientras la nueva clase trabajadora nace con dificultades y no logra aún constituirse. En paralelo, sin embargo, el campesinado y/o las comunidades indígenas rurales, irrumpen contra el capital desde los campos impactando la política y los centros urbanos de poder. Son los campesinos del Cauca colombiano, los pueblos amazónicos de Bolivia, Perú y Brasil, los pueblos originarios del sur chileno y de la pampa argentina, etc., los que emergen en cientos de conflictos a lo largo del continente. Y si bien se enfrentan frontalmente a las transnacionales -hoy la personificación del capital- la razón argumentativa de sus demandas y sus fuentes de inspiración organizativa se fundan en recursos subjetivos muy diferentes a los que solidificaron la conciencia de clase del obrero y el sindicalismo ‘clásicos’. No argumentan la justeza de sus luchas a partir de la explotación de la fuerza de trabajo (la extracción de plusvalía), ni sus fuentes inspiradoras de organización son la estructura ocupacional (oficios) o industrial (ramas). No; sus razones evocan la memoria histórica precapitalista e incluso precolonial, como ocurre con los pueblos originarios; y sus fuentes inspiradoras de lucha y organización se arraigan a sus espacios vitales: la comunidad, su orden sociopolítico, el hábitat y su modo de habitarlo. Es evidente que la ‘profundidad histórica’ de estas razones y fuentes, ambas constitutivas del sujeto como fuerza sociocultural, explica con mucho su mayor resistencia a las radicales transformaciones neoliberales. No así con la clase obrera clásica, atacada por las nuevas formas de organización industrial (fragmentación productiva) y la flexibilización del mercado de trabajo (precariedad laboral), que rápidamente se desestructura. Sus formas de lucha y organización son más inefectivas y sus recursos subjetivos menos sólidos pues apelan a un capitalismo que mutó: el oficio/profesión, el empleo, la empresa o la rama industrial, típicos del industrialismo, se han vuelto fuentes difusas y febles de subjetividad social. Toda la conciencia de clase configurada en referencia a los grandes complejos industriales y al Estado regulador, se disipa hasta confundirse con la subjetividad de las ‘nuevas capas medias integradas’ que caracterizan las sociedades urbanas modernas de Latinoamérica.
Los referentes culturales precapitalistas y precoloniales de los pueblos originarios reemergieron con todo su sentido primero superando la tesis del campesinado -lugar asignado por la Izquierda del siglo XX- y luego, enfrentando, desde la comunidad y el hábitat, la guerra declarada por el neoliberalismo. Así, mientras en las ciudades el movimiento de trabajadores entra en un largo ciclo de desconstitución objetiva y subjetiva, desde los poros rurales y los campos, emergen las resistencias de los pueblos originarios con un nuevo discurso contra el capital transnacionalizado. Un discurso que no clama por la reducción de la tasa de explotación o una mejor distribución del ingreso, sino por el acceso a recursos naturales, la defensa del hábitat, la autonomía y la identidad cultural. Incluso las luchas indígenas y campesinas asumen un carácter más universal -como antes las de la clase obrera- pues se asocian directamente a la defensa de las condiciones que hacen posible la vida misma. Sus demandas se empinan estratégicamente por encima de las luchas puramente redistributivas de la clase obrera y movimientos populares urbanos, a la vez que abren posibilidades de autodefensa a una Humanidad crecientemente acorralada.
Pero estas luchas no son únicas; las acompañan el antiimperialismo y su forma más reciente: el bolivarianismo. El antiimperialismo del siglo XX fue una reedición de las luchas independentistas de criollos antipeninsulares, trabajadores ‘blancos’ y mestizos y esclavos afrodescendientes. Donde se configuraron alianzas de este tipo, las luchas independentistas tomaron un tinte transversal y proveyeron de una base policlasista, interétnica y popular a las luchas antiimperialistas del siglo XX. Este es el antecedente de la conciencia nacional popular que permitiría en el siglo pasado y el actual la emergencia de las variadas corrientes populares, incluida la bolivariana. Lo que logró Fidel en Cuba al fundir el antiimperialismo y socialismo, lo reeditará Chávez en Venezuela al dotar al movimiento popular de un discurso que fusionó en Bolívar los idearios de la segunda independencia y el socialismo.
Sin embargo, el bolivarianismo como otras corrientes, enfrenta fricciones cada vez más frecuentes con las luchas indígenas y campesinas. El discurso antimperialista y nacionalista que reclama inversión y crecimiento para el desarrollo, no convoca a los nuevos movimientos indígenas. Y esto no es nuevo: las propias luchas por la independencia no contaron con la presencia decisiva de los pueblos originarios pues los que lograron resistir la guerra colonial, consiguieron un cierto orden de coexistencia con los peninsulares. Los mapuches, por ejemplo, que fijaron fronteras y mantuvieron el comercio y el tránsito, no tenían razones para romper con la Corona y aliarse con San Martín y O’Higgins, que reclamaban territorios que el rey, tras siglos de guerra, les había reconocido como indígenas. La realidad continental del siglo XIX nació preñada de una contradicción de origen: a fin de cuentas, criollos o peninsulares, por más que lucharan a muerte, se disputaban la soberanía sobre territorios que los pueblos indígenas consideraban propios. Esta misma contradicción de base emerge hoy entre neodesarrollismo y pueblos indígenas resistentes a la dinámica del capital, sea nacional o transnacional, estatal o privado, estadounidense, europeo o chino, pero no apareció en el imaginario afrodescendiente, que no reclamó propiedad alguna sobre una tierra de esclavitud y muerte; su añoranza estaba allende los mares y su idea radical era la libertad. Así, la alianza de independentistas y afrodescendientes, bajo la promesa de la abolición de la esclavitud, fue mucho más sólida que con los pueblos originarios pues para éstos ni la abolición de la encomienda ni el estatus de futuros ciudadanos, sustituía la necesidad de recuperar sus tierras y su historia precolonial.
Estas experiencias históricas diversas permiten entender la configuración social y subjetiva de las luchas actuales en América Latina y develar los límites de los gobiernos progresistas o bolivarianos. En ninguno de aquellos ensayos las medidas democráticoburguesas, de resistencia o acomodo, han abierto posibilidades revolucionarias, o si lo hicieron, no hubo quién las aprovechara pues la Izquierda del siglo XX desaparece, el sindicalismo clásico desfallece y la nueva clase trabajadora aún no madura. Unos carecen de independencia política y se muestran estériles para enunciar una hipótesis estratégica para AL que incluya tales matices; y la nueva clase trabajadora, que podría hacerlo e incluir otras luchas como la antipatriarcal, recién asoma en el nuevo siglo. Mirado desde otro ángulo, esta impotencia es la otra cara del fracaso de los gobiernos progresistas que han capitulado frente al neoliberalismo o que, entrampados en un nacionaldesarrollismo imposible, son apalancados por el nuevo imperialismo asiático, el futuro gran hermano: China. Y no podía ser de otro modo pues sin sujeto no hay posibilidad de realizar lo que pudo estar en potencia. En este largo ciclo de luchas, las contrarrevoluciones neoliberales finalmente han predominado sobre los progresismos de toda laya, aumentando el desarme de las franjas obreras y populares”.

Marx entendió el socialismo como una “asociación de hombres y mujeres libres que emplean conscientemente medios de producción colectivos”. ¿Qué ocurrió que los intentos de construcción de sociedades socialistas se alejaron tanto de esta idea? ¿Qué debería estar presente para evitar transitar por los mismos caminos del siglo XX?

“Responder requeriría una larga reflexión que no puedo hacer. En subsidio, sugiero la lectura de dos textos de Michael Lebowitz: Las contradicciones del socialismo real. El dirigente y los dirigidos, que tradujimos con Pedro Landsberger para LOM, y La alternativa socialista. El verdadero desarrollo humano, publicado por Escaparate en 2012. Encontrarán allí un análisis del fracaso del socialismo real y las líneas matrices de una alternativa socialista.
No obstante, aprovecho de insistir en una idea inicial: la urgencia de levantar una política por la autodefensa de la Humanidad. Esta idea, aparentemente pura resistencia, contiene una propuesta estratégica pues la defensa de la vida sólo puede hacerse con otro modo de vida, un modo que reponga la soberanía sobre las necesidades colectivas. Hoy ‘nuestras’ necesidades son aquellas que impone el capital -alimentación basura, salud basura, educación basura, etc.-, para satisfacer su pulsión insaciable de acumular. Es hora que la Humanidad debata sobre sus necesidades genuinas e imagine un nuevo arreglo social para decidir colectivamente cómo y con qué fines utilizar el trabajo social colectivo, su talento creativo en cuanto especie”.

PEDRO FERNANDEZ
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 894, 9 de marzo 2018).

jueves, 31 de octubre de 2019




Luis Miguel Moldes Bueno y Stephan de Miguel| Hablamos con Karina Nohales, militante de la Tendencia Socialista Revolucionaria de Chile y miembro de la Coordinadora Feminista 8M. Nos habla desde la sede de la FECh (Federación de Estudiantes de Chile) que se ha convertido en una suerte de cuartel general de las movilizaciones y donde se va a realizar una reunión con representantes de los sectores industriales en media hora.

1-¿Cómo surgió y se ha desarrollado las movilizaciones?

Hace una semana, el gobierno anuncio una subida del metro en 30 pesos, una cantidad pequeña, pero las subidas se vienen encadenando desde hace unos años a razón de dos cada año. 
Ante esta nueva subida los estudiantes deciden evadirse en masa como protesta y, al día siguiente, de manera espontánea se empiezan a organizar convocatorias en las estaciones de metro, que ya son de una composición mucho más amplia que el estudiantado. Estas desembocan en una catarsis popular, tomando las estaciones (ocupadas por la policía) mediante la violencia política. Y es llamativo y premonitorio que en este momento, ninguno de los sectores que suele condenar este tipo de acciones (usuarios del metro, jubilados, clase media…) lo hace, sino que las apoyan.  Ahora mismo hay 78 estaciones ocupadas y de las sietelíneas de Santiago sólo una funciona.
Debido a estos hechos Piñera declara el estado excepción constitucional (que restringe el derecho de reunión y de manifestación) y el toque de queda en la ciudad de Santiago.
 Al día siguiente las movilizaciones se extienden, al principio por solidaridad a las otras dos mayores ciudades del país, Concepciones y Valparaíso, además de que da toda la potestad a los militares a actuar como quieran. Esta situación se irá ampliando, con movilizaciones de miles y miles de personas, hasta que, actualmente el estado de excepción y  los toques de queda (que nadie respeta) llegan a 9 ciudades principales del país. Sin embargo la violencia del gobierno no se limita a estas zonas, ya que ayer asesinaron a un joven en una ciudad sin estado de excepción.

2-¿Es habitual que intervengan los militares en esto tipo de situaciones en Chile?
No, para nada, los militares no salían a la calle desde la dictadura, no lo hacían desde 1990

3-¿Cuál es la composición del movimiento?

Realmente es muy heterogéneo, vivimos una situación de insurrección de todos los sectores populares y de la clase media. Una insurrección de todo el pueblo

4-¿Cuál ha sido el papel de la Coordinadora del 8m en las movilizaciones?

Hay que entender que es la Coordinadora del 8m (creada en 2018 para organizar la marcha del 8m) es quien devuelve el concepto de Huelga General en un país que no reconoce el derecho a huelga, a  través de la huelga feminista de 2019 que, aunque no funciona como huelga, desemboca en la mayor movilización desde la dictadura.
Ahora ha sido capaz de convocar una huelga general que ha sido secundada, en el primer día, por los trabajadores portuarios (20 puertos del país están paralizados), algunos sectores del cobre y los estudiantes secundarios. Esto ha sucedido mientras las centrales sindicales se mantenían al margen, aunque ahora han tenido que sumarse. Y eso lo ha conseguido la Coordinadora 8m.
Además, ante los datos tan imprecisos sobre la represión (el gobierno solo reconoce 15 muertos) la Coordinadora ha decidido impulsar una comisión de investigación sobre los muertos, desaparecidos y heridos.

5-¿Qué balance nos puedes contar de la huelga de hoy?

Realmente las ciudades no funcionan, los bancos y los comercios están cerrados, las clases están suspendidas, 20 puertos están cerrados y, según compañeros del sector industrial como mínimo el 70% de las fábricas están paradas (y muchas funcionan a medias). 
Sin embargo es una huelga rara; como he dicho es convocada por la Coordinadora 8m y secundada oficialmente solo por trabajadores portuarios, estudiantes y algunas minas, es también “secundada” a medias por los sindicatos que llaman a sus bases a no ir a trabajar bajo la premisa de que “no hay seguridad para llegar al puesto de trabajo”.

6-¿Cuál es el balance de la represión?

En este momento no se pueden dar datos exactos, es todo muy confuso. El gobierno solo reconoce 15 muertos, además de que da información ambigua de cómo se dan estas muertes. Las informaciones oficiales dicen “que se han dado en enfrentamientos con el ejército”, lo mismo que decía la dictadura.
Las organizaciones sociales, contamos al menos 30 muertos, que para nosotros son asesinados más un número indeterminado de desaparecidos. Además llegan constantemente heridos de gravedad por balines (pelotas de goma) de los militares. Por otro lado se han dado violaciones y abusos sexuales de las mujeres retenidas y arrestadas, de lo cual la prensa oficial mantiene silencio. Por todo ello, la Coordinadora 8m ha impulsado una comisión de investigación.

7-¿Qué respuesta han dado los diferentes partidos del país?

En Chile, desde el fin de la dictadura, existen dos grandes grupos políticos “Chile Vamos”, del que forma parte Piñera, y la “Concertación por la Democracia” del que forman parte, entre otros, el Partido Socialista, el Partido Comunista y la Democracia Cristiana. A estos, se le ha sumado desde las últimas elecciones el Frente Amplio, conglomerado de diferentes fuerzas de izquierda. 
A raíz de las movilizaciones, Piñera llama a formar una mesa de todos los partidos, que solo es respondida por su propio grupo, la Democracia Cristiana y dos pequeños partidos de la Concertación. Por su parte, socialistas, comunistas y el Frente Amplio defienden que no hay condiciones para la negociación mientras continúe la represión. Sin embargo la situación es muy tensa dentro del FA, ya que Revolución Democrática (el grupo más grande del conglomerado) es partidaria de acudir a la mesa, aunque el resto de grupos están consiguiendo evitarlo. Esta posición solo se entiende si los dirigentes de RD están pensando en las elecciones municipales de final de año. 

8-¿Cuál es la posición de la TSR?

Defendemos la posición de las organizaciones sociales y de la Coordinadora 8m: Ninguna negociación mientras continúe la represión, ninguna negociación a espaldas del pueblo e impulsar asambleas en todos los barrios y territorios, para sostener las movilizaciones, el abastecimiento y la seguridad. Que en estas asambleas se debatan las demandas que de manera prioritaria defendemos.

9-El gobierno ya ha retirado la subida del metro ¿Cuáles son las reivindicaciones ahora mismo?

También es difícil de definir, hay montones de demandas. Lo que sí es transversal a todas ellas es la demanda por una Asamblea Constituyente. Sin embargo, ese concepto es difuso y está en disputa; mientras los sectores en torno al PC (que controlan las centrales sindicales) lo entienden como un nuevo pacto de estado, desde otras organizaciones, como la Coordinadora 8m, se apuesta por la creación de asambleas territoriales que desarrollen este proceso constituyente desde abajo, aprovechando las fuerzas del proceso de movilización real.

10-Con todas las movilizaciones que se están dado en América Latina en las últimas fechas ¿Hay cierto sentimiento de conexión?

No, no se ve ese sentimiento internacionalista entre la gente, no hay esa conciencia. Pero tampoco podemos destacar que el ver al pueblo ecuatoriano vencer hace muy poco pueda haber alentado a la gente.

11-¿Cuáles son los siguientes pasos?

Las organizaciones sociales hemos convocado huelga general para los próximos dos días, 23 y 24 y está vez si están secundadas por las centrales sindicales. Sin embargo el concepto de la huelga general también está en disputa. Por un lado, el PC y las centrales sindicales la entienden como el momento para ponerse a la cabeza e imponer el orden, tratando de presentarse como organizaciones serias y respetables; pero por el otro, las organizaciones sociales independientes la entienden como el momento de sostener las movilizaciones.
Por último, Karina pide que se incluya una última idea en la entrevista, que considera fundamental: “Quiero que se sepa que en Chile, la burguesía tiene miedo, no se creen lo que está pasando, no se lo explican porque viven en una realidad paralela a la de las clases populares chilenas. Ningún toque de queda se ha respetado, ningún estado de excepción ha asustado al pueblo, el pueblo no tiene miedo, lo tienen ellos”
Luis Miguel Moldes Bueno y Stephan de Miguel son militantes de Anticapitalistas.









Chile. Entrevista a Karina Nohales y Javier Zuñiga
"La clase se está constituyendo a sí misma en este proceso"

31/10/2019 | Alexandre Guérin

[Karina Nohales es integrante de la Coordinadora Feminista 8M, y Javier Zuñiga forma parte del Movimiento por el Agua y los Territorios. Ambos participan en Unidad Social, espacio amplio que ha asumido el debate de la Huelga General y pretende posicionarse como actor legitimado por el movimiento. El autor habla con los dos activistas sociales sobre la situación de los últimos días y las perspectivas políticas de la clase trabajadora en Chile].


¿En qué punto estamos de la movilización en Chile? Ayer, supimos la dimisión del gabinete y el fin del Estado de Emergencia. ¿Qué significa esto? ¿Cómo ha evolucionado Piñera, el presidente de Chile, frente al movimiento?

Javier Zuñiga: Creo que la apuesta de Piñera y de su gobierno en este momento parte de una lectura de que la respuesta política a través del Estado de Emergencia para contener la movilización no ha resultado. Las movilizaciones de masas han ido creciendo, hasta llegar a un nivel importante: la marcha del viernes 25 de octubre es una expresión elocuente de ello. Entonces, se demuestra que el expediente represivo no ha desactivado los elementos motrices de la movilización. Piñera intenta captar cierto nivel de descontento, que partió con el alza del pasaje de metro, pero se amplió a otras esferas de la sociedad. Las capas del pueblo movilizadas empiezan a exigir demandas de fondo. El cambio de gabinete forma parte de la idea de entregar medidas con efecto comunicacional de a poco, pero esto no ha permitido desactivar la movilización. No tiene consenso este cambio.

Karina Nohales: En mi opinión, hay una insurrección popular en Chile, una sublevación contra el sistema político cuyo contenido toma la forma de un balance de 30 años de democracia pactada. Aparece con el alza del pasaje del metro con la juventud, se extiende a todo Santiago y a todo el país. Sin embargo, esto no logra derivarse en demandas concretas, porque se trata de una impugnación a todo el sistema político, a los partidos políticos que participaron de esta democracia pactada. Piñera fue respondiendo a la medida de cómo se iba presentando el movimiento. Empieza con el alza del pasaje, y Piñera la suspende y despliega los militares en la calle. El movimiento contesta los abusos económicos y las desigualdades sociales y Piñera anuncia un paquete de medidas económicas. Ninguna de estas medidas ha funcionado. Así la movilización ha ido adoptando diversas formas. Explosiva en su inicio, dispersa en los territorios. Después, una baja el martes 22 de octubre. A partir del miércoles toma su tendencia actual: masiva y concentrada en los centros de las ciudades. Al nivel territorial, se mantienen actividades.

¿Qué significa la represión militarizada a un nivel histórico? ¿Qué métodos de autodefensa y de protección existen?

K. N.: El gobierno se demoró ocho horas para desplegar los militares en las calles de Santiago, en el contexto del Estado de Emergencia. Es una decisión fuerte, porque esto implica una imagen de inestabilidad para la burguesía, con lo que significa en la bolsa de valores y hasta la posibilidad de inversión. Esta decisión rompe con el relato de la transición al final de la dictadura, que había sido el Nunca más. Para nosotros, el Nunca más significo el fin de los militares en las calles. Para la burguesía representaba un Nunca más lucha de clases. Hay que decir que el ejército actual y el de la dictadura no son dos ejércitos diferentes. Obvio, la gente que lo compone ha cambiado. Pero, el ejército es una institución intocada, que representa una continuidad como lo es el carácter de la transición pactada. Las fuerzas armadas quedaron impunes. Ahora hay un cambio de periodo en Chile. Sucedió algo curioso, la gente no sintió miedo, saliendo a la calle con militares y toque de queda. En términos de autodefensa, un pueblo sin armas tiene dos herramientas que se ocupan: su creatividad y/o su masividad.

J. Z.: Una primera dimensión es lo que ha dicho Karina. El recurso militar expresa, en última instancia, la herramienta que tiene la burguesía para resolver una insurrección. Para garantizar la democracia burguesa, aparece el componente militar. Pero, en nuestro caso, no lo logra resolver, incluso se vuelve un problema para el gobierno de Piñera. ¿Qué lo demuestra? El toque de queda se acabó el sábado pasado. Un escenario se vuelve a abrir entonces: sin militares en la calle, ¿qué va a utilizar para intentar desactivar la movilización? La jugada es arriesgada: ¿qué tiene el gobierno que ofrecer después? Es probable, con el cambio de gabinete, que figuras de la transición de la Democracia Cristiana, totalmente desgastadas, participen, pero esto no tiene sentido en las masas trabajadoras movilizadas. ¿Dónde nos podría llevar este escenario? Hay una crisis política, pero ¿se trata o se tratará de una crisis de hegemonía? Es decir, una crisis de toda capacidad, para el conjunto del entramado capitalista, de producir hegemonía en el resto de la sociedad, de recomponerse junto a una base social. Los capitalistas tratan de resolver la crisis con los militares en un primer momento, y ahora estos últimos van a volver a sus cuarteles. En ese marco, van a aparecer los distintos tipos de violencias y atropellos de derechos humanos que se practicaron (y siguen practicando con medidas represivas). Para los capitalistas, esto significa un desafío respecto a cómo van a aparecer las revueltas, como contener la movilización en este ciclo político que se está abriendo. Se podría configurar un cuadro que suponga elementos de cuestionamiento de fondo.

K. N.: Las cifras oficiales dicen que hay más o menos 20 muertos. Es probable que vayamos a descubrir más casos: el Instituto Nacional de Derechos Humanos va a investigar los casos de personas calcinadas en incendios, para ver el origen de su muerte. Hay también casos de violencia sexual. En este momento, a diferencia de la dictadura, estamos con capacidad de hacer reconocer este tipo de violencia. La violencia sexual en la dictadura ha sido invisibilizada, pero, con el trabajo de las feministas, se reconoce hoy que no eran excesos, sino una forma de ejercer una represión determinada para las mujeres, un disciplinamiento en las corporalidades. Hay un caso de estos días: carabineros, y no militares, han torturado a un joven, violándolo y obligándolo a decir que era homosexual públicamente. Es una dimensión política de disciplinamiento por parte de las fuerzas represivas, no un exceso. Ahora se aborda la violación de los derechos humanos de una manera multidimensional. Por otra parte, un muchacho fue asesinado en el Sur de Chile. Su padre hizo una declaración diciendo que responsabilizaba al hombre que dijo que estábamos en guerra y que saco los militares a la calle. Esto muestra que las violencias no son de la responsabilidad política única de los militares, sino de Piñera. Por eso se está pidiendo su renuncia.

Piñera anuncio una agenda social. ¿Cuáles son estas medidas? ¿Qué les parecen?

J. Z.: Importa señalar la influencia de las redes sociales para la circulación de los mensajes, las convocatorias. Cuando Piñera anuncia sus medidas, la reacción fue inmediata en las redes, una reacción de no conformidad, incredulidad y rechazo. Por lo mismo, el viernes, la marcha fue la más grande de la historia de Chile. La señal política es que el anuncio del paquete legislativo no tiene sentido para el pueblo, no tuvo un papel desmovilizador ni pudo cooptar sectores del movimiento. Las medidas fueron percibidas como algo que no mejoraba la vida. Se trató de un montaje comunicacional. Hoy, estuve en una asamblea, y una señora de más de 60 años dijo, a propósito del discurso de Piñera: “no tuvo ningún efecto porque despertamos”.

K. N.: Este paquete de medidas fue anunciado el martes 22 de octubre. Piñera es un empresario. Mi primera impresión fue que el presidente se comportó como los empresarios en una negociación colectiva. Respondió como si se tratara de una empresa, no de una sociedad, ofreciendo cosas demagógicas. Básicamente, 70% de las medidas trataban de las pensiones, porque Piñera sabe que es un punto de conflicto muy importante. Luego, el tema de la salud y los salarios. Entonces, lo que ofreció es ampliar la cobertura subvencionando los medicamentos en mano de empresas privadas. Para garantizar el ingreso mínimo, propuso subsidiar las empresas privadas con dinero público, y en el caso que un trabajador gane menos que el ingreso mínimo, el Estado complementa. Para las pensiones, el aumento del monto para la gente jubilada se hace sin tocar las administradoras de fondos de pensiones que son instituciones financieras. Entonces, es la profundización de la lógica subsidiaria a las empresas privadas de la constitución de Pinochet. A nadie le importaron estas medidas.

¿Qué balance de la huelga general de los días miércoles y jueves? ¿Hay algunos sectores que siguen en huelga?

K. N.: Muy pocas veces, y nunca desde que hay democracia, hubo huelga general en Chile. Las protestas de 1983 a 1986 partieron de convocatorias para una huelga general, pero ante la imposibilidad para la clase obrera de movilizarse en contexto de dictadura, se transformaron en una protesta nacional. Como dijimos desde la Coordinadora Feminista 8M (CF8M), la huelga era una palabra prohibida, cuyo significado era desconocido. Es desde el feminismo que se ha reinstalado la huelga general como método para la clase trabajadora. La CF8M, que participa en un espacio más amplio llamado Unidad Social, hizo una propuesta de llamar a la huelga general para el lunes 21 de octubre. La Central Unitaria de Trabajadores (CUT) dijo que no estaba preparada y juzgó irresponsable la propuesta en el contexto del toque de queda. Entonces, decidimos lanzar la convocatoria el domingo con los secundarios y otras organizaciones de derechos humanos. Al día siguiente los gremios sindicales de Unidad Social tuvieron una reunión para convocar une huelga general el miércoles. Sin presión desde la juventud y las feministas, no sabemos si se habría convocado a una huelga. Para el 21 de octubre, hubo huelga en la veintena de puertos de Chile, y por parte de los mineros en la Escondida, la mina de cobre privada más grande del mundo. Esto es muy significativo. Sin embargo, es difícil evaluar el alcance real de la huelga porque todo estaba ya paralizado por la vía de los hechos. Los gremios industriales indicaron que las empresas abiertas funcionaron al 30% y la mayoría no funcionaba porque no había transporte. Sin embargo, la huelga como método va apareciendo de nuevo en Chile. El próximo miércoles, se supone que se va a convocar una nueva huelga general. Podremos saber mejor si efectivamente funciona.

J. Z.: La masa trabajadora se encontraba movilizada desde al menos el viernes 18 de octubre, se construyó una subjetividad que implicaba barricadas, cacerolazos, una disposición a ocupar el espacio público. En este minuto circulan convocatorias que surgen de manera espontánea. La preocupación política de si llamar o no a huelga supone un marco en el que ya hay sublevación. La gente ya está en la calle antes del llamado. Es diferente a la huelga general feminista convocada para el 8 de marzo de 2019: el trabajo de las compañeras feministas fue preparar un hito claro, en el trabajo productivo, y construyendo su anclaje en lo reproductivo, con asambleas, espacios de deliberación previos, etc. Por lo tanto, la diferencia de estos llamados es que se montan sobre eventos en curso. ¿Qué está en juego con el llamado a huelga entonces, si la gente ya está movilizada? A mi juicio, se establece una dialéctica, siguiendo a Gramsci, entre espontaneidad y dirección/orientación del movimiento. La apuesta con la huelga es imprimir cierta dirección a la movilización, expediente que gran parte de las organizaciones socio-políticas respaldan, aunque ello no implica ponerse delante, como sostienen algunos sectores. La subjetividad instalada, de rabia y movilización, no se decreta, pero sí se puede contribuir a imprimir una orientación. Así, convocar la huelga permite condensar políticamente el afluente de la movilización en curso. El ciclo político puede estar marcado por una perspectiva anti-neoliberal, al menos eso señalan las asambleas populares, por lo que esto podría abrir un escenario nuevo en la sociedad. En ese sentido, la huelga vuelve a ser un instrumento legitimado por las masas movilizadas, y si es que tiene éxito, pasa a ser asumida como una táctica de acumulación de fuerzas. No es una afirmación auto-complaciente, sino que aparece como un recurso incorporado por las masas trabajadoras. Junto a elementos claves como el paro en sectores estratégicos, la huelga tiende a significar que la clase trabajadora para y se organiza en función de ella. Vuelve a ser un repertorio de acción de la clase, y no solo del mundo sindical y organizado.

El espacio Unidad Social parece tratar de conducir el movimiento, ¿qué se propone este sector? ¿Cómo se vincula a las movilizaciones?

J. Z.: Unidad Social es un referente que se está posicionando como un ente legitimado. Porque, por ejemplo, en la asamblea de base donde estuve, se reconoce la necesidad de dotarse de un interlocutor a nivel general. Unidad Social es un complejo entramado de organizaciones. A mi parecer, tres tendencias operan en este espacio. Primero, una capa compuesta por los grandes gremios tradicionales: la CUT, No+AFP, una parte de la Confederación Nacional de la Salud Municipal (Confusam), el Colegio de Profesores, la Confederación Nacional de Profesionales Universitarios de los Servicios de Salud (Fenpruss), la Agrupación Nacional de Empleados Fiscales (Anef). Imprimen cierta conducción al espacio. Este sector se caracteriza por su urgencia para ser los que conduzcan el movimiento, aparecer como agente a la cabeza del movimiento, y no como un agente a disposición, proponer, recoger demandas, etc. El segundo sector está compuesto por organizaciones feministas, ambientales, estudiantes, pobladores, asociaciones de derechos humanos, etc., que no encajan en las lógicas sindicales tradicionales. No estamos en sintonía con la lógica de comprender la situación por parte de las organizaciones gremiales, porque entendemos que está ocurriendo un momento de emergencia de una impugnación al régimen neoliberal en su conjunto y debemos estar a esa altura, y no en torno a demandas gremiales. Para ello se requiere mantener abierto el escenario y la participación popular a través de los cabildos y las asambleas de base. Nuestro objetivo no es ceder a las negociaciones que seguramente se van a venir, sino abrir un proceso de politización a partir de la impugnación al régimen. No es posible vivir como estábamos viviendo hace un mes atrás. Entendemos la idea de Asamblea Constituyente como un proceso dinamizador que permite elementos de participación política del pueblo. Por último, existe un tercer sector menos permanente que ve Unidad Social como un paraguas que permite la coordinación y el mando de las protestas. Unidad Social aparece así como un agente relativamente legitimado por el pueblo, pese a que se reconocen diferencias. Es un espacio en disputa que permite aglutinar las organizaciones populares.

K. N.: Mi lectura individual es que, desde la última elección presidencial, emerge un nuevo bloque de oposición (Frente Amplio) y se destruye la Nueva Mayoría como bloque de gobierno después de la Concertación. Esto abre un problema: conformar un nuevo bloque de oposición. El Partido comunista ha desplegado una ofensiva para ponerse a la cabeza de una nueva reconfiguración de la oposición, y le ha salido bien con, por ejemplo, el proyecto de disminuir la jornada laboral a 40 horas, que alineó a toda la oposición detrás del PC. Prueba de este rol es que el PC logra ir excluyendo a la Democracia cristiana del bloque de oposición. Desde esto, aparece la irrupción que conocemos, y el PC continúa lo que ha logrado en el Parlamento a través de la CUT. La Central se integra en Unidad Social después de su formación y lo conduce rápidamente. Lo que sucede a partir de esto es que muchas más organizaciones se suman. Mientras, la CF8M, que participa en Unidad Social desde el comienzo, espacio que fue llamado por NO+AFP, ha acordado participar de manera crítica porque se percibe como un espacio cupular, dirigido por sectores gremiales conservadores. Para estos últimos, la lucha de clases se concibe en su forma sindical, el ecologismo y el feminismo son considerados como subordinados. Hemos hecho explicita esta crítica.

En la actual coyuntura, Unidad Social ha terminado llamando a huelga general. Pero entre la CUT y la CF8M la concepción de una huelga general es diferente. Para la CUT y los otros gremios era necesario hacer una huelga para demostrar que somos organizaciones serias, llamar a la disciplina, y mostrar una capacidad de dirigir. Como si la desobediencia de la clase trabajadora fuera una cosa poco seria. Al final se propuso una gran marcha para el 23 de octubre, lo que en el contexto podía parecer muy por detrás de la situación. Incluso se propusieron acciones abiertamente desmovilizadoras. La huelga general se entiende para estos sectores como un momento, y la posibilidad de colocar sus direcciones en el movimiento. Desde el feminismo, entendemos la huelga general como un proceso, en el cual la clase trabajadora, con las mujeres y disidencias al frente, puede organizarse y pensar en la vida que quiere y cómo la quiere organizar. En sentido estricto, las feministas consideramos que ninguna huelga ha sido general, porque no se paraba el trabajo de cuidados. La huelga no es solamente parar, sino también pensar mucho. Entonces, hablamos de dos visiones distintas de la huelga general: una es crear, la otra dirigir. Esas concepciones se han puesto sobre la mesa estos días.

¿Qué relación tiene Unidad Social con la izquierda institucional? Esta última, ¿qué se propone en el Parlamento?

K. N.: Mi opinión personal, pero compartida por otras compañeras en la última asamblea de la CF8M, es que si no hay una situación de ingorbernabilidad para el poder ejecutivo es porque la oposición mantuvo la actividad parlamentaria. Unidad Social impulsó la idea de una huelga legislativa, que sin embargo no sucedió. Por ejemplo, el proyecto de disminución de la jornada semanal de trabajo a 40 horas se aprobó durante el Estado de Emergencia, con militares en la calle. En el Frente Amplio (FA), que emergió desde la última elección presidencial, no tuvo un acuerdo entre sus diferentes sectores. Por parte de los que quieren sostener la actividad parlamentaria la idea es que, si no lo hacen, podría cerrarse más aun el cerco de la democracia. Pero el que la oposición continúe legislando, incluso, el paquete de medidas propuesto por Piñera, supone echarle una mano al gobierno. El gobierno propuso en un momento una reunión con los partidos de oposición. Acudieron la Democracia Cristiana (DC), el Partido Radical, el Partido por la Democracia. No fueron el Partido Socialista, el PC y el FA. Revolución Democrática, el principal sector del FA, iba a ir en un primer momento. Es grave. El PC plantea ahora una acusación constitucional contra Piñera, y el FA está de acuerdo.

J. Z.: El rol del PC en esto fue muy relevante. Inmediatamente, dijo que no iba a acudir a la reunión convocada por Piñera. Se le reconoce mucha experiencia política al PC, así que influye en todo el arco de los partidos de oposición, desmarcándose de la DC y metiendo la presión al PS y al FA. En una declaración en que aborda la coyuntura, el PC reconoce Unidad Social como el actor legitimado, y traslada el foco del dialogo a la sociedad civil. Entonces, el PC cumplió un papel determinante en este desplazamiento de legitimidad. De todos modos, el movimiento no iba a aceptar ninguna reunión de los partidos de oposición con Piñera y los iba a rechazar igualmente. Eso fue entendido hábilmente por el PC. Al mismo tiempo, empieza el camino de reconocimiento de legitimidad e interlocución de Unidad Social en un proceso paralelo. Parte de la oposición ejerce una presión constitucional, en continuidad. En segundo lugar, Unidad Social tiene presencia de militantes del FA, del PC y elementos del PS, pero no se puede decir que sea conducida por partidos. El movimiento y dinámica interna de US no admite que estos grupos vayan a ponerse a la cabeza, al menos por ahora. Esto es por una razón de fondo: porque la movilización en la que US se encuadra emerge de manera no coordinada, pero impulsada por la clase trabajadora como un actor que impugna al conjunto de la sociedad. Transforma la forma de hacer política. Que emerja, no obstante, no significa que se organice, no toma necesariamente conciencia para sí de su experiencia como pueblo trabajador, a pesar de que hay fuertes embriones de organización y lucha que apuntan en ese sentido. La potencia de Unidad Social, en un contexto en el cual la clase emerja como actor, es que puede contribuir a la recomposición política de la clase trabajadora, si no se piensa sólo en los diálogos con el gobierno o demandas acotadas, gremiales o conciliadoras.

Aparecieron personas con chalecos amarillos. José Antonio Kast, figura de la extrema derecha chilena, los llamó a manifestar el domingo pasado. ¿Existe la posibilidad de la formación de una base social reaccionaria en esta situación?

K. N.: El primer relato en los medios de comunicación fue que eran días de saqueo por parte de delincuentes, generando un sentimiento de inseguridad. Aparecieron en los barrios grupos que usaban chalecos amarillos, con palos o alguna forma de armas domesticas para evitar robos y defender sus casas. Estos grupos expresaban una tendencia media fascistoide. Rápidamente el sector de la extrema derecha hizo una convocatoria llamando a los Chalecos amarillos a participar a una marcha para el día 27 de octubre, bajo el lema del derecho de vivir en paz, es decir, tomando la canción de Victor Jara que se volvió como un himno popular durante el toque de queda. Era muy confuso. Pero la extrema derecha tomo la decisión de desconvocar esta marcha el viernes 25 de octubre, después de la gran marcha que tuvo lugar ese día. Podemos imaginar, y es una pregunta, que la marcha no hubiera tenido tanto éxito si no hubiera militares en la calle y si el gobierno no hubiera continuado con su caracterización del movimiento como ladrones robando y saqueando pequeños comercios. Pero en el momento que los militares se despliegan en la calle, aparece un sentimiento contra ellos a causa de nuestra historia que movilizó a muchas personas. Tal vez, la gran marcha del viernes no habría sido tan masiva. Tener militares en la calle reabre un recuerdo traumático. Puede ser optimista, pero esto me lleva a decir que el pueblo de Chile no es de derecha. Podrían haber surgido más chalecos amarillos de derecha sin militares en las calles. La extrema derecha es hábil, pero fue sobrepasada. El relato del robo y de la inseguridad duró dos o tres días, y cuando el gobierno bajó el perfil sobre el estamos en guerra, los medios de comunicación pasaron del relato del robo al relato del terror, haciendo públicos videos terribles de la represión, con militares disparando a la gente y entrando en las casas. La idea fue: si sales a la calle, te van a matar. De ese relato, que tampoco resultó, pasaron a otro después de la gran marcha que dice que el pueblo es pacífico y que da esperanza de un futuro mejor, porque los poderosos dicen estar escuchando. Por ejemplo, Piñera dijo que era bonito ver a las familias marchando, cuando en realidad la gente en la marcha exigía que se fuera.

J. Z.: Sectores de la derecha, los carabineros y los militares trataron de captar como base social a la gente que tenía miedo. Este sentimiento de paranoia y de histeria que existió intenta capitalizarlo la extrema derecha. Esta última quiere dar un giro hacia una salida corporativa, apuntando a esa parte del pueblo trabajador que quiere paz y tranquilidad en lo inmediato, contra la parte de la clase que apuesta por la protesta porque entiende que es el momento de reclamar. Sin embargo, la marcha más grande de la historia, el viernes pasado, desactivó la supuesta sintonía entre la extrema derecha y una parte del pueblo. Hay que señalar que los chalecos amarillos no estaban necesariamente por una salida aún más militarizada o a favor de José Antonio Kast, la figura de extrema derecha que saco un 8% en las últimas presidenciales y que se parece, en ciertos rasgos, a Bolsonaro. Muchos querían solamente estar tranquilos. Por ejemplo, en mi barrio, que es de Puente Alto, comuna de la periferia urbana, los que eran chalecos amarillos celebraron el hito del día viernes, hicieron un asado escuchando música popular y de izquierda. Esta marcha vuelve a soldarnos como clase, después de que los medios de comunicación intentaran exagerar los aspectos más reaccionarios de la convulsión que vivimos. De todas maneras, Kast tiene un discurso securitario que ha podido interpelar y generar adhesiones en el pueblo pobre, pero su programa económico resguarda el neoliberalismo, que es el origen del malestar que vivimos. Ese es un límite radical en su proyecto. Entonces, no puede proponer una salida programática a la movilización, la que expresa que no se puede aguantar el modo de vida neoliberal y el malestar que genera. Hay que señalar, con todo, que la aparición de los chalecos amarillos revela un problema real: existen bandas organizadas en las poblaciones que delinquen dentro de los barrios de la clase trabajadora, en torno al tráfico de droga. Es a ese sector al que hacen frente los grupos de chalecos amarillos, una amenaza efectiva, que no implica en modo alguno un respaldo al gobierno a Kast o a las medidas represivas.

Las formas de lucha y consignas que parecen tomar más fuerza son la huelga general, de la cual ya hablamos, pero también las asambleas territoriales y la Asamblea Constituyente. ¿Cuál es su realidad en este momento? ¿Qué procesos de auto-organización se están desarrollando? ¿Cómo se fraguaron estas consignas? ¿De forma espontánea, forjadas en luchas de los últimos años, etc.?

J. Z.: Hay una mezcla de auto-convocatorias a asambleas territoriales y del hecho que la gente se conglomera en estaciones de metro y otros lugares públicos, donde se canta, se delibera, se arman actividades culturales, etc. Este fenómeno aparece de manera espontánea. También, rápidamente, sectores captan el momento y dan una dirección consciente, llamando a levantar asambleas territoriales. Tácticamente, ¿por qué son importantes estas asambleas? Primero porque están ocurriendo, se están organizando en varios territorios, y eso es un hecho. He visto procesos de autoactividad similares, pero con los contenidos y alcances que se están discutiendo, jamás, ni menos con esta magnitud. Las asambleas populares tienen que empujar hacia una Asamblea Constituyente, que tiene que ver cómo se posiciona como un mecanismo legitimo para cambiar la Constitución, objetivo que, por supuesto, no es suficiente en sí mismo. Sectores hablan de una nueva Constitución, con un nuevo Parlamento, y no es lo que estamos hablando. Es otra cosa. Agregamos el adjetivo popular a la Asamblea Constituyente, para afirmar la soberanía del proceso. La Asamblea Constituyente puede empujar y modificar el escenario político. La impugnación al régimen permite una democracia participativa en la cual la clase trabajadora se presenta como un actor relevante y principal. La segunda importancia táctica es que las asambleas territoriales están conformando un sedimento, un tejido social que no va a desaparecer, aunque la intensidad de las movilizaciones pueda bajar en algún momento. Es una experiencia de clase común, un aprendizaje histórico organizativo, que puede permitir la mantención de un contra-poder al Parlamento, a las instituciones del Estado capitalista, desarrollando otros valores en las poblaciones y otros modos de autoorganizarse. No obstante, el énfasis que hago tiene que ver con la posibilidad de que la Asamblea Constituyente tenga la capacidad de voltear el escenario político en un sentido anti-neoliberal. Existe una inusitada fuerza que impugna globalmente al modelo educativo, de gestión de recursos naturales, pensiones, deudas financieras, etc. Hay que conjugar la Asamblea Constituyente con un programa impugnatorio, en una síntesis radical. Al menos eso está pasando en los territorios. Pero ello no está siendo captado por algunos sectores que pretenden ponerse a la cabeza del movimiento.

K. N.: Son preguntas estratégicas. La realidad de las asambleas es que son sectorizadas y empezaron en las estaciones de metro, que corresponden a barrios, con gente que vive el mismo sector. Surgieron porque activistas participaron ahí desde el primer día y porque se necesitaba. La gente se conoció en la revuelta, empezamos a conocernos entre nosotros, hablando y preguntándonos. La impugnación actual es tan general que no se están planteado demandas concretas. La gente se ha encontrado lucha, tratando de detectar qué estamos impugnando, por qué y cómo imaginamos lo que queremos. Esto parece muy simple, pero para mí ya es un momento constituyente, no en el sentido de cambiar la Constitución. La clase se está constituyendo a sí misma en este proceso. Difícil es tener una imagen general del país, en cuanto a asambleas, manifestaciones, represión porque la situación es convulsa y ninguna organización tiene la capacidad de captar la totalidad. Se trata de una explosión al margen de las organizaciones clásicas.

La CF8M y el MAT han impulsado que estas asambleas existan. Las asambleas se crearon para procurar el abastecimiento ante el cierre del comercio, asegurar la seguridad dada la represión y los saqueos, y sostener la movilización. Las demandas son que se vayan los militares, que renuncien Piñera y el Ministro del Interior, y la perspectiva de una Asamblea Constituyente. Nada de esto es del todo espontaneo, pero es imposible tener la certeza de cuáles fueron las experiencias previas de organización, de propaganda y de movilización que fueron significativas. Lo cierto es que, durante estos 30 años, había sectores del pueblo organizados, que luchaban, a veces en soledad absoluta. El movimiento No+AFP es fácil detectarlo, ese sí fue masivo e inmediatamente reciente. El último 8 de marzo también. Las asambleas constituyentes buscan crear una nueva Constitución, y toda Constitución aborda el problema de cómo se genera el poder político. Esto es importante en Chile, porque la Constitución de Pinochet es explicita en su objetivo. Lo que se propone es no volver a la institucionalidad que existía antes, porque retornar a la situación anterior es reabrir el camino institucional de los partidos obreros, lo que devino en la Unidad Popular. Pero, más que la Constitución de 1980, el momento constituyente del Chile actual es el golpe de Estado de 1973. Entonces, abrir el tema constituyente no es una opción fácil para la burguesía, porque reabre los peligros de la participación política de sus antagonistas. Se abre un momento irreversible, donde ya no es posible ignorar, omitir los problemas políticos de la clase trabajadora. El miedo, en estas jornadas, pasó al lado de ellos.

A nivel institucional, una Constitución nueva es un problema medular y sin dudas es necesario cambiarla, pero es importante no poner la necesidad de una nueva Constitución como el mayor de los problemas fundamentales, como plantean muchos sectores, pues con ello se esquiva la perspectiva anticapitalista. Lo que se está expresando en Chile es la lucha de clases, que también existía antes de la Constitución de Pinochet. Los problemas planteados no empiezan ni se terminan en una Constitución. Hay que tener cuidado como se plantea la Asamblea constituyente. De un lado, puede cerrar un momento político, garantizar derechos, pero no lo presentaría como el fondo que ha determinado la situación actual.

J. Z.: De acuerdo. Antes de 1973 no había un país más bueno que ahora. Esa discusión es improcedente, por lo demás. En Unidad Social, el tema de la Constituyente aparece pero no nos interpela, no aparece como una discusión que organice la política. Por la urgencia de la coyuntura, es más relevante la cuestión de cómo nos vamos a movilizar. Antes de esta coyuntura, en nuestras organizaciones socio-ambientales, por ejemplo, no era nuestro tema la Asamblea Constituyente, sino el cómo resguardar nuestros derechos socioambientales frente al saqueo empresarial. La conflictividad existente nos orientaba, en función de la lucha de clases, a contribuir a que la clase trabajadora se organizase a sí misma para resguardarse de esa situación. La Constituyente, en ese sentido, implica el riesgo de comprender de un modo muy formal la política: cambiamos la Constitución, cambiamos el país. Una posibilidad singular de esta coyuntura es que ahora tenemos la oportunidad de que la clase trabajadora asuma el protagonismo de un proceso constituyente, que tenga un éxito político. Pero al mismo tiempo se están organizando clases sociales de modo antagónico. Entonces, tratar la Asamblea Constituyente como si no fuera la lucha de clases, me parece un error. Al menos, los sectores anticapitalistas, feministas, ecosocialistas, queremos advertir, en este marco, que se trata de lucha de clases y no de discusiones formales y abstractas de las mejores formas de cambiar la Constitución.

K. N.: Hay sectores de la ex-Concertación y de la derecha que se han abierto a la necesidad de una nueva Constitución, pero no de la Asamblea Constituyente. Se vuelve un tema más amplio y transversal.

¿Cuáles son los desafíos para la izquierda anticapitalista, feminista y ecosocialista?

K. N.: Lo que enfrenta la clase trabajadora en este momento, lo que ha abierto con su acción en un contexto donde no tiene partidos y su fuerza orgánica es débil, de alguna forma, pienso que va a llevarla a una actividad política en curva ascendente, que de hecho ya se verifica más o menos desde 2005. Va a ser más difícil sino se prepara en la organicidad, con una orientación que no puede seguir siendo sectorial: fortalecer lo sindical, el movimiento feminista, por las pensiones, socioambiental ya no alcanza. Esta perspectiva es general porque se ha abierto una situación de impugnación. Tiene que haber un relato propio de lo que pasa y tiene que ser recogido por las organizaciones políticas de izquierda, las que también deben fortalecerse, sino será difícil construir una alternativa.

J. Z.: Este momento histórico permite que las orgánicas ya existentes se pueden arrojar a la captación orgánica de las nuevas dinámicas históricas que organizan la política. No es, por ejemplo, una cuestión de mala voluntad, pero las organizaciones que son más pequeñas no son capaces de responder y de desplegarse de manera relevante en esta situación. Tampoco el FA, organización de muchas corrientes pero dentro de la cual imperaba hasta ahora su disposición a lo electoral e intrainstitucional, y no estaba capacitado para situarse de manera eficiente en este escenario. Mi pregunta es, ¿cómo podrán transformar a sí mismas las organizaciones para anclarse en estos nuevos resortes políticos que se comienzan a abrir?

Lo que podemos hacer, por lo menos, es reformularnos como organizaciones, construir nuevas capilaridades para estar insertas, siendo parte de los procesos de politización popular que emergen. Apuesto por unificar las organizaciones de izquierda y las que van a surgir a partir de este momento. Tenemos que prestar atención a estas dinámicas y contribuir a desarrollar en ellas perspectivas anticapitalistas, feministas y ecosocialistas, sumando a la recomposición de las organizaciones políticas, captar nuevas formas de politización, etc. Estamos muy ocupados y con poco tiempo, pero no podemos perder de vista desde ya pensar en nuevas formas de orgánicas en este contexto.
28/10/2019