miércoles, 22 de mayo de 2013

“La izquierda tradicional opera como un tapón para evitar revueltas”


por Clara Ferrando
  Mayo de 2013 


“La izquierda tradicional opera como un tapón para evitar revueltas”
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Firme defensor del movimiento antiglobalización, impulsor del decrecimiento y promotor de nuevas formas de democracia directa, Carlos Taibo, escritor y profesor de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid, se define a sí mismo como libertario... 
 
Editor en Sin Permiso, director del programa de estudios rusos en el Instituto de Sociología de las Nuevas Tecnologías y colaborador asiduo de numerosos medios de comunicación como ‘El País’, ‘Público’ o ‘Rebelión.org’, este gallego ha escrito numerosos artículos y libros sobre formas de organización alternativa, como las cooperativas, la okupación como acción política, el anarcosindicalismo o la autogestión de espacios. Siempre dispuesto a abrir la ventana de par en par a temas que la prensa trata de soslayo, a reivindicar que el 15M dispone de los mimbres necesarios para convertirse en un movimiento de transformación social y a defender que el decrecimientodebería convertirse en el horizonte de los países opulentos.

¿Cómo definiría la doctrina del decrecimiento?
 
Se trata de una propuesta que, en primer lugar, nos dice que si vivimos en un planeta con recursos finitos, no tiene sentido que aspiremos a seguir creciendo ilimitadamente. Lo segundo que subraya es que tenemos que modificar las reglas del juego maestras de nuestras sociedades, tenemos que apostar por la vida social, por lo creativo en el trabajo, por la reducción del tamaño de muchas infraestructuras, por la recuperación de la vida local. En el terreno individual hay que buscar por la sobriedad y la sencillez voluntarias. Lo tercero y último que señala es que podemos vivir mejor con menos. La primera condición que he manejado es una imposición casi biológica, pero esta última nos recuerda que esa limitación la podemos reconvertir en lo contrario si somos capaces de articular sociedades en las cuales prioricemos la felicidad de las personas ante la acumulación de riquezas.

¿Qué sistema económico tendría cabida dentro del proyecto del decrecimiento?
 
Las concepciones teóricas son diversas, aunque la mía apunta a un modelo de socialismo autogestionario y cooperativo extremadamente descentralizado. Creo que es una suerte de combinación del proyecto anarquista o libertario tradicional con la teoría del decrecimiento.

“Vivir mejor con menos”, “trabajar menos para trabajar todos” son lemas del decrecimiento. Algo opuesto al modelo actual de capitalismo… ¿nos han engañado con la relación entre crecimiento económico y bienestar social?
 
No necesariamente. En determinados momentos históricos el crecimiento ha tenido efectos saludables por lo que respecta a prosperidad y bienestar. La cuestión es: ¿qué supone hoy el crecimiento económico en los países ricos del norte opulento? Sobran los argumentos para afirmar que el crecimiento económico no provoca una mayor cohesión social. Muy a menudo no crea puestos de trabajo, provoca agresiones medioambientales irreversibles, agota los recursos básicos, bebe del expolio de la riqueza humana y material de los países pobres, nos hace pensar que seremos más felices cuanto más consumamos. Hay muchos motivos para rechazar la lógica del crecimiento en los países del norte opulento.

¿Qué elementos del sistema actual cree necesario eliminar para avanzar hacia este modelo? ¿Qué es lo primero que eliminaría?
 
Eliminaría todos aquellos elementos que tienen que ver con la lógica del crecimiento, de la competitividad y del consumo. En último termino, prescindiría de las instituciones que guardan relación con la jerarquización social.

¿Cómo justifica la viabilidad de la autogestión y cooperación como opciones reales largo plazo? ¿Conoce algún ejemplo palpable de proyectos que vayan en la línea del decrecimiento y que estén funcionando?
 
Hay muchas muestras de ello, lo que ocurre es que alcanzan a una pequeña porción de la sociedad. Estoy pensando, por ejemplo, en los grupos de consumo, en las ecoaldeas, en las cooperativas integrales, en la banca ética y social, que empieza a manifestarse por muchos lugares, o en el incipiente movimiento de trabajadores que, en régimen autogestionario y cooperativo, decide hacerse con la dirección de empresas que están a punto de quebrar. Creo que el problema en este caso es doble. Por un lado, si queremos construir una sociedad justa e igualitaria no tiene sentido que sigamos delegando las capacidades de decisión en manos de unos pocos que están en el fundamento del modelo contrario de sociedad. Por otra parte, si no somos capaces de perfilar estrategias de autocontrol y autocontención en un planeta que se nos va, temo que el futuro será bastante negro. En ese sentido el proyecto de la autogestión y de la cooperación plantea un horizonte donde el autocontrol es un elemento decisivo.

El 15M defendía algunos postulados del decrecimiento, ¿en qué punto se encuentra en la actualidad este movimiento ciudadano? ¿Ha muerto o ha evolucionado?
 
El 15M no está muerto, creo que es un movimiento muy vivo. Sin embargo, existe un problema con los medios de comunicación a la hora de evaluar lo que ocurre con el 15M. A los medios sólo les interesa cuando hay una macromanifestación o cuando se producen episodios de violencia. No obstante, la vida cotidiana del 15M se vincula con las asambleas populares. En ese sentido creo que este movimiento es el principal instrumento de transformación eficiente del que disponemos en el presente. Lo digo sin algaradas, está claro que tiene sus carencias, pero no creo que sea un movimiento muerto en su dimensión.

¿Por qué cree que, dada la cruda situación actual, todavía no se ha producido una revuelta social en España? ¿Qué le falta a la sociedad española?
 
Tenemos muchos problemas, el primero de ellos es que las estrategias de dominación del sistema son eficientes y la sociedad sufre un procedimiento de sumisión general y de amedrentamiento que produce esos efectos. Otro de los problemas lo aportan la mayor parte de las estructuras de lo que voy a llamar izquierda tradicional que, a mi entender, operan fundamentalmente como un tapón para evitar esa revuelta. La tercera explicación sugiere que a los ojos de muchos de nuestros conciudadanos la situación no es todavía extrema o que, en su defecto, encuentran algún subterfugio para olvidarse de los problemas de los demás. Sospecho que la combinación de estos tres aspectos pueden arrojar alguna luz sobre la cuestión planteada.

¿Podrías dibujar algún posible escenario para después de la crisis?
 
No creo que esta crisis termine. Sólo en virtud de una ilusión óptica podemos pensar que vamos a superarla. De todos modos, si salimos de esto será con un deterioro tan visible del conjunto de la sociedad que merecerá la pena discutir si realmente hemos cambiado a mejor. En cualquier caso, el problema principal no es salir de la crisis, sino salir del capitalismo porque el colapso está cada vez más cerca y me temo que pasar página con la crisis será acercarnos de manera todavía más peligrosa al colapso.

LAS LUCHAS DE CLASES NO HAN MUERTO



"No se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva".
Carlos Marx, Mensaje a la Liga de los Comunistas, 1850
por Marcelo Colussi

Por muchos motivos el siglo XX ha sido, seguramente, el más movido, prolífico y controversial de la historia. Marcó de forma indeleble el curso general de los acontecimientos de la humanidad con una fuerza imperecedera: para bien o para mal nos hizo asistir al surgimiento de incontables procesos nuevos, tales como la revolución científico-técnica imparable aplicada al mejoramiento de la vida cotidiana, las primeras experiencias socialistas, la universalización de la economía y la cultura (hoy día bautizada como globalización), guerras con aplicación de las fuerzas más destructivas que se pudieran concebir, inicio de la conquista espacial, inicio de la liberación femenina, aparición del síndrome de inmunodeficiencia adquirida, sociedades masificadas y apoyadas con fuerza creciente en los medios de comunicación, poderes hegemónicos de escala planetaria. Todo esto fue nuevo en la historia, y el siglo pasado es su punto de arranque, punto de inflexión del que probablemente no se retrocederá más...

Cada uno de estos distintos aspectos representa, en sí y por sí mismo, un mundo aparte; cada uno ha corrido suertes diversas, con perspectivas futuras muy disímiles entre sí. De entre todos ellos nos interesa ahora particularizar lo correspondiente al discurso contestatario que trajo el socialismo y la suerte que el mismo tuvo durante todo el siglo.

Al hablar de la historia del socialismo, es decir: la esperanza genuina en un nuevo mundo de justicia, nos referimos no tanto a su génesis y primeros tanteos en el siglo XIX como cosmovisión sino a lo que, ya en tanto propuesta madura, significó en las expectativas que fue abriendo. Sin dudas nadie podría negar que esto movió a lo mejor de la humanidad, en todo sentido: a aquellos más nobles, abnegados y honestos que vieron en su aparición como teoría y en la primera revolución rusa de 1917, el inicio de un paraíso posible, el fin de las injusticias, la puerta de entrada a la patria de la humanidad. Movió, igualmente, lo mejor que cada uno de los seres humanos podemos tener: el espíritu de solidaridad, la fraternidad, la generosidad auténtica y desinteresada.

Muchas cosas han marcado el siglo XX, por supuesto; pero el inicio de las experiencias socialistas está entre aquellas que más reacciones produjo, tanto de aceptación como de rechazo. Lo que allí estaba en juego era mucho más grande que lo que podía abrir cualquier descubrimiento científico o tendencia artística. La profundidad de la transformación anhelada produjo pasiones igualmente intensas. Nadie pudo quedar impasible ante la magnitud de su propuesta.

En cierta forma podría decirse que todo el siglo se vio atravesado por este fenómeno: las primeras luchas sindicales con vistas a socializar la propiedad, el triunfo de las primeras revoluciones socialistas, la reacción del mundo capitalista ante su aparición, la construcción que se empezaron a dar los países que comenzaron a transitar esos caminos, la guerra fría entre los bloques antagónicos que fueron delineándose y el posterior triunfo del capitalismo sobre su modelo opositor hacia fines del siglo, nada de esto dejó de conmover hondamente a cualquier habitante del planeta. Durante los largos años que duró esta pugna entre bloques, entre cosmovisiones, las ideas generadas por el socialismo empezaron a ser moneda corriente en la cultura popular. Nadie se asombraba por hablar de la explotación, y tampoco eran crípticos términos de cenáculo para iniciados la lucha de clases, el reparto de la riqueza, la toma del poder, el antiimperialismo.

Hoy día, inicios del siglo XXI, habiendo corrido mucha agua bajo el puente y caídas esas primeras esperanzas, sin modelos alternativos a la vista que sirvan de contrapeso a la hegemonía agobiante del neoliberalismo y de la unipolaridad militar de los Estados Unidos, todo aquel discurso de apenas unas décadas atrás parece haberse esfumado. Pero, en sustancia, nada de lo que esas palabras significaban ha cambiado: sigue la lucha de clases, continúa el desigual reparto de la riqueza, el poder continúa en poquísimas manos, el imperialismo se ha acrecentado.

¿Por qué salieron de escena todos estos términos? ¿Acaso pasaron de moda?

En realidad cambió la agenda política, cambiaron los escenarios, pero no hubo cambios reales en las estructuras. Aunque sea casi una mala palabra y nadie la use hoy, ¿no hay más imperialismo? La historia la escriben los que ganan, por lo que en la actualidad, habiéndose impuesto el mercado como deidad absoluta, todo lo que vaya en su contra es blasfemo. De ahí que no se nombre todo lo anterior, sean anatemas. Hablar de lucha de clases o imperialismo es hoy anacrónico.

¡Pero no tanto! Es cierto que la historia la escriben los ganadores, ¡pero hay otra historia! Aunque la fuerza arrolladora con que se presenta el triunfo del gran capital, que podría tenernos abrumados con el manejo mediático, las realidades que están tras esos términos, hoy blasfemos, no han desaparecido. Seguramente por la misma imposición que esa victoria del gran capital trajo, le hemos tomado miedo a ese discurso contestatario y nos atemoriza ser vistos como nostálgicos de tiempos idos. Plegarse a los poderes dominantes, por supuesto, es más fácil que ir en su contra. El aturdimiento que produjo la caída del Muro de Berlín, vendido luego en pedacitos como souvenir turístico, aún nos tiene desconcertados y pareciera que nos hizo ir olvidando la sana irreverencia y la cuota de rebeldía que alentó pasadas luchas décadas atrás. Pero eso no está muerto.

El mundo post Guerra Fría dio como resultado fenómenos bastante patéticos: por un lado, cuotas de explotación inmisericordes que recuerdan el capitalismo decimonónico, sin leyes sociales de protección a los trabajadores ni regulaciones estatales. La precarización laboral de estos últimos años (léase: la explotación más descarnada) volvió a mostrar la verdadera cara del sistema económico-social en que nos movemos. Junto a ello, como otra de las consecuencias de esa caída (que fue la caída no sólo de un muro sino de las esperanzas que allí se jugaban) se nos presenta el intento de vaciamiento del discurso y la práctica transformadora, revolucionaria. La protesta se aguó, se degradó, y el sistema sabiamente pudo ir criminalizándola. Sin temor a equivocarnos podríamos decir que el discurso dominante nos hizo pasar de la lucha de clases a la criminalización de las relaciones sociales como motor de la historia. De Marx (abolición de la propiedad privada de los medios de producción y de la sociedad de clases basada en ella) fuimos pasando a Marcas (métodos alternativos de resolución de conflictos).

Menudo cambio, sin dudas. Las luchas de clases salieron de escena. Pero entiéndase bien: dejaron de ser tema de debate, objeto de discusión académica, referente en el discurso político, aunque ahí siguen estando. La preocupación que nos fue creando el omnímodo discurso dominante puso otros temas como principales. Además de la apología del dios-mercado, se entronizó la democracia representativa como modo superior de gobierno, y los problemas sociales quedaron resumidos en dos cosas: la mala práctica de gobierno (la culpa la tienen los políticos) o el crimen desbocado, que en estos últimos años pareciera haberse ido transformando en un nuevo demonio omniabarcativo.

En otros términos: de la lucha de clases a la delincuencia como factor de explosividad de las sociedades. La cotidianeidad de estos últimos tiempos, cada vez más plagada de hechos corruptos (hoy día ya no es noticia que caiga algún funcionario por algún hecho de corrupción) y delincuencia de todos los calibres (ciudades cada vez más inseguras, narcoactividad, pandillas juveniles y un largo etcétera), no deja ver la explotación económica, la lucha de clases, el fenomenal descontento que anida en todas las sociedades. En definitiva: la injustica más rampante, que se nos ha hecho ya es natural, dejó de ser el tema principal. Para tapar eso, para maquillarlo convenientemente el sistema ha ido encontrando formas cada vez más sutiles y efectivas de control: fundamentalismos religiosos de toda laya, masificación global y saturante del show deportivo, fundamentalmente de fútbol (se habló de hacer el Campeonato Mundial cada dos años incluso), bombardeo inmisericorde de los medios de comunicación aliados al sistema (guerra de cuarta generación le llaman a eso los estrategas del Pentágono). Es decir: el descontento social producto de la explotación, de las injusticias de base que siguen existiendo, se fue manejando, controlando, moldeando. Y así se puso como tema principal de cualquier discusión cotidiana la violencia callejera., o el fútbol. Pero las luchas de clases, aunque pasadas de moda, ahí siguen estando.

Con la llegada del socialismo del siglo XXI en la República Bolivariana de Venezuela hace algunos años se desempolvaron viejos conceptos que parecían ya olvidados, patrimonio de dinosaurios como los cubanos. El ideario sepultado bajo los escombros del Muro de Berlín tímidamente volvió a salir a luz. Quizá esperamos mucho, justificadamente sin duda, de ese proceso en el país caribeño. Hoy día no sabemos bien para dónde se dirigirá la experiencia venezolana, si mira realmente hacia un horizonte socialista (del siglo que sea) o si la conciliación de clases termina imponiéndose. Lo que sí, sin dudas, levantó esperanzas que habían quedado adormecidas estos años; el socialismo dejó de ser mala palabra. Y cuando nadie se lo esperaba (al menos desde el mundo occidental) allí golpea a la puerta de la historia el renacer de los pueblos árabes con este huracán de protestas que se está sucediendo.

Tomando palabras de José Steinsleger al referirse a los sucesos de Egipto, válidas para todo el proceso que se da hoy en buena parte del mundo árabe: ¿Hay [allí] una situación prerrevolucionaria? Los anarquistas se oponen a la solución autoritaria; los socialistas celebran el aliento democrático de la sublevación; los comunistas piensan en si las condiciones están dadas; los trotskistas agitan el programa; los nacionalistas evocan la dignidad de otras épocas; los liberales y conservadores revisan las páginas de El Gatopardo, y los religiosos sueñan con el renacer del Islam. ¿De qué se trata en realidad todo este volcán? Las lecturas pueden ser múltiples, antitéticas incluso, y todavía no puede vaticinarse para dónde se disparará el proceso. Pero definitivamente algo se mueve. Se mueve ¡y mucho! Todo lo cual evidencia que los problemas del mundo, los problemas básicos que produce este disparate civilizatorio en el que vivimos donde importa más una máquina que una vida humana, todo eso tiene como fundamento aquello que el viejo Marx denunciaba con vehemencia 150 años atrás.

En realidad no se trata de vaticinar qué pasará con esta ola de protestas que ponen en marcha los pueblos árabes; se trata de apoyarlas como momento importante, privilegiado quizá, en la historia. Apoyar, y si se ve que ello es un paso para la transformación social hacia mayores cuotas de justicia, tomarlo como propio, aunque no se pertenezca concretamente al mundo árabe. En todo caso, esa puede ser una batalla más de una lucha mucho más general, más universal, no sólo de los árabes por supuesto. En ese caso: todos somos árabes, todos estamos en la Plaza Tahrir de El Cairo, todos nos hacemos parte de ese volcán que ha despertado.

Pero además vale la pena tomar esta marea que se inició en el mundo árabe como un recordatorio que, más allá del fenomenal manejo mediático distractor que nos confronta con otros problemas, importantes sin dudas, pero menores en definitiva (la delincuencia cotidiana, las cuotas de corrupción, el mal gobierno), las luchas de clases no han muerto.

"Operación Cóndor": juicio histórico sobre el plan de represión coordinada de las dictaduras latinoamericanas en los años 70


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Pinchando el enlace se puede ver el video, está en inglés, pero se puede elegir ver los subtitulos en español.
 
 
En Argentina se está llevando a cabo un juicio de importancia histórica, que busca revelar nuevos detalles sobre la llamada "Operación Cóndor", plan coordinado entre seis países latinoamericanos en las décadas de 1970 y 1980 para eliminar disidentes políticos. En esta campaña participaron las dictaduras militares de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay, trabajando conjuntamente para rastrear, secuestrar y matar gente que ellos consideraban terroristas: militantes de izquierda, sindicalistas, estudiantes, sacerdotes, periodistas, guerrilleros y sus familias. El plan fue lanzado por el dictador chileno Augusto Pinochet y, según la evidencia existente, contó con la complicidad de la CIA y del ex Secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger desde el comienzo. Nos acompaña John Dinges, autor del libro "Operación Cóndor: Una década de terrorismo internacional en el Cono Sur", que reúne entrevistas y documentos de inteligencia desclasificados para reconstruir acontecimientos que fueron mantenidos en secreto.
 
JUAN GONZÁLEZ: El martes pasado comenzó un histórico juicio en Argentina, que podría revelar nuevos detalles sobre la estrategia coordinada de seis países latinoamericanos, en las décadas de 1970 y 1980, para eliminar disidentes políticos. Este plan, conocido como Operación Cóndor, involucró a las dictaduras militares de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay. Estos gobiernos colaboraron entre sí para rastrear, secuestrar y asesinar personas que ellos calificaban de terroristas: activistas de izquierda, sindicalistas, estudiantes, sacerdotes, periodistas, guerrilleros, y también sus familias.

El plan fue impulsado por el dictador chileno Augusto Pinochet y existe evidencia de que la CIA y el ex secretario de Estado Henry Kissinger fueron cómplices del mismo desde sus inicios. Al menos 25 generales del ejército están imputados en la causa, y se espera contar con el testimonio de más de 500 personas. En agosto, un juez federal argentino solicitó formalmente al Departamento de Justicia del Gobierno de Obama que permita que propio Kissinger sea interrogado. El Gobierno de Obama no respondió.

AMY GOODMAN: Este juicio se está llevando a cabo en Buenos Aires, donde un antiguo taller mecánico fue convertido en un centro de tortura. Argentina es el país donde más personas extranjeras fueron asesinadas en el marco de la Operación Cóndor. Esto está sucediendo apenas semanas después de que la Corte Suprema de Uruguay derogara una ley que hubiera permitido juicios similares en ese país.

Para ampliar esta información, nos acompaña John Dinges, autor del libro "Operación Cóndor: una década de terrorismo internacional en el Cono Sur", que recopila entrevistas e informes de inteligencia desclasificados para reconstruir acontecimientos mantenidos en secreto. Antes de eso, Dinges trabajó para la National Public Rario, y como periodista independiente en Latinoamérica. Actualmente es profesor en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia.

John Dinges, bienvenido a Democracy Now!
JOHN DINGES: Encantado de estar aquí. Gracias.

AMY GOODMAN: Háblanos de la importancia de este juicio que está teniendo lugar en Argentina.

JOHN DINGES:
Bueno, ya se han hecho varios juicios, y éste se remonta a la detención de Pinochet en Londres, en 1998. Eso desató una avalancha de pruebas, que atravesaron Europa y dieron lugar a juicios en muchos lugares, como Roma, París, Argentina y Chile, pero todos más pequeños que éste. Aquí hay 25 personas acusadas. Por desgracia —o por suerte, quizás— muchas de las personas implicadas en esto ya han muerto, o están muy viejos; muchos de los jefes máximos. Pero aquí hay 25 argentinos y un uruguayo, todos con cargos militares, quienes participaron directamente en las acciones de la Operación Cóndor.


Se trata de algo histórico, ya que vamos a escuchar las declaraciones de 500 testigos. Y no es algo habitual en el sistema jurídico latinoamericano. Esto se está haciendo realmente público ahora que escuchamos los testimonios. Antes sólo declaraban ante los jueces a puertas cerradas, y luego, alguna gente podía llegar a leer esos testimonios, pero no llegaba a ser realmente público. Esta vez es realmente público. Y al parecer, gran parte del juicio está siendo grabado. Así que es la primera vez que toda la población va a poder va a escuchar los etalles de esta serie tan terrible de atrocidades, que tanta gente ha matado.

JUAN GONZÁLEZ: John, para quienes nunca han oído hablar de la Operación Cóndor o saben poco sobre ella, ¿podrías hablarnos sobre sus orígenes? ¿Cómo comenzó, que países o gobiernos la encabezaron?

JOHN DINGES: Bueno, fue una iniciativa chilena. Augusto Pinochet tenía dominada a la oposición. El golpe de Estado fue en 1973, y para 1974 ya no había casi oposición interna. Pero mucha gente que había formado parte del anterior Gobierno, que él había derrocado, se había marchado al extranjero. Un general importante vivía en Argentina. Dirigentes políticos, como por ejemplo Orlando Letelier, ex ministro de relaciones exteriores y ex embajador en EE. UU. –que era alguien que solía comer con Henry Kissinger- vivía en Washington. Había gente desparramada por diferentes lugares, en Europa y en toda Latinoamérica, y Pinochet quería ir tras ellos. Así que organizó la Operación Cóndor.

Y convenció a los otros países —Brasil, Uruguay, Argentina, Bolivia y Paraguay— para que se sumaran, con el argumento de que existían acciones guerrilleras que los amenazaban a todos conjuntamente. Y de hecho, hubo una organización guerrillera llamada Junta de Coordinación Revolucionaria, formada por diferentes grupos armados que luchaban contra esos gobiernos. Entonces, la idea de Pinochet era colaborar para perseguir a esta gente. Y así lo hicieron.

La mayor parte de los exiliados chilenos estaban en Argentina, que fue el último país en ver derrocado su gobierno civil. Allí la dictadura militar se inició en marzo de 1976, y el Plan Cóndor se creó a finales de 1975. Así que ya estaban preparados. Y cuando se produjo el golpe de Estado en Argentina, comenzaron a matar a cientos de personas, a estas personas extranjeras. Es interesante que hayas mencionado a Automotores Orletti. Este es el taller mecánico que fue utilizado como centro de tortura, y ahí es donde retenían a los presos de otros países.

AMY GOODMAN: Con Democracy Now! hemos visitado ese taller. Quiero leer parte de un documento desclasificado, un informe de la CIA que muestra que funcionarios estadounidenses sabían que los servicios de inteligencia latinoamericanos estaban ampliando sus redes de acción con la Operación Cóndor. Cito: "Están uniendo fuerzas para erradicar la 'subversión' ... una palabra que, cada vez más, se refiere a la disidencia no violenta, de parte de la izquierda y centro-izquierda".

Esto se relaciona con otro documento que tú conseguiste, John Dinges, de la agencia de inteligencia chilena, conocida como DINA. En él se detalla el número de muertos y desaparecidos registrado por la inteligencia argentina. Es un cable enviado por el representante de la DINA en Buenos Aires que dice, cito, que "está enviando una lista de todos los muertos," que incluía el conteo oficial y extraoficial de muertos. Entre 1975 y mediados de 1978, según él, cito: "suman 22.000 entre muertos y desaparecidos". Háblanos sobre el número de muertos y qué es lo que sabía EE.UU.

JOHN DINGES: Bueno, vamos primero con Estados Unidos. En este período, los años setenta, Estados Unidos fue un patrocinador importante de las dictaduras militares que derrocaron, en algunos casos a gobiernos democráticos y en otros a gobiernos civiles tambaleantes. Como fuera, el resultado fueron gobiernos como el de Videla, el de Pinochet o el de Banzer en Bolivia, que mataban a sus ciudadanos impunemente. El gobierno de EE. UU. sabía de estos asesinatos masivos. Y mantuvo una actitud esquizofrénica y maquiavélica hacia esta situación. Realmente no querían a los comunistas en el gobierno, y la democracia parecía estar dando lugar a gobiernos comunistas. De hecho, el presidente de izquierda Salvador Allende fue elegido democráticamente, e instaló en Chile un gobierno civil y revolucionario. Y por eso, Pinochet lo derrocó. Estados Unidos tenía pánico ante la posibilidad de que esto se extendiera en Latinoamérica, por lo que apoyó la llegada de las dictaduras.

Cuando comenzaron los asesinatos masivos, EE. UU. sabía que eso estaba sucediendo. Se enteraron de la Operación Cóndor poco después de su creación. No hay pruebas de que supieran de su existencia en el momento en que se creó. Sí hay pruebas de que lo sabían un par de meses después de iniciadas sus operaciones. Pero sin duda tenían conocimiento de que estas cosas estaban sucediendo. Y si nos fijamos en las transcripciones de las reuniones entre Henry Kissinger y estos jefes militares de Argentina y de Chile, de las que tenemos registro, ¿qué es lo que dicen en privado? Algo así como: "Apoyamos lo que están haciendo. Entendemos que tienen que hacer valer su autoridad. Hagan lo posible por liberar algunos presos, porque el Congreso me está presionando mucho, los demócratas están queriendo hacer que yo defienda los derechos humanos. Así que les pido un esfuerzo, pero entiendo lo que están haciendo".
Y en una ocasión, dos semanas después de que Kissinger visitase Santiago, se realizó la segunda reunión más importante entre todos los países del Cóndor para hablar sobre el plan. Y en esa reunión, en junio de 1976, se aprobaron operaciones de asesinatos fuera de Latinoamérica. Y el primero de estos asesinatos tuvo lugar en Washington DC. Orlando Letelier, ex ministro de relaciones exteriores chileno, fue asesinado en las calles de Washington.

AMY GOODMAN: Es una historia asombrosa. De hecho, tú has escrito un libro sobre el tema.

JOHN DINGES: En realidad he escrito dos libros. Uno es sobre el asesinato, en el que, por primera vez, incluí un capítulo sobre el descubrimiento de la Operación Cóndor. No tenía muchos detalles. Incluso, en cierta medida, fui mal informado por el Departamento de Estado.

Años más tarde, después de que Pinochet fuese detenido en Londres, hubo una avalancha de documentos, que incluían 60.000 páginas de material, que se hicieron públicos por orden del presidente Clinton. Entonces pude investigar realmente y entender lo sucedido desde el punto de vista de EE. UU. Pero también en Latinoamérica se revelaron muchos documentos. Y creo que eso es aún más importante, porque si sólo tuviéramos documentos estadounidenses, siempre alguien podía decir "bueno, ese es el punto de vista de EE.UU. sobre estos asuntos.” Pero lo que pasaba realmente en esos gobiernos latinoamericanos…

AMY GOODMAN: Explícanos cómo fue que Orlando Letelier y su asistente, Ronni Moffitt, fueron asesinados en las calles de Washington DC, en Estados Unidos, en 1976.

JOHN DINGES: Pinochet inició esta operación poco después de aquella reunión con Kissinger. Menos de un mes después, dio la orden para esto. Enviaron a un agente que hacía varios años trabajaba para la DINA, Michael Townley, que era estadounidense. No creo que fuera casualidad que le encargaran esto a un agente estadounidense, ya que, obviamente, cuando se comenzó a sospechar de ellos, dijeron: "Ah, este tipo trabaja para la CIA". Y mucha gente está dispuesta a creer que siempre es la CIA quien está detrás de estas cosas. De hecho, tanto la extrema derecha como la extrema izquierda decían "fue la CIA." No hay pruebas de que Townley trabajara para la CIA, pero es seguro que trabajaba para los chilenos.

Se juntó con algunos cubanos en Nueva Jersey, cubanos anticastristas, y fueron a Washington. Townley se metió debajo del auto y puso una bomba que él mismo había construido, que se activaba con uno de esos antiguos beepers. Siguieron el auto por la Avenida Massachusetts y en Sheridan Circle, bien cerca de la embajada de Chile, pulsaron el botón y lo mataron. Ronni Moffitt era la esposa de Michael Moffitt, que era asistente de Orlando. Ella iba en el asiento delantero del auto y por eso murió. Michael sobrevivió y Orlando, por supuesto, murió inmediatamente.

AMY GOODMAN: Townley estuvo algunos años en la cárcel. Y entonces...
JOHN DINGES: A Townley lo entregaron los chilenos. La historia de cómo se resolvió este caso es increíble. En general se asumía que en EE. UU. no se iba a investigar el caso muy a fondo. Pero quienes pensaron eso estaban equivocados. El FBI realizó una extensa investigación, resolvió el caso, obtuvo fotos de los implicados. Esa larga historia yo la cuento en el libro. Cuando identificaron a las personas que habían ido a EE. UU. para llevar esto a cabo, fueron a Chile y pidieron la cooperación del Gobierno de Pinochet. Y Pinochet tenía dos opciones: matar a Townley —y hay pruebas de que ese era uno de los planes— o entregarlo. Y finalmente lo entregaron. Lo llevaron a Estados Unidos, y comenzó a declarar. Y ahí hubo otra avalancha de información, que provino de Michael Townley. Él todavía vive en Estados Unidos. Estuvo sólo cinco años en prisión.

AMY GOODMAN: Y ahí entró en el programa de protección de testigos.
JOHN DINGES: Estuvo en protección de testigos por un tiempo. Por lo que sé, ya no lo está. Actualmente vive en la zona centro-oeste de EE.UU. Y bueno, él ha cooperado. No sé si tiene algún remordimiento sobre su pasado, pero ha colaborado con muchas investigaciones desde su encarcelamiento.

JUAN GONZÁLEZ: John, me gustaría preguntarte sobre un personaje fuera de lo común del que hablas en el libro, y sus esfuerzos para poner fin a la Operación Cóndor: Ed Koch, el recientemente fallecido alcalde de Nueva York, que en esa época era un joven congresista demócrata, y empezó a hacer muchas preguntas sobre lo que estaba pasando, haciendo enojar a nuestro propio gobierno. ¿Podrías hablarnos de eso?

JOHN DINGES: Ed Koch, una figura muy querida en esta ciudad. Realmente, todo el mundo que ha tratado con él ha tenido la misma experiencia. Cuando estaba investigando esta historia, él cooperó gustosamente conmigo. Y vino a la fiesta de lanzamiento de mi libro. Así que también lo quiero. Ed Koch era congresista y fue impulsor de una enmienda a una ley, que permitiera suspender la ayuda militar a Uruguay. Los uruguayos eran parte de la Operación Cóndor. Esto fue en 1976. Y la CIA descubrió eso, creo que lo descubrieron porque los uruguayos lo comentaron frente a ellos, dijeron que iban a convencer a los chilenos para que fueran a Washington a matar a Koch. No sabemos si eso se llegó a poner en marcha. Pero George Bush, que era el jefe de la CIA en aquel momento, llamó a Ed Koch y le dijo —es maravilloso escuchar a Ed Koch contar esta historia— le dijo: "Tengo que contarte algo: Hay un complot para asesinarte". Ed Koch preguntó si le iban a ofrecer protección. Y ellos dijeron: "No, no. Ese no es nuestro trabajo. Somos la CIA. Sólo te estamos avisando, te toca a ti ocuparte de tu propia seguridad". Ed Koch no sabía que esto era parte de la Operación Cóndor. Pensaba que era cosa de algún exaltado de la dictadura.

Tiempo después, durante mi investigación pude hablar con una de las personas que participó en esto, uno de los uruguayos. Y sí, fue una típica movida del Plan Cóndor, aunque no llegaron a matar a nadie, por suerte. Pero fue el típico modus operandi. Con el fin de cubrir sus huellas, un país usaba los agentes de otro país para hacer el trabajo sucio, en las operaciones planeadas para fuera de América Latina. Dentro de América Latina, tenían una manera mucho más sistemática y eficaz de funcionamiento. Se perseguía a los disidentes de cada lugar, en cualquier país donde estuvieran, Perú, Brasil, Uruguay y principalmente Argentina. Y ahí la metodología era simple: capturarlos, secuestrarlos, torturarlos, matarlos y hacer desaparecer sus cuerpos. Muy pocas personas han sobrevivido a la Operación Cóndor, casi nadie. Es muy difícil encontrar un sobreviviente.

JUAN GONZÁLEZ: Y aún así, muchos de los líderes de los nuevos gobiernos populistas que hay ahora en América Latina surgieron de algunas de las organizaciones perseguidas por el Cóndor. Especialmente en Uruguay, donde el presidente es un ex Tupamaro. Y en toda la región, esos disidentes son ahora parte del aparato de gobierno de sus países.

JOHN DINGES: Hace dos semanas, estuve en Bolivia y entrevisté a una persona del Ministerio de Comunicaciones, una de las tantísimas personas de pueblos indígenas que forman parte del gobierno de Morales. Y él contó que su padre había estado preso. Había estado exiliado en Chile, y cuando llegó el golpe de Estado fue encarcelado, estuvo siete meses preso, y fue torturado. Y en esa misma oficina hablé con otra persona, que también había participado en la resistencia boliviana en la década de 1980, y antes, su padre había estado involucrado con el grupo que luchaba junto al Che Guevara en 1960.
Estos son revolucionarios, pero son un tipo diferente de revolucionarios. Están igual de comprometidos, creo, pero sin tomar las armas. Creo que se dan cuenta de que esa forma de lucha no se ha llevado a revoluciones triunfantes, entonces me siento muy optimista sobre lo que está pasando con este grupo de gobiernos ahora.

AMY GOODMAN: Por último, hay un cable del Departamento de Estado, de 1978 que, según la cubierta de tu libro, dice: "Kissinger explicó que en su opinión el gobierno argentino había hecho un excelente trabajo en la erradicación de las fuerzas terroristas". ¿Qué significa que los jueces hayan pedido el testimonio de Kissinger y que el gobierno de Obama no haya respondido?

JOHN DINGES: A Kissinger lo han llamado a declarar muchas veces. En mi libro hablo de una vez en la que sí respondió, creo que era un pedido de Francia. Y básicamente, negó todo. Es algo muy frustrante. Para mí era claro que todo lo que dijo eran mentiras, no hay otra palabra para ello, estaba mintiendo. O sea, los documentos dicen una cosa y Kissinger dijo otra cosa. Y él sabía lo que decían los documentos. En Estados Unidos nunca se ha permitido que un funcionario público sea juzgado en otros países. No somos miembros de la ICC.

AMY GOODMAN: La Corte Penal Internacional (por sus siglas en inglés).
JOHN DINGES: Sí, la Corte Penal Internacional. No ha habido ningún juicio en el exterior que haya puesto a un estadounidense en el banquillo de los acusados. Hubo un intento en Italia, pero por supuesto, ningún imputado apareció. En Estados Unidos, por uno u otro motivo, tanto los demócratas como los republicanos proteger a nuestros violadores de derechos humanos, cuando se trata de violaciones de derechos humanos fuera de Estados Unidos. Simplemente así se manejan.

AMY GOODMAN: ¿Describirías a Henry Kissinger como un violador de los derechos humanos?
JOHN DINGES: Sí, absolutamente.
JUAN GONZÁLEZ: ¿Y cuál es importancia de esta historia de externalizar la lucha contra el terrorismo, de modo de no dejar huellas de la propia participación, en relación con la guerra actual contra el terrorismo en los Estados Unidos?

JOHN DINGES: Bueno, yo estaba escribiendo mi primer capítulo cuando pasó lo del 9/11, en mi casa en Washington. Y en el final del libro, que termina con una referencia al 9/11, digo que esto no es algo que estemos condenados a repetir. Y lo digo haciendo la comparación entre la guerra contra el terrorismo de la década de 1970 y la guerra actual contra el terrorismo, lanzada por el presidente Bush. Pensaba que habíamos aprendido la lección de no copiar los métodos de los enemigos, o de aquellos que han demostrado ser violadores de los derechos humanos. Pero desafortunadamente, creo que hemos hecho eso muchas veces.

La discusión actual sobre el uso de aviones no tripulados me parece aterradora; porque me cuesta distinguir entre lo que fue la Operación Cóndor, con menos tecnología, y lo que es el uso de aviones no tripulados, que básicamente lo que hacen es entrar en otro país, incluso con el permiso de ese país —así era en general también en la Operación Cóndor— perseguir a la gente, y matarla. Ahora bien, la justificación es: "Pero eran criminales. Estaban en combate". Eso puede o no ser cierto, pero al final quien lo determina es la misma persona que aprieta el gatillo.

Creo que es importante poner esto en discusión. Y tal vez en un juicio como éste, que se remonta a los años 70, la gente dice: "Bueno, así fueron las dictaduras en la década de 1970". Pero la tendencia del Estado a creer que es válido actuar contra sus enemigos de la manera más eficaz posible se mantiene vigente, y claramente no se limita a las dictaduras.

AMY GOODMAN: Queremos darte las gracias, John Dinges, por haber estado con nosotros. John Dinges es autor del libro "Operación Cóndor: una década de terrorismo internacional en el Cono Sur." Antes de eso, trabajó en la National Public Radio, NPR, y como periodista independiente en América Latina. Actualmente es profesor en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia.

Traducido por Javier Pérez. Edición: Verónica Gelman y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org.

Enviado por Veronika Engler