jueves, 7 de marzo de 2013

Una marea roja despide a Hugo Chávez



Hugo Chávez, el odio del imperialismo y de las burguesías, el amor de los pueblos rebeldes 

por Nestor Kohan

Miércoles, 06 de Marzo de 2013



  1. Miles de personas acompañan al feretro del presidente Chávez por las calles de Caracas. - JORGE DAN LÓPEZ (REUTERS)

Tristeza y dolor. De allí partimos. ¿Por qué disimular los sentimientos y disfrazarlos con refinamientos artificiales que se cocinan en su propia tinta y, en última instancia, no dicen absolutamente nada?


Tristeza y dolor. De allí partimos. ¿Por qué disimular los sentimientos y disfrazarlos con refinamientos artificiales que se cocinan en su propia tinta y, en última instancia, no dicen absolutamente nada? Sí, tristeza y dolor ante la muerte de un compañero y un luchador que se jugó la vida más de una vez por los humildes, por los de abajo y que se animó a enfrentar a la potencia más agresiva y feroz de todo el planeta. Pero también todo nuestro reconocimiento, nuestro respeto, nuestro emocionado homenaje.
Al leer diversas notas y artículos, escritos sobre la muerte reciente de Hugo Chávez, percibo en la intelectualidad de izquierda, crítica o progresista, cierta actitud vergonzante. Le rinden respeto, pero “con cuidado” y sin salirse, claro, de los buenos modales.

Como si al rendir el homenaje que se merece este enorme luchador fallecido tuvieran que hacer reverencias y justificarse ante los críticos de Chávez, la socialdemocracia (abiertamente proimperialista), el autonomismo (sí, pero no, quizás, tal vez, aunque un poquito, no obstante, sin embargo) o diversas variantes de la izquierda eurocéntrica (que añorando un esquema simplificado de la revolución bolchevique desconoce cualquier novedad en la historia —sobre todo si sucede en el Tercer Mundo— y en la práctica cotidiana termina siendo más tímida y suave que la Madre Teresa de Calcuta).

Ninguna vergüenza compañeros, no hay que pedir perdón, compañeras. No tengan miedo, no se cuiden tanto. Hugo Chávez se merece el homenaje y el reconocimiento sincero y abierto de los pueblos en lucha de todo el continente. Sin medias tintas. Sin calculitos mediocres, pusilánimes y timoratos. Chávez se la jugó, arriesgó el pellejo, estuvo a punto de morir en un golpe de Estado y no se arrodilló ni tuvo miedo ante el enemigo.

Su valentía no sólo fue física y personal. También fue teórica y política. Cuando nadie daba dos pesos por la bandera roja, se animó a patear el tablero de la agenda progresista y volvió a poner en discusión nada menos que… el socialismo. Los compañeros zapatistas, que jugaron un gran papel en los ’90 cuestionando el neoliberalismo y por eso ganaron merecido reconocimiento y admiración en todo el mundo progresista, nunca llegaron a plantear el socialismo. Ni el del siglo XXI ni ningún otro. El socialismo estaba directamente fuera de agenda. Tampoco se hablaba de imperialismo. Ni siquiera de revolución. De nada de eso se podía hablar. Ni siquiera se mencionaban esos conceptos o esas categorías anticapitalistas. Eran palabras prohibidas. La inquisición del pensamiento elegante y políticamente correcto las había enterrado.

Hugo Chávez, dio un paso más. Retomó las justas rebeldías que gritaban “Otro mundo es posible” y cuestionaban el neoliberalismo pero les dio varias vueltas de tuerca. Ese otro mundo posible no puede ser otro que… el socialismo. Lo gritó en las narices del imperio, en la frente de la derecha y en la nuca del mundo progresista. Si te gusta, bien, y sino, también. Dio vuelta a una página de la historia. Ya nada fue como hasta entonces.

“¿Cómo? ¿El socialismo?” Sí, el socialismo. Ese mismo que todas las derechas del mundo y muchas “izquierdas” creían enterrado bajo los ladrillos apolillados de esa pared que, carcomida por dentro, se cayó en 1989, allá lejos, en algunos barrios de Alemania donde se bebe tanta cerveza.

“¿De dónde salió este loco trasnochado? ¿Qué texto clásico habrá leído Chávez en alguna librería de usados o en alguna biblioteca de viejitos para comenzar a reclamarle a todo el mundo que no se olviden del socialismo?”El “clásico” que había leído Hugo Chávez para reinstalar al socialismo en la agenda de los movimientos sociales y los pueblos rebeldes del nuevo siglo era… Simón Bolívar. Otro “loco al frente de un ejército de negros” como llamaban despectivamente al Libertador los diplomáticos norteamericanos y sus  agentes de inteligencia a inicios del siglo XIX.

Sí, el mismo Simón Bolívar que los Documentos de Santa Fe (núcleo de acero de la estrategia del Pentágono y el neomarcartismo “multicultural” norteamericano) ubicaban como enemigo subversivo al lado de Hugo Chávez en Venezuela y de las FARC-EP en Colombia. Esa era su fuente de inspiración. Simón Bolívar, el Quijote del siglo XIX.

            A despecho de tantos “inspectores de revoluciones ajenas” (como solía ironizar Rodolfo Puiggrós frente a quienes nunca organizaron ni encabezaron ninguna lucha histórica importante pero viven levantado el dedito para insultar a los demás), Hugo Chávez no sólo reinstaló el debate por el socialismo como horizonte político y cultural para los pueblos de Nuestra América. No sólo dialogó durante años con su pueblo sobre historia, enseñando en cada programa de Aló presidente sobre las guerras de independencia del siglo XIX, defendiendo la identidad cultural de Nuestra América. Por si esa tarea pedagógica de masas no alcanzara, también comenzó a reivindicar públicamente autores malditos y endemoniados como Ernesto Che Guevara, Vladimir I. Lenin, León Trotsky o Rosa Luxemburg. Tuve la oportunidad y el honor de escucharlo en persona, más de una vez, referirse a estos herejes de la revolución mundial diciendo, con esa sonrisa tan irónica y tierna al mismo tiempo: “Queridos hermanos ¡Éste es el camino! La creación de hombres y mujeres nuevas, como proponía el Che Guevara. La única salida es internacional. No puede haber soluciones en países aislados ni socialismo en un solo país. La solución es el socialismo y es a nivel internacional”. No me lo contó nadie. No lo leí. Lo ví y lo escuché directamente, enarbolando y defendiendo las ideas de esos herejes.

Siempre sus discursos incluían frases como esta: “Estuve leyendo este libro….” Y ahí comenzaba una auténtica pedagogía popular, crítica, masiva. Porque Hugo Chávez supo emplear la TV y otros medios masivos para concientizar, para incentivar el estudio, para abrir grandes debates, en los cuales nunca se cansaba de recomendar libros de historia, libros marxistas, libros de la teoría de la dependencia. Era un lector voraz, a pesar de tantas actividades (Miguel Rep, compañero y amigo, le dio en persona un libro que hicimos juntos sobre Antonio Gramsci, yo también se lo regalé, Chávez se sacó varias fotos ante la prensa con ese libro sobre la mesa. Un honor).

Este gran pedagogo popular, con un gesto diplomático que también tenía mucho de ironía, se animó a regalarle al presidente de Estados Unidos Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. Era una manera muy sutil de tratarlo de bruto y al mismo tiempo de mostrarle que los pueblos de Nuestra América debemos superar de una buena vez ese complejo (típicamente colonial) de inferioridad que nos han inoculado las burguesías lúmpenes, socias menores y cómplices del imperialismo.

            Siguiendo las enseñanzas del Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826, Chávez promovió de manera obsesiva una serie interminable de iniciativas institucionales integradoras a nivel regional (desde el ALBA hasta Telesur; desde Petrocaribe hasta el Banco del Sur; desde la UNASUR hasta la CELAC, etc.) pero al mismo tiempo apoyó a la insurgencia y a la guerrilla comunista, principalmente de las FARC-EP de Colombia. Esa es la verdad. A veces lo dijo en público, otras veces no. Incluso cuando tomó decisiones equivocadas (como en el caso de Joaquín Pérez Becerra, que en su oportunidad criticamos públicamente), nunca rompió sus relaciones con la insurgencia. Esa misma insurgencia comunista que gran parte del progresismo y de la intelectualidad crítica no se anima ni siquiera a mencionar. Mientras tanto le brindó su mano generosa y fraterna a la revolución cubana y a su gran amigo Fidel Castro, a quien quería como un padre. En un movimiento sumamente complejo, trató de unificar o al menos de aglutinar a nivel continental las iniciativas institucionales con las insurgentes y comunistas, las de arriba con las de abajo, las estatales con las sociales en el abanico multicolor de un gran frente continental antiimperialista por el socialismo.

Faltándole el respeto a los esquemas, pero no a la revolución, Hugo Chávez, sumamente iconoclasta, no tuvo miedo de conjugar a Marx con Bolívar ni al Che Guevara con Jesús. Como Simón Bolívar en el siglo XIX, quien sintetizaba a Tupac Amaru con Rousseau, su mejor discípulo en nuestra época se animó a desempolvar el pensamiento político más radical para volverlo actual y políticamente operante. No en la comodidad de una cátedra, sino en la vida. Y lo hizo enfrentando a los peores y más prepotentes genocidas del planeta, de quienes se rió en su cara más de una vez (todos recordamos cuando en una tribuna diplomática internacional dijo, con una sonrisa irónica inconfundible en los labios: “esta tribuna huele a azufre, acá estuvo el diablo, acá estuvo el presidente de los Estados Unidos”. ¡Se reía en la cara del presidente más poderoso del planeta! Lo disfrutaba como un niño desobediente. Tanto como cuando expulsó sin contemplaciones al embajador yanqui de Venezuela o cuando desafió al insolente rey franquista de España. ¿Cuántos se animaron a hacer algo aunque sea similar en nuestra época?

No exageramos. Fue tan original y tan antiimperialista como su principal maestro e inspirador, Simón Bolívar. Pero entre ambos existe una gran diferencia histórica y política que marca cuánto hemos avanzado en esta búsqueda de la tierra prometida y de la liberación de Nuestra América. Mientras Bolívar murió solo y aislado, triste y desolado, incomprendido e incluso repudiado, Chávez muere rodeado, amado y llorado por todos los pueblos de Nuestra América. Bolívar no aró en el mar. Hugo Chávez supo retomar su estrella de fuego.

¿Después de su muerte? ¿El abismo y el desierto? De ninguna manera. La continuidad de una extensa lucha por el socialismo y la segunda y definitiva independencia de Nuestra América. Muerto Chávez, habrá otros Chávez como hubo nuevos Che Guevara. Las nuevas generaciones se inspirarán en su rebeldía para seguir combatiendo contra los molinos de viento del capital.

El odio del imperialismo y de las burguesías, el amor de los pueblos rebeldes. Eso ha sido, eso es y eso será Chávez.
¡Hasta la victoria siempre comandante!
Barrio de Once, marzo de 2013

Comandante Hugo Chávez Frías, in memoriam


(Por Atilio A. Boron)

5.3.2013

Con profundo dolor comparto esta reflexión sobre el fallecimiento de Hugo Chávez Frías, un hombre que marcó un antes y un después en la historia de América Latina y el Caribe.


Mi último encuentro con Chávez, en Caracas, Sesión de la Asamblea Nacional 
en día patrio de Venezuela, el 5 de Julio del 2012 


¡Gloria al bravo Chávez!

 Cuesta muchísimo asimilar la dolorosa noticia del fallecimiento de Hugo Chávez Frías. No puede uno dejar de maldecir el infortunio que priva a Nuestra América de uno de los pocos “imprescindibles”, al decir de Bertolt Brecht, en la inconclusa lucha por nuestra segunda y definitiva independencia. La historia dará su veredicto sobre la tarea cumplida por Chávez, aunque no dudamos que será muy positivo. Más allá de cualquier discusión que legítimamente puede darse al interior del campo antiimperialista –no siempre lo suficientemente sabio como para distinguir con claridad amigos y enemigos- hay que partir reconociendo que el líder bolivariano dio vuelta una página en la historia venezolana y, ¿por qué no?, latinoamericana. Desde hoy se hablará de una Venezuela y Latinoamérica anterior y de otra posterior a Chávez, y no sería temerario conjeturar que los cambios que impulsó y protagonizó como muy pocos en nuestra historia llevan el sello de la irreversibilidad. Los resultados de las recientes elecciones venezolanas –reflejos de la maduración de la conciencia política de un pueblo- otorgan sustento a este pronóstico. Se puede desandar el camino de las nacionalizaciones y privatizar a las empresas públicas, pero es infinitamente más difícil lograr que un pueblo que adquirió conciencia de su libertad retroceda hasta instalarse nuevamente en la sumisión. En su dimensión continental, Chávez fue el protagonista principal de la derrota del más ambicioso proyecto del imperio para América Latina: el ALCA. Esto bastaría para instalarlo en la galería de los grandes patriotas de Nuestra América. Pero hizo mucho más.

     Este líder popular, representante genuino de su pueblo con quien se comunicaba como nunca ningún gobernante antes lo había hecho, sentía ya de joven un visceral repudio por la oligarquía  y el imperialismo. Ese sentimiento fue luego evolucionando hasta plasmarse en un proyecto racional: el socialismo bolivariano, o del siglo veintiuno. Fue Chávez quien, en medio de la noche neoliberal, reinstaló en el debate público latinoamericano -y en gran medida internacional- la actualidad del socialismo. Más que eso, la necesidad del socialismo como única alternativa real, no ilusoria, ante la inexorable descomposición del capitalismo, denunciando las falacias de las políticas que procuran solucionar su crisis integral y sistémica preservando los parámetros fundamentales de un orden económico-social históricamente desahuciado. Como recordábamos más arriba, fue también Chávez el mariscal de campo que permitió propinarle al imperialismo la histórica derrota del ALCA en Mar del Plata, en Noviembre del 2005. Si Fidel fue el estratega general de esta larga batalla, la concreción de esta victoria habría sido imposible sin el protagonismo del líder bolivariano, cuya elocuencia persuasiva precipitó  la adhesión del anfitrión de la Cumbre de Presidentes de las Américas, Néstor Kirchner; de Luiz Inacio “Lula” da Silva; y de la mayoría de los jefes de estado allí presentes, al principio poco propensos –cuando no abiertamente opuestos- a desairar al emperador en sus propias barbas. ¿Quién si no Chávez podría haber volcado aquella situación? El certero  instinto de los imperialistas explica la implacable campaña que Washington lanzara en su contra desde los inicios de su gestión. Cruzada que, ratificando una deplorable constante histórica, contó con la colaboración del infantilismo ultraizquierdista que desde dentro y fuera de Venezuela se colocó objetivamente al servicio del imperio y la reacción.

     Por eso su muerte deja un hueco difícil, si no imposible, de llenar. A su excepcional estatura como líder de masas se le unía la clarividencia de quien, como muy pocos, supo descifrar y actuar inteligentemente en el complejo entramado geopolítico del imperio que pretende perpetuar la subordinación de América Latina. Supeditación que sólo podía combatirse afianzando –en línea con las ideas de Bolívar, San Martín, Artigas, Alfaro, Morazán, Martí y, más recientemente, el Che y Fidel- la unión de los pueblos de América Latina y el Caribe. Fuerza desatada de la naturaleza, Chávez “reformateó” la agenda de los gobiernos, partidos y movimientos sociales de la región con un interminable torrente de iniciativas y propuestas integracionistas: desde el ALBA hasta Telesur; desde Petrocaribe hasta el Banco del Sur; desde la UNASUR y el Consejo Sudamericano de Defensa hasta la CELAC.Iniciativas todas que comparten un indeleble código genético: su ferviente e inclaudicable antiimperialismo. Chávez ya no estará entre nosotros, irradiando esa desbordante cordialidad; ese filoso y fulminante sentido del humor que desarmaba los acartonamientos del protocolo; esa generosidad y altruismo que lo hacían tan querible. Martiano hasta la médula, sabía que tal como lo dijera el Apóstol cubano, para ser libres había que ser cultos. Por eso su curiosidad intelectual no tenía límites. En una época en la que casi ningún jefe de estado lee nada -¿qué leían sus detractores Bush, Aznar, Berlusconi, Menem, Fox, Fujimori?- Chávez era el lector que todo autor querría para sus libros. Leía a todas horas, a pesar de las pesadas obligaciones que le imponían sus responsabilidades de gobierno. Y leía con pasión, pertrechado con sus lápices, bolígrafos y resaltadores de diversos colores con los que marcaba y anotaba los pasajes más interesantes, las citas más llamativas, los argumentos más profundos del libro que estaba leyendo. Este hombre extraordinario, que me honró con su entrañable amistad, ha partido para siempre. Pero nos dejó un legado inmenso, imborrable, y los pueblos de Nuestra América inspirados por su ejemplo seguirán transitando por la senda que conduce hacia nuestra segunda y definitiva independencia. Ocurrirá con él lo que con el Che: su muerte, lejos de borrarlo de la escena política agigantará su presencia y su gravitación en las luchas de nuestros pueblos. Por una de esas paradojas que la historia reserva sólo para los grandes, su muerte lo convierte en un personaje inmortal.  Parafraseando al himno nacional venezolano: ¡Gloria al bravo Chávez! ¡Hasta la victoria, siempre, Comandante!