miércoles, 28 de noviembre de 2012

TIEMPO DE REFLEXIÓN: Conciencia de clase, frente unico y gobiernos obreros


ERNEST MANDEL

En 1979 recogió en forma de entrevista con Jon Rothschild un balance de los debates estratégicos en la izquierda revolucionaria de los años 60 y 70, que publicó la editorial Verso en 1979 con el título Revolutionary Marxism Today. Este texto recoge dos apartados del primer capítulo del libro, referidos a la política de frente único y los gobiernos obreros que, para facilitar la lectura se han colocado en orden inverso. www.rebelion.org - Selección y traducción para Rebelión de G. Búster




- El reformismo ha dominado durante décadas el movimiento obrero. ¿Cómo se explica esta larga hegemonía? ¿Cómo puede superarse con la actividad de los revolucionarios en la clase obrera?  

Para comenzar, señalemos que la realidad de la lucha de clases en los países avanzados capitalistas desde la I Guerra Mundial –o desde 1905, si se prefiere- no puede reducirse puramente a formulas como “la hegemonía del reformismo” o la contraria “los trabajadores tienden espontáneamente a ser revolucionarios pero los reformistas traidores les impiden hacer la revolución”. Ambas proposiciones son analíticamente absurdas.  

La primera implicaría simplemente que el socialismo es imposible, la segunda una concepción demonológica de la historia. Ninguna es capaz de dar cuenta de la realidad histórica. El hecho es que durante los periodos de funcionamiento normal de la sociedad burguesa, la clase obrera está bajo la hegemonía reformista. Pero esta afirmación es poco más que un truismo. ¿Cómo podría funcionar normalmente el capitalismo si la clase obrera contestara su propia existencia cotidianamente mediante la acción directa?Pero el capitalismo tampoco ha funcionado “normalmente” durante los últimos sesenta o setenta años. Los periodos de normalidad han sido interrumpidos por el estallido de crisis, por situaciones pre-revolucionarias o revolucionarias. Es imposible para la clase obrera–por razones económicas, sociales y psicológicas- vivir en constante estado de ebullición revolucionaria. Esta sucesión de situaciones con distintas condiciones plantea por lo tanto las mismas viejas cuestiones sobre los límites temporales de las crisis pre-revolucionarias y revolucionarias.  

Y ello nos retrotrae a una problemática trotskista fundamental: la dirección revolucionaria; la relación entre la elevación del nivel de conciencia del proletariado y su capacidad de auto-organización; de la construcción de una dirección revolucionaria. La coincidencia de todos estos factores pueden conducir la crisis a una situación distinta de la del “funcionamiento habitual” del capitalismo, que por si mismo genera la hegemonía reformista. Para beneficio de todos aquellos que puedan etiquetar de “revisionista” este análisis, recordemos que este tipo de revisionismo tiene raíces profundas, ya que el propio Lenin escribió que la clase obrera es “naturalmente sindicalista” durante los períodos de funcionamiento normal del capitalismo y “naturalmente anti-capitalista” en situaciones pre-revolucionarias o revolucionarias.  

Los reformistas mantendrán probablemente su mayoría en la clase obrera durante los períodos “normales”, si esta expresión tiene realmente sentido en la fase de decadencia del capitalismo. En cualquier caso, es evidente que hay una diferencia entre una situación en la que el disenso se limita a la existencia de pequeños grupos aislados de revolucionarios de una parte y los grandes aparatos de los partidos de masas de otra, y las situaciones en las que los revolucionarios han hecho ya la acumulación primitiva de fuerzas, incluso si todavía representan una pequeña minoría de la clase. En este último caso, la lucha para arrebatar la hegemonía sobre las masas a los reformistas es mucho más fácil, una vez que ha estallado la crisis revolucionaria.  

La debilidad de las organizaciones revolucionarias durante e inmediatamente después de la II Guerra Mundial, por ejemplo, fue tal que era imposible cualquier desafío real a los reformistas. A los ojos de las masas, los revolucionarios no representaban una alternativa creíble a los reformistas y a los estalinistas. La correlación de fuerzas tenía que cambiar antes. Pero una organización revolucionaria que tenga no unos cuantos cientos de cuadros, sino una decena de miles o más puede, de manera realista, tener esperanzas en ganar la batalla a los aparatos reformistas una vez que aparezcan las condiciones favorables para ello. La composición social de la organización y su capacidad para reclutar un número suficiente de cuadros obreros que sean reconocidos como dirigentes auténticos, al menos potencialmente, de su clase en las empresas son también elementos decisivos que pueden estudiarse en detalle en una serie de casos específicos: el Partido Bolchevique entre 1912 y 1914, el ala izquierda del Partido Socialdemócrata Independiente (USPD) en Alemania entre 1917 y 1920, la izquierda revolucionaria en España entre 1931 y 1936.  

A ello podemos añadir que la desaparición de una tradición anti-capitalista es un fenómeno relativamente reciente. Un hecho que esta ligado a la transformación de los Partidos Comunistas en los países industrialmente avanzados al final de la II Guerra Mundial y, especialmente, al final de la Guerra Fría. La educación anti-capitalista continuó incluso en los Frentes Populares, con una aplicación de la política estalinista a dos niveles, por ponerlo de alguna manera. Hoy, el reformismo socialdemócrata y estalinista contribuyen para mantener a la clase obrera prisionera de las ideologías burguesas y pequeño-burguesas. Pero cualquier visión de la lucha de clases que se fije exclusivamente en este aspecto de la realidad subestimará el impulso anti-capitalista, casi estructural, inherente en la clase obrera en cualquier fase prolongada de inestabilidad.  

Que la clase obrera es espontáneamente anti-capitalista durante los períodos pre-revolucionarios ha sido confirmado país tras país de una manera significativa: Alemania 1918-1923, Italia 1917-20, Francia 1934,36, España 1931-36, Francia de nuevo en Mayo del 68, Italia de nuevo en 1969-70 y 1975-76, España de nuevo en 1975-76, Portugal en 1975 y la lista puede continuar..  

Por otra parte, estas explosiones de actividad (y conciencia) espontáneamente anti-capitalista tienen efectos menos duraderos en la conciencia de clase y permiten a los reformistas recuperar su control de manera relativamente rápida a menos que sean aprovechados por poderosas organizaciones de masas anti-capitalistas, como los Partidos Comunistas de los años 20, o por una vanguardia obrera significativa en constante alerta frente a los aparatos burocráticos.  

Otro fenómeno, que se suele confundir con el anterior, es la estratificación de la clase obrera y la relación entre esta estratificación y los distintos niveles de conciencia en el proletariado. Lo que puede aparecer como un reforzamiento numérico de los reformistas al comienzo de una situación pre-revolucionaria o revolucionaria es sobre todo consecuencia de la extensión de la politización de sectores que habían sido hasta entonces pasivos políticamente. Este tipo de crecimiento de las fuerzas reformistas no contradice por lo tanto la radicalización paralela de de los sectores mas activos que tienen una mayor experiencia en la actividad política.  

Tomemos el ejemplo de Marzo y Abril de 1917 en Rusia. El enorme aumento del apoyo a los mencheviques y Social Revolucionarios durante esos meses no fue en ningún caso el resultado de un declive en el apoyo a los Bolcheviques entre los sectores más conscientes del proletariado. Por el contrario, el peso de los Bolcheviques en la vanguardia de la clase, creció. Pero los reformistas crecían aun más deprisa, porque cientos de miles de obreros que antes no habían sido políticamente activos entraban en el movimiento por primera vez. Y, por supuesto, se orientaban en principio hacia las fuerzas más moderadas.

- ¿Implica este análisis de la conciencia de clase del proletariado que la política del Frente Único obrero debe ser una línea estratégica fundamental de los revolucionarios?  

Debemos distinguir dos objetivos políticos distintos o, si se quiere, socio-políticos. La clase obrera no puede acabar con el capitalismo, ejercer el poder y comenzar a construir una sociedad sin clases a menos que alcance un nivel de unidad de su fuerza social y un nivel de politización y conciencia cualitativamente más alto que el que existe en el capitalismo en épocas “normales”. De hecho, solo a través de esa unificación y politización el conjunto de la clase puede constituirse en “clase para si”, mas allá de las diferencias de oficio, nivel de conocimientos, origen nacional o regional, raza, sexo, edad, etc…

La mayoría de los trabajadores adquiere la conciencia de clase, en el sentido mas profundo del término, solo a través de la experiencia de este tipo de unidad en la lucha. El partido revolucionario cumple un papel mediador esencial en todo ello. Pero su propia actividad no puede sustituir esta experiencia de lucha unitaria en la mayoría de los trabajadores. El partido por si mismo no puede ser el origen de donde surja esta conciencia de clase en millones de asalariados.  
El marco organizativo mas conveniente para esta unificación del frente proletario es un sistema de consejos obreros que pueda agrupar, federar y centralizar a todos los trabajadores y trabajadoras, organizados o no, por encima de su afiliación política o creencias filosóficas. Ningún sindicato o frente único de partidos ha sido capaz de alcanzar este tipo de unidad, ni nunca lo será.

Por esta razón, los marxistas revolucionarios siempre han urgido la unificación de las reivindicaciones y luchas de todos los trabajadores y trabajadoras, no solo económica, sino también política o cultural. Y se enfrentan a cualquier maniobra que intente dividir a la clase. Actúan como el sector más decidido en la defensa de la unidad de las movilizaciones y luchas. Y ello requiere que se preste una especial atención a los sectores de la clase más sobre-explotados y oprimidos. Porque sino, esta unificación no es posible.  

La política de unificación de frente proletario es, sin lugar a dudas, un objetivo estratégico permanente de los marxistas revolucionarios.  

Esta problemática de la unificación y politización del conjunto del proletariado es distinta, sin embargo, de la cuestión de una propuesta concreta de frente único dirigida a las diferentes organizaciones y corrientes de la clase obrera. No entraré a discutir los objetivos, orígenes históricos o papel particular que juegan esos partidos y organizaciones. Pero si me gustaría examinar la articulación precisa entre la política de frente único en la medida que concierne a dos partidos tradicionales del movimiento obrero – los partidos comunistas y socialistas- y la estrategia de unificación y politización marxista del conjunto del proletariado.  

Hay toda una serie de razones por las que estos dos conjuntos de problemas no son idénticos. Primero, los partidos socialistas y comunistas no ejercen su influencia sobre el conjunto de la clase obrera. En segundo lugar, en el proletariado hay capas de vanguardia, algunas organizadas y otras no, que han sacado sus conclusiones de anteriores traiciones de la socialdemocracia y el estalinismo y que desconfían profundamente de los aparatos burocráticos de esas corrientes. En tercer lugar, las direcciones burocráticas socialistas y comunistas en la clase obrera mantienen orientaciones políticas que con frecuencia entran en conflicto con los intereses inmediatos –para no hablar de los intereses históricos- del proletariado. Es por lo tanto perfectamente posible que lleguen a acuerdos de unidad cuyo objetivo sea desorientar, frenar o fragmentar la movilización de los trabajadores. Y ello especialmente en una situación pre-revolucionaria o revolucionaria, cuando estos aparatos de manera sistemática intentan impedir la toma del poder por el proletariado.  

Pero aunque estos dos conjuntos de problemas no son idénticos, tampoco pueden separarse por completo. En todos los países en los que el movimiento obrero organizado tiene una larga tradición, una parte significativa de la clase sigue manifestando algún nivel de confianza en los partidos socialistas y comunistas, no solo electoralmente, sino también política y organizativamente. Es por lo tanto imposible realizar ningún progreso real en la unificación del frente proletario sin tomar en cuenta esta confianza relativa o asumiendo que los trabajadores socialistas y comunistas se sumarán al frente sin tener en cuenta las reacciones y actitudes de sus dirigentes.  

De ello se concluye que una política de frente único dirigida a los partidos socialistas y comunistas es un componente táctico de la orientación general estratégica. Pero eso es lo que es, un componente, y no un sustituto de esa orientación. Y ello es especialmente verdad dado que la máxima unificación y politización del conjunto del proletariado requiere tanto el compromiso de los trabajadores socialistas y comunistas y una ruptura de la gran mayoría de estos trabajadores con las opciones de colaboración de clases que mantienen los aparatos burocráticos.  

Es interesante subrayar que la reducción simplista de la estrategia de unificación de las fuerzas proletarias y la elevación máxima de la conciencia de clase con la política de frente único con los partidos socialistas y comunistas es con frecuencia paralela a la ilusión espontaneista de que la formación de un frente único es suficiente para que los obreros rompan con los reformistas en virtud de aliento que resulta de la unidad de la lucha. Aún más ilusoria y espontaneista es la noción que la experiencia de un “gobierno sin ministros capitalistas” sería suficiente para iniciar el camino de una ruptura de las masas trabajadoras con el reformismo y la formación de un auténtico “gobierno obrero” anticapitalista.  

La experiencia histórica demuestra que esas nociones son falsas. Basta con recordar, por ejemplo, que nada menos que después de seis gobiernos laboristas “puros” en Gran Bretaña –y con ello me refiero a gobiernos sin ministros burgueses- el aparato reformista seguía manteniendo su control sobre la mayoría de la clase obrera, incluso a pesar de que ese aparato estaba integrado en el estado burgués y la sociedad burguesa más profundamente que nunca e incluso cuando defiende y practica una política de estrecha colaboración de clases con el gran capital.  
La táctica de frente único es útil a la estrategia de unificación del proletariado y elevación de su conciencia de clase solo si se dan una serie de condiciones.  

En primer lugar, las propuestas de frente único dirigidas a los partidos comunistas y socialistas deben centrarse en los temas de más actualidad de la lucha de clases y deben exigir a las direcciones de esos partidos la unidad para luchar por objetivos específicos que articulen los intereses de los trabajadores en esos temas. Deben por lo tanto tener una faceta programática, porque sino pueden, incluso en condiciones revolucionarias, facilitar maniobras contra la clase obrera.  

En segundo lugar, las propuestas deben formularse de manera que sean creíbles para las amplias masas, en un momento en el que sea posible ponerlas en práctica y de manera que tengan en cuenta el nivel de conciencia de los trabajadores que siguen a esos partidos. En otras palabras, una de las funciones esenciales de estas propuestas es la acción práctica, o al menos ejercer tal presión en la base de esos partidos que tengan que pagar un alto precio por su negativa a comprometerse en la unidad de acción.  

En tercer lugar, bien a través de la consecución del frente único (la variable mas favorable, por supuesto) o a través de la presión acumulada en las bases a favor del frente único, las propuestas deben desencadenar un proceso de movilización, de lucha, y llegado un punto, de auto-organización de las masas bien por la ampliación del frente o por la lucha por conseguirlo. Este proceso, que esta en relación con el papel creciente del partido revolucionario, acentúa la fuerza objetiva del proletariado, aumenta su auto-confianza, eleva el nivel de conciencia, lleva a sectores masivos de la clase obrera a romper con la ideología y la estrategia reformista y alimenta la capacidad de los trabajadores para ir en la acción más allá del control de los aparatos burocráticos.  

En cuarto lugar, para facilitar todo este proceso, el partido revolucionario tiene que acompañar estas propuestas de frente único con advertencias a los trabajadores sobre la verdadera naturaleza y los objetivos de las direcciones de los partidos socialistas y comunistas. No debe alimentarse ilusiones de que es posible cambiar el carácter de estos partidos a través de las políticas de frente único. No debe confiarse en esas direcciones (o en gobiernos compuestos por ellas) para llevar a cabo los objetivos del frente único y defender los intereses del proletariado. El llamamiento al frente único debe de estar acompañado de la preparación para y el llamamiento a los trabajadores para que tomen la iniciativa ellos mismos y solucionen sus problemas a través de su movilización, su lucha y la autoorganización al nivel más alto posible. El frente único debe facilitar y estimular estos distintos procesos y no puede ser su sustituto.  

Quiero acabar este punto señalando los esfuerzos de Trotsky para formular una solución correcta a estos problemas. Puede seguirse en prácticamente todos sus escritos, de 1905-06 a su intervención en las discusiones de la Internacional Comunista sobre el frente único; de sus apasionados avisos en Alemania en 1923 y de nuevo en 1930-33 a sus batallas sobre Francia en 1934-36; y constituye una de sus más importantes contribuciones al marxismo. Más aún, sería un error creer que esta problemática solo es importante para los países imperialistas. Por el contrario, la unificación socio-política del proletariado es igualmente esencial en los países subdesarrollados y es un elemento central en la estrategia de revolución permanente por esa misma razón. Y en no pocos de los países de América Latina y el Subcontinente Indio, la cuestión de cómo organizar frentes únicos con los trabajadores de los partidos reformistas es una cuestión central.  

- ¿No es muy probable que en los países con una estructura estable de democracia burguesa sea necesario pasar por un período de lo que la Internacional Comunista llamaba en sus primero tiempos un “gobierno obrero”, en el sentido fuerte o débil de este concepto? En otras palabras, un gobierno formado por partidos obreros, posiblemente incluso incluyendo algún partido pequeño-burgués, pero con un programa que reclame la ruptura con el capitalismo. ¿No es probable que el movimiento obrero tenga que pasar por la experiencia de este tipo de gobiernos antes de que surjan las primeras instituciones de dualidad de poder? Más aún, ¿No es también probable que haya diputados pro-soviéticos en el parlamento antes de que se generalicen los órganos de dualidad de poder? ¿Es concebible que se desarrolle una situación revolucionaria sin la elección al parlamento de revolucionarios?  

Me parece que estas mezclando demasiados elementos especulativos en lo que son problemas mucho más definidos. Prefiero abordar este problema de otra manera. Primero, en los países con una fuerte tradición democrática-burguesa –y más aun en los países imperialistas que han salido de dictaduras en los que las ilusiones democrático-burguesas tienden a ser mayores que en los países con tradiciones democráticas arraigadas- es inconcebible que se desarrollen los consejos obreros a menos que la clase obrera experimente formas más elevadas de democracia que la democracia burguesa. Los trabajadores deben de poder comparar los meritos de ambas en la práctica.  

Segundo, estoy de acuerdo de que es poco probable que se desarrolle la lucha por el poder soviético sin que una corriente marxista revolucionaria haya ganado suficiente fuerza en la clase obrera como para estar representada en el Parlamento. Y tercero, es inconcebible que surja una situación de doble poder en un país con una larga tradición de movimiento obrero sin que esa situación perturbe el control total de las burocracias colaboracionistas de clase y reformistas en los grandes partidos obreros.

Estas tres proposiciones me parecen casi evidentes. Pero deducir otras conclusiones de ellas sería plantear hipótesis especulativas tan concretas que serian muy difícil de contestar con un si o un no. Para dar solo un ejemplo. He dicho que por lo general una situación de doble poder implicaría la existencia de una corriente socialista y revolucionaria lo suficientemente fuerte como para obtener representación parlamentaria, si hubiera elecciones parlamentarias en ese momento. Pero como muchos parlamentos se eligen por períodos de cuatro o cinco años, es posible que haya grandes crisis entre elecciones que cambien la correlación de fuerzas drásticamente en el seno de la clase obrera. En ese caso, sino se celebran elecciones en ese período, se producirá un seria diferencia entre la composición del parlamento y la correlación real de fuerzas, especialmente en los sindicatos, en los consejos obreros (si existe una citación de dualidad de poder) y otras formas de representación de la clase obrera.  

Por lo que se refiere a la cuestión del Gobierno de los Trabajadores, la resolución de la Internacional Comunista sobre este tema describía distintas variables posibles. Una de ellas implica no solo una crisis en la dirección tradiciones, colaboracionista de clase, de los partidos obreros de masas, sino también su sustitución por corrientes más a la izquierda o escisiones masivas y la creación de nuevos partidos como ocurrió con el USPD en Alemania de los años 20. Pero esta no es la única forma en la que puede ocurrir un tipo de crisis semejante. Es el escenario más favorable, por supuesto, pero no el único posible. De hecho si observamos lo que ha ocurrido desde 1920-21 –y hemos visto desde entonces crisis con irrupción del movimiento de masas muy importantes, debemos concluir a la luz de la experiencia histórica que el caso del USPD fue bastante excepcional. No hubo, por ejemplo, una escisión similar en el PSOE entre 1934 y 1936, con la excepción de las Juventudes, y acabó bastante mal porque fueron los estalinistas los que se hicieron con el control del sector escindido. En los años 40, mucha gente, incluidos los trotskistas, esperaban o confiaban que el ala izquierda Bevanista del Partido Laborista británico se hiciera con el control de la dirección. Pero no ocurrió así ni hubo ninguna escisión del ala izquierda. Se podrían dar otros ejemplos. De hecho, cuando mas radicales han sido los acontecimientos más se han producido este tipo de desarrollos –como en el caso del PSIUP en Italia o el PSU en Francia en los años 60- pero ninguno de ellos comparables al caso del USPD.  

Personalmente estoy convencido que la dirección establecida de los partidos socialistas y comunistas de Europa Occidental no formaran gobiernos de los trabajadores del tipo del que estamos hablando. Lo más que harán es formar gobiernos burgueses-obreros, la segunda categoría de las analizadas por la Internacional Comunista. Pero eso es algo completamente diferente: no se trata de gobiernos que comiencen a romper con la burguesía.  

- Pero esos gobiernos pueden proclamar que quieren romper con los capitalistas, aunque realmente no lo hagan.  

Eso es algo muy diferente. La diferencia esta ya señalada en la resolución de la Internacional Comunista y ha sido confirmada especialmente por la experiencia histórica. Ha habido hasta los años 80 6 o 7 gobiernos laboristas de ese tipo.  

- Pero ninguno de ellos con un programa que defendiera la ruptura con el capitalismo.  

Es verdad. Pero lo que quiero subrayar es que en un futuro previsible es que no habrá en Europa Occidental alianzas de partidos socialistas o comunistas que vayan más allá del programa, por poner un ejemplo, de la Unión de la Izquierda en Francia. Y en ningún caso pretendió una ruptura con el capitalismo. En el mejor de los casos –e incluso esto es muy hipotético- veremos programas similares a los del Partido Laborista británico en 1945, que era un programa reformista radical, o del Partido Socialista austriaco, que incluía la nacionalización de sectores importantes de la economía nacional.  

Ninguno de estos programas es en manera alguna anticapitalista. Ninguno puede compararse al programa de la Unidad Popular chilena. Incluso en ese caso, el carácter anticapitalista del programa era dudoso, pero la dinámica que desató fue mucho más radical. En Europa Occidental, sin embargo, con los partidos tradicionales de la clase obrera que existen, es difícil imaginar desarrollos que vayan más allá de la Unión de Izquierdas francesa o el Partido Laborista británico de 1945.  

- ¿Sería correcto entonces concluir que no consideras muy importante plantear reivindicaciones programáticas o consignas en relación con ese tipo de gobiernos burgueses-obreros exigiéndoles que rompan con el capitalismo? ¿Estas diciendo que sería imposible imponer medidas anticapitalistas a esos gobiernos?  

De nuevo estas especulando. Nadie puede prever la forma exacta en la que se producirán situaciones revolucionarias en Europa Occidental. Es imposible determinar un modelo que se puede aplicar a todos los casos. Lo que estas describiendo no es sino una variante de muchas. No la descarto por completo y estoy por supuesto de acuerdo totalmente de que si hay un gobierno compuesto exclusivamente por representantes del movimiento obrero, los revolucionarios deben plantear reivindicaciones y consignas exigiendo que ese gobierno rompa con el capitalismo. Pero eso es muy distinto de decir que esta será la manera predominante por la que la conciencia de la clase obrera se elevará a niveles cualitativamente superiores. También puede ocurrir como resultado de una huelga general, de una serie de luchas directas, de una confrontación con la reacción o el aparato de estado. Hay simplemente demasiadas variables como para poder subsumirlas en un solo esquema.  

De nuevo, ello es obvio después de lo que ha ocurrido en Europa en los últimos cuarenta años. En Francia, la crisis estalló en 1936 como consecuencia de una combinación de la victoria electoral del Frente Popular y una huelga general; en España, de la confrontación directa con los fascistas; en Portugal, del derrumbe por una conspiración militar de un gobierno bonapartista, semi-fascista, senil; mas recientemente, en España de nuevo, fue el resultado del retraso de la burguesía a la hora de deshacerse de una dictadura que en los años 70 ya no correspondía a la correlación real de fuerzas. Ya tenemos cuatro variantes. 

El problema más general –expuesto en sus rasgos generales por Trotsky e insuficientemente desarrollado por los marxistas revolucionarios durante un largo período- es este: en un país capitalista avanzado con una estructura política muy sofisticada y un sistema social complejo, en el que haya una larga tradición conservadora en el movimiento obrero, es inconcebible que los trabajadores opten directamente por sistemas de organización soviéticas y, más tarde, por formas de poder soviéticos sin pasar por nuevas experiencias muy profundas de lucha y nuevos avances de su conciencia. No se trata simplemente de construir un partido revolucionario independientemente de lo que ocurre en la clase obrera: es que no se puede dar un giro revolucionario con una clase obrera predominantemente reformista. Es simplemente imposible. Sería un esquema burocrático, aventurero e idealista.  

La cuestión de que tipo de táctica hay que adoptar en relación con un gobierno burgues-obrero debe ser discutida con un espíritu similar. El arma táctica esencial para ganar a la mayoría de las masas cuando hay un gobierno de ese tipo es el Frente Unico, bajo ciertas condiciones políticas cruciales. Pero en la situación muy compleja y delicada de un gobierno de izquierdas –un gobierno que las masas identifiquen como de las organizaciones obreras- esta táctica debe basarse en una actitud cuidadosamente equilibrada hacia el gobierno. (No estoy hablando aquí de un gobierno de “compromiso histórico”, es decir el típico gobierno de coalición de los grandes partidos burgueses y reformistas). La actitud de los marxistas revolucionarios no debe ser esquemática, o limitarse a continuos llamamientos a derrocar el gobierno –que sonarían a oídos de las masas extrañamente similares a los de la derecha y extrema derecha. No estoy diciendo que nuestra actitud debe ser de apoyo: no estamos por ese tipo de gobierno, evidentemente, sino porque sea reemplazado por un auténtico gobierno de los trabajadores. En cualquier caso, se trata de un gobierno burgués-obrero, visto por las masas como tal. Sería sectario y completamente improductivo adoptar hacia él la misma actitud que hacia un gobierno burgués puro y duro o un gobierno de Frente Popular.  
Solo cambiaríamos nuestra posición si el gobierno comienza a reprimir al movimiento de masas. Esa fue la posición de Lenin en abril de 1917, como puede verse leyendo sus escritos de marzo a junio de 1917. Por ejemplo: “No defendemos aun el derrocamiento de este gobierno, porque es apoyado por la mayoría de los trabajadores”. Solo cambió su actitud después de la represión que siguió a las Jornadas de Julio. Mientras que un gobierno de este tipo no reprima, debemos adoptar una actitud de “tolerancia crítica”, de propaganda de oposición pedagógica, para permitir que las masas aprendan mediante su experiencia. Ello significa en concreto plantear una serie de reivindicaciones que corresponden a dos criterios básicos.  

Primero, es necesario profundizar la ruptura con la burguesía y exigir la dimisión de los dos o tres ministros burgueses probablemente incrustados en el gobierno. Por supuesto, ello no cambiará mucho la naturaleza del gobierno: seguirá siendo un gobierno burgués-obrero incluso sin esos ministros. La experiencia de España en 1936 y de Chile han puesto en evidencia ambos la necesidad de una purga y eliminación profunda de todo el aparato represivo de la burguesía, la disolución de los cuerpos represivos y el fin de los jueces de por vida. Además, están todas las reivindicaciones económicas de las masas relacionadas con las nacionalizaciones bajo control obrero, que expresan la lógica de la dualidad de poder.  

La segunda categoría básica de reivindicaciones que hay dirigir al gobierno tienen que ver con la respuesta a los inevitables actos de la burguesía de sabotaje y desorganización económica. En este tema, la orientación política debe ser la de respuesta inmediata a las provocaciones: ocupación y toma de las empresas, seguida de su coordinación; elaboración de un plan obrero de reconversión y revitalización económica; extensión y generalización del control obrero en la orientación de la auto-gestión; la gestión de todo un conjunto de áreas de la vida social por los sectores directamente implicados (transporte público, comercio callejero; guarderías, universidades, tierras agrícolas..). Numerosos sectores evolucionaran desde el reformismo hacia el centrismo de izquierdas y el marxismo revolucionario discutiendo estos problemas en el marco de la democracia proletaria y a través de su propia experiencia práctica, protegidos por la defensa intransigente de la libertad de acción y movilización de las masas, incluso cuando ello “moleste” a los planes del gobierno o choque con los de los reformistas. Esta ruptura con el reformismo será ayudada por el ejemplo, la consolidación y la centralización de varías experiencias de autoorganización. Pero en nada ayudan, sin embargo, los excesos sectarios, los insultos del tipo “social-fascistas”, o ignorar la especial sensibilidad de quienes aun confían en los reformistas. La política de ganar a las masas a través del frente único esta íntimamente unida a la afirmación., extensión y generalización de la dualidad de poder, hasta llegar e incluir la consolidación del poder obrero con la insurrección.  

El resultado objetivo de las políticas de los reformistas son las siguientes: creciente impotencia del gobierno de izquierdas; incapacidad para cumplir sus promesas; desilusión creciente de las masas y la creación de un terreno fértil para la desmovilización y desmoralización y la vuelta poderosa de la reacción, a través de la violencia o incluso de medios legales y electorales. Ello confirma que no hay alternativa: o se profundiza la movilización de las masas hasta la victoria o su declive y derrota es inevitable. En este tipo de períodos hay una carrera entre dos movimientos, uno que lleva al desbordamiento de los aparatos reformistas y otro a la retirada de las masas como consecuencia de la bancarrota de los reformistas. El primero se impondrá solo si la correlación de fuerzas social y política cuenta al menos con algunos elementos favorables: si el movimiento de masas no se estanca y crece; si la autoorganización se refuerza y extiende, en vez de desaparecer rápidamente; y si los revolucionarios tienen éxito y superan su debilidad y aislamiento y establecen miles de nuevos lazos con las masas gracias a la extensión y generalización de una auténtica y viva experiencia de frente único ( y no meramente una caricatura propagandística que consista en exigir a los reformistas que respondan para desenmascarar lo que dicen). Este camino no es una garantía de victoria, pero es la única oportunidad que hay.

Derrota del sistema autoritario



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Además de constatar el total engaño respecto de los resultados de las elecciones municipales que han intentado hacer la Alianza y la Concertación, es importante resaltar que la gigantesca abstención que hubo en ellas (que combinada con los votos nulos y blancos representa más del 60% de los ciudadanos) constituye una seria derrota para la legitimidad del sistema político-social autoritario y neoliberal impuesto por la dictadura de Pinochet, y consolidado por el liderazgo de la Concertación a través de sus 20 años de gobierno.

Más allá del hecho obvio de que dicha abstención no se debe a una sola causa; es claro que ella refleja una muy grande y creciente cantidad de gente que –de una u otra forma- se ha dado cuenta que el ejercicio de su voto no tiene un efecto significativo en la variación de las condiciones de su vida, dado que la coalición que teóricamente plantea el cambio social (la Concertación) hace mucho ya que dejó de tener dichas intenciones. Esta conclusión se reafirma porque -a diferencia de países muy desarrollados donde la gran cantidad de abstención constituye el reflejo de la satisfacción generalizada con el statu-quo- la generalidad de las encuestas expresan que la mayoría de la población está en desacuerdo con las estructuras económico-sociales vigentes, heredadas de la dictadura.

Por cierto que la inmensa mayoría de estos ciudadanos abstencionistas está todavía desinformada respecto del regalo de la mayoría parlamentaria efectuada por aquel liderazgo a la derecha en 1989; o del bloqueo de fondos externos (holandeses) y de la discriminación del avisaje estatal aplicados por los gobiernos concertacionistas a sus diarios y revistas teóricamente afines, y que terminaron destruyéndolos en la década de los 90; o de la feroz oposición de sus sucesivos gobiernos a devolver los bienes del confiscado diario Clarín a su legítimo dueño (Víctor Pey), consolidando así el duopolio El Mercurio-Copesa; o de la aprobación de una ley a comienzos de los 90 que amplió la posibilidad de desnacionalizar el cobre; o de que dichos gobiernos efectuaron fraudes estadísticos con las encuestas CASEN de aproximadamente 35 mil millones de dólares, con la finalidad de exhibir una mucho menor desigualdad de ingresos que la realmente existente (Ver El Ciudadano; Nº 52, diciembre de 2007); o de numerosas otras medidas de aquellos gobiernos que, de saberse, dejarían perplejos –por decir lo menos- no solo a la mayoría de estos ciudadanos sino también al conjunto de la sociedad chilena.

Pero así como no se puede tapar el sol con el dedo, tampoco se pueden dejar de percibir los resultados fundamentales de la obra de los gobiernos de la Concertación. Es decir, ningún engaño retórico puede ocultar el hecho que TODAS las estructuras económico-sociales impuestas por la dictadura durante los 80 quedaron esencialmente iguales al 2010 (por lo que acentuaron la concentración del poder y del ingreso de los grandes grupos económicos); y, por cierto, han continuado vigentes durante el gobierno de Piñera: El Plan Laboral; las AFP; las ISAPRE; la LOCE-LGE; la ley de universidades; los sistemas financiero y tributario; las privatizaciones; la ley de concesiones mineras; la neutralización de los sindicatos, de las juntas de vecinos y de los colegios profesionales; etc.

Además, adquiere mayor significación la abstención electoral de las recientes elecciones si consideramos la profusa propaganda electoral efectuada –especialmente por la derecha política propiamente tal- y los insistentes llamados realizados por el conjunto de las instituciones nacionales, y particularmente por los canales de televisión, a apelar al sentido del “deber ciudadano” para que la población se sintiera éticamente obligada a concurrir a depositar su voto.

Otro elemento de la reciente elección que refuerza la derrota del sistema autoritario vigente son los malos –e incluso sorprendentes- resultados obtenidos por alcaldes que se distinguieron por aplicar duras políticas represivas al movimiento estudiantil del año pasado. Fueron los casos de Labbé en Providencia (que además, se “distinguió” por homenajear a uno de los peores criminales de la DINA, como Miguel Krasnoff) y de Zalaquett en Santiago, que perdieron rotundamente su esperada reelección. Y también fue el caso de Sabat en Ñuñoa que –más allá si gana o pierde finalmente la elección- logró una aprobación muchísimo menor a la esperada. En la misma línea apuntan los excelentes resultados –y también sorprendentes- alcanzados por el ex presidente de la FEUSACH, Camilo Ballesteros, en su postulación a la alcaldía de Estación Central.

A todo lo anterior hay que agregar que –dentro del muy disminuido conjunto de votos válidamente emitidos- la Concertación, con su ¡17,09% del total del universo electoral!, obtuvo en conjunto con los demás partidos de “centro” o de “izquierda” (5,55%) mucho más que la derecha política propiamente tal (13,08%). Es cierto que se puede deducir que una cantidad significativa de votantes de la Concertación también ya “se ha comprado” el modelo neoliberal o va a seguir confiando ciegamente en su liderazgo. Pero no hay duda también que una gran parte de ellos perciben con molestia la derechización de aquel; y si continúan votando por dicho conglomerado es más por razones histórico- emocionales o de “mal menor” que por compartir el viraje ideológico de su cúpula dirigencial. Por lo mismo, al preferirla a la derecha está demostrando una mucho menor adhesión a la obra económica de Pinochet que si votara a la inversa.

De todas formas no es posible sacar cuentas muy alegres de esta derrota del sistema autoritario. Pese a que también dentro de los militantes y dirigentes concertacionistas están creciendo significativamente las voces que demandan una democratización del país a través de la única vía posible para ello, esto es, una Asamblea Constituyente libremente electa por todos los ciudadanos chilenos; la hegemonía de la dirigencia conservadora de la Concertación es todavía abrumadora. Ya vimos como el furor de la derecha ante la sola mención de tal Asamblea gatilló un cerrado rechazo de aquella a esa posibilidad. Incluso, dos de los mayores líderes fácticos del PS –Escalona e Insulza- se refirieron muy despectivamente a ella. Es más, Escalona –reconocido “vocero” de Bachelet en Chile- señaló con su particular estilo que al proclamar esas ideas “se estaba fumando opio” y se le estaba haciendo un gran daño a la candidatura presidencial de la propia Bachelet: “Se le estaba colocando un salvavida de plomo”. Y, reveladoramente, ella no dijo nada…

Por otro lado, el creciente número de personas y grupos que están planteando la necesidad de convocar a una Asamblea Constituyente se encuentran desperdigados, no siendo aún capaces de formar un auténtico movimiento socio-político en esa dirección. No es fácil el camino para una democratización del país. Noviembre de 2012 13:52 Felipe Portales- Clarín

(Chile) Derecha y sistema electoral: Los grandes derrotados


Se materializó una realidad que viene de atrás: la mitad de los chilenos no vota


La UDI y RN se tragaron una paliza electoral y el gobierno de Piñera se convirtió en la administración que peor resultados electorales haya tenido en casi cien años. Chile quedó marcado como un país donde la inmensa mayoría de la gente no vota, colocando en un trance el sistema político formal. Pese a que las alzas en votos no fueron del todo cuantitativamente notables, cualitativamente implicaron un logro político/electoral para el arco opositor.

Privadamente, el equipo del Servicio Electoral (Servel) que encabeza Juan Ignacio García, sabía días antes de la elección municipal del 28 de octubre, por sus análisis, que habría un tremendo porcentaje de abstencionismo que superaría el 55%. Por eso, en entrevista con un medio de comunicación, García dijo, antes del proceso, que si había “un 45% de abstención, será un éxito”. No se equivocaron. La gente que no sufragó llegó al 60%. Como sea, con ese frágil universo de electores, la derecha (Unión Demócrata Independiente yRenovación Nacional) se tragó una paliza electoral y el gobierno de Sebastián Piñera se convirtió en la administración que peor resultados electorales haya tenido en casi cien años; Piñera pasó a ser el mandatario que se jodió a la UDI y a RN. La oposición, en todo su abanico, que es mucho más que el colorido arcoíris de una descolorida Concertación, logró arrebatarle casi 20 comunas a la derecha, con candidatas y candidatos concertacionistas, comunistas, independientes, progresistas, de izquierda, que vencieron en comunas comoSantiago, Ñuñoa, Arica, Concepción, Recoleta, Los Ángeles, Maipú, Providencia, entre varias otras.
Fueron, a lo menos, los primeros sellos de las “Municipales 2012” que trajeron sorpresas y guerra de nervios como no se esperaba y marcaron la cancha para las presidenciales y las parlamentarias que, según varios dirigentes y analistas, “se comenzaron a correr el lunes 29 de octubre”. Quizá por eso Michelle Bachelet se puso a llamar por teléfono desde Nueva York a triunfadoras como Carolina Tohá (PPD), Claudina Núñez (PC), Josefa Errázuriz (Independiente) y Maya Fernández (PS) y el gobierno de la derecha anunció que habría cambio de gabinete, con el propósito no de mejorar la gestión, sino de abrirles la puerta para que se vayan a correr por la presidencial a Andrés Allamand (RN) y Laurence Golborne (cercano a la UDI).

Desde sectores automarginados de este proceso, se validó como positivo el alto abstencionismo y el rechazo al sistema político. Eloísa González, líder de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (Aces), simbolizó la protesta de la abstención, promovida por grupos políticos, medios de prensa sociales y de izquierda e independientes. En horas del proceso electoral, Eloísa expresó que “hayamos hecho o no la campaña, en Chile ya había un fenómeno alto de abstención en las elecciones, porque la gente no se siente representada por la institucionalidad política chilena, y nosotros lo único que hicimos fue darle voz a este descontento, a esta crítica profunda a nuestra institucionalidad”. Enfatizó lo positivo de “instalar una discusión, como debate público, de qué tipo de democracia tenemos hoy en día, si es que realmente la tenemos, y cuál es la democracia que nosotros necesitamos en este país”.

REMEZÓN INSTITUCIONAL

El 60 por ciento de abstención y la derrota político/electoral de la derecha y el gobierno de Sebastián Piñera sellaron el proceso del 28 de octubre e instalaron lo que podría ser un remezón institucional que del fenómeno del “pato cojo” pasó a tener las casa política “patas pa’arriba”.

Tanto que se habló del civismo y tradición institucional del chileno, y ahora el país pasó a estar junto a las naciones latinoamericanas caracterizadas por la baja participación electoral. Chile quedó marcado como un país donde la inmensa mayoría de la gente no vota, colocando en un trance el sistema político formal.

Paralelamente, el Gobierno, en manos de la derecha encabezada por Sebastián Piñera (liderada sería mucho decir), pasó de tener pésimos porcentajes de aprobación en las encuestas (30% como promedio) a representar el peor resultado electoral de una administración en el poder. Junto a eso, los partidos de la derecha perdieron sus emblemáticas alcaldías, bajaron los porcentajes en votos, perdieron los candidatos de los presidenciables y salieron mal en la evaluación ciudadana. Se instaló la crisis política del Gobierno y de la derecha.

Frases de dirigentes y analistas del ámbito de la representación política nacional sinterizaron este panorama. Alberto Mayol dijo que “la era de la impugnación tiene como protagonista a la derecha”. Francisco Javier Díaz (asesor de Michelle Bachelet) apuntó que la derrota de la derecha “es una debacle de proporciones épicas e históricas”. El vocero de La Moneda, Andrés Chadwick, sostuvo que “nos hubiera gustado un mejor resultado” y el ministro de Defensa y presidenciable de RN, Andrés Allamand, manifestó que “no ha sido una buena elección para la centro derecha”. Ascanio Cavallo indicó que todo “fue una catástrofe para el gobierno” de Piñera. Osvaldo Andrade, presidente del PS, precisó que “se derrotó a los más genuinos representantes de la derecha más reaccionaria”.

En las líneas más finas, hay factores que quedaron representados en las municipales. Sincerando las cosas, en términos crudos y absolutos, en Chile siempre la decisión de no votar ha rondado el 50%, considerando que durante 20 años más de cinco millones de personas no se inscribieron para sufragar. Lo que ocurre es que los análisis de los procesos electorales se hacían en base a “los votos válidamente emitidos”. En la abstención actual hay que considerar a alrededor de un millón de chilenas y chilenos que residen en el exterior y están inscritos por el mecanismo de registro automático, pero se les niega la opción de sufragar porque está prohibido que lo hagan quienes viven afuera. Se han señalado otros elementos como la falta de condiciones para los trabajadores y adultos mayores, las falencias del transporte público, la ausencia de una campaña cívica de orientación, la mala información para los electores (lugares de votación, etc.) y el que una parte del electorado tanto de derecha como de la oposición, dio por ganado o perdido a su candidato y entonces prefirió no concurrir a las urnas. El ex funcionario de Augusto Pinochet, diputado Alberto Cardemil, dijo que “como un millón 300 mil personas de nuestro sector no fue a votar”.

A lo anterior se considera lo que el presidente del Partido Comunista consideró como “fallas del sistema institucional y electoral” chileno, “como la existencia del binominal y la falta de repuesta a las demandas sociales y ciudadanas”, lo que lleva a que “mucha gente se pregunta ¿para qué voy a votar?”. Al mismo tiempo, parte del abstencionismo está en un segmento que de manera consciente recurre a esa opción como herramienta de expresión política, lo que fue reivindicado por académicos, dirigentes sociales y cientistas políticos.
Se dijo que “la abstención beneficia a la derecha”. La realidad mostró otra cosa. Ayudó, al parecer, a la derrota de la derecha. El senador de la UDI, Juan Antonio Coloma fue claro: “Tengo la convicción de que el cambio de sistema al voto voluntario no fue bueno para Chile”. La Alianza se quedó con un poco más del 37% (de los votos emitidos, es decir, tiene menos adhesión real), lo que le significó un retroceso de varios puntos. Perdió comunas “seguras” electoralmente como Providencia, Recoleta y Santiago. Bajó en número de concejales. Además, se mostró dividida frente al resultado y sus liderazgos aparecieron erráticos y confundidos (pelea de Iván Moreiracon Andrés Allamand, ambigüedades de Laurence Golborne, el presidenciable de la UDI, la escapada del presidente de RN, Carlos Larraín, la disputa por la fecha de cambio de gabinete y el “fuego amigo” contra Piñera). Revisando la prensa y los análisis, se registró una falta de instalación de discurso y una impronta pos/electoral de la derecha, incapaz de absorber el golpe con creatividad política y consistencia mediática.

Las municipales 2012 le generaron una crisis a RN y la UDI con efecto institucional, porque el Gobierno quedó en una postura de des/gobierno: derrota electoral municipal; baja porcentaje de representación municipal; saldo negativo en evaluación de la administración piñerista; el Gobierno no traspasó adhesión a la derecha, sino “voto de castigo”; negativo posicionamiento para los presidenciables (Allamand, Golborne) en medio de pugnas intra/sector.

Es así que si las fuerzas políticas de todo signo tienen el desafío de “reencantar” y convocar a la ciudadanía a sufragar (presidenciales y parlamentarias), la derecha tiene el reto de ser capaz de revertir los resultados y no enfrentar una derrota parlamentaria y perder La Moneda que conquistó electoralmente después de medio siglo.

OPOSICIÓN Y EL PECADO DEL ENTUSIASMO

Los partidos del conjunto de la oposición sacaron, todos, cuentas alegres. “Pura ganancia” se escuchó en varias sedes políticas. Pese a que las alzas en votos no fueron cuantitativamente notables, cualitativamente implicaron un logro político/electoral. Como ejemplos: el Partido Comunista subió de 44 a 102 concejales y su votación pasó del 5,03% al 6,44%; ganó Recoleta, fundo de la derecha, lo que indica un impacto positivo de las municipales para esta colectividad. La Concertación recuperó -pacto por omisión de por medio con comunistas y la Izquierda Ciudadana- alcaldías vitales como Santiago, Concepción, Maipú y Ñuñoa y quedó bien instalada para las presidenciales y las parlamentarias. El Partido Progresista (PRO) ganó en siete alcaldías. Con distintas características y efectos, la oposición capitalizó triunfos como los de Josefa Errázuriz en Providencia y Jorge Soria en Iquique. Como lo dijeron Osvaldo Andrade yGuillermo Teillier, se lograron dos altos objetivos: desbancar a la derecha de municipios claves, propinarle una derrota a RN y la UDI y tener más alcaldes y más concejales de la oposición.

Eso ya tuvo un efecto en las proyecciones de las presidenciales y las parlamentarias. Las que, según el diputado Pepe Auth (PPD) “empiezan este 29 de octubre”. Claro que se pasea sobre todos ellos la sombra del pecado del entusiasmo. Las municipales pueden ser un buen piso, pero con patas todavía enclenques. Algunas de las críticas, por ejemplo, escuchadas y leídas en contra de la Concertación, fueron sus actuaciones soberbias, prepotentes y destempladas potenciadas en 20 años de gobierno, que calaron mal en el pueblo. Si con estos resultados asoman esas actitudes, pueden sobrevenir sorpresas; no hay que desdeñar, quizá, que hubo asomos de cuestionamientos al verse a los mismos operadores de siempre frente a las cámaras el día de las municipales y no se vio para nada aquellos “rostros nuevos” que tanto se prometieron, inclusive llegándose a imágenes patéticas como antiguos funcionarios de gobiernos concertacionistas capitalizando el triunfo de Errázuriz en Providencia.

Los resultados del 28 de octubre no lo es todo para la oposición. Paradójicamente hay un tema crucial: ¿se podrá seguir hablando de oposición o se volverá al mapa de Concertación por un lado, Partido Comunista e izquierda por otro, el PRO más allá, el MAS por acá y así una seguidilla de candidatos y grupos? En concreto, más allá de la multiplicidad de vocerías, no parece muy claro si todos los partidos de la Concertación están dispuestos a generar una nueva entidad opositora, más amplia y diversa. Lo más probable es que el PRO conMarco Enríquez-Ominami corran solos. El PC ya estableció que para un acuerdo para las presidenciales y parlamentarias tiene que haber un programa, si no, irán por su camino. En todo caso, el generar una convergencia opositora tuvo un aliento con el buen balance que hicieron muchas colectividades respecto al pacto por omisión (Concertación, PC e Izquierda Ciudadana). Pero dentro de los concertacionistas hay otra tesis: ir los mismos partidos sin “el ruido” de estar con los comunistas, confiados en que con Michelle Bachelet ganan en primera vuelta y si no, el voto comunista les llegará en la segunda vuelta. En esa ruta están las vocerías que levantan la tesis de la “izquierdización” para evitar concretar programa y acuerdo con el PC y estableciendo con ello el punto de quiebre. Claro que hay noticias de que a Bachelet y su equipo eso no les resulta auspicioso. Mucho más si se considera que en la noche del 28, en la sede del PS donde se reunieron los representantes de la oposición, un comentario generalizado era “pucha que le fue bien a los comunistas” y se repartieron efusivos abrazos a representantes de esa colectividad que vencieron en Recoleta, Pedro Aguirre Cerda y estuvieron a punto de coronarse en Estación Central, a parte de tener otras cuatro alcaldías.

Se podría decir que en el campo opositor se pasó de los votos a los contenidos. A definir cuáles serán los derroteros programáticos y las letras que llenarán los acuerdos político/electorales.

En ello, por cierto, hay un tema determinante. El comportamiento y el compromiso de los partidos con el movimiento social y ciudadano. El involucramiento y el argumento en torno de las demandas estudiantiles, laborales, comunales y regionales, medioambientales, indígenas, con sectores como los pescadores y los deudores habitacionales, juveniles, mujeres, diversidad sexual y en materia de medios de comunicación (donde es absolutamente conservadora la postura de la Concertación).

Y claro, un tema gravitante será el abstencionismo, la posibilidad que de nueva cuenta no vote la mayoría de la gente, que la campaña de “Yo No Presto el Voto” o de “Anula con la Tula” surta efecto, que ahora sí vote el millón de derechistas a los que aludió Cardemil, que se dispersen los votos anti/derecha y que todo sea algo más que un susto. El entusiasmo de las municipales y la seguridad que daría Michelle Bachelet podría convertirse en un boomerang, aunque los números los acompañen.

Otra factor señalado sobre todo por dirigentes sociales, es que si bien se viene un año “muy politizado” por las campañas presidencial y parlamentaria, también se viene un año “muy pesado” en cuanto a las movilizaciones sociales y las protestas de todo tipo (reforzado por el descrédito del gobierno de Piñera), donde se medirá el argumento del conjunto de la oposición.
Por Hugo Guzmán
El Ciudadano Nº135, primera quincena noviembre 2012
Fuente fotografía

(Chile) Nuevo presidente de la Fech: Dura crítica a la Concertación



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Domingo, 25 de Noviembre de 2012 08:13 Rubén Andino Maldonado- Clarín

El nuevo presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech), Andrés Fielbaum, critica las prácticas de los partidos existentes, alerta sobre la falta de legitimidad del sistema político como consecuencia de la abstención del 60% en las municipales, anuncia la irrupción de nuevas fuerzas sociales que buscan cambiar el sistema y critica al Partido Comunista por su alianza con la Concertación.

Anticipa que 2013 será un año de movilizaciones y de debate programático, y advierte que si Michelle Bachelet no propone cambios importantes pondrá en peligro su popularidad.

Andrés Fielbaum Schnitzler (25 años) es estudiante del magíster en ciencias de la ingeniería con mención en transporte. Pertenece a la organización política Izquierda Autónoma, que ganó la presidencia de la Fech por un segundo periodo.

El gobierno dice haber recuperado la iniciativa en materia de educación… ¿usted qué opina?

“Hay que ver el tema en una perspectiva histórica. En 2012 el movimiento estudiantil vivió un reflujo en relación a 2011, que nos dejó cansados. Por otra parte el gobierno tuvo mayor actividad, impulsó proyectos que constituyen concesiones, como la rebaja de la tasa de interés del Crédito con Aval del Estado (CAE).

En 2012 logramos sostener el movimiento, y nos movilizamos cuando fue necesario. Haber mantenido vigente el conflicto crea buenas perspectivas para 2013. Permaneció intacta la capacidad de incidencia del movimiento estudiantil. Logramos hacer salir a los bancos del tema crediticio y avanzamos en la unidad del movimiento, trabajando hombro con hombro con los secundarios y estudiantes de universidades privadas.

Nos hacemos cargo, eso sí, de nuestra incapacidad para dimensionar lo grande que fue el reflujo en 2012, que disminuyó temporalmente nuestra convocatoria. Nos faltó un contacto más directo con nuestras Facultades, para decirle a las bases que esta lucha tiene ahora tanto sentido como el año pasado. Es fundamental que la Universidad de Chile se plantee como desafío su transformación, para demostrar al país, con un ejemplo práctico, lo importante que es una mejor educación pública. Hay transformaciones que no requieren sino voluntad política de las autoridades. Por ejemplo, establecer mayores grados de democracia interna, más equidad entre las distintas Facultades y un mecanismo de acceso que sea menos segregador”.

¿Cuáles son los elementos de continuidad y cambio que visualiza en su gestión?

“El principal elemento de continuidad tiene que ver con que el movimiento estudiantil sea incidente y genere, mediante la movilización y la presión, avances concretos hacia transformaciones profundas en el país y sus instituciones. Los partidos políticos existentes están cooptados por conflictos de interés y sus dirigentes se sienten cómodos en el actual modelo de país. 2013 será un año de elecciones presidenciales y parlamentarias. La movilización volverá a tomar un rol importante. La interpelación la haremos tanto al gobierno que termina como a los que quieren ocupar la Presidencia en los próximos cuatro años”.

LA NUEVA POLITICA 

Ustedes critican a la vieja política. ¿Cuál es la nueva política?

“Criticamos una política hecha por partidos desligados de los actores sociales, o simplemente sin base social; responden a los grupos de interés que los financian o influencian, pero no representan a sectores amplios de la sociedad. Cuando hablamos de una nueva política, nos referimos a recuperar esa conexión que existió entre los partidos populares y la base social.

Como ahora hay muchos conflictos activos, se están articulando nuevas fuerzas políticas que provienen de esos conflictos y que responden a una base social real. Eso les da sentido a sus propuestas. Dejan de ser iluminados que se juntan entre cuatro paredes, responden a procesos vivos de construcción social. Es lo que queremos recuperar cuando hablamos de nueva política.

El formato clásico consiste en que un sector social se manifiesta, se moviliza, le reclama a la institucionalidad y finalmente obtiene algún avance. Este modelo ha demostrado ser insuficiente para la profundidad de las transformaciones que la mayoría del país está exigiendo”.

¿Qué pasó en las elecciones municipales, miradas desde esta nueva perspectiva?

“La alta abstención demuestra que una parte importante de Chile está dispuesta a movilizarse, a cacerolear, a participar en tomas y a interesarse por la política. Pero no se siente convocada a votar. No digo que todos los que se abstuvieron tengan una crítica profunda al sistema, pero una parte considerable cree en la posibilidad de construir un país diferente, dando su apoyo a las demandas más relevantes del movimiento estudiantil. Esas mismas personas no se sienten convocadas a votar porque no creen en los proyectos de país que representan la Concertación y la derecha.

Al no existir una fuerza transformadora, termina ganando la misma vieja política que tantas veces nos ha dado la espalda. El triunfo de Carolina Tohá en Santiago, el cuasi triunfo de Maya Fernández en Ñuñoa y la victoria de Josefa Errázuriz en Providencia, con algunos matices, demuestran que la Concertación prácticamente no aumentó su votación respecto a 2008. Lo único nuevo fue que la derecha retrocedió mucho. La Concertación recuperó alcaldías, pero no tiene mayor convocatoria, y eso plantea un desafío a los que creemos en la posibilidad de construir una fuerza transformadora”.

EL ROL DEL PARTIDO COMUNISTA

¿Cómo se inserta el Partido Comunista en esta realidad?

“El PC, más temprano que tarde, debe convertirse en un aliado nuestro, porque tiene una representación importante en los sectores populares. Programáticamente tenemos muchas más coincidencias que diferencias con el PC. El desafío de generar fuerza alternativa al calor de las luchas sociales, requiere de un alto nivel de madurez. Para que esa alianza sea posible, el PC tiene que abandonar su actual acercamiento a sectores de la Concertación que han demostrado ser profundamente neoliberales. Con esta política el PC no aporta a la transformación del país. Por el contrario, le significa mayor amarre de manos para criticar a una Concertación que durante años nos ha dado la espalda. La única manera de recuperar las confianzas del pueblo es sumar fuerzas para impulsar un nuevo proyecto.

Hay sectores de base de la Concertación que también debieran ser nuestros aliados. Muchos dirigentes de juntas de vecinos o sindicatos están más cerca de nosotros que de sus cúpulas partidarias. Esperamos que tengan la capacidad de dar un paso adelante y digan: la Concertación no es útil para hacer los cambios que necesitamos”.

INCONSECUENCIAS DE LA CONCERTACION

Cuesta entender que la Concertación no esté con las demandas del movimiento estudiantil…

“Un gran desafío es demostrar su inconsecuencia, porque de manera oportunista ha dicho que está con la educación pública, ahora que es oposición. El Crédito con Aval del Estado, la Ley General de Educación (LGE) y el financiamiento compartido los inventó la Concertación. La realidad es muy simple: la Concertación tomó el país construido por la dictadura y se dedicó a administrarlo y a profundizar sus aspectos fundamentales. Los partidos de la Concertación dieron forma durante veinte años a un Estado que abandonó sus deberes en educación, salud, etc. Incluso ahora que son oposición y han intentado verbalizar algo diferente, terminan cuadrándose con las iniciativas de la derecha. En 2012, cuando se votó el informe sobre lucro en la educación, la Concertación permitió que se rechazara; y cuando se votó el ajuste tributario, posibilitó que se aprobara”.

¿Qué opina del anuncio del PC de presentar como candidatos a diputados a tres ex dirigentes del movimiento estudiantil?

“No tengo problema con que Camila Vallejo, Camilo Ballesteros y Carol Cariola tomen ese rumbo. Cuando uno intenta construir la vía propia de los movimientos sociales, hay que apostar por conquistar algunos espacios de poder, porque allí se toman decisiones. Sin embargo, somos críticos respecto a que este tipo de construcciones se hagan en alianza con la Concertación, porque terminan lavando su imagen y bloquean la emergencia de actores realmente transformadores”.

Si lo invitaran al encuentro empresarial Enade 2012, ¿qué diría a los asistentes?

“Me parece lamentable que en esos espacios se termine definiendo más la política del país que en el Congreso Nacional, el gobierno o en las manifestaciones sociales. No estoy dispuesto a sugerir a los empresarios lo que tienen que hacer para detener el malestar social”.

EL AÑO QUE VIENE

¿Cuál es su pronóstico para 2013?

“Será un año de movilizaciones en el área educacional y en todos los sectores que han levantado demandas. Veremos cómo reaccionan los diversos grupos políticos y candidaturas ante las exigencias del mundo social. Está claro que la mayoría ha dejado de ser ingenua, ya no basta con promesas. Hemos tenido demasiadas y el país sigue igual o peor”.

¿Cuál es la mejor manera de plantear temas programáticos?

“Es importante avanzar a una articulación programática de sectores sociales más allá de la elección presidencial. Para que eso ocurra, es fundamental que se rompan las visiones parciales y construyamos un ideario acorde con el siglo XXI.

La posibilidad de irrumpir en el sistema político y romper la exclusión de las mayorías tiene que ver con la capacidad de movilizar a la sociedad. Los esfuerzos que se han hecho hasta ahora para levantar una alternativa presidencial han carecido de una base social que los sustente. Las movilizaciones estudiantiles o regionalistas demuestran que existe un gran potencial para aumentar la base social de un proyecto alternativo”.

Hasta ahora Michelle Bachelet parece ser la candidata que tiene mayor adhesión. ¿Ese fenómeno electoral es una oportunidad o una dificultad?

“Es una dificultad, porque ella representa una práctica política que vemos con preocupación. Desaparece del país y está tres años callada, cuando las mayorías se han expresado con más fuerza y han puesto más temas sobre la mesa. La hemos interpelado varias veces. En 2011 le llevamos una caja de medicinas para la amnesia a su Fundación Dialoga, para que hablara sobre lo que hizo en su mandato, como la implementación de la LGE. La política no puede hacerse en silencio y a escondidas, sino de cara a la mayoría.

Si ella pretende volver a ser presidenta, va a tener que referirse a estos temas. Si no lo hace estaremos emplazándola permanentemente. Un rol del movimiento social en el próximo periodo será exigir que los candidatos se pronuncien sobre los temas importantes. No vamos a aceptar un programa de gobierno de promesas vacías. Si Bachelet no manifiesta su voluntad política de hacer transformaciones, su popularidad va a estar en riesgo, se pondrá en contra de las demandas de la gran mayoría”. 

UNA NUEVA FUERZA POLITICA

¿En qué difiere el actual estado de cosas del que existía hace tres años?

“Hoy es posible soñar con un país diferente. Hace tres años parecía normal que el lucro fuera el motor de todas las actividades humanas, incluyendo un derecho básico como la educación. A la mayoría le daba lo mismo que la educación fuera pública o privada, que hubiera que pagar y endeudarse para obtener educación o salud. Hoy esa mayoría se da cuenta de que las cosas pueden ser de otra manera y que los derechos básicos deben ser gratuitos y estar garantizados para todas y todos”.

Uno de los objetivos del movimiento estudiantil en 2012 fue fortalecer los vínculos con la sociedad organizada. ¿Cómo evalúa su cumplimiento?

“Es un proceso complejo, toma tiempo. No se hizo por completo en 2012 ni se hará en 2013, pero hay que avanzar. Otro desafío es la capacidad que tengamos de establecer alianzas programáticas, que vayan más allá de la solidaridad. Hay luchas que son comunes, como más democracia o mayor desconcentración económica regional, que interesan por igual a trabajadores, pobladores o estudiantes”.

¿Y cómo se conecta esa coordinación con la necesidad de una nueva fuerza política?

“Para romper con las lógicas de la vieja política y dar pasos hacia una nueva fuerza, ésta debe darse al calor de las luchas sociales, para que su fisonomía se organice naturalmente de acuerdo a las demandas de los movimientos sociales. Hay sectores de la Concertación con los que se podría trabajar en esta línea, para construir una alternativa al duopolio del poder. No nos sorprendería que algunos de sus actores se comprometan, como ha ocurrido antes con el movimiento regionalista de Aysén o con la campaña que llevó a Josefa Errázuriz a la alcaldía de Providencia.

Cuando hablo de la generación de nuevas fuerzas políticas, no me refiero sólo a sectores que se definen de Izquierda. Las ideas antineoliberales y la defensa de la educación y la salud públicas como un derecho, pueden ser compartidas también por sectores de centro. Nuestra crítica a la Concertación radica en que ese conglomerado está manejado por personas que tienen conflictos de interés que los unen al sistema neoliberal. Podemos avanzar juntos con fuerzas transformadoras que tengan una visión distinta del carácter del Estado, provengan del centro o de la Izquierda. El caso de Josefa Errázuriz es muy ilustrativo, porque no necesitó de las cúpulas de la Concertación para ganarle a la derecha”.

¿Es partidario de una Constituyente?

“Es fundamental una nueva Constitución que reemplace a la existente, ilegítima en su origen y que contiene todas las trabas que bloquean las demandas por las que luchamos. Para cambiarla necesitamos más fuerza. Una Asamblea Constituyente podría ser fácilmente cooptada por los conservadores de la Concertación y la derecha, los únicos que hoy tienen fuerza para copar los puestos en una Constituyente. Podríamos terminar legitimando una Constitución muy parecida a la del 80 con un disfraz más democrático”.

RUBEN ANDINO MALDONADO

Izquierda en la Fech

Fuerzas de Izquierda dominan la nueva directiva de la Fech. La Izquierda Autónoma, a la que pertenece Andrés Fielbaum, en alianza con la Nueva Izquierda ganó las elecciones con el 33% de los votos. Segunda resultó la lista de los colectivos Praxis, FEL y otros, encabezada por Fabián Araneda, que ocupará la vicepresidencia. La lista de las JJ.CC. y Juventud Socialista obtuvo el tercer lugar, con 23,2% y su candidata, Rebeca Gaete, ocupará la secretaría general. Sebastián García y Omar Astorga, ambos de Izquierda, se desempeñarán como secretarios de comunicaciones y ejecutivo, respectivamente. La derecha (RN) alcanzó 5,8% de la votación y un sector trotskista, 5,5%.

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 771, 23 de noviembre, 2012