viernes, 18 de enero de 2013

Estancamiento y progreso del marxismo



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Hablando en acto de masas en Stuttgart 1907
por Rosa Luxemburgo
(Este artículo fue escrito en 1903)


Recién cuando la clase trabajadora se haya liberado de sus condiciones actuales de existencia, el método de investigación marxista será socializado junto con todos los demás medios de producción para utilizarlo en beneficio de la humanidad y para poder desarrollarlo en toda su capacidad.
(Este artículo fue escrito en 1903, veinte años después de la muerte de Marx. Aquí Rosa trata un problema que a menudo se discute hoy, sobre todo en los círculos intelectuales: ¿es la doctrina marxista algo tan rígido y dogmático que no deja margen para la creatividad Intelectual?
Su respuesta es un no enfático. Demuestra que si en los últimos veinte años del siglo XIX hubo pocos aportes a la teoría marxista fuera de los escritos de Engels, ello no se debía a que el marxismo estaba perimido o era incapaz de seguir avanzando. Por el contrario; es que la lucha de clases no había llegado al punto de crear nuevos problemas prácticos que exigieran sus correspondientes avances teóricos. “Marx, en su creación científica, nos ha sacado distancia como partido de luchadores. No es cierto que Marx ya no satisface nuestras necesidades. Por el contrario, nuestras necesidades todavía no se adecúan a la utilización de las ideas de Marx.”
Su confianza en que las propias necesidades  de la lucha provocarían el surgimiento de marxistas capaces de elaborar y desarrollar la teoría revolucionaria se vio confirmada en poco tiempo. En los años turbulentos de las dos primeras décadas de este siglo aparecieron los aportes teóricos necesarios para garantizar el triunfo de la Revolución Rusa, como las teorías de Lenin sobre el partido, la cuestión nacional y el derecho de las naciones a la autodeterminación, y la teoría de la revolución permanente de Trotsky.
“Estancamiento y progreso del marxismo” apareció en Karl Marx: Thinker and Revolutionist Karl Marx: Pensador y Revolucionario), simposio recopilado por D. Riazanov (New York, International Publishers, 1927). La presente versión es de la traducción al inglés de Eden y Cedar Paul.)
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En su argumentación, superficial pero a ratos interesante, titulada Die soziale Bewegung in Frankreich und Belgien [El movimiento socialista en Francia y Bélgica] Karl Grün señala con acierto que las teorías de Fourier y Saint-Simon afectaron de manera muy diversa a sus respectivos partidarios. Saint-Simón fue el antepasado espiritual de toda una generación de brillantes escritores e investigadores de distintos campos de la actividad intelectual; los seguidores de Fourier se limitaron a repetir como loros las palabras de su maestro, incapaces de desarrollar sus enseñanzas. La explicación de Grün es que Fourier entregó al mundo un sistema, acabado, en todos sus detalles, mientras que Saint-Simon  entregó a sus discípulos un saco lleno de grandes ideas. Aunque me parece que Grün presta poca atención a la diferencia profunda, esencial entre las teorías de estos dos clásicos del socialismo utópico, pienso que su comentario es acertado. No cabe duda de que un sistema de ideas esbozado en sus rasgos más generales resulta mucho más estimulante que una estructura acabada y simétrica que no deja nada que agregar ni ofrece terreno para los esfuerzos independientes de una mente activa.
¿Explica esto el estancamiento de la doctrina marxista que se ha visto durante varios años? Es un hecho que —aparte de uno o dos aportes teóricos que señalan un avance— desde el último tomo de El capital y los últimos escritos de Engels no han aparecido más que unas cuantas popularizaciones y explicaciones excelentes de la teoría marxista. La esencia de la teoría quedó donde la dejaron los dos fundadores del socialismo científico.
¿Se debe ello a que el sistema marxista ha impuesto un marco demasiado rígido a las actividades intelectuales? Es innegable que Marx ha ejercido una influencia un tanto restrictiva sobre el libre desarrollo teórico de muchos de sus discípulos. ¡Tanto Marx como Engels se vieron obligados a negar toda responsabilidad  por las perogrulladas de muchos autotitulados marxistas! Los escrupulosos esfuerzos dirigidos a mantenerse “dentro de los límites del marxismo” han resultado tan desastrosos para la integridad del proceso intelectual como el otro extremo, que repudia totalmente el enfoque marxista y manifiesta la “independencia de pensamiento a toda costa”.
Pero es sólo en el terreno económico que podemos hablar de un cuerpo más o menos acabado de doctrinas legadas por Marx. La más valiosa de sus enseñanzas, la concepción materialista dialéctica de la historia, no se nos presenta sino como un método de investigación, unos cuantos pensamientos geniales que nos permiten entrever un mundo totalmente nuevo, que nos abren perspectivas infinitas para el pensamiento independiente, que le dan a nuestro espíritu alas para volar audazmente hacia regiones inexploradas.
Sin embargo, incluso en este terreno la herencia marxista, salvo pocas excepciones, no ha sido aprovechada. Esta arma nueva y espléndida se herrumbra por falta de uso; la teoría del materialismo histórico está tan incompleta y fragmentaria como nos la dejaron sus creadores cuando la formularon por primera vez.
No puede afirmarse, pues, que la rigidez y el acabado de la estructura marxista sean la explicación de que sus herederos no hayan proseguido la edificación.
Se nos suele decir que nuestro movimiento carece de personas de talento capaces de elaborar las teorías de Marx. Esa carencia es de larga data; pero la carencia en sí exige una explicación, y no puede plantearse como respuesta al interrogante fundamental. Debemos recordar que cada época forma su propio material humano; que si un periodo realmente exige exponentes teóricos, el periodo mismo  creará las fuerzas necesarias para la satisfacción de esa exigencia.
¿Existe una verdadera necesidad, una real demanda de mayor elaboración de la teoría marxista?
En un artículo acerca de la controversia  entre las escuelas marxista y jevonsiana en Inglaterra, Bernard Shaw, por afirmar que el  primer tomo de  El capital  le permitió un entendimiento total del marxismo, y que no había lagunas en la teoría marxista, a pesar de que Federico Engels, en su prefacio al segundo tomo de El capital, dijo que el primer tomo, con la teoría del valor, había dejado sin solución un problema económico fundamental, solución que no aparecería hasta la publicación del tercer tomo. Shaw realmente logró que Hyndman quedara un poco en ridículo, aunque Hyndman podría consolarse pensando que prácticamente todo el mundo socialista está en la misma situación.
El tercer tomo de El capital, con la solución del problema de la tasa de ganancia (el problema fundamental de la economía marxista) apareció recién en 1894. Pero en Alemania, como en otros países, se había utilizado para la agitación el material incompleto del primer tomo, la doctrina marxista se había popularizado y había encontrado aceptación sobre la base de este único tomo; la teoría marxista incompleta había obtenido un éxito fenomenal; nadie había advertido que había una laguna en la enseñanza.
Además, cuando el tercer tomo vio la luz, aunque llamó un poco la atención en los círculos cerrados de los expertos y suscitó algunos comentarios, en lo que concierne al movimiento socialista en su conjunto el nuevo volumen casi no impresionó en las grandes regiones donde las ideas expuestas en el primero se habían impuesto.  Las conclusiones teóricas del tercer tomo no provocaron intento alguno de popularizarlas, ni lograron amplia difusión. Por el contrario, entre los mismos socialdemócratas solemos sentir los ecos de la “desilusión” que tanto expresan los economistas burgueses con respecto al tercer volumen de El capital;  estos socialdemócratas demuestran así hasta qué punto habían aceptado la exposición “incompleta” de la ley del valor del primer tomo.

¿Cómo explicar tan notable fenómeno?
Shaw, quien (para usar su propia expresión) gusta de “reírse disimuladamente” de los demás, tiene un buen motivo para burlarse de todo el movimiento socialista, ¡en la medida en que se basa en Marx! Pero, de hacerlo, se “reiría solapadamente” de una manifestación muy seria de nuestra vida social. La extraña suerte de los tomos segundo y tercero de El capital  es prueba terminante del destino general  de la investigación  teórica en nuestro movimiento.
Desde el punto de vista científico, hay que considerar que el tercer tomo de El capital completa la crítica de Marx al capitalismo. Sin este tercer volumen no podemos comprender la ley que rige la tasa de ganancia; ni la división de la plusvalía en ganancia, interés y renta; ni la aplicación de la ley del valor al campo de la competencia. Pero, y esto es lo principal, todos estos problemas, por importantes que sean para la teoría pura, son relativamente poco importantes desde el punto de vista de la lucha de clases. En lo que a ésta concierne, el problema teórico fundamental es el origen de la plusvalía, o sea la explicación científica de la explotación, junto con la dilucidación de la tendencia hacia la socialización del proceso de producción, es decir, la explicación científica de las bases objetivas de la revolución socialista.
Ambos problemas encuentran solución en el primer tomo de El capital, que deduce que la “expropiación de los expropiadores” es  el resultado inevitable y definitivo de la producción de plusvalía y de la concentración progresiva del capital. Con ello queda satisfecha, en cuanto a teoría, la necesidad esencial del movimiento obrero. Los obreros, partícipes activos en la lucha de clases, no tienen un interés directo en la forma en que la plusvalía se distribuye entre los distintos grupos de explotadores; o cómo, en el curso de esta distribución, la competencia provoca ajustes en el proceso de producción.
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Foto: Rebelión espartaquista
Es por eso que, para la generalidad de los socialistas, el tercer tomo de El capital sigue siendo un libro cerrado.
Pero en nuestro movimiento lo que vale para la doctrina económica de Marx vale para la investigación teórica en general. Es totalmente ilusorio pensar que la clase obrera, que lucha por elevarse, puede adquirir por su cuenta gran capacidad creadora en el dominio de la teoría. Es cierto que, como dijo Engels, hoy sólo la clase obrera ha conservado interés 114 por la teoría y la comprende. La sed de conocimientos que demuestra la clase obrera es una de las manifestaciones culturales más notables de la lucha de clases contemporánea. En un sentido moral, la lucha de la clase obrera es también un índice de la renovación cultural de la sociedad.

Pero la participación activa de los trabajadores en el avance de la ciencia está sujeta al cumplimiento de condiciones sociales muy bien definidas.
En toda sociedad de clases, la cultura intelectual (arte y ciencia) es una creación de la clase dominante; y el objetivo de esta cultura es en parte asegurar la satisfacción directa de las necesidades del proceso social, y en parte satisfacer las necesidades intelectuales de la clase gobernante.
En la historia de luchas de clase anteriores, la clase aspirante al poder (como el Tercer Estado en tiempos recientes) podía anticipar su dominio político instaurando un dominio intelectual, en la medida en que, siendo una clase dominada, podía instaurar una nueva ciencia y un nuevo arte contra la cultura obsoleta del periodo decadente.
El proletariado se halla en situación muy distinta. En tanto que clase no poseedora, no puede crear espontáneamente en el curso de su lucha una cultura intelectual propia, a la vez que permanece en el marco de la sociedad burguesa. Dentro de dicha sociedad, mientras existan sus bases económicas, no puede haber otra cultura que la cultura burguesa.
Aunque ciertos profesores “socialistas” proclamen que el hecho de que los proletarios vistan corbata, utilicen tarjeta y manejen bicicletas son instancias notables de la participación en el progreso cultural, la clase obrera en cuanto tal permanece fuera de la cultura contemporánea. A pesar de que los obreros crean con sus manos el sustrato social de esta cultura, sólo tienen acceso a la misma en la medida en que dicho acceso sirve a la realización satisfactoria de sus funciones en el proceso económico y social de la sociedad capitalista.
La clase obrera no estará en condiciones de crear una ciencia y un arte propios hasta que se haya emancipado de su situación actual como clase.
Lo  más  que  puede  hacer  hoy  es  salvar  a  la  cultura  burguesa  del  vandalismo  de  la reacción burguesa y crear las condiciones sociales que son requisitos para un desarrollo libre de la cultura. Incluso dentro de estos límites, los obreros, dentro de la sociedad actual, pueden avanzar sólo en la medida en que creen las armas intelectuales que necesitan en la lucha por su liberación.
Pero esta reserva le impone a la clase obrera (mejor dicho, a los dirigentes intelectuales de la clase obrera) márgenes muy estrechos en el campo de la actividad intelectual. Toda su energía creadora está relegada a una rama específica de la ciencia, la ciencia social. Porque, en tanto que “gracias a la vinculación peculiar de la idea del Cuarto Estado con nuestra época 115 histórica”, el esclarecimiento relativo a las leyes del desarrollo social se ha vuelto esencial para los obreros en la lucha de clases, esta vinculación ha dado buenos frutos en la ciencia social y el monumento a la cultura proletaria de nuestro tiempo es… la doctrina marxista.
Pero la creación de Marx, que como hazaña científica es una totalidad gigantesca, trasciende las meras exigencias de la lucha del proletariado para cuyos fines fue creada. Tanto en su análisis detallado y exhaustivo de la economía capitalista, como en su método de investigación histórica con su infinito campo de aplicación, Marx nos ha dejado mucho más de lo que resulta directamente esencial para la realización práctica de la lucha de clases.
Sólo en la proporción en que nuestro movimiento avanza y exige la solución de nuevos problemas prácticos nos internamos en el tesoro del pensamiento de Marx para extraer y utilizar nuevos fragmentos de su doctrina. Pero como nuestro movimiento, como todas las empresas de la vida real, tiende a  seguir las viejas rutinas del pensamiento, y aferrarse a principios que han dejado de ser válidos, la utilización teórica del sistema marxista avanza muy lentamente.
Si, pues, detectamos un estancamiento en nuestro movimiento en lo que hace a todas estas cuestiones teóricas, ello no se debe a que la teoría marxista sobre la cual descansan sea incapaz de desarrollarse o esté perimida. Por  el contrario, se debe a que aún no hemos aprendido a utilizar correctamente las armas intelectuales más importantes que extrajimos del arsenal marxista en virtud de nuestras necesidades apremiantes en las primeras etapas de nuestra lucha. No es cierto que, en lo que hace a nuestra lucha práctica, Marx esté perimido o lo hayamos superado. Por el contrario, Marx, en su creación científica, nos ha sacado distancia como partido de luchadores. No es cierto que Marx ya no satisface nuestras necesidades. Por el contrario, nuestras necesidades todavía no se adecúan a la utilización de las ideas de Marx.
Así, las condiciones sociales de la existencia proletaria en la sociedad contemporánea, condiciones desentrañadas por primera vez por Marx, se desquitan con la suerte que le imponen a la propia teoría marxista. Aunque esa teoría es un instrumento sin igual para la cultura intelectual no se la utiliza porque, imposible de aplicar a la cultura burguesa, trasciende enormemente las necesidades de la clase obrera en materia de armas para la lucha diaria. Recién cuando la clase obrera se haya liberado de sus condiciones actuales de existencia, el método de investigación marxista será socializado junto con todos los demás medios de producción para utilizarlo en beneficio de la humanidad en su conjunto y para poder desarrollarlo en toda su capacidad funcional.

Chile: El financiamiento de la CIA a la Democracia Cristiana y su crucial papel en el golpe de 1973


Lunes, 14 de Enero de 2013 00:00 Paul Walder - Clarín

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Seguir la historia chilena contemporánea es como ingresar en un territorio oscuro, cerrado; se repiten los personajes y la trama se acerca a la tragedia. La historia de Chile de los últimos cincuenta años tiene, como las grandes tragedias, un sentido oculto, incluso más duro y cruel que el dolor y la sangre que baña la superficie.

La historia contemporánea, y por extensión la pasada, no responde exclusivamente a la historiografía ortodoxa ni a la agenda política. Eso es la apariencia. Como también lo es el hecho de contar con una historia propia, de nación independiente, soberana. Los grandes acontecimientos políticos de los últimos cincuenta años no fueron gestados sólo en Chile, como sí lo fue el crecimiento del movimiento social en busca de la justicia y libertad. Una fuerza oscura y silente, en la más completa extensión de estas palabras, se orquestó en Washington para impulsar en este rincón del mundo la peor tragedia de su corta historia.

La trama, escrita desde la Casa Blanca a inicios de la década de los 60 del siglo pasado, tuvo como objetivo frenar los procesos sociales en Chile y el ascenso de las fuerzas de Izquierda. Una estrategia puesta en marcha por Estados Unidos a través de diversos mecanismos, desde el adoctrinamiento militar e ideológico en la Escuela de las Américas al financiamiento de gremios empresariales, medios de comunicación y partidos políticos. En este punto, destaca el papel fundamental que jugó la Democracia Cristiana.

Esta es la línea de investigación del último libro del historiador Luis Corvalán Marquez, La secreta obscenidad de la historia de Chile contemporáneo, publicado por Ceibo Editores. El relato se inicia en los albores de los años sesenta, para terminar poco más de una década después.

La investigación de Corvalán Marquez está documentada, entre otros registros, por el informe de la comisión del Senado norteamericano que presidió Frank Church, sobre las actividades de la CIA en Chile. Una trama protagonizada por el mismo presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, el entonces director de la CIA, Richard Helms, y el secretario de Estado, Henry Kissinger. En años de guerra fría, la llegada al poder a través de elecciones de un gobierno de Izquierda anticapitalista en Sudamérica justificó todos los medios para eliminarlo: desde el financiamiento de partidos opositores, medios de comunicación, activistas de derecha, gremios, y claro está, las bien adiestradas fuerzas armadas.

Aun cuando la intervención de la CIA en Latinoamérica ya era muy activa, el caso chileno tiene especial relevancia. Era un proyecto socialista que surgía desde las urnas y se desarrolla acotado a la institucionalidad. Esto es precisamente lo que no tolera Washington: que Allende se convierta en un modelo latinoamericano y mundial. Washington, dice Corvalán Marquez, consideró que el eventual triunfo de la Izquierda en Chile cambiaría la correlación de fuerzas en el continente, estimulando procesos análogos, contribuyendo a que EE.UU. perdiera su hegemonía en la región. Para impedirlo, el gobierno norteamericano redobló su intervención en los asuntos chilenos. Dice el Informe Church que la CIA “financió actividades que cubrían un espectro amplio, desde la simple manipulación propagandística de la prensa hasta el financiamiento en gran escala de partidos políticos chilenos; desde sondeos de la opinión pública hasta intentos directos de fomentar un golpe de Estado”.

El proyecto reformista del PDC fue clave para los intereses estadounidenses, lo que está documentado en los tempranos vínculos entre el partido chileno y la CIA, que se profundizan durante los años siguientes hasta consumarse el plan B, que fue el golpe de Estado.

Aun cuando no está registrada la colaboración directa de la CIA en la salida neoliberal-binominal de la dictadura de Pinochet, hay numerosos antecedentes para afirmar que fue también articulada en Estados Unidos. Si el PDC, con Patricio Aylwin a la cabeza fue crucial para impulsar el golpe de 1973, hacia finales de los 80 el mismo Aylwin, representando al reformismo conservador, dirigió la transición neoliberal que mantuvo el modelo y la Constitución de Pinochet.

La DC apoyó el terrorismo de Estado

Los líderes de la Democracia Cristiana han levantado en estos días, como gran bandera moral, su rechazo a la violencia “venga de donde venga”, y su respeto por los derechos humanos. Desde los albores del gobierno de Eduardo Frei Montalva, el doble rasero DC se hizo evidente: en 1966 ese gobierno masacró a los mineros del yacimiento de cobre de El Salvador y poco después, en 1969, a los pobladores de Pampa Irigoin, en Puerto Montt.

El posterior apoyo DC a la conspiración, al golpe militar y al terrorismo de Estado es otra tremenda contradicción. Patricio Aylwin y los líderes de entonces proporcionaron cuadros técnicos a la dictadura, entre ellos Juan Villarzú y Alvaro Bardón, y sólo restaron su apoyo, dice el historiador Corvalán Marquez, cuando fue evidente que Pinochet no convocaría a elecciones.

“Lo que la directiva del PDC intentó luego del golpe, escribe Corvalán Marquez, no fue otra cosa que disputarle a la extrema derecha el ascendiente sobre los uniformados, buscando cooptarlos y hacerlos funcionales a sus propios fines”. Es cierto que este proceso tiene matices, como también lo tiene este partido con líderes no sólo impactados ante las violaciones a los derechos humanos, sino también víctimas del terrorismo de Estado, como Bernardo Leighton y su esposa, Anita Fresno, o valientes defensores de los perseguidos, como Andrés Aylwin.
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Otra clara muestra de la insensibilidad democratacristiana ante las violaciones de los derechos humanos fue, más tarde, el apoyo de algunos de sus militantes, como Gutenberg Martínez, al gobierno terrorista de Napoleón Duarte en El Salvador. Hace poco, Ismael Llona escribió que “entre 1984 y 1989, los amigos de Gutenberg apoyaron a este gobierno e incluso lo asesoraron. El gobierno de Napoleón Duarte atropelló sistemáticamente los derechos humanos”.

Un proceso que se remonta hasta hoy. Recientemente, la Democracia Cristiana con los votos de los senadores Soledad Alvear y Patricio Walker aprobó el ascenso del juez Juan Manuel Muñoz a la Corte Suprema. Durante su carrera, este magistrado rechazó investigar crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura militar. “En política, dijo el presidente del PDC, hay que saber hacer negociaciones”.

Lo más lamentable es la mesura y cortesía del Partido Comunista al referirse a exabruptos anticubanos, antivenezolanos y anticomunistas de la DC y de parlamentarios como Patricio Walker. El pacto Concertación-PC que se está cocinando, debería tener al menos una ética elemental: respetar la historia y la verdad.

LOS ALBORES DE LOS 60

El paradigma reformista requería de los vínculos con el PDC, los que se inician, según el Informe Church, hacia comienzos de la década de los 60, cuando EE.UU. empezó a hacer importantes aportes financieros al partido chileno. El año 1962, dice el Informe, “el Grupo Especial aprobó 50.000 dólares para fortalecer al PDC”. Agrega que “el 27 de agosto del mismo año, el Grupo Especial aprobó el uso de un canal de financiamiento a través de un tercer país, presupuestando ciento ochenta mil dólares para los democratacristianos chilenos durante 1963 (…) La elección presidencial de 1964 -dice el Informe- fue el principal ejemplo de un proyecto electoral de gran envergadura. La CIA gastó más de dos millones seiscientos mil dólares en apoyar la elección del candidato democratacristiano (Eduardo Frei Montalva, N. de PF), en parte para impedir el ascenso al poder del marxista Salvador Allende”.

Además del apoyo brindado a los partidos políticos -continúa el Informe-, la CIA montó una masiva campaña de propaganda anticomunista. Fue una “campaña del terror, -afirma-, que hizo abundante uso de imágenes de tanques soviéticos y pelotones de fusilamiento cubanos, y que estuvo dirigida especialmente a la mujer”. Durante la tercera semana de junio de 1964, un grupo financiado por la CIA producía diariamente veinte spots radiales para Santiago y 44 para estaciones de provincia, además de programas noticiosos de doce minutos de duración -cinco veces al día- en tres radios de Santiago y 24 de provincia.

DIPUTADOS FINANCIADOS POR LA CIA

El Informe Church es elocuente sobre esta materia. En febrero de 1965 -dice- el Comité 303 aprobó 175.000 dólares “para un proyecto de acción política de corto plazo, orientado a brindar apoyo clandestino a candidatos preseleccionados que participarían en las elecciones parlamentarias chilenas de marzo de 1965. Según la CIA, veintidós candidatos fueron seleccionados por la oficina local de la CIA y el embajador; de ellos, nueve fueron elegidos”. Hacia 1970, agrega el Informe, la CIA había gastado en total casi dos millones de dólares en operaciones secretas en Chile.

La campaña presidencial de 1970 tuvo ciertas diferencias para la CIA. Esta vez decidió no apoyar a ningún candidato en particular, en tanto centró sus esfuerzos en desprestigiar la candidatura de Salvador Allende. Tal cosa debía llevarse a la práctica a través de lo que la Agencia denominó “una campaña de sabotaje”. En total, “la Agencia gastó de ochocientos mil a un millón de dólares en acciones clandestinas para influir en el resultado de la elección presidencial de 1970”.

“La campaña del terror -dice el Informe-, contribuyó a la polarización política y al pánico financiero posterior al 4 de septiembre. Temas que se habían desarrollado para la campaña electoral recién concluida –agrega- fueron explotados por la CIA con más intensidad durante las semanas posteriores al 4 de septiembre, en un esfuerzo por causar pánico financiero e inestabilidad política suficientes para provocar que, en función del golpe, se movilizara el presidente Frei o los militares chilenos”.

EL TRIUNFO DE ALLENDE Y EL PLAN DE NIXON

El 15 de septiembre de 1970 se celebró en la Casa Blanca una reunión en la que participó el presidente Nixon, el asesor para asuntos de Seguridad, Henry Kissinger, el director de la CIA, Richard Helms y el procurador general John Mitchel. En ella el presidente planteó que “un gobierno de Allende en Chile no era aceptable para EE.UU.”. Con este predicamento procedió a ordenar a la CIA que tomara medidas para impedir que Allende accediera al poder. “No importan los riesgos involucrados -dijo-; diez millones de dólares disponibles, más si es necesario; trabajo a tiempo completo de los mejores hombres que tengamos; plan de acción: hacer que la economía chilena aúlle; 48 horas para el plan de acción”, ordenó Nixon.

El plan de Estados Unidos contaba con el apoyo de las ideologizadas fuerzas armadas y de los medios de comunicación, principalmente El Mercurio, al que le entregó más de un millón y medio de dólares. Pero el papel del PDC fue fundamental.

“Este partido, argumenta el historiador Corvalán, podría haber jugado durante la UP el rol de un verdadero centro, como muchos de sus integrantes lo intentaron. No obstante, la colectividad terminaría plegándose a la polarizadora política norteamericana. ¿Debido a qué? En medida importante al gran peso de su sector conservador, que finalmente pasará a controlar el partido, todo ello correlacionado con la radicalización de su base social, en gran parte clases medias, derivada del inducido deterioro económico del país y de la campaña del terror”.

La campaña -señala el Informe Church- fue de enormes proporciones. Ocho millones de dólares se gastaron en los tres años que van desde la elección de 1970 hasta el golpe militar de septiembre de 1973. Se entregó dinero a los medios de comunicación, a partidos políticos de la oposición y, en cantidades más limitadas, a gremios del sector privado.

Los aportes que EE.UU. hiciera a los opositores no se repartieron por igual. Beneficiaron principalmente al Partido Demócrata Cristiano y al Partido Nacional, en ese orden. Los documentos norteamericanos desclasificados, así como también el Informe Church, son categóricos al respecto, dice Corvalán Marquez. Durante el gobierno del presidente Allende, EE.UU. continuó proporcionando enorme apoyo financiero al PDC, que excedía al que entregaba a los otros partidos, respaldo que ahora “ya no buscaba potenciar una alternativa modernizadora frente a la revolución cubana y que impidiera un triunfo electoral de la Izquierda, como en la década anterior, sino el derrocamiento de Salvador Allende”.

Si el PDC llegaba a algún tipo de entendimiento con el presidente Allende sería muy difícil la implementación del golpe que buscaba EE.UU., pues en ese caso las fuerzas golpistas quedarían aisladas, como sucedió luego del 4 de septiembre de 1970 y todavía durante 1971, afirma el historiador. Si el PDC se plegaba al golpe -como a la larga terminó ocurriendo-, todo se allanaría. Esto explica por qué la potencia del norte consideraba que este partido era una de las “fuerzas internas” más importantes a los efectos de provocar el derrocamiento de Allende.

El apoyo financiero que la CIA entregara al PDC, en todo caso, se canalizó hacia su ala más conservadora. El Informe Church lo confirma cuando se refiere a la resolución que el 8 de septiembre de 1970 tomara el Comité 40 aprobando un fondo de 250.000 dólares para que, con el fin de impedir el ascenso de Allende, “Frei y su equipo de confianza lo utilizara”. Bien sabemos que la orientación anticomunista y antiizquierdista que caracterizaba a ese sector no era, sin embargo, compartida por otros segmentos de la colectividad, como la encabezada por Renán Fuentealba.

DOLARES Y RADIOS PARA UN PDC GOLPISTA

El PDC distó mucho de jugar el rol de un verdadero centro político, afirma Corvalán, es decir, el rol de fuerza abierta a la negociación y al acuerdo. Por el contrario, convergiendo con una extrema derecha que había retomado sus tradiciones golpistas, cumplió una acentuada función polarizadora. Fue así como en 1971 comenzó a apoyar los paros gremiales. Luego, en diciembre de ese año, participó con el PN y el Frente Nacionalista Patria y Libertad en la llamada “marcha de las cacerolas vacías”.

“A comienzos de 1971 -sostiene el Informe- fondos de la CIA permitieron que el PDC y PN compraran sus propias estaciones de radio y diarios”, precisamente por cuanto serían los mensajes comunicacionales los que debían sembrar un estado de anormalidad sicológica en la población, generando, a través de las campañas del terror, miedos irracionales al “totalitarismo marxista”.

Para el periodo 70-73, el Informe Church registra periódicas entregas de dinero al PDC por parte de la CIA. Un detalle es el siguiente: “13 de noviembre (de 1970): el Comité 40 aprueba 25.000 dólares para apoyar candidatos de la Democracia Cristiana; el 22 de marzo (de 1971): el Comité 40 aprueba 185.000 dólares adicionales para apoyar al Partido Demócrata Cristiano; el 10 de mayo (1971): el Comité 40 aprueba 77.000 dólares para la compra de una imprenta para el diario del Partido Demócrata Cristiano. La imprenta no se compra -añade el Informe- y los fondos son utilizados para apoyar el diario; el 26 de mayo (1971): el Comité 40 aprueba 100.000 dólares para ayuda de emergencia que permita al Partido Demócrata Cristiano pagar deudas de corto plazo”.

Con los compromisos adquiridos por el PDC con la CIA los eventos tomaron una sola dirección. Así, el llamado al diálogo que hiciera Salvador Allende el 1º de mayo cayó en el vacío. Tanto o más cuando el 3 de ese mes el sector conservador de la DC asumiera el control formal del partido, cuya presidencia quedó en manos de Patricio Aylwin, quien se caracterizaba por su incondicionalidad al ex presidente Frei. El 5 de julio cayeron las máscaras, cuando Aylwin hizo una declaración en la que afirmó que “la mejor garantía para el restablecimiento de la normalidad democrática (era) la incorporación institucional de las Fuerzas Armadas al gobierno, con poderes efectivos para realizar las rectificaciones…”.

Luis Corvalán Marquez, en un texto titulado “La crisis de la dictadura y la mano de EE.UU. en la imposición de un recambio neoliberal” retoma, a partir de la mitad de los 80, la presión de Estados Unidos sobre la política chilena. Como el Departamento de Estado negocia el fin de la dictadura, acude a las mismas figuras que usó para sacar a Allende. El PDC vuelve a ser funcional a EE.UU., es el comodín contra la Izquierda y contra una dictadura que ya estaba obstaculizando el desarrollo del modelo neoliberal.

A partir de entonces, la historia es más cercana pero igualmente oscura. Aun cuando hay tantos antecedentes sobre los vínculos entre Estados Unidos y la oposición de entonces, mantenemos nuestra perplejidad al observar el giro que dio la Concertación, al apoyar las privatizaciones, la desregulación de los mercados, al abrazar el modelo neoliberal y la Constitución de 1980. En los múltiples trabajos e investigaciones sobre esa época, aún no hay una respuesta clara de la elite de la Concertación que explique este giro, que tiene características de traición. Al leer el texto de Corvalán, tal vez podamos concluir que las relaciones del PDC con EE.UU. y la CIA hacen de aquella voltereta algo innombrable.

PAUL WALDER

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 774, 11 de enero, 2013


Chile: Responsabilidad de civiles en el Golpe

Martes, 15 de Enero de 2013 00:00 Alvaro Cuadra*- Clarín
 
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Pocas veces se ha advertido la tremenda responsabilidad de los civiles en el golpe de estado de 1973. La dictadura chilena, finalmente, tuvo en carácter cívico – militar. Si bien Augusto Pinochet fue el rostro visible de la conspiración para instalar en nuestro país una atroz dictadura que costó miles de torturados y asesinados, se olvida que hubo muchos políticos de derechas que prepararon el camino y, más tarde, sirvieron como sostenedores y funcionarios del régimen. Basta examinar la prensa de la época para constatar que prominentes políticos de la CODE, la alianza de la derecha integrada por el Partido Nacional y la Democracia Cristiana, llamaban abiertamente a la intervención militar.

Durante el mes diciembre del año 2012, los abogados Eduardo Contreras Mella y Alfonso Insunza Bascuñan han presentado una querella criminal, inédita en la justicia chilena, en representación de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD) y de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos (AFEP) por delitos de lesa humanidad cometidos por uniformados y civiles, con una clara complicidad de la prensa de la época. De hecho, todos los informes sobre derechos humanos y algunos fallos judiciales precedentes han establecido que en Chile, en efecto, hubo cientos de detenidos, miles de ejecutados de manera ilegal, torturados, violados y violadas y hechos prisioneros sin juicio alguno.

Una importante fuente en torno a la participación de civiles, chilenos y extranjeros, en la conspiración que culminó con la dictadura de Pinochet, lo constituye el informe del senado norteamericano llamado Informe Church (1975) que establece con meridiana claridad la intervención de la CIA y los pagos a personeros de la política, las fuerzas armadas y la prensa en suelo chileno con el propósito de derrocar al gobierno constitucional del presidente Salvador Allende. De acuerdo a dicho informe, la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos invirtió ocho millones de dólares durante el periodo 1970 – 1973, financiando al diario de Agustín Edwards “El Mercurio” y al poderoso gremio de los camioneros para sostener una prolongada huelga durante 1972.

Hasta el presente, la justicia chilena ha acogido de manera débil y parcial las querellas presentadas contra personeros civiles responsables como autores o cómplices de graves delitos cometidos antes, durante y después del golpe de estado. De hecho, la querella presentada por los abogados Contreras e Insunza todavía no llega a manos de un juez a casi un mes de su presentación. La desidia de los tribunales nacionales contrasta con sus homólogos de otras latitudes como es el caso de Uruguay, a lo que se suma el desinterés de la prensa chilena de hoy por esclarecer estos temas, lo que está señalando con claridad que los civiles responsables de graves ilícitos todavía siguen impunes, muchos de ellos, en posiciones de poder hasta el presente.

A casi cuarenta años, la responsabilidad de los civiles en el golpe militar que sumió a Chile en su peor tragedia del siglo XX sigue siendo un imperativo ético y político pendiente. No es concebible una democracia más plena sin el esclarecimiento de los crímenes cometidos durante la dictadura de Augusto Pinochet, no es sano para un país vivir el clima de impunidad que ha caracterizado durante todos estos años nuestra institucionalidad democrática. Las nuevas generaciones de chilenos reclaman en las calles por la verdad y la justicia, única manera de superar el dolor y avanzar hacia un mañana más digno.

Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS


Justicia condena al Estado chileno a indemnizar a ex prisioneros de Isla Dawson
Martes, 15 de Enero de 2013 10:12 Colaboradores- Clarín

 El 10 de Enero del año 2008, 31 ex prisioneros políticos torturados, sometidos a trabajos forzados y confinados en los campos de concentración de Isla Dawson y Magallanes entre 1973-1974, durante la dictadura militar liderada por Augusto Pinochet, demandaron  por daños y perjuicios al Estado de Chile.

Hoy, después de cinco años de proceso, la “Demanda en juicio de hacienda de ex prisioneros políticos de Isla Dawson y Magallanes contra el Estado de Chile”, presentada por Elie Valencia, Miguel Loguercio, Baldovino Gómez, Héctor Avilés y otros, patrocinada por el abogado Víctor Rosas Vergara, ha tenido un fallo favorable en la sentencia de primera instancia notificada el 15 de enero de 2013 por la Juez Titular del 18º Juzgado Civil de Santiago, señora Claudia Donoso Niemayer.

Esta sentencia dictamina que los derechos humanos “son inherentes al ser humano durante toda la existencia de éste, no es posible sostener a juicio de esta sentenciadora que un Estado pretenda desconocer la reparación necesaria y obligatoria, ya que ello significaría el desconocimiento del Derecho Humano conculcado”. El  fallo también establece la “imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de lesa humanidad”, y da “lugar a la acción indemnizatoria solicitada respecto del daño moral sufrido por los actores,” el que “este juzgado estima prudencialmente en $150.000.000 para cada uno de los demandantes, atendida la gravedad de las violaciones a los derechos humanos a que fueran sometidos los demandantes, que incluye el tiempo que se encontraron privados de libertad, tanto que fueran reconocidos como víctimas del Estado Chileno en el Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, lo que naturalmente conlleva gran dolor y aflicción que provocan en un ser humano sujeto a aquellos, no sólo dolor físico inmediato sino que además un estado de vulnerabilidad interna con efectos permanentes”.

El Estado de Chile debiera moralmente acatar la resolución judicial y abstenerse de apelar esta sentencia. En un comunicado, los ex prisioneros demandantes hacen “un llamado al Consejo de Defensa del Estado de Chile a reconocer esta sentencia y establecer que en Chile se rechaza la tortura y la prisión política como sucedió en los campos de concentración de Isla Dawson. Estamos dispuestos a concordar con el Consejo de Defensa del Estado las formas de  facilitar la ejecución de este veredicto ejemplar del estado de derecho chileno en democracia”.




CHILE: ISLA DAWSON, CAMPO DE DETENCION DEL PINOCHETISMO
La isla del terror


La Justicia chilena fijó una indemnización para 31 ex presos políticos que fueron confinados a prisión en la región de Magallanes, donde soportaron torturas.

Por Christian Palma - Página 12

Desde Santiago

“Me sentí como el protagonista de una de esas películas de la Segunda Guerra Mundial. Cuando llegamos al campo, algunos lloramos al ver tantas murallas alambradas. Había veintisiete. Era difícil de creer”, dijo Baldovino Gómez en 1989 a la desaparecida revista Análisis, férrea opositora a la dictadura de Pinochet. Gómez fue uno de los muchos prisioneros que tras el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 fueron confinados a la ya mítica Isla Dawson, ubicada a cien kilómetros de Punta Arenas, en el Estrecho de Magallanes. A ese lugar, donde literalmente se acaba el mundo, llegaron al menos cien prisioneros a los pocos días de la irrupción militar. Otras cifras hablan de hasta cuatrocientos presos recluidos en cuatro barracas, que estuvieron hasta octubre de 1974, cuando se clausuró el campo de concentración.

El 10 de enero de 2008, 31 ex prisioneros políticos de la Región de Magallanes, que fueron torturados y sometidos a trabajos forzados y confinados en los campos de concentración de Isla Dawson y Magallanes, demandaron por daños y perjuicios al Estado de Chile. Después de cinco años de esa acción legal, la demanda presentada por los ex prisioneros Elie Valencia, Miguel Loguercio, Baldovino Gómez, Héctor Avilés y otros, patrocinada por el abogado Víctor Rosas, tuvo un fallo favorable en la sentencia de primera instancia notificada por la jueza Claudia Donoso:

“Esta sentencia dictamina que los derechos humanos son inherentes al ser humano durante toda la existencia de éste, no es posible sostener que un Estado pretenda desconocer la reparación necesaria y obligatoria, ya que ello significaría el desconocimiento del derecho humano conculcado”, señala la sentencia. Establece además la “imprescriptibilidad” de los crímenes de guerra y de lesa humanidad y fijó una indemnización por el daño moral a los afectados, de 150 millones de pesos chilenos (320.000 dólares aproximadamente) para cada uno de los demandantes. Esto “atendida la gravedad de las violaciones a los derechos humanos a que fueran sometidos, que incluye el tiempo que se encontraron privados de libertad y que fueran reconocidos como víctimas del Estado chileno en el Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura”.

Los demandantes estiman que el Estado de Chile “debiera moralmente acatar la resolución judicial y abstenerse de apelar esta sentencia”.

Desde Punta Arenas y capeando los fuertes vientos registrados ayer en la zona, Baldovino Gómez contó a Página/12 que “es un pequeño paso, pero importante, sobre todo porque se cumplen cuarenta años de la instauración de dictadura en Chile. Estos crímenes son imprescriptibles y de alguna manera se hace justicia. Acá hubo una práctica sistemática del Estado para agredir y vulnerar los derechos humanos”.

En la Isla Dawson, los presos eran obligados a hacer marchas y formaciones militares, hacer ejercicios y realizar trabajos forzosos. Su trabajo consistía en instalar postes y cables, llenar camiones con todo tipo de material, limpiar caminos, excavar canales, acarrear sacos de ripio al trote y recolectar helechos en descomposición de un pantano, para ser usados como abono.

Destacados políticos involucrados en el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende fueron enviados al lugar. Entre los detenidos de la UP se encontraba Orlando Letelier (asesinado en Washington por agentes del régimen militar de Pinochet en 1976), José Tohá (ministro de Allende, asesinado al comienzo de la dictadura), el ex senador Sergio Bitar (autor de un libro acerca de su paso por Dawson) y el ex ministro de Minería Benjamin Teplinsky, entre otros.

Según datos de www.daw son2000.com, agrupación de los hombres y mujeres que sufrieron la represión y violaciones de derechos humanos bajo la dictadura militar en la Patagonia magallánica, en la isla existían tres categorías de celdas. En el nivel uno, el prisionero contaba con ropa y frazadas; en el nivel dos, no se les daba frazadas, y en el tres, se les negaba acceso a ambas cosas. Simulacros de ejecuciones y acoso generalizado eran prácticas comunes en el interior de la isla. A los presos no se les permitía tener comunicación con sus familiares, excepto en la forma de una carta preimpresa estándar en la que se dejaban algunos espacios en blanco. De esta manera, los presos podían recibir a veces encomiendas y cartas de sus seres queridos, aunque éstos eran rigorosamente censurados. Los prisioneros se lavaban en un canal con agua servida y las comidas y barracas de alojamiento eran muy deficitarias.