lunes, 21 de abril de 2014

Sobre la construcción del Partido Comunista de Vietnam



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por Miguel Urbano Rodrigues    Abril /2014 La Haine

Los que deberían transmitir por el país las decisiones adoptadas, tendrían que hacerlo oralmente. El tío Ho temía que los documentos cayesen en manos del enemigo 


La Historia no registra una guerra de liberación similar a la del pueblo vietnamita. La lucha armada contra el colonialismo se inició en l944 y finalizó en l975 con la toma de Saigón al gobierno títere allí instalado por los Estados Unidos.

Las fuerzas revolucionarias habian derrotado primero a los franceses, forzándolos a reconocer la independencia del Vietnam del Norte. La intervención militar norteamericana señaló el inicio de otra guerra cuyo desenlace fue la derrota militar de la más poderosa potencia mundial.

Solamente en las epopeyas míticas del Gilgamesh babilónio y la Ilíada de Homero se encuentra un desafío victorioso a lo imposible comparable a lo del pueblo de Ho Chi Minh.

Sobre ella medité conmovido hace unos días al leer un libro: “La Primera resistencia vietnamita”, de Nguyen Giap y Quoq Viet. Lo compré en Santiago do Chile durante el gobierno de Allende, pero no lo leí entonces y lo consideraba perdido. Es una edición mexicana de la editorial Grijalbo, fechada en 1970.

La primera parte fue escrita por el general Giap, el gran estratega que derrotó a los franceses en Dien Bien Phu y después a los norteamericanos en una serie de campañas que le generaron prestigio mundial como genio militar.

En contextos históricos, geográficos y culturales muy diferentes, dos factores en las revoluciones rusa y vietnamita fueron decisivos para la victoria: un gran partido y un gran líder.

En este pequeño libro (159 páginas) el principal personaje es el Partido. Yo admiraba la gesta vietnamita pero tenía dificultad en comprender cómo había sido posible construir en condiciones tan adversas una organización comunista capaz de asumir en la lucha por la independencia el papel de vanguardia.

Giap evoca en su texto el primer encuentro, en el Norte de Tonkín, con Ho Chi Minh, tras el inicio de la II Guerra Mundial. En l940, los japoneses ocuparon sin resistencia las colonias de Indochina, pero la administración permanecía en manos francesas y la policía y las tropas de Vichy desencadenaron una feroz represión contra los patriotas del movimiento libertador.

GIAP EVOCA SU PRIMER ENCUENTRO CON HO CHI MINH

El Tío Ho -como le llamaban- se encontró en la frontera chino-vietnamita con un reducido número de emigrados que se habían refugiado en el país vecino. Del hacían parte Pham Van Dong, futuro primer ministro y Giap, un joven abogado y profesor de Historia que se había adherido al Partido.

Ho Chi Minh dio prioridad a la formación política de eses cuadros que deberían volver al país para crear en el Norte de Tonkín las primeras bases de la Liga Vietminh.

El profesor de esos cursos fue él. Discutió el programa, sometido a la aceptación colectiva. Las lecciones, adaptadas al nivel de las masas, eran muy simples.

Los militantes atravesaron la frontera en la Provincia de Cao Bang e iniciaran el trabajo político en una región donde predominaban campesinos de la minoría Nung que comprendían mal la lengua vietnamita.

El Tío Ho se reunió poco después al grupo. Estableció su puesto de mando en una cueva, en las montañas. Giap recuerda que allí las condiciones de vida en una rigurosa clandestinidad eran extremamente duras. Un día en que, gravemente enfermo, temía un desenlace fatal, Ho llamó a Giap y le dijo: «En este momento la coyuntura nacional e internacional nos es muy favorable. Nuestro Partido no debe dejar pasar la oportunidad. Debemos asumir la dirección de la lucha para la conquista de la independencia, cueste lo que cueste, aunque arda toda la cordillera vietnamita (…) Sobre la lucha armada, a partir del momento en que las circunstancias sean propicias, será preciso iniciarla con determinación, pero sin olvidar la consolidación de nuestras bases para evitar cualquier tropiezo». Parecía dictar su última voluntad. Felizmente se curó y dirigió la lucha por muchos años.

El sabía –subraya Giap- «comunicarnos maravillosamente su inquebrantable fe en la Victoria de la revolución (…) Situaba el problema a debatir y nos daba algún tiempo para reflexionar sobre el. A continuación se realizaba la reunión y el debate (…) Después de la discusión adoptábamos los acuerdos finales y exigía que los cumpliésemos costara lo que costase».

Siempre acosados por la represión, se organizaron tan bien que, a pesar de las privaciones -la alimentación era escasa y frugal, a base de arroz y frutas- consiguieron crear en aquella región selvática una fundición para la fabricación de granadas y armas toscas, un periódico para los militantes, el «Vietnan Independiente», y un hospital de campaña.

En 1944 cuando De Gaulle, tras la batalla de Normandía, entró en París y formó un gobierno con participación de los comunistas, se agravaron en Vietnam las contradicciones entre franceses y japoneses.

EL MOVIMENTO DE RESISTENCIA CRECIÓ TORRENCIALMENTE

Ho Chi Min, que saliera de las prisiones de Chiang Kai Chek, consideró que en el Sur no había condiciones para desencadenar la lucha armada. El Ejército de Liberación del Vietnam aun no estaba preparado para la insurrección. Era indispensable profundizar las relaciones entre los guerrilleros y las poblaciones.

Cuando Japón capituló en 1945, eclosionó en Tonkín la Revolución de agosto. En el mando de las Fuerzas Armadas de la joven República Democrática del Vietnam, Nguyen Giap, desempeñaría un papel histórico.

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UN PUEBLO Y UN PARTIDO HEROICOS

El texto de Hoang Quoc Viet -coautor del libro- incide sobretodo en la construcción del Partido realizada en una atmósfera de enorme represión. Hoang Quoc, un sindicalista que fue presidente de la CGT vietnamita, participó desde muy joven en las huelgas de 1929 en el puerto tonquinés de Haiphong. Viajó a Francia donde contactó en Marsella con camaradas del PCF. De regreso a Tonkín, fue elegido para participar como delegado en la primera reunión del Comité Central del entonces Partido Comunista de Indochina. Fue preso en las vísperas con otros camaradas. En la cárcel de Haiphong fue torturado salvajemente por la policía francesa durante diez días consecutivos.

Trasladado al presidio central de Hanoi, de allí fue embarcado en l931 en un buque para la penitenciaria de Saigón. Metido en un varadero, lo encadenaron con diez camaradas a una barra de hierro que debían cargar en todas las escalas al tiempo que sufrían latigazos de los guardias.

Condenado a prisión perpetua, el destino final era el siniestro presidio de Poulo Condor. El capítulo en que recuerda los años que allí pasó es clarificador sobre su fibra de comunista. El agua del baño era infecta, provocando heridas y eccemas. «La comida -escribe- era aun más repugnante. Era servida en fuentes de un metro nunca lavadas. Había también una «sopa ácida»: pescado salado cocido en zumo de arroz fermentado. Le dimos el nombre de «sopa moto» porque provocaba violentas diarreas cuyos estampidos sonaban durante día y noche en la fosa sanitaria».

Muchos presos murieron en aquel infierno. Hoang Quoc afirma haber forjado allí su temple de comunista.

Con otros camaradas formó una célula comunista y consiguieron en lucha permanente autorización para abrir pozos, plantar legumbres, criar gallinas, organizar un equipo de fútbol. La organización de los presos funcionó tan bien que en todos los edificios del presidio había células comunistas. Una de ellas creó un periódico, «Opiniones comunes», que circulaba clandestinamente. Crearon también una biblioteca clandestina con los clásicos del marxismo. Cuando colocaron en una pared un mapa de la URSS y otro de las regiones de China controladas por los comunistas, el director del presidio lo mandó destruir y los convocó. Fueron todos molidos a palos con porras.

En l936, cuando lo liberan durante el gobierno del Frente Popular, Hoang Quoc fue inicialmente situado por el Partido en el periódico «Vivir», de Hanói. A partir del año siguiente asumió la dirección política de todos los órganos de comunicación social del Partido en Tonkín.

Recuerda que en esos días se entregaba totalmente al trabajo revolucionario, dedicándose sobretodo a los temas ideológicos. El funcionamiento del Partido, entonces por breve tiempo en una semiclandestinidad, era el de una organización marxista–leninista cuya dirección en la teoría y en la práctica tomaba como ejemplo la democracia socialista de los revolucionarios bolcheviques de 1917.

Sin sorpresa, en las vísperas de la Guerra Mundial, Hoang, expulsado de Hanói por la policía, fue a realizar trabajo político a las montañas con las minorías étnicas. Contribuyó a que esas selvas remotas, casi inaccesibles, se transformasen –es él quien lo afirma- «en la cuna de la República Democrática del Vietnam como reducto inexpugnable de nuestra prolongada resistencia».

Las condiciones de vida en la región eran tan primitivas que al inicio dormían encima de establos de búfalos.

Un día cuando las campanas de una iglesia próxima tocaron a rebato, le llegó la noticia de la derrota de Francia. El trabajo revolucionario ganó un ritmo nuevo, muy intenso. Hoang dirigió un mensaje a los soldados franceses, sugiriendo que siguiesen el ejemplo de los 'communards' de 1871 y apuntasen las armas contra los colonialistas en vez de usarlas contra la insurrección de los campesinos.

Es bello el capítulo en que evoca la VIII Conferencia del Comité Central, realizada en una cabaña de la selva en que el único mueble era una mesa de bambú y los participantes se sentaban en troncos. Se cantó la Internacional, y el discurso de clausura fue pronunciado por Ho Chi Minh, anunciando la llegada de «un nuevo día”. Al final se exigió la destrucción de las copias de todos los documentos aprobados.

Los camaradas que deberían transmitir por el país las decisiones adoptadas, tendrían que hacerlo oralmente. El tío Ho temía que los documentos cayesen en manos del enemigo.

Las páginas dedicadas a la preparación de la insurrección son conmovedoras. Hoang iba hacia el sur en misión cuando en una aldea del delta del Río Rojo vio un coche que tenía izada una bandera roja con la estrella dorada. Un megáfono que transmitía canciones revolucionarias informó de repente: «Las fuerzas insurrecionales bajo la dirección del Viet Minh tomaron Hanói a las cuatro de la tarde. En la capital el poder está totalmente en las manos del pueblo».

El GRAN DESAFÍO

En l975, derrotado el gobierno títere de Saigon y unificado el país, nuevos y complejos desafíos se presentaron al Partido.

En l981, en una entrevista del periodista norteamericano Stanley Karowe, Pham Van Dong, entonces primer ministro, abordó el tema. Afirmó que los desafíos del presente y del futuro serian colosales, mucho más complejos de lo que habían previsto.

«Si –dijo- derrotamos a los Estados Unidos. Pero no tenemos comida suficiente, somos subdesarrollados económicamente. Gobernar un país es más difícil que vencer una guerra». Lucido, pronosticó los tremendos problemas que su pueblo tendría que enfrentar.

Hoy Vietnam tiene 90 millones de habitantes. Es un pueblo alfabetizado que reconstruyó una economía arrasada por el imperialismo, con enormes extensiones de tierras envenenadas por herbicidas.

Los desafíos en el futuro inmediato son complejos en un mundo hegemonizado por el imperialismo estadounidense. Pero la historia de su heroico partido justifica la esperanza.

En este inicio del tercer milenio de Nuestra Era, cuando muchos partidos comunistas tienden a socialdemocratizarse, reeditar y divulgar el maravilloso libro de Giap y Hoang Quoc será una contribución revolucionaria para el fortalecimiento de la confianza de los comunistas en la victoria final sobre el capitalismo.
Vila Nova de Gaia, 31 de marzo de 2014

NOTAS y Frases de GABRIEL GARCIA MARQUEZ: Chile, el golpe y los gringos - Dos muertos que nunca mueren: Allende y Neruda


Entonces, según el testimonio de uno de sus doctores, Patricio Guijón, Allende grita ¡Allende no se rinde, milicos de mierda! y con el fusil AK-47 que le había regalado Fidel Castro se dispara en la barbilla....

Entonces, según el testimonio de uno de sus doctores, Patricio Guijón, Allende grita ¡Allende no se rinde, milicos de mierda! y con el fusil AK-47 que le había regalado Fidel Castro se dispara en la barbilla....
Escrito por Gabriel García Márquez - 

Publicado el 18 Abril 2014 - Clarín cl
A fines de 1969, tres generales del Pentágono cenaron con cuatro militares chilenos en una casa de los suburbios de Washington. El anfitrión era el entonces coronel Gerardo López

Uno de los invitados era el general Ernesto Baeza, actual director de la Seguridad Nacional de Chile, que fue quien dirigió el asalto al palacio presidencial en el golpe reciente, y quien dio la orden de incendiarlo. Dos de sus subalternos de aquellos días se hicieron célebres en la misma jornada: el general Augusto Pinochet, presidente de la Junta Militar, y el general Javier Palacios, que participó en la refriega final contra Salvador Allende. También se encontraba en la mesa el general de brigada aérea Sergio Figueroa Gutiérrez, actual ministro de obras públicas, y amigo íntimo de otro miembro de la Junta Militar el general del aire Gustavo Leigh, que dio la orden de bombardear con cohetes el palacio presidencial. El último invitado era el actual almirante Arturo Troncoso, ahora gobernador naval de Valparaíso, que hizo la purga sangrienta de la oficialidad progresista de la marina de guerra, e inició el alzamiento militar en la madrugada del once de septiembre.

Aquella cena histórica fue el primer contacto del Pentágono con oficiales de las cuatro armas chilenas. En otras reuniones sucesivas, tanto en Washington como en Santiago, se llegó al acuerdo final de que los militares chilenos más adictos al alma y a los intereses de los Estados Unidos se tomarían el poder en caso de que la Unidad Popular ganara las elecciones. Lo planearon en frío, como una simple operación de guerra, y sin tomar en cuenta las condiciones reales de Chile.

El plan estaba elaborado desde antes, y no sólo como consecuencia de las presiones de la International Telegraph & Telephone (I.T.T), sino por razones mucho más profundas de política mundial. Su nombre era “Contingency Plan”. El organismo que la puso en marcha fue la Defense Intelligence Agency del Pentágono, pero la encargada de su ejecución fue la Naval Intelligency Agency, que centralizó y procesó los datos de las otras agencias, inclusive la CIA, bajo la dirección política superior del Consejo Nacional de Seguridad. Era normal que el proyecto se encomendara a la marina, y no al ejército, porque el golpe de Chile debía coincidir con la Operación Unitas, que son las maniobras conjuntas de unidades norteamericanas y chilenas en el Pacífico. Estas maniobras se llevaban a cabo en septiembre, el mismo mes de las elecciones y resultaba natural que hubiera en la tierra y en el cielo chilenos toda clase de aparatos de guerra y de hombres adiestrados en las artes y las ciencias de la muerte.

Por esa época, Henry Kissinger dijo en privado a un grupo de chilenos: “No me interesa ni sé nada del Sur del Mundo, desde los Pirineos hacia abajo. El Contingency Plan estaba entonces terminado hasta su último detalle, y es imposible pensar que Kissinger no estuviera al corriente de eso, y que no lo estuviera el propio presidente Nixon.

Chile es un país angosto, con 4.270 kilómetros de largo y 190 de ancho, y con 10 millones de habitantes efusivos, dos de los cuales viven en Santiago, la capital. La grandeza del país no se funda en la cantidad de sus virtudes, sino el tamaño de sus excepciones. Lo único que produce con absoluta seriedad es mineral de cobre, pero es el mejor del mundo, y su volumen de producción es apenas inferior al de Estados Unidos y la Unión Soviética. También produce vinos tan buenos como los europeos, pero exportan poco porque casi todos se los beben los chilenos. Su ingreso per cápita, 600 dólares, es de los más elevados de América Latina, pero casi la mitad del producto nacional bruto se lo reparten solamente 300.000 personas. En 1932, Chile fue la primera república socialista del continente, y se intentó la nacionalización del cobre y el carbón con el apoyo entusiasta de los trabajadores, pero la experiencia sólo duró 13 días. Tiene un promedio de un temblor de tierra cada dos días y un terremoto devastador cada tres años. Los geólogos menos apocalípticos consideran que Chile no es un país de tierra firme sino una cornisa de los Andes en una océano de brumas, y que todo el territorio nacional, con sus praderas de salitre y sus mujeres tiernas, está condenado a desaparecer en un cataclismo.

Los chilenos, en cierto modo, se parecen mucho al país. Son la gente más simpática del continente, les gusta estar vivos y saben estarlo lo mejor posible, y hasta un poco más, pero tienen una peligrosa tendencia al escepticismo y a la especulación intelectual. “Ningún chileno cree que mañana es martes”, me dijo alguna vez otro chileno, y tampoco él lo creía. Sin embargo, aún con esa incredulidad de fondo, o tal vez gracias a ella, los chilenos han conseguido un grado de civilización natural, una madurez política y un nivel de cultura que son sus mejores excepciones. De tres premios Nobel de literatura que ha obtenido América Latina, dos fueron chilenos. Uno de ellos, Pablo Neruda, era el poeta más grande de este siglo.

Todo esto debía saberlo Kissinger cuando contestó que no sabía nada del sur del mundo, porque el gobierno de los Estados Unidos conocía entonces hasta los pensamientos más recónditos de los chilenos. Los había averiguado en 1965, sin permiso de Chile, en una inconcebible operación de espionaje social y político: el Plan Camelot. Fue una investigación subrepticia mediante cuestionarios muy precisos, sometidos a todos los niveles sociales, a todas las profesiones y oficios, hasta en los últimos rincones del país, para establecer de un modo científico el grado de desarrollo político y las tendencias sociales de los chilenos. En el cuestionario que se destinó a los cuarteles, figuraba la pregunta que cinco años después volvieron a oír los militares chilenos en la cena de Washington: “¿Cuál será la actitud en caso de que el comunismo llegue al poder? – La pregunta era capciosa. Después de la operación Camelot, los Estados Unidos sabían a cierta que Salvador Allende sería elegido presidente de la república.

Chile no fue escogido por casualidad para este escrutinio. La antigüedad y la fuerza de su movimiento popular, la tenacidad y la inteligencia de sus dirigentes, y las propias condiciones económicas y sociales del país permitían vislumbrar su destino. El análisis de la operación Camelot lo confirmó: Chile iba a ser la segunda república socialista del continente después de Cuba. De modo que el propósito de los Estados Unidos no era simplemente impedir el gobierno de Salvador Allende para preservar las inversiones norteamericanas. El propósito grande era repetir la experiencia más atroz y fructífera que ha hecho jamás el imperialismo en América Latina: Brasil.

El 4 de septiembre de 1970, como estaba previsto, el médico socialista y masón Salvador Allende fue elegido presidente de la república. Sin embargo, el Contingency Plan no se puso en práctica. La explicación más corrientes es también la más divertida: alguien se equivocó en el Pentágono, y solicitó 200 visas para un supuesto orfeón naval que en realidad estaba compuesto por especialistas en derrocar gobiernos, y entre ellos varios almirantes que ni siquiera sabían cantar. El gobierno chileno descubrió la maniobra y negó las visas. Este percance, se supone, determinó el aplazamiento de la aventura. Pero la verdad es que el proyecto había sido evaluado a fondo: otras agencias norteamericanas, en especial la CIA y el propio embajador de los Estados Unidos en Chile, Edward Korry, consideraron que el Contingency Plan era sólo una operación militar que no tomaba en cuenta las condiciones actuales de Chile.

En efecto, el triunfo de la Unidad Popular no ocasionó el pánico social que esperaba el Pentágono. Al contrario, la independencia del nuevo gobierno en política internacional, y su decisión en materia económica, crearon de inmediato un ambiente de fiesta social. En el curso del primer año se habían nacionalizado 47 empresas industriales, y más de la mitad del sistema de créditos. La reforma agraria expropió e incorporó a la propiedad social 2.400.000 hectáreas de tierras activas. El proceso inflacionario se moderó: se consiguió el pleno empleo y los salarios tuvieron un aumento efectivo de un 40 por ciento.

El gobierno anterior, presidido por el demócrata cristiano Eduardo Frei, había iniciado un proceso de chilenización del cobre. Lo único que hizo fue comprar el 51 por ciento de las minas, y sólo por la mina de El Teniente pagó una suma superior al precio total de la empresa. La Unidad Popular recuperó para la nación con un solo acto legal todos los yacimientos de cobre explotados por las filiales de compañías norteamericanas, la Anaconda y la Kennecott. Sin indemnización: el gobierno calculaba que las dos compañías habían hecho en 15 años una ganancia excesiva de 80.000 millones de dólares.

La pequeña burguesía y los estratos sociales intermedios, dos grandes fuerzas que hubieran podido respaldar un golpe militar en aquél momento, empezaban a disfrutar de ventajas imprevistas, y no a expensas del proletariado, como había ocurrido siempre, sino a expensas de la oligarquía financiera y el capital extranjero. Las fuerzas armadas, como grupo social, tienen la misma edad, el mismo origen y las mismas ambiciones de la clase media y no tenían motivo, ni siquiera una coartada, para respaldar a un grupo exiguo de oficiales golpistas. Consciente de esa realidad, la Democracia Cristiana no solo no patrocinó entonces la conspiración de cuartel, sino que se opuso resueltamente porque la sabía impopular dentro de su propia clientela.

Su objetivo era otro: perjudicar por cualquier medio la buena salud del gobierno para ganarse las dos terceras partes del Congreso en las elecciones de marzo de 1973. Con esa proporción podía decidir la destitución constitucional del presidente de la república.

La Democracia Cristiana era una grande formación inter-clasista, con una base popular auténtica en el proletariado de la industria moderna, en la pequeña y media industria moderna, en la pequeña y media propiedad campesina, y en la burguesía y la clase media de las ciudades. La Unidad Popular expresaba al proletariado obrero menos favorecido, al proletariado agrícola, a la baja clase media de las ciudades.

La Democracia Cristiana, aliada con el Partido Nacional de extrema derecha, controlaba el Congreso. La Unidad Popular controlaba el poder ejecutivo. La polarización de esas dos fuerzas iba a ser, de hecho, la polarización del país. Curiosamente, el católico Eduardo Frei, que no cree en el marxismo, fue quien aprovechó mejor la lucha de clases, quien la estimuló y exacerbó; con el propósito de sacar de quicio al gobierno y precipitar al país por la pendiente de la desmoralización y el desastre económico.

El bloqueo económico de los Estados Unidos por la expropiaciones sin indemnización y el sabotaje interno de la burguesía hicieron el resto. En Chile se produce todo, desde automóviles hasta pasta dentífrica, pero la industria tiene una identidad falsa: en las 160 empresas más importantes, el 60 por ciento era capital extranjero, y el 80 por ciento de sus elementos básicos importados. Además, el país necesitaba 300 millones de dólares anuales para importar artículos de consumo, y otros 450 millones para pagar los servicios de la deuda externa. Los créditos de los países socialistas no remediaban la carencia fundamental de repuestos, pues toda industria chilena, la agricultura y el transporte, estaban sustentados por equipo norteamericano. La Unión Soviética tuvo que comprar trigo de Australia para mandarlo a Chile, porque ella misma no tenía y a través del Banco de la Europa del Norte, de París, le hizo varios empréstitos sustanciosos en dólares efectivos. Cuba, en un gesto que fue más ejemplar que decisivo, mandó un barco cargado de azúcar regalada. Pero las urgencias de Chile eran descomunales. Las alegres señoras de la burguesía, con el pretexto del racionamiento y de las pretensiones excesivas de los pobres, salieron a la plaza pública haciendo sonar sus cacerolas vacías. No era casual, sino al contrario, muy significativo, que aquel espectáculo callejero de zorros plateados y sombreros de flores ocurriera la misma tarde que Fidel Castro terminaba una visita de treinta días que había sido un terremoto de agitación social.

LA ÚLTIMA CUECA FELIZ DE SALVADOR ALLENDE

El Presidente Salvador Allende comprendió entonces, y lo dijo, que el pueblo tenía el gobierno pero no tenía el poder. La frase más alarmante, porque Allende llevaba dentro una almendra legalista que era el germen de su propia destrucción: un hombre que peleó hasta la muerte en defensa de la legalidad, hubiera sido capaz de salir por la puerta mayor de la Moneda, con la frente en alto, si lo hubiera destituido el congreso dentro del marco de la constitución.

La periodista y política Rossana Rossanda, que visitó a Allende por aquella época, lo encontró envejecido, tenso y lleno de premoniciones lúgubres, en el diván de cretona amarilla donde había de reposar el cadáver acribillado y con la cara destrozada por un culatazo de fusil. Hasta los sectores más comprensivos de la Democracia Cristiana estaban entonces contra él. “¿Inclusive Tomic?” – le preguntó Rossana. -”Todos”, contestó, Allende.

En vísperas de las elecciones de marzo de 1973, en las cuales se jugaba su destino, se hubiera conformado con que la Unidad Popular obtuviera el 36 por ciento. Sin embargo, a pesar de la inflación desbocada, del racionamiento feroz, del concierto de olla de las cacerolinas alborotadas, obtuvo el 44 por ciento. Era una victoria tan espectacular y decisiva, que cuando Allende se quedó en el despacho, sin más testigos que su amigo y confidente, Augusto Olivares, hizo cerrar la puerta y bailó solo una cueca.

Para la Democracia Cristiana, aquella era la prueba de que el proceso democrático promovido por la Unidad Popular no podía ser contrariado con recursos legales, pero careció de visión para medir las consecuencias de su aventura: es un caso imperdonable de irresponsabilidad histórica. Para los Estados Unidos era una advertencia mucho más importante que los intereses de las empresas expropiadas; era un precedente inadmisible en el progreso pacífico de los pueblos del mundo, pero en especial para los de Francia e Italia, cuyas condiciones actuales hacen posible la tentativa de experiencias semejantes a las de Chile: Todas las fuerzas de la reacción interna y externa se concentraron en un bloque compacto.

En cambio los Partidos de la Unidad Popular cuyas grietas internas era mucho más profundas de lo que se admite, no lograron ponerse de acuerdo con el análisis de la votación de marzo. El gobierno se encontró sin recursos, reclamado desde un extremo por los partidarios de aprovechar la evidente radicalización de las masas para dar un salto decisivo en el cambio social, y los más moderados que temían al espectro de la guerra civil y confiaban en llegar a un acuerdo regresivo con la Democracia Cristiana. Ahora se ve con mucha claridad que esos contactos, por parte de la oposición no eran más que un recurso de distracción para ganar tiempo.

LA CIA Y EL PARO PATRONAL

La huelga de camioneros fue el detonante final. Por su geografía fragorosa, la economía chilena está a merced de su transporte rodado. Paralizarlo es paralizar el país. Para la oposición era muy fácil hacerlo, porque el gremio del transporte era de los más afectados por la escasez de repuestos, y se encontraba además amenazado por la disposición del gobierno de nacionalizar el transporte con equipos soviéticos. El paro se sostuvo hasta el final, sin un solo instante de desaliento, porque estaba financiado desde el exterior con dinero efectivo. La CIA inundó de dólares el país para apoyar el Paro Patronal, y esa divisa bajó en la bolsa negra, escribió Pablo Neruda a un amigo en Europa. Una semana antes del golpe se había acabado el aceite, la leche y el pan.

En los últimos días de la Unidad Popular, con la economía desquiciada y el país al borde de la guerra civil, las maniobras del gobierno y de la oposición se centraron en la esperanza de modificar, cada quien a su favor, el equilibrio de fuerzas dentro del ejército. La jugada final fue perfecta: cuarenta y ocho horas antes del golpe, la oposición había logrado descalificar a los mandos superiores que respaldaban a Salvador Allende, y habían ascendido en su lugar, uno por uno, en una serie de enroques y gambitos magistrales a todos los oficiales que habían asistido a la cena de Washington.

Sin embargo, en aquel momento el ajedrez político había escapado a la voluntad de sus protagonistas. Arrastrados por una dialéctica irreversible, ellos mismos terminaron convertidos en ficha de un ajedrez mayor, mucho más complejo y políticamente mucho más importante que una confabulación consciente entre el imperialismo y la reacción contra el gobierno del pueblo. Era una terrible confrontación de clases que la habían provocado, una encarnizada rebatiña de intereses contrapuestos cuya culminación final tenía que ser un cataclismo social sin precedentes en la historia de América.

EL EJÉRCITO MÁS SANGUINARIO DEL MUNDO

Un golpe militar, dentro de las condiciones chilenas, no podía ser incruento. Allende lo sabía. No se juega con fuego, le había dicho a la periodista italiana Rossana Rossanda. Si alguien cree que en Chile un golpe militar será como en otros países de América, como un simple cambio de guardia en la Moneda, se equivoca de plano. Aquí, si el ejército se sale de la legalidad. habrá un baño de sangre. Será Indonesia. Esa certidumbre tenía un fundamento histórico.

Las fuerzas armadas de Chile, el contrario de lo que se nos ha hecho creer, han intervenido en la política cada vez que se han visto amenazados sus intereses de clase y lo han hecho con un tremenda ferocidad represiva. Las dos constituciones que ha tenido el país en un siglo fueron impuestas por las armas y el reciente golpe militar era la sexta tentativa de los últimos cincuenta años.

El ímpetu sangriento del ejército chileno le viene de su nacimiento, en la terrible escuela de la guerra cuerpo a cuerpo contra los araucanos, que duró 300 años. Uno de los precursores se vanagloriaba, en 1620, de haber matado con su propia mano, en una sola acción, a más de 2.000 personas. Joaquín Edwards Bello cuenta en sus crónicas que durante una epidemia de tifo exantemático, el ejército sacaba a los enfermos de sus casas y los mataba con un baño de veneno para acabar con la peste. Durante una guerra civil de siete meses en 1891, hubo 10.000 muertos en una sola batalla. Los peruanos aseguran que durante la ocupación de Lima, en la guerra del Pacífico, los militares chilenos saquearon la biblioteca de don Ricardo Palma, pero que no usaban los libros para leerlos, sino para limpiarse el trasero.

Con mayor brutalidad han sido reprimidos los movimientos populares. Después del terremoto de Valparaíso, en 1906, las fuerzas navales liquidaron la organización de los trabajadores portuarios con una masacre de 8.000 obreros. En Iquique, a principios del siglo, una manifestación de huelguistas se refugió en la teatro municipal, huyendo de la tropa y fue ametrallada: hubo 2.000 muertos. El 2 de abril de 1957 el ejército reprimió una asonada civil en el centro de Santiago causando un número de víctimas que nunca se pudo establecer, porque el gobierno escamoteó los cuerpos en entierros clandestinos. Durante una huelga en la mina de El Salvador, bajo el gobierno de Eduardo Frei, una patrulla militar dispersó a bala una manifestación y mató a seis personas, entre ellas varios niños y una mujer encinta. El comandante de la plaza era un oscuro general de 52 años, padre de cinco niños, profesor de geografía y autor de varios libros sobre asuntos militares: Augusto Pinochet.

El mito del legalismo y la mansedumbre de aquel ejército carnicero había sido inventado en interés propio de la burguesía chilena. La Unidad Popular lo mantuvo con la esperanza de cambiar a su favor la composición de clase de los cuadros superiores. Pero Salvador Allende se sentía más seguro entre los carabineros, un cuerpo armado de origen popular y campesino que estaba bajo el mando directo del presidente de la república. En efecto, sólo los oficiales más antiguos de los Carabineros secundaron el golpe. Los oficiales jóvenes se atrincheraron en la escuela de Sub-oficiales de Santiago y resistieron durante cuatro día, hasta que fueron aniquilados desde el aire con bombas de guerra.

Esa fue la batalla más conocida de la contienda secreta que se libró en el interior de los cuarteles la víspera del golpe. Los golpistas asesinaron a los oficiales que se negaron a secundarlos y a los que no cumplieron las órdenes de represión. Hubo sublevaciones de regimientos enteros, tanto en Santiago como en la provincia que fueron reprimidas sin clemencia y sus promotores fueron fusilados para escarmiento de la tropa. El comandante de los coraceros de Viña del Mar, coronel Cantuarias, fue ametrallado por sus subalternos. El gobierno actual ha hecho creer que muchos de esos soldados leales fueron víctimas de la resistencia popular. Pasará tiempo antes de que se conozcan las proporciones reales de esa carnicería interna, porque los cadáveres eran sacados de los cuarteles en camiones de basura y sepultados en secreto. En definitiva, sólo medio centenar de oficiales de confianza, al frente de tropas depuradas de antemano, se hicieron cargo de la represión.

Numerosos agentes extranjeros tomaron parte en el drama. El bombardeo del palacio de la Moneda, cuya precisión técnica asombró a los expertos, fue hecho por un grupo de acróbatas aéreos norteamericanos que habían entrado con la pantalla de la operación Unitas, para ofrecer un espectáculos de circo volador el próximo 18 de septiembre, día de la independencia nacional. Numerosos policías secretos de los gobiernos vecinos, infiltrados por la frontera de Bolivia, permanecieron escondidos hasta el día del golpe y desataron una persecución encarnizada contra unos 7.000 refugiados políticos de otros países de América Latina.

Brasil, patria de los gorilas mayores, se había encargado de ese servicio. Había promovido , dos años antes, el golpe reaccionario en Bolivia que quitó a Chile un respaldo sustancial y facilitó la infiltración de toda clase de recursos para la subversión. Algunos de los empréstitos que han hecho los Estados Unidos al Brasil han sido transferidos en secreto a Bolivia para financiar la subversión en Chile. En 1972, el general William Westmoreland hizo un viaje secreto a La Paz, cuya finalidad no se ha revelado. No parece casual, sin embargo, que poco después de aquella visita sigilosa, se iniciaran movimientos de tropa y material de guerra en la frontera con Chile y esto dio a los militares chilenos una oportunidad más de afianzar su posición interna y de hacer desplazamientos de personal y promociones jerárquicas favorables al golpe inminente.

Por fin, el 11 de septiembre, mientras se adelantaba la operación Unitas, se llevó a cabo el plan original de la cena de Washington, con tres años de retraso, pero tal como se había concebido: no como un golpe de cuartel convencional, sino como una devastadora operación de guerra.

Tenía que ser así, porque no se trataba de tumbar a un gobierno, sino de implantar la tenebrosa simiente del Brasil, con sus terribles máquinas de terror, de tortura y de muerte, hasta que no quedara en Chile ningún rastro de las condiciones políticas y sociales que hicieron posible la Unidad Popular. Cuatro meses después del golpe, el balance era atroz: casi 20.000 personas asesinadas; 30.000 prisioneros políticos sometidos a torturas salvajes, 25.000 estudiantes expulsados y más 200.000 obreros licenciados. La etapa más dura, sin embargo; aún no había terminado.

LA VERDADERA MUERTE DE UN PRESIDENTE

A la hora de la batalla fina, con el país a merced de las fuerzas desencadenadas de la subversión, Salvador Allende continuó aferrado a la legalidad. La contradicción más dramática de su vida fue ser al mismo tiempo, enemigo congénito de la violencia y revolucionario apasionado y él creía haberla resuelto con la hipótesis de que las condiciones de Chile permitían una evolución pacífica hacia el socialismo dentro de la legalidad burguesa. La experiencia le enseñó demasiado tarde que no se puede cambiar un sistema desde el gobierno sino desde el poder.

Esa comprobación tardía debió ser la fuerza que lo impulsó a resistir hasta la muerte en los escombros en llamas de una casa que ni siquiera era la suya, una mansión sombría que un arquitecto italiano construyó para fábrica de dinero y terminó convertida en le refugio de un presidente sin poder. Resistió durante seis horas, con una metralleta que le había regalado Fidel Castro y que fue la primera arma de fuego que Salvador Allende disparó jamás. El periodista Augusto Olivares, que resistió a su lado hasta el final, fue herido varias veces y murió desangrándose en la Asistencia Pública.

Hacia las cuatro de la tarde, el general de división Javier Palacios logró llegar al segundo piso, con su ayudante, el capitán Gallardo y un grupo de oficiales. Allí, entre las falsas poltronas Luis XV y los floreros de dragones chinos y los cuadros de Rugendas del salón rojo, Salvador Allende los estaba esperando, estaba en mangas de camisa, sin corbata, y con la ropa sucia de sangre. Tenía la metralleta en la mano.

Allende conocía bien al general Palacios. Pocos días antes, le había dicho a Augusto Olivares que aquel era un hombre peligroso que mantenía contactos estrechos con la Embajada de los Estados Unidos. Tan pronto como lo vio aparecer en la escalera, Allende le gritó: “Traidor” y lo hirió en una mano.

Allende murió en un intercambio de disparos con esta patrulla. Luego, todos los oficiales, en un rito de casta, dispararon sobre el cuerpo. Por último, un suboficial le destrozó la cara con la culata del fusil. La foto existe: la hizo el fotógrafo Juan Enrique Lira, del periódico El Mercurio, el único a quien se permitió retratar el cadáver. Estaba tan desfigurado, que a la señora Hortensia Allende, su esposa, le mostraron el cuerpo en el ataúd, pero no permitieron que le descubriera la cara.

Había cumplido 64 años en el julio anterior y era un Leo perfecto: tenaz, decidido e imprevisible. Lo que piensa Allende sólo lo sabe Allende, me había dicho uno de sus ministros. Amaba la vida, amaba las flores y los perros y era de una galantería un poco a la antigua, con esquelas perfumadas y encuentros furtivos. Su virtud mayor fue la consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir defendiendo a bala el mamarracho anacrónico del derecho burgués, defendiendo una Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y había de legitimar a sus asesinos, defendiendo un Congreso miserable que los había declarado ilegítimo pero que había de sucumbir complacido ante la voluntad de los usurpadores, defendiendo la libertad de los partidos de oposición que habían vendido su alma al fascismo, defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro. El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo y que se quedó en nuestras vidas para siempre.

Gabriel García Márquez, 2003
  

viernes, 16 de mayo de 1986
Tribuna: CLANDESTINO EN CHILE / 6

Dos muertos que nunca mueren: Allende y Neruda



















Gabriel García Marquez 

Los equipos de filmación de Miguel Littín llegan en este episodio a la casa de Isla Negra donde vivió Pablo Neruda. El director de cine halla intacto, entre la población chilena, el recuerdo del, poeta y del presidente Allende. Los 10 episodios sobre la aventura de la filmación de Acta general de Chile, de Miguel Littín, serán publicados próximamente como libro por Ediciones El País.



Las poblaciones, enormes barrios marginales en las ciudades mayores de Chile, son, en cierto modo, territorios liberados -como la casbahde las ciudades árabes-, cuyos habitantes curtidos por la pobreza han desarrollado una asombrosa cultura de laberinto. La policía y el Ejército prefieren no arriesgarse sin pensarlo más de dos veces por aquellos panales de pobres, donde un elefante puede, desaparecer sin dejar rastros, y donde tienen que enfrentarse con formas de resistencia originales e inspiradas, que escapan a los métodos convencionales de represión. Esa condición histórica convirtió a las poblaciones en polos activos de definiciones electorales durante los regímenes democráticos, y han sido siempre un dolor de cabeza para los Gobiernos. A nosotros no resultaron decisivas para establecer en términos de cine testimonial cuál es el estado de ánimo popular en relación con la dictadura y hasta qué punto se conserva viva la memoria de Salvador Allende.Nuestra primera sorpresa fue comprobar que los grandes nombres de los dirigentes en el exilio no le dicen mucho a la nueva generación que hoy tiene en jaque a la dictadura. Son los protagonistas de una leyenda de gloria que no tiene mucho que ver con la realidad actual. Aunque parezca una contradicción, éste es el fracaso más grave del régimen militar. Al principio de su gobierno, el general Pinochet proclamó su voluntad de permanecer en el poder hasta borrar en la memoria de las nuevas generaciones el último vestigio del sistema democrático. Lo que nunca se imaginó fue que su propio re gimen iba a ser la víctima de ese propósito de exterminio. Hace poco, desesperado por la agresividad de los muchachos que se enfrentan a piedras en la calle contra las fuerzas de choque, que comba ten con las armas en la clandestinidad, que conspiran y hacen política para restablecer un sistema que muchos de ellos no conocieron, el general Pinochet gritó fuera de sí que esa juventud hace lo que hace porque no tiene la menor idea de lo que era la democracia en Chile.

El nombre de Salvador Allende es el que sostiene el pasado, y el culto de su memoria alcanza u! tamaño mítico en las poblaciones. Éstas nos interesaban, ante todo, por conocer las condiciones en que viven, el grado de conciencia frente a la dictadura, sus formas imaginativas de lucha. En todas nos respondieron con espontaneidad y franqueza, pero siempre en relación con el recuerdo de Allende. Muchos testimonios separados parecían uno solo: "Siempre voté por él, nunca por otro". Esto se explica porque Allende fue tantas veces candidato a lo largo de su vida, que antes de ser elegido se complacía en decir que su epitafio sería: Aquí yace Salvador Allende, futuro presidente de Chile. Lo había sido cuatro veces hasta que lo eligieron, pero antes había sido diputado y senador, y siguió siéndolo en elecciones sucesivas. Además, en su interminable carrera parlamentaria fue candidato por la mayoría de las provincias a lo largo y ancho del país, desde la frontera peruana hasta la Patagonia, de modo que no sólo conocía a fondo cada centímetro cuadrado, sus gentes, sus culturas diversas, sus amarguras y sus sueños, sino que la población entera lo conoció en carne y hueso. Al contrario de tantos políticos que sólo han sido vistos en la Prensa o en la televisión, o escuchados por la radio, Allende hacía política dentro de las casas, de casa en casa, en contacto directo y cálido con la gente, como lo que era en realidad: un médico de familia. Su comprensión del ser humano unida a un instinto casi animal del oficio político llegaba a suscitar sentimientos contradictorios nada fáciles de resolver. Siendo ya presidente, un hombre desfiló frente a él en una manifestación llevando una pancarta insólita: "Éste es un Gobierno de mierda, pero es mi Gobierno". Allende se levantó, lo aplaudió y descendió para estrecharle la mano.

En nuestro largo recorrido del país no encontramos un lugar donde no hubiera un rastro suyo. Siempre había alguien a quien le había estrechado la mano, alguien a quien le había apadrinado un hijo, alguien a quien le había curado una tos perniciosa con una infusión de hojas de su patio, o le había conseguido un empleo, o le había ganado una partida de ajedrez. Cualquier cosa que él hubiera tocado se conserva como una reliquia. Donde menos lo esperábamos nos señalaban una silla mejor conservada que las otras: "Ahí se sentó una vez". O nos mostraban cualquier chuchería artesanal: "Nos la regaló él". Una muchacha de 19 años, que ya tenía un hijo Y estaba embarazada otra vez, nos dijo: "Yo siempre le enseño a mi hijo quién fue el presidente, aunque apenas lo conocía, porque yo tenía sólo nueve años cuando se fue". Le preguntarnos qué recuerdos conservaba de él, y dijo: "Yo estaba con mi padre, y vi que hablaban en un balcón agitando un pañuelo blanco". En una casa donde había una imagen de la Virgen del Carmen, le preguntamos a la dueña si había sido allendista, y nos contestó. "No lo fui: lo soy". Entonces quitó el cuadro de la Virgen, y detrás había un retrato de Allende.

Durante su Gobierno se vendían en los mercados populares unos pequeños bustos suyos, que ahora se veneran en las poblaciones con vasos de flores y lámparas votivas. Su recuerdo se multiplica en todos, en los ancianos que votaron cuatro veces por él, en los que votaron tres veces, en los que lo eligieron, en los niños que sólo lo conocen por la tradición de la me moria histórica. Varias mujeres entrevistadas repitieron la misma frase: "El único presidente que ha hablado sobre los derechos de la mujer ha sido Allende". Pues casi nunca dicen el nombre, sino que dicen el presidente. Como si lo fue ra todavía, como si hubiera sido el único, como si estuvieran esperan do que regrese. Pero lo que perdura en la memoria de las poblaciones no es tanto su imagen como la grandeza de su pensamiento hu manista. "No nos importa la casa ni la comida, sino que nos devuelven la dignidad", decían. Y concretaban: "Lo único que queremos es lo que nos quitaron: voz y voto.

Dos muertos vivos: Allende y Neruda

El culto de Allende se siente mucho más en Valparaíso, el bullicioso puerto donde nació, donde creció y se formó para la vida política. Fue allí, en casa de un zapatero anarquista, donde leyó los primeros libros teóricos y contrajo para siempre la pasión ensimismada del ajedrez. Su abuelo, Ramón Allende, fue fundador de la primera escuela laica que hubo en Chile, y la primera logia masónica, en la cual el mismo Salvador Allende alcanzó el grado supremo de Gran Maestro. Su primera actuación memorable fue durante los doce días socialistas del ya mítico Marmaduque Grove, cuyo hermano se casó con una hermana de Allende.

Es extraño que la dictadura hubiera enterrado a Allende en Valparaiso, donde, sin duda, él hubiera querido ser enterrado de todos modos. Lo llevaron sin anuncios ni ceremonias en la noche del 11 de septiembre de 1973, en un primitivo avión de hélice de la fuerza aérea por cuyas grietas se metían los vientos helados del Sur, y sólo acompañado por su esposa, Hortensia Busi, y su hermana Laura. Un antiguo miembro del servicio de inteligencia de la Junta Militar que entró con los primeros asaltantes en el Palacio de la Moneda, declaró al periodista norteamericano Thomas Hauser que había visto el cadáver del presidente "con la cabeza abierta y restos del cerebro esparcidos por el suelo y la pared". A esto se debió tal vez que cuando la señora de Allende pidió verle lácara en el ataúd, los militares se negaron a descubrírsela, y sólo pudo ver un bulto cubiertó con una sábana. Lo enterraron en el cementerio de Santa Inés, en el mausoleo familiar de Marmaduque Grove, y sin más ofrendas que un ramo de flores que depositó su esposa, diciendo: "Aquí está enterrado Salvador Allende, presidente de Chile". Se creyó en esa forma ponerla fuera del alcance de la veneración popular, pero no fue posible. La tumba es ahora un lugar de peregrinaciones permanentes, y siempre hay en ellas ofrendas florales depositadas por manos invisibles. Tratando de impedirlo, el Gobierno ha hecho creer que el cadáver fue llevado a otra parte, pero las flores siguen frescas en la tumba.

El otro culto, que permanece vivo en las nuevas generaciones es el de Pablo Neruda en su casa marina de Isla Negra. Esta localidad legendaria no es una isla ni es negra, aunque su nombre lo indique, sino un poblado de pescadores a 40 kilómetros al sur de Valparaíso por la carretera de San Antonio, con senderos de tierra amarilla entre pinos gigantescos y un mar verde y bravo de grandes olas. Pablo Neruda tuvo allí una casa que es un lugar de peregrinación para enamorados del mundo entero. Franquie y yo nos habíamos adelantado hasta allá para establecer el plan de filmacion mientras el equipo italiano hacía las últimas tomas en el puerto de Valparaíso, y el carabinero de guardia nos indicó dónde estaba el puente, dónde estaba la hostería, dónde estaban otros sitios que el poeta consagró con sus versos, pero me advirtió que estaba prohibido visitar la casa. "Puede verla por fuera", dijo.

Mientras esperábainos al equipo en la hostería comprendimos hasta qué punto el poeta había sido el alma de Isla Negra. Cuando él estaba allí, jóvenes de todo el mundo desbordaban el lugar llevando como única guía turística sus 20 poemas de amor. No querían nada, salvo verlo a él un instante, y en último caso pedirle un autógrafo, pues les bastaba con el recuerdo del lugar. La hostería era entonces un sitio alegre y bullicioso, donde Neruda aparecía de cuando en cuando con sus ponchos de colorines y sus gorros andinos, enorme y lento como un papa. Iba a hablar por teléfono -pues había hecho quitar el suyo para mayor tranquilidad- o a ponerse de acuerdo con doña Elena la propietaria, para la preparación de una cena de amigos que ofrecía esa noche en su casa. Esto quiere decir que la cocina de la hostería era de muy altos vuelos, pues Neruda era un especialista en las exquisiteces del mundo y sabía cocinarlas como un profesional. Tenía tan refinado el culto del buen comer, que lo importaba el detalle más ínfimo al poner la mesa, y era capaz de cambiar el mantel, la vajilla y los cubiertos tantas veces cuantas le parecieran necesarias para que estuvieran de acuerdo con la clase de comida que iban a servir. Doce años después de su muerte, todo aquello parecía arrasado por un viento de desolación Doña. Elena se había ido para Santiago, agobiada por los dolores de la añoranza, y la hostería estaba a punto de derrumbarse. Pero aún quedaba un vestigio de gran poesía: desde el último terremoto, en Isla Negra siguen sintiéndose temblores de tierra intermitentes cada 10, cada 1,5 minutos, todos los días con sus noches.La tierra tiembla siempre en Isla Negra

Encontramos la casa de Neruda a la sombra de sus pinos custodios, rodeada por los cuatro costados con una cerca de casi un metro de altura, que el poeta construyó alrededor de su vida privada. Ahora han nacido flores en la madera. Un letrero advierte,, que la casa está sellada por la policía, y que se prohíbe entrar y tomar fotografías. El carabinero que rondaba por allí cada cierto tiempo fue todavía más explícito: "Aquí está prohibido todo". Como esto lo sabíamos antes de llegar, el camarógrafo italiano llevó un equipo grande muy visible para que fuera retenido en la posta de carabineros y llevó escondido otro equipo portátil. Además, el grupo fue repartido en tres automóviles, con el fin de llevarse los rollos a Santiago a medida que fueran filmándose, de modo que si éramos sorprendidos sólo perderíamos el material que tuviéramos en ese momento. En caso de una sorpresa ellos fingirían no conocerme, y Franquie y yo seríamos dos turistas inocentes.

Las, puertas permanecían cerradas por dentro, las ventanas habían sido cubiertas con cortinas blancas, y el mástil de la entrada no tenía bandera, pues ésta sólo se izaba para indicar que el poeta estaba en casa. Sin embargo, en medio de tanta tristeza, llamaba la atención el esplendor del jardín, que manos desconocidas se ocupan de cuidar. Matilide, la esposa de Neruda, que había muerto poco antes de nuestra visita, !e llevó los muebles después del golpe militar, se llevó los libros, las colecciones de todo lo divino y lo humano que el poeta hizo a lo largo de su vida errante. No era la sencillez, sino más bien una grandilocuencia impresionante, lo que distinguía a las casas que él tuvo en distintas partes del mundo. Su fiebre de atrapar la naturaleza, no sólo en sus versos magistrales, lo condujo a tener colecciones de caracolas dementes, de mascarones de proa, de mariposas de pesadilla, de copas y vasos exóticos. En alguna de sus casas uno se encontraba de pronto con un caballo disecado que parecía vivo en el centro de una oficina. Además, entre sus grandes obsesiones creadoras, la más visibles después de su poesía, y la menos gloriosa, era la de reformar a su antojo la arquitectura de sus casas. Alguna de ellas era tan original que para pasar de la sala al comedor había que dar un rodeo por el patio, y el poeta tenía paraguas disponibles para que sus invitados pudieran comer sin resfriarse en tiempos de lluvia. Nadie disfrutaba más ni se reía más que él mismo de sus propios disparates. Sus amigos venezolanos, que relacionan el mal gusto con la mala suerte, le decían que aquéllas colecciones eran, pavosas. Es decir, fatídicas. Él replicaba muerto de risa que la poesía es el antídoto de cualquier maleficio, y lo demostró hasta la saciedad con sus colecciones temibles.

En realidad, su residencia principal era la de la calle del Marqués de la Plata, en Santiago, donde se murió de una vieja leucemia apresurada por la tristeza, pocos días después del golpe militar, y fue saqueada por patrullas de represión que prendieron hogueras de libros en el jardín. Con el dinero que recibió por el Premio Nobel, siendo embajador de la Unidad Popular en París, Neruda compré en Normandía la antigua caballeriza de un castillo, reformada para vivir, a la orilla de un remanso Con lotos de flores rosadas. Tenía unos techos altos que parecían bóvedas de iglesia, y unos vitrales cuyas luces pintaban al poeta de colores radiantes, mientras recibía a sus amigos sentado en la cama con su atuendo y su potestad de pontífice. No alcanzó a disfrutaría un año.

Sin embargo, la casa de Isla Negra es la que los lectores identifican mejor con su poesía. Aun después de su muerte y en el estado actual de abandono, allá sigue llegando una nueva generación de enamorados que no tenían más de ocho años en vida del poeta. Llegan de todo el mundo, a pintar corazones con iniciales y a escribir mensajes de amor en la cerca que impide la entrada. La mayoría son variaciones sobre el mismo tema: Juan y Rosa se aman a través de Pablo, Gracias Pablo porque nos enseñaste el amor, Queremos amar tanto como tú. Pero hay otras que los carabineros no alcanzan a impedir ni a borrar: El amor nunca muere, generales; Allende y Neruda viven; Un minuto de oscuridad no nos volverá ciegos. Están escritos aun en los espacios menos pensados, y toda la valla da la impresión de que hay ya varias generaciones de letreros superpuestos por falta de espacio. Si alguien tuviera la paciencia de hacerlo. podrían reconstruirse poemas completos de Neruda poniendo en orden los versos sueltos que los enamorados han escrito de memoria en las tablas de la cerca. Lo más impresionante de nuestra visita, sin embargo, era que cada 10 o 15 minutos aquellos letreros parecían cobrar vida con los temblores profundos que sacudían la tierra. La valla quería salirse: del suelo, las maderas crujían en los goznes y se oían tintineos de Copas y metales como en un balandro a la deriva, y uno tenía la impresión de que era el mundo entero el que se estremecía con tanto amor sembrado en el jardín de la casa.

A la hora de la verdad, todas nuestras precauciones fueron inútiles. Nadie decomisó las cámaras ni impidió el paso de nadie, porque los carabineros se habían. ido a almorzar. Filmamos todo, no sólo lo que estaba previsto, sino mucho más, pues Ugo estaba como embriagado por los temblores dentro del mar, y se metía hasta la cintura en el oleaje que reventaba con un estruendo prelústérico contra las rocas. Arriesgaba la vida, porque aun sin terremotos ese mar indomable lo habría arrastrado hasta los cantiles. Pero nadie podía impedirlo. Ugo filmaba sin parar, sin dirección, delirando en el visor, y todo el que conoce por dentro el oficio del cine sabe muy bien que es imposible dirigir ni controlar a un camarógrafo en trance.

'Grazia ascendió a los cielos'

Tal como lo habíamos previsto, cada rollo que se filmaba era mandado de urgencia a Santiago para que Grazia lo llevara a Italia esa misma noche. La fecha de su viaje no fue escogida al azar. Desde hacía una semana estábamos estudiando la manera de sacar de Chile todo el material filinado hasta entonces, pero no habíamos podido concretar las vías clandestinas previstas en el plan inicial. En esas estábamos cuando se divulgó Ia noticia de que llegaba de Roma el nuevo cardenal de Chile, monseflor Francisco Fresno, en reemplazo del cardenal Silva Henríquez, quien se había jubilado al cumplir los 75 años. Este último, inspirador de la Vicaría de la Solidaridad, dejaba un sentimiento de gratitud popular y una conciencia de lucha en el clero que le quitaba el sueño a la dictadura.

No era para menos. En las poblaciones más pobres hay curas que trabajan como carpinteros, como albañiles, como menestra¡es puros, mano a mano con los pobladores, y algunos de ellos han sido muertos por la policía en manifestaciones callejeras. No tanto por su complacencia con el nuevo cardenal -cuyo pensamiento político era todavía un enigma- como por el júbilo que le causaba el retiro del cardenal Silva Henríquez, el Gobierno interrumpió por unos días las restricciones del estado de sitio e hizo un llamado por todos los medios oficiales de difusión para que se diera una bienvenida colosal a monseñor Fresno. Pero al mismo tiempo, por si acaso, el general Pinochet se fue en un viaje de dos semanas por el norte del país, con su familia y con toda su corte de jóvenes ministros desconocidos, sin duda para que ni él ni ninguno de ellos se viera obligado a participar en la recepción impredecible. Confundida la ciudad por las decisiones oficiales contradictorias, sólo 2.000 personas acudieron a la plaza de Armas, donde caben y se esperaban por lo menos 6.000.

En todo caso, era fácil prever que aquella tarde de incertidumbre oficial era la más propicia para sacar del país la primera remesa de rollos expuestos. Esa misma noche nos llegó a Valparaíso el mensa e cifrado: Graziaascendió a los cielos. Así fue: llegó a un aeropuerto acordonado como nunca, pero también más abarrotado y anárquico que nunca, y los propios policías la ayudaron a registrar las maletas y a embarcarsesin pérdida de tiempo en el mismo avión en que acababa de llegar el cardenal.


Los gráficos de Gabriel "Saracho" Carbajales

Frases célebres de Gabriel García Márquez 

CUBADEBATE
17 abr
gabriel garcia marquez1

Un momento de creación. Foto: La Jornada.
Irreverente, nostálgico, lúdico, único, así se lo recuerda a Gabriel García Márquez. El escritor colombiano y premio Nobel de Literatura (1982) falleció este jueves 17 de abril del 2014, a los 87 años.
Es considerado uno de los escritores más populares y leídos de habla hispana. Sus novelas más conocidas son Cien años de soledad (1967), El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985), El general en su laberinto (1989), entre otros.

Frases célebres

Literatura:
  • “Los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía, donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.” (Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, Estocolmo, 1982).
  • “Yo comencé a ser escritor de la misma forma en que me subí a este estrado: a la fuerza”. (“Yo no vengo a decir un discurso”, 2010).
  • “Escribo para que quieran más. Creo que es una de las aspiraciones fundamentales del escritor” (Revista “Siesta”, España, 1977).
  • “La música me ha gustado más que la literatura”. (“Juventud rebelde”, La Habana, 1988).
  • “Una vez que hago en mis novelas la última lectura ya no me interesan, el libro es como un león muerto”. (Diario 16, Madrid, 1989).
  • “Si uno no crea, es cuando le llega la muerte”. “Cuando no escribo, me muero; y cuando lo hago, también”. (Entrevista con Efe, Sevilla, 1994).
  • “El gran reto de la novela es que te la creas línea por línea, pero lo que descubre uno es que ya en América Latina, la literatura, la ficción, la novela, es más fácil de hacer creer que la realidad” (La vida según…”, TVE, 1995).
  • “La primera condición del realismo mágico, como su nombre lo indica, es que sea un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece fantástico”. (“Reforma”, México, 2000).
  • “Como escritor me interesa el poder, porque resume toda la grandeza y miseria del ser humano” (Magazine-La Vanguardia, Barcelona, 2006).
Ortografía:
  • “Hay que jubilar la ortografía, terror del ser humano desde la cuna”. Discurso de inauguración del I Congreso Internacional de la Lengua Española, Zacatecas (México), 1997).
Premios:
  • “Todos los premios son muy interesantes pero si ya tuve el premio que se considera máximo en Literatura, es mejor dejar los otros galardones para los que vienen detrás o delante”. (Declaraciones realizadas en Oviedo en 1994 por la polémica generada tras decir que no quería recibir el premio Cervantes, al que fue candidato).
Medios de comunicación:
  • “Si los intelectuales no despreciaran tanto la televisión, ésta no sería tan mala”. (“Juventud Rebelde”, La Habana, 1988).
  • El periodismo es el oficio que le interesa “más en el mundo” y lo considera “como un género literario”. (“El espectador”, Colombia, 1991)
  • “La crónica es la novela de la realidad”. (“El espectador”, Colombia, 1991)
  • “La calidad de la noticia se ha perdido por culpa de la competencia, la rapidez y la magnificación de la primicia”.”A veces se olvida que la mejor noticia no es la que se da primero, sino la que se da mejor”. (Semanario “Radar”, Argentina, 1997)
  • “En periodismo no se permiten los términos vagos o simples intentos. Hay que saber las palabras y los conceptos precisos”. (“El Colombiano”, Colombia, 1995)
Cine:
  • “Mis relaciones con el cine son las de un matrimonio mal avenido, que no pueden vivir juntos ni separados”. (El País, Madrid, 1987)
  • “No cabe ninguna duda acerca de que ya existe un cine latinoamericano, pero nosotros mismos no le hacemos caso. Hacemos las películas, pero no tenemos ni la distribución ni la exhibición, que son los dos elementos más importantes”. (“El Tiempo”, Colombia, 1991)
Fidel Castro:
  • “Es el hombre más tierno que he conocido. Y es también el crítico más duro de la revolución y un autocrítico implacable” (Diario Pueblo, España, 1977)
  • “Todos saben de mi amistad personal con Fidel Castro y que yo apoyo a la revolución cubana”. (Entrevista de radio. Hungría, 1992)
Política:
  • “Ningún dirigente político, ningún jefe de Estado oye absolutamente a nadie. De manera que tener influencia en un jefe de Estado es lo más difícil que hay en este mundo, y finalmente ellos terminan teniendo mucha influencia sobre uno”. (“Juventud Rebelde”, Cuba, 1988)
  • “El siglo XX se ha perdido por dos dogmas contrapuestos e igualmente extremos: el socialismo y el capitalismo. El dogma de la propiedad estatal contra el de la libre empresa”. (“La Repubblica”, Italia, 1992)
Colombia y América Latina:
  • “El problema del narcotráfico es el problema de las drogas y que este problema se le está escapando, no solo a Colombia. Se le está escapando al mundo de las manos”. (Declaraciones tras mantener una reunión con el entonces presidente de EE.UU., Bll Clinton, en la Casa Blanca en 1997)
  • “Para mí, lo fundamental es el ideal de Bolívar: la unidad de América Latina. Es la única causa por la que estaría dispuesto a morir”. (Semanario ”Newsweek”, EEUU, 1996)
  • “Llevo conspirando por la paz en Colombia casi desde que nací” (“El País”, La Habana, 2005)
  • “¡Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?”. (“Yo no vengo a decir un discurso”, 2010)
Familia:
  • Sobre su esposa afirmó: “Yo pude escribir todas mis obras gracias a que Mercedes se hizo cargo de los asuntos de la vida diaria como mantener la casa y pagar las cuentas cuando no teníamos con qué hacerlo, y también cuando tuvimos mucho. Cuando me meto a algunos de esos asuntos ella me dice: ”No fastidies; lo único que tú sabes y debes hacer es escribir.” (Diario ”Haaretz”, Israel, 1996)
Personal:
  • “Mi percepción de la mujer es mágica”. (Diario “Haaretz”, Israel, 1996).
  • “La paz es como la felicidad. Se dispone solamente a plazos y se sabe lo que se tenía después de que se ha perdido”. (Diario “Die Welt”, Alemania, 1988).
  • “La fama estuvo a punto de desbaratarme la vida, porque perturba tanto el sentido de la realidad como el poder” (Magazine La Vanguardia, Barcelona, 2006).

Obras

Vea la cronología completa de las obras que escribió:

1955.- “La hojarasca”
1961.- “El coronel no tiene quien le escriba”
1962.- “La mala hora”
1962.- “Los funerales de la Mamá Grande”
1967.- “Cien años de soledad”
1968.- “Isabel viendo llover en Macondo”
1968.- “La novela en América Latina: Diálogo” (junto a M. Vargas Llosa)
1970.- “Relato de un náufrago”
1972.- “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada”
1972.- “Ojos de perro azul”
1972.- “El negro que hizo esperar a los ángeles”
1973.- “Cuando era feliz e indocumentado”
1974.- “Chile, el golpe y los gringos”
1975.- “El otoño del patriarca”
1975.- “Todos los cuentos de Gabriel García Márquez: 1947-1972”
1976.- “Crónicas y reportajes”
1977.- “Operación Carlota”
1978.- “Periodismo militante”
1978.- “De viaje por los países socialistas”
1978.- “La tigra”
1981.- “Crónica de una muerte anunciada”
1981.- “Obra periodística”
1981.- “El verano feliz de la señora Forbes”
1981.- “El rastro de tu sangre en la nieve”
1982.- “El secuestro: Guión cinematográfico”
1982.- “Viva Sandino”
1985.- “El amor en los tiempos del cólera”
1986.- “La aventura de Miguel Littín, clandestino en Chile”
1987.- “Diatriba de amor contra un hombre sentado: monólogo en un acto”
1989.- “El general en su laberinto”
1990.- “Notas de prensa, 1961-1984”
1992.- “Doce cuentos peregrinos”
1994.- “Del amor y otros demonios”
1995.- “Cómo se cuenta un cuento”
1995.- “Me alquilo para soñar”
1996.- “Noticia de un secuestro”
1996.- “Por un país al alcance de los niños”
1998.- “La bendita manía de contar”
1999.- “Por la libre: obra periodística (1974-1995)”
2002.- “Vivir para contarla”
2004.- “Memoria de mis putas tristes”
2010.- “Yo no vengo a decir un discurso”
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Con Mercedes, su esposa, y sus hijos Gonzalo y Rodrigo. Foto: La Jornada.
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Momento en que recibió el Premio Nobel de Literatura. Foto: La Jornada