miércoles, 13 de octubre de 2010

La sal de la tierra chilena


MARIO AMORÓS

Más de 500 medios de comunicación nacionales e internacionales están acreditados para informar sobre el rescate de los 33 trabajadores sepultados a 624 metros en la mina San José, cerca de Copiapó, en el Norte Chico chileno. Televisiones, radios y periódicos de todo el planeta abren sus principales espacios a la singular odisea de estos obreros, a la conmovedora espera de sus familiares, que anhelan volver a abrazarles tras más de dos meses atrapados en esa tierra en la que buscaban cobre y oro para conquistar su sustento. El Gobierno de Sebastián Piñera no ha escatimado esfuerzos y el sábado la imponente perforadora T-130 del Plan B llegó hasta el refugio donde se cobijan desde el 5 de agosto. Los trabajos avanzan a buen ritmo para que por fin mañana se ponga en marcha el dispositivo que les devolverá a la superficie, unas imágenes que conmoverán profundamente a Chile en el año en que un terrible seísmo devastó sus regiones meridionales.

Pero también asoma en el horizonte el riesgo de que su indudable hazaña se convierta en un circo mediático, usufructuado por el Gobierno y en particular por Piñera, quien con tal de ser testigo –y protagonista– de esas horas estaba dispuesto incluso a retrasar una importante gira por Europa planificada desde hace meses para los días 16 y 17 de octubre. Porque después de una exhaustiva atención médica y del emotivo reencuentro con sus familias en el “Campamento Esperanza”, los 33 trabajadores se pasearán por estudios de televisión, por las páginas de la prensa nacional e internacional, serán el centro de varias películas, libros y documentales que ya se preparan. Incluso el Gobierno va a condecorarles como los “héroes del Bicentenario” puesto que, según Piñera, “la epopeya de los mineros ha iluminado el alma de nuestro país y fortalecido el espíritu de los chilenos”. Mientras tanto, los 300 trabajadores que escaparon al derrumbamiento se están movilizando, en medio de la más absoluta indiferencia de las autoridades y la prensa, para reclamar a los propietarios de la mina San José el pago de sus salarios atrasados con la irónica consigna: “¡Para tu show Piñera, 300 estamos afuera!”.

Excluido de los deslumbrantes focos y de los ampulosos discursos oficiales puede quedar el aspecto determinante de esta historia: las lacerantes condiciones de inseguridad, precariedad y sobreexplotación en que miles de personas trabajan en Chile, un país ensalzado como un ejemplo en el contexto latinoamericano, pero donde aún subsisten las leyes laborales de la dictadura militar, que dificultan –entre otros– los derechos de huelga y negociación colectiva.

Precisamente, el 1 de octubre la dirección de la Central Unitaria de Trabajadores entregó a Piñera su Agenda Social y Laboral, que subraya que “la desigual distribución del ingreso continúa siendo una característica fundamental de la sociedad chilena, a pesar del crecimiento económico”. Este documento revela la precariedad que marca las relaciones de producción en Chile: los asalariados sin contrato son un 23%, mientras que llegan a un 40% los que no cotizan a la Seguridad Social. “El mercado de trabajo –sostiene la mayor confederación sindical– continúa siendo la fuente de mayor desigualdad… Es urgente abordar con decisión el tema laboral largamente postergado en nuestro país y poner el trabajo en el centro de la vida de la sociedad”.

Este es el desafío al que el heroísmo de estos 33 mineros puede contribuir con su inminente protagonismo en los grandes medios de comunicación. De este modo honrarían la memoria de quienes antes que ellos horadaron el subsuelo de Chile, ya que la historia de su movimiento obrero y popular no puede entenderse sin el protagonismo de los trabajadores de la minería del salitre, del carbón y del cobre. Fueron los obreros de la pampa salitrera quienes, acompañados por Luis Emilio Recabarren, fundaron en junio de 1912 el Partido Obrero Socialista, antecedente inmediato del Partido Comunista. Fueron los mineros del carbón quienes, en el otoño de 1960, protagonizaron la emblemática huelga de 96 días en la cuenca de Arauco que culminó con la marcha hacia Concepción. Y la mayor parte de los trabajadores del cobre acompañó al Gobierno de Salvador Allende en la histórica nacionalización de esta riqueza natural en 1971 y fueron ellos también de los primeros en protagonizar movilizaciones contra la dictadura militar a partir de 1978.

Estos 33 trabajadores quedaron sepultados el 5 de agosto a consecuencia de unas condiciones de trabajo desprovistas de garantías y derechos en el marco de una economía neoliberal, así como de la voracidad de los propietarios de una mina con un oscuro historial de accidentes que no han tenido más remedio que admitir su responsabilidad. Si los planes se cumplen, a partir de mañana verán la luz del sol en el desierto de Atacama, recibirán los cuidados que merecen y el afecto de sus familiares, el reconocimiento local y universal ante su ejemplar comportamiento en tan dramáticas circunstancias. Serán agasajados como héroes en los aristocráticos salones de La Moneda y en los programas de “interés social” de las televisiones, ocuparán extensos reportajes en los diarios más importantes, tendrán, en definitiva, un protagonismo que jamás imaginaron. Como hicieron los mineros mexicanos que de manera magistral retratara el director Herbert J. Biberman en La sal de la tierra, en su mano estará mostrar orgullosamente, e incluso defender, su dignidad como trabajadores y forjar la unidad con sus hermanos de clase para transformar un modelo económico y social que condena a los más humildes a arriesgar la vida en sus puestos de trabajo.

Mario Amorós es doctor en Historia y periodista
Ilustración de Iker Ayestaran