sábado, 25 de abril de 2009

LA INFANCIA SUB PRIME













...,estos habitantes suburbanos, subhumanos, demuestra de manera brutal lo que a escala infantil es el neoliberalismo.

por Ricardo Candia Cares
24 Abril, 2009

El Cisarro admira a Daddy Yankee y al equipo de la Universidad de Chile. De sus nueve hermanos, cuatro están presos por robo y su padrastro cumplió una condena por asalto. A los nueve años, de lo que se sabe, hizo su primera incursión contra la sacra propiedad privada y su cumpleaños número diez los celebró en una comisaría para evitar que lo hiciera afanando a alguien en la calle.

Tres programas sociales distintos y simultáneos no han podido convencerlo de que el robo es cosa mala. Tiene buena suerte este niño si lo comparamos con los otros 4.000 que en la Región Metropolitana se dedican al lucrativo trabajo de asaltar, robar, hurtar, atacar mujeres solas y escalar las mansiones que los dueños de todo levantan cada día más alto para cuidarse de estos perdedores. No existe plan o política pública que se logre salvarlos de la garra feroz que ya los secuestró de por vida: la delincuencia y su secuela de violencia, dolor, crimen, cárcel y muerte.

Los mejores amigos y socios de El Cisarro, se llaman El Garra y El Gorila. Tienen 15 años y cada cual exhibe sus reiteradas detenciones y condenas. Su madre de cuarenta y tres años, que sufre de diabetes y tiene problemas mentales, vive en un rancho de diez por seis con los sesenta mil pesos que le regala cada mes la municipalidad.

Cisarro es del mismo team que componen el Coca Cola Chico, el Miguelito, el Poto Rico y Juanito Pistolas. Podrían ser expuestos como un resultado notable de la política cultural que el régimen se ha preocupado de construir en dieciocho años en su versión milica y en los últimos veinte de civil.

La farándula, en sus versiones política, futbolística y televisiva, oculta cuando le conviene a estos personajes que confirman todos los días para dónde va la economía, la cultura, la política y todos los demás. La existencia de estos habitantes suburbanos, subhumanos, demuestra de manera brutal lo que a escala infantil es el neoliberalismo: la existencia de muchos perdedores que apenas se levantan del suelo, para que haya un puñado de ganadores.

Estos niños demuestran la inmoralidad del bienamado crecimiento, su cara inhumana, su carácter de proyecto fracasado, su perfil mezquino. Retrata el desprecio, el apartheid, la relegación, el hacinamiento, el odio, la esquizofrenia que cultiva el país minuto a minuto.

Estos hijos del fracaso nacen todos los días y mueren todos los días liquidados por la violencia en la que nacieron, tiroteados por algún socio o derretidos por la droga y el alcohol.

Esta mecánica, vista desde el sistemita, tiene su lado lucrativo porque echa a andar la maquinaria que se sirve de estos subproductos andrajosos. Corporaciones, organizaciones no gubernamentales, programas sociales del gobierno, cárceles privadas y de las otras, proyectos de reinserción, fundaciones de naturaleza varia y la omnipresente maquinaria represiva, se ponen en movimiento con la excusa de contener, poner a salvo y reintegrar a los hijos del fracaso. Pero por cada paso que dan, cobran sueldos y estipendios jugosos y nutritivos. Cada una de estas benefactoras instituciones, saben como nadie o como todos, que su esfuerzo es útil sólo para su propia sobrevivencia y lucro. Alojados en el ADN del sistemita, a esos niños no los salva ni Cristo resucitado.

Utilizando la intuición que la pobreza, el maltrato y el sufrimiento les desarrolla con precocidad, los niños del fracaso saben que dependen de su habilidad mientras no más dejan de gatear. Mientras más rápido aprenden que la norma es quitarle lo más que puedan a los que más tienen, aumentan sus probabilidades de llegar vivos a la adultez. Y que mientras más tempranamente elijen los modelos a seguir de entre sus mayores, en esa misma medida se harán de un nombre y del respeto de los demás, dispuestos a desenguaracar una treinta y ocho y despacharse a quien pinte mucho mono o dé mucho jugo.

Estos pequeños son el futuro esplendoroso que mañana alimentara la morbosidad de la televisión. Estará ya en marcha la película de El Cisarro u otras seriales televisivas que han encontrado en estas formas de miseria humana una buena veta para ganar dinero sin pagar derechos de autor, ni nada que se parezca. Será un buen modo de olvidarse colectivamente que estos niños poblarán, en poco tiempo, las cárceles privadas que tanto enorgullecen a los ministros.

Mientras miles de niños sub prime deambulan ajenos a la crisis y sin saber de fondos mutuos, el sistemita prepara elecciones. Todo candidato que se precie hace cálculos, especula porcentajes y redacta programas de gobierno, los que por sus intenciones son magistrales, pero que caen en el olvido no bien termina el recuento de los votos.

La derecha en su nido de víboras caníbales tratando de adecentar lo indecente. La Concertación tratando de seguir engrupiendo para mantener la inagotable teta del estado, una parte de la izquierda suplicando por un escaño, y otras partes en esfuerzos de lucidez variable.

Hace falta soñar un poco más. Es necesario que simplifiquemos las cosas y en vez de grandes discusiones y sesudos programas de gobierno, pensemos cómo sería un país en que sus niños no tengan posibilidad alguna de convertirse en delincuentes antes del quinto básico.

Diseñar una patria en que una medida fundamental sea el grado de felicidad de los pequeños.

Imaginarse un país que se avergüence de los miles de metros cuadrados de cárceles privadas construidas, en vez de inaugurarlas como quien estrena una sinfonía.

Un estado que asegure la educación, la salud, la vivienda de la mejor calidad para los niños aunque para financiarla debamos vender los aviones de guerra y fundir los tanques.

Soñar un territorio que reparta sus riquezas entre los más desposeídos y el que más tenga, más ponga.

Construir un país en que la democracia no sea sinónimo de elección, sino un sistema de vida que comience en el pololeo, siga en la vida en común, se perfeccione en la crianza de los hijos y se deje ver a diario en la economía, la sociología y la sexualidad doméstica.

Que en las elecciones no sea el dinero el que compre los votos, sino sea el mérito el que los gane. Y que se pueda sacar con viento fresco a aquel que mintió para el efecto.

Y que mande la gente o que no mande nadie.

Un país pensado para niños, contiene un país para todas y todos. La pregunta es cómo salvar al Cisarro, al Garra, al Gorila, al Coca Cola Chico al Poto Rico y al Juanito Pistolas de su presente desgraciado y asegurarle un futuro fuera de las cárceles, de inútiles programas de rescate, de la represión y de cementerios prematuros.

Las respuestas aún se esconden detrás de los discursos, de las buenas intenciones que no son tales, de la mentira que ha secuestrado la verdad, de las fortunas que necesitan de tanta pobreza para alimentarse y de la tremenda falta de valentía de los que alguna vez fueron capaces de ofrecer tanto mártir y tanto héroe a una causa que aún espera por un relevo con suficiente mérito.