miércoles, 13 de noviembre de 2013

Evocación de dos Octubres "DE LA GRAN REVOLUCIÓN SOCIALISTA DE OCTUBRE AL CHE"

por Abel Bo

Publicado en la revista Qué hacer, octubre de 2007                                                

Octubre de 1917. Octubre de 1967. Dos fechas claves de la historia  del siglo XX de nuestra Era. Ocurridas con un lapso de medio siglo entre una y otra, en territorios muy distantes del planeta, están vinculadas —y hasta unidas— por un mismo significado. Éste se puede resumir en la lucha por la transformación de la sociedad, la lucha por la revolución socialista. Para los pueblos de Nuestra América, por muchísimas circunstancias, el conocimiento del primer acontecimiento es mucho menor. Y aunque la fecha de octubre del 67 es algo más cercana y la imagen del Che Guevara es muy difundida, quizás el conocimiento profundo de su trayectoria y proyección también siguen, en gran parte, en la oscuridad.
 
Lenin, Trotsky and Kamenev

Trotsky, Lenin y Kámenev          
Trabajar la conciencia
El Che en una jornada de trabajo voluntario 

* El 25 de octubre de 1917 (de acuerdo al antiguo calendario que se usaba en el Imperio de todas las Rusias), triunfó lo que en poco tiempo se conoció como la Revolución Rusa o la Gran Revolución Socialista de Octubre. El ideario socialista enunciado en el Manifiesto Comunista, escrito en 1848 por Carlos Marx y Federico Engels, tenía así  su primera gran oportunidad de poner en práctica sus metas revolucionarias de construir una nueva sociedad. Una insurrección de obreros, campesinos y soldados (tropa de un ejército imperialista virtualmente derrotado) derribó del poder a un gobierno capitalista que en febrero de ese mismo año había reemplazado la monarquía de los zares Romanov, que oprimía desde antaño al pueblo ruso y a muchas naciones vecinas.

Esa insurrección victoriosa transcurrió en un período breve (Diez días que conmovieron al mundo la tituló en su memorable obra el escritor norteamericano John Reed). Pero fue el último combate de una larguísima lucha política atravesada de insurrecciones y guerras civiles más o menos prolongadas; lucha iniciada a fines del siglo XIX, cuando nació el Partido Obrero Social Demócrata Ruso (POSDR), así denominado porque asumía los ideales del socialismo, pero en su camino debía enfrentar al régimen político-institucional de la monarquía. La democracia burguesa, el ideal político de la Revolución Francesa de 1789, ni siquiera se había acercado al poder en Rusia. En el transcurso de esas luchas, el debate sacudió a ese partido marxista acerca de los caminos, los contenidos y las formas de lucha a seguir. Un momento clave fue en 1903, cuando sus miembros se dividen entre mayoría (bolchevique en ruso) y minoría (menchevique), y a partir de ese momento se convirtieron en dos organizaciones separadas. Desde 1903, cobró relevancia política y teórica decisiva Vladimir Ilich Uliánov, líder bolchevique cuyo seudónimo Nicolás Lenin lo hizo célebre en la clandestinidad rusa, en toda Europa y, más tarde, en todo el mundo. Esa división dejó una huella histórica y a partir de entonces fue muy clara la diferencia entre revolucionarios (bolcheviques) y reformistas. Es decir: entre los socialistas, que planteaban la inevitabilidad de la conquista del poder, el derrocamiento del Estado capitalista y la instauración de un nuevo Estado proletario, como pasos insustituibles para iniciar la transformación de las relaciones económicas y sociales (tal como Marx había expuesto mucho tiempo atrás en su célebre Crítica al programa de Gotha, un programa de supuestos cambios sucesivos que llevarían de reforma en reforma al socialismo, según enunciaban los precursores del reformismo en Alemania), y los mencheviques, que adherían al reformismo.

Lenin le aportó al marxismo muchísimo, polemizando con los “popes” de su propio partido, como Plejánov, y con los “capos” del entonces socialismo europeo, los alemanes Berstein y Kautsky. Lenin, que ya había hecho su propia contribución al tema (en su ensayo El desarrollo del capitalismo en Rusia), establece una concepción de la organización del partido proletario en las condiciones de un país bajo un régimen absolutista a partir del ¿Qué hacer? (1903). Plantea construir al partido con un claro contenido de la clase social a la cual aspiraba a representar y lo concibe como una organización de revolucionarios profesionales, en el sentido de que sus integrantes consideren a la revolución como el objetivo central de sus vidas. Lenin insiste en que el partido proletario no debía ser una organización sólo para las luchas reivindicativas, sino, esencialmente, dedicada a darle a la clase obrera una perspectiva de lucha por el poder político. También plantea las estrategias de lucha por el poder político en numerosos escritos (El marxismo y la insurrección, Las enseñanzas de la insurrección de 1905, Guerra de guerrillas, El Programa Militar de la Revolución Proletaria, etc.). Para Lenin y los bolcheviques, las experiencias sociales y políticas de la revolución (derrotada) de 1905 fueron decisivas. En ese período surgieron desde las bases obreras y campesinas, organizaciones democráticas de deliberación y acción, al margen de la institucionalidad monárquica. Fueron los Consejos (soviets en ruso) que expresaron una situación de poder alternativo al régimen y, por eso, esa situación transitoria se caracterizó como de doble poder o poder dual. En parte, reproducía algunas características de la efímera Comuna de París (1871) donde un gobierno obrero fue aplastado por la represión burguesa. En parte, los Soviets de obreros y campesinos aportaban nuevos elementos que serían asimilados por los bolcheviques para una etapa posterior.

A ese período de auge de las luchas, sucedió uno largo de retrocesos, en el cual los bolcheviques desplegaron simultáneamente formas de luchas económicas-reivindicativas semilegales, formas de luchas dentro de la legalidad zarista, interviniendo en elecciones y teniendo un bloque parlamentario dentro de la Duma (un parlamento trucho que había sido concedido por la monarquía) y hasta formas de lucha armada, construyendo sus propios destacamentos guerrilleros. El cerebro y el eje de todas esas luchas era la organización del propio partido proletario y su prensa, considerada esencial para esa construcción revolucionaria.

En 1914 estalló la guerra interimperialista (después conocida como Primera Guerra Mundial) en toda Europa. El acontecimiento bélico que fue una trágica matanza para todos los pueblos forzados a integrar las tropas de sus respectivas clases dominantes, pondría en crisis al sistema capitalista. Lenin hace un nuevo aporte a la teoría marxista en su texto El imperialismo fase superior del capitalismo, en el cual describe los nuevos fenómenos económicos, políticos y bélicos desconocidos en la época de Marx y Engels. Pero la crisis también sacudió a las organizaciones socialistas de todos los países de Europa reunidas en la II Internacional Socialista, ya que la mayoría de sus dirigentes, en vez de tener una posición antibélica, se pusieron cada uno del lado de “sus” respectivas burguesías. Lenin los denuncia en La bancarrota de la II Internacional, donde preanuncia un probable desenlace revolucionario post-bélico. Desde el exilio, reúne en 1915 a un pequeño grupo de revolucionarios de varios países en la ciudad de Zimmerwald, en Suiza, donde se establecen las bases, todavía inmaduras, de una nueva Internacional.

Una sublevación popular, en febrero de 1917, se alza contra la monarquía zarista y la derroca. Esa revolución de febrero da paso a un precario gobierno de fuerzas burgueses antizaristas presidido por el populista Kerensky. El nuevo gobierno burgués se instala al mismo tiempo en que resurgen los soviets de obreros, campesinos y soldados, estableciéndose otra vez un doble poder en el contexto de una situación revolucionaria. Al frente del soviet de San Petersburgo se encuentra un joven veterano de la Revolución de 1905, León Davidovich Bronstein, conocido por su seudónimo de Trotsky, un marxista que había permanecido en el medio de bolcheviques y mencheviques y que en esta nueva situación pasa a compartir la dirección con el Partido Bolchevique. Lenin escribe sus Tesis de abril planteando la necesidad de encaminar la situación revolucionaria hacia un desenlace insurreccional. Y como la mayoría de los directivos de su propio partido vacilan o se oponen, amenaza con renunciar a su cargo. Obtiene el apoyo de Trotsky y su organismo interdistrital; y, por fin, los bolcheviques se lanzan a la tarea de ganarse a la mayoría de los miembros de los soviets para conquistar democráticamente la base política de una próxima insurrección. Al mismo tiempo, preparan el levantamiento armado poniendo a Trotsky como jefe del Comité Militar Revolucionario de los Soviets. El gobierno incrementa su represión y Lenin, forzado nuevamente a la clandestinidad, comienza a escribir El Estado y la Revolución, explicando con precisión y claridad las características de lo que es un Estado burgués y lo que debe ser un Estado proletario. Interrumpe su obra cuando él mismo debe pasar a la acción. En los soviets, los partidos reformistas y burgueses pierden la mayoría y los bolcheviques, en alianza con los Socialistas Revolucionarios de izquierda —que han conquistado políticamente la voluntad de los diputados obreros, campesinos y soldados— lanzan la ofensiva insurreccional bajo la consigna de ¡Paz, pan y tierra!¡Todo el poder a los Soviets! Paz para el pueblo ruso, masacrado en más de tres años de guerra imperialista, pan para los obreros y sus familias diezmados por el hambre, tierra para los campesinos sojuzgados desde siempre por un régimen de servidumbre semifeudal.

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En el país más extenso del planeta, de cinco millones de obreros industriales y noventa millones de campesinos, con un régimen capitalista más o menos avanzado en las ciudades y con un régimen semifeudal en la mayor parte de su geografía rural, en un país imperialista opresor de numerosas nacionalidades, en un país en guerra con otras potencias, se alza victoriosa la insurrección: aplasta la resistencia armada del precario gobierno burgués sublevando a la mayoría de las tropas. En el Congreso de los Soviets de San Petersburgo, reaparece Lenin desde la clandestinidad y ante el anuncio de la conformación del Gobierno Revolucionario de los Obreros, Campesinos y Soldados, el líder bolchevique proclama: ¡Ahora pasaremos a la construcción del orden socialista! Y la ovación dio paso a una nueva época y octubre de 1917 dejó su huella indeleble en la historia de la humanidad.

* Pero pasarían muchos acontecimientos que hoy, a 90 años, debemos recordar para entender cómo y por qué esa Revolución triunfante fue desvirtuada, traicionada y se desintegró hasta desaparecer.

 De las tres consignas inmediatas con que los bolcheviques conquistaron el poder, quizás la más difícil de poner en marcha fue el establecimiento de la paz con otras naciones con las que la Rusia zarista había entrado en guerra. Sus tropas estaban ocupando Polonia. Se desató un gran debate. Lenin insistió con énfasis en que la paz debía realizarse a toda costa y ese fue el mandato que se le dio al canciller del gobierno revolucionario, Trotsky. El horror de la guerra debía concluir; además, la ocupación de otro país era incompatible con los principios de autodeterminación nacional que enarbolaban los marxistas. En marzo de 1918, en Brest-Litovsk se firmó la paz con Alemania, el Imperio Austro-húngaro, Bulgaria y Turquía. Pero recién empezaban nuevos problemas.

Las clases antes dominantes despojadas del poder reorganizaron sus fuerzas en los ejércitos blancos y con el apoyo de catorce potencias extranjeras desataron una nueva guerra contra el recién nacido poder obrero y campesino. La República de los Soviets debió rearmarse y el jefe del Comité Militar de la insurrección fue designado como organizador del nuevo Ejército Rojo. Largos tres años duró la desgastante guerra civil que forzó al nuevo poder a distraer sus energías y sus mejores hombres en numerosos frentes militares para doblegar a la contrarrevolución capitalista-imperialista. Este período condicionaría definitivamente el futuro. En el ámbito político, los partidos que quedaron en minoría antes del triunfo, pero tenían representación en los Soviets gobernantes, se sumaron a la contrarrevolución. El gobierno se vio ante situaciones no previstas y los ilegalizó, porque no era compatible debatir en un parlamento contra quienes desplegaban acciones armadas para derribarlo. Ni Lenin ni el partido bolchevique habían teorizado ni enunciado ser el único partido de un poder revolucionario. Pero la lucha de clases convertida en guerra civil no dejaba opciones. Lenin sufrió un atentado a manos de los eseristas (contrarios a la paz de Brest-Litovsk y otras medidas), que lo sacó de escena bastante tiempo y deterioró su estado de salud.

A pesar de la guerra civil y la agresión externa, los bolcheviques se reorganizan. Ya roto desde hacía tiempo el tronco originario de la socialdemocracia en la que nacieron y que ahora, dentro y fuera del país, los atacaba, asumen, en 1918, la denominación de Partido Comunista. Y consecuentes con su pensamiento internacionalista, enunciado años atrás en Zimmerwald, convocan a la fundación de una nueva organización. Nace así la III Internacional o Internacional Comunista, en la que se nuclearán los revolucionarios de todo el mundo (en ese mismo año, en Argentina se funda el Partido Socialista Internacionalista —escindido del Partido Socialista que queda en la socialdemocracia—, que al poco tiempo se llamará Partido Comunista; en Cuba, el Partido Comunista se funda en 1925).

El objetivo planteado por Lenin es claro: la Revolución Socialista para sobrevivir, además de derrotar la guerra de agresión, debe extenderse hacia toda Europa y hacia el mundo colonial. En Alemania, los revolucionarios escindidos de la socialdemocracia se organizan en la Liga Espartaquista, en la que militan Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Pero una precipitación de acciones insurgentes los lleva a la derrota en 1919. Ambos líderes son asesinados. Otro episodio similar ocurre en Hungría con una efímera república de soviets encabezada por Béla Kun, también derrotada por la contrarrevolución. Siguiendo el objetivo, Lenin escribe una plataforma para las luchas en el Lejano Oriente, estableciendo la estrategia de construir frentes antimperialistas, aunque los revolucionarios chinos e indochinos apenas están dando los primeros pasos, muy lejos de disputar el poder.

Cuatro años de guerra imperialista y casi otros tantos de guerra civil han destrozado la economía, agravando los padecimientos populares. Lenin ha definido en dos palabras lo que debería ser el proyecto de sociedad socialista: soviets más electrificación. Es decir, la nueva democracia proletaria y campesina construyendo una gran industria sobre la base de nuevas relaciones de producción. Pero la realidad le impone en lo inmediato una economía de guerra e inmediatamente después, un plan transitorio denominado nueva política económica, que trata de incentivar extensos sectores del capitalismo rural para dar de comer al pueblo.

Deteriorado en su salud, con secuelas de medio cuerpo paralizado y dificultades en el habla, a mediados de 1923 Lenin promueve la fundación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. A fines de ese año, tras un reagravamiento de su enfermedad, escribe su Testamento político donde advierte sobre los rasgos negativos de quien por entonces era el secretario general del Partido, Josef Vissariónovich Dzhugashvili, conocido por su seudónimo de Stalin, un veterano militante de la época de las luchas antizaristas. En la plenitud de su vida, a los 54 años, Lenin muere en enero de 1924, cuando la Revolución apenas ha logrado sobrevivir a las guerras y está amenazada por el hambre, se encuentra aislada y con casi todas las tareas de transformación pendientes. Y el Partido Comunista heredero del bolchevismo, ha perdido casi una generación de revolucionarios en los frentes de batalla.
 
* En estas circunstancias, en la joven URSS comienza un nuevo período crítico, surcado por innumerables dificultades económicas y sangrientas luchas políticas intestinas. Uno de los debates planteados es cómo y qué se hará para la sobrevivencia del nuevo Estado Obrero en condiciones de recientes victorias de la contrarrevolución en Europa y cómo seguirán adelante las pendientes tareas de transformación. En el seno del PC emergen tendencias, pero el centro del debate será por mucho tiempo entre Stalin, que enuncia la tesis del “socialismo en un solo país”, ajena a la tradición leninista, y Trotsky, que expone la necesidad de romper el aislamiento apostando al resurgimiento de los movimientos revolucionarios recientemente derrotados, planteando la necesidad de persistir en estrategias internacionalistas. Stalin se va a imponer contra sus oponentes de izquierda y sus contrincantes de derecha, a los que usó antes para desembarazarse de Trotsky, que es obligado a un destierro interno y después forzado al exilio. La economía se dirige hacia una colectivización agraria forzosa que no consigue normalizar la producción de alimentos, pero desata de hecho una nueva guerra civil no declarada, esta vez del aparato estatal contra los campesinos. La industrialización se hace a pulmón batiente. Como las condiciones materiales de vida son extremadamente penosas y el entusiasmo revolucionario popular ha desaparecido hace tiempo, el régimen político socava la originaria democracia soviética mientras consolida una institucionalidad burocrática. Esta estrategia de regimentación provocó la eliminación del debate ideológico-político característico de la época leninista. Stalin impuso un sistema verticalista y de eliminación física de cualquier militante o dirigente que propusiese otros caminos. Miles de ellos fueron ultimados, muchos tras procesos judiciales en la década del 30 que degradaron y desprestigiaron al novel sistema socialista. La muerte en el exilio de León Trotsky se inserta en este proceso. Tras un atentado fallido, fue asesinado en México, el 20 de agosto de 1940.

  * Mientras este proceso económico-político se desarrollaba en el interior de la URSS, el gobierno de Stalin utilizó la organización de la Internacional Comunista para que los partidos comunistas allí congregados por el prestigio de la Revolución de Octubre, desplegasen políticas de acuerdo a su orientación. Igual que en la dinámica interna, quienes estuvieron en desacuerdo fueron eliminados (por ejemplo, el líder revolucionario húngaro Béla Kun, entre tantos otros). El stalinismo tuvo oscilaciones en sus políticas exteriores. Cuando surgía el nazismo en Alemania, tuvo una táctica ultraizquierdista en la que forzó a su satélite alemán a combatir a la socialdemocracia como si fuese un equivalente de los nazis. Tiempo después de ese fracaso, y ante el avance de las fuerzas reaccionarias y las debilidades de los seguidores de su línea, el stalinismo promovió la formación de “frentes populares” en los que los comunistas se colocaban detrás de algunas de las fuerzas burguesas consideradas “democráticas”. En algunos países (Francia, España, Chile) hubo transitorios gobiernos frentepopulistas. Cuando el nazismo se consolidó como potencia imperialista y estableció su estrategia de destruir la URSS, Stalin llegó a suscribir un tratado de supuesta “no agresión” con Hitler, el 23 de agosto de 1939. Firmado por su canciller Molotov y el alemán Von Ribbentrop, incluyó cláusulas secretas de reparto de zonas de influencia en Polonia y los países bálticos. Esas circunstancias hicieron peligrar la propia existencia de la URSS. Como era previsible, en 1941 el imperialismo nazi, que ya había iniciado su expansionismo militar, invadió la URSS.

Stalin también intervino en la revolución y guerra civil de España: apoyó al frente republicano que integraba el PC español, enfrentado al franquismo, pero atacó con hombres y armas a los revolucionarios marxistas y anarquistas y a las organizaciones obreras que ellos dirigían.

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Columna de prisioneros alemanes en Stalingrado

Con un esfuerzo sólo comparable con las grandes epopeyas de la historia, el pueblo soviético pudo resistir la invasión nazi, que llegó hasta las entrañas rusas en Volgogrado, rebautizada Stalingrado. A partir de allí, pudo revertir la situación militar y fue forzando la retirada nazi. Aunque Stalin había encarado la contienda como la Gran Guerra Patria, las acciones tuvieron un contenido y una práctica internacional: las tropas del Ejército Rojo llegaron hasta la capital de Alemania, Berlín, en mayo de 1945. El eje nazifascista Alemania-Italia-Japón estaba quebrado. En el transcurso de la guerra, donde el mayor peso militar recayó en las tropas soviéticas, la URSS recompuso sus alianzas, estableciendo acuerdos con Estados Unidos y Gran Bretaña contra el eje. En las postrimerías de la guerra se celebraron los pactos en Yalta, Crimea, en febrero de ese año, y en Postdam, Alemania, en agosto, en los cuales se establecían zonas de influencia post-bélicas. Estados Unidos “marcaría” el territorio a su aliado con un nuevo despliegue militar: sobre el Japón ya derrotado, lanzó dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, abriendo una nueva era de confrontación.

Esta guerra que concluía, además de destrozar nuevamente la economía, dejó unos veinte millones de soviéticos muertos, provocando una tragedia social y demográfica. La URSS había sobrevivido a una costo descomunal y con la expansión de sus tropas hacia el centro de Europa, de hecho ocupó el poder en todos los países del este europeo, instalando en cada uno gobiernos encabezados por los Partidos Comunistas afines. Ya no existía la III Internacional, disuelta por Stalin, pero estableció un nuevo bloque geográfico-político-económico con Polonia, Hungría, Bulgaria, Rumania, Checoslovaquia y la Alemania oriental. Así se erigió lo que después se llamó el bloque de “países socialistas”, con un sistema económico común (Consejo de Ayuda Mutua Económica) y más tarde con la firma del Tratado de Varsovia (pacto militar), bajo el absoluto predominio de la URSS. Para ponerle freno, el imperialismo norteamericano, su anterior aliado bélico, no sólo se quedó con la mitad occidental de la ciudad de Berlín, sino que lanzó el Plan Marshal de reconstrucción capitalista de la Europa occidental. Entre el chantaje atómico y el expansionismo militar en casi todo el planeta, Estados Unidos da inicio a una prolongada era de confrontación conocida como la guerra fría.

* En tanto, en Asia ocurrirían acontecimientos que pondrían en jaque permanente este nuevo equilibrio. En China, que había sido invadida por el imperio japonés, el Partido Comunista había adquirido gran fuerza y prestigio en la guerra de resistencia al invasor, formando un poderoso Ejército Popular de Liberación. En esta lucha, el PC se había aliado a las fuerzas burguesas nacionalistas del Kuomintang, pero jamás abdicó de su independencia política y militar. Expulsado el imperialismo japonés y establecido un gobierno del Kuomintang, el PC se lanzó a una nueva ofensiva revolucionaria que culminó victoriosa el 1º de octubre de 1949. Esta decisión del PC chino encabezado por Mao, Lin Piao y Chou en Lai generó una seria disputa con la jefatura del PCUS, ya que de hecho rompía el equilibrio de una estrategia de “coexistencia pacífica” ideado por Stalin. La estrategia stalinista era un complemento de lo establecido con las políticas de los frentes populares como colaboración de clases con fuerzas burguesas antifascistas. El triunfo de la Revolución China desató una reacción violenta en Estados Unidos, a su propaganda constante contra la “amenaza soviética” le añadió “el peligro amarillo”. Mientras Stalin vivió se mantuvo contenida la disputa chino-soviética, que estallaría en forma irreversible años después.

En Indochina, que también había sido ocupada por el imperialismo japonés durante la guerra interimperialista desplazando al colonialismo francés, las fuerzas revolucionarias organizaron destacamentos guerrilleros que prepararon las condiciones para una victoriosa insurrección en agosto de 1945. En septiembre declararon la independencia de Vietnam, e inmediatamente se produjo la reacción francesa con una nueva guerra que culminaría en la victoria revolucionaria vietnamita en Dien Bien Phu, en 1954, que consolidaba la República Democrática de Vietnam con su capital en Hanoi, formada en el norte del país desde 1945, mientras en el sur Estados Unidos había impuesto un régimen títere con la capital en Saigón. Poco después, Vietnam y toda Indochina serían el centro de un nuevo escenario bélico alrededor del cual se polarizaría gran parte de la lucha entre la revolución mundial y la contrarrevolución imperialista.

 * La URSS post-bélica continuó bajo la férula del régimen stalinista. La conquista de un sistema de propiedad pública se conservó, aunque las modalidades de gestión económica poco tenían que ver con los ideales originales del leninismo. El país se lanzó a una nueva etapa de industrialización y avances tecnológicos, por necesidad propia y para competir y confrontar en esos terrenos con el capitalismo mundial. En gran medida, la URSS fue arrastrada a una carrera armamentista, y en poco tiempo llegó a poseer el arma nuclear. Incluso, fue pionera en la carrera espacial, aventajando con sus primeros sputniks a Estados Unidos. Así, la URSS pasó a ser la “segunda potencia mundial”. Después de más treinta años surcados por guerras imperialistas, revolución, guerras civiles y nuevas invasiones extranjeras, los pueblos de los países de la Unión Soviética empezaron a beneficiarse de esas conquistas materiales en el terreno de la salud, la educación, la vivienda, etc., aunque este desarrollo siguió siendo muy desigual entre las distintas naciones y entre la ciudad y el campo, y nunca pudieron ser resueltos en su totalidad los problemas del abastecimiento de alimentos e insumos cotidianos.

Tras la muerte de Stalin, en marzo de 1953, empieza un período de inestabilidad política que hace eclosión en 1956, cuando en el XX Congreso del PCUS su nuevo secretario general, Nikita Jruschov, hace público (en forma parcial) una serie de crímenes perpetrados por su predecesor. Se admitían oficialmente acontecimientos que dentro y fuera del país eran conocidos y dejaron heridas incurables. Hubo una suerte de desestalinización pactada internamente, pero no cambiaron las características verticalistas del sistema político. No hubo una reparación histórica de la generación de bolcheviques eliminada en la represión y las nuevas generaciones crecieron sin conocer gran parte de su rica tradición revolucionaria. La migración interna permaneció controlada y con fuertes limitaciones, y, a pesar de que el nivel de vida material de la población creció muchísimo, se mantuvo indefinidamente la limitación impuesta a los ciudadanos para viajar al exterior.

* Entre muchos acontecimientos exteriores que marcaron el rumbo de la propia URSS, destacamos dos en esta reseña reflexiva. En Hungría, en 1953, después de la muerte de Stalin, accedió a la jefatura del gobierno Imre Nagy, un veterano militante comunista que integró casi todos los gobiernos desde 1944, tras la derrota de los nazis, como ministro de Agricultura, del Interior, y presidente de la Asamblea nacional. Las propuestas de cambio de Nagy —quien ya había mantenido fuertes polémicas por las políticas agrarias y represivas dirigidas por los stalinistas— no eran bien vistas por el PCUS, y en 1955 fue expulsado de su propio partido y destituido. Vuelve a ser ungido gobernante cuando en 1956 se anuncia la desestalinización en Moscú, pero su intento de retomar un nuevo rumbo tiene como respuesta del gobierno de Jruschov un ataque militar contra multitudinarias manifestaciones en apoyo de Nagy. La rebelión húngara mostró hasta dónde llegaba el “cambio” en la máxima dirigencia del PCUS: las tropas de la URSS provocaron una masacre y Nagy terminó ejecutado en 1958.

En 1968, la jefatura del PCUS estaba a cargo de Leonid Brezhnev, que hacía cuatro años había desplazado a Jruschov. En enero de ese año asumió en Checoslovaquia como secretario general del PC, Alexander Dubcek. Con gran respaldo popular, en abril el Comité Central del PC aprobó un "Programa de Acción" que resumía los principios en los que se debía basar el "socialismo de rostro humano". Junto a una relativa liberalización económica, se proponían reformas en el terreno político (libre creación de partidos siempre que aceptaran el modelo socialista, igualdad nacional entre checos y eslovacos, liberación de presos políticos) y social (derecho de huelga, sindicatos independientes, libertad religiosa). Luego de que Dubcek desestimara una intimación para detener esos cambios, hecha por todos los jefes de los partidos miembros del Tratado de Varsovia, sus tropas entraron en Praga el 20 de agosto e impusieron de hecho una nueva dirección política afín a la dirigencia del PCUS. Brezhnev enunció una doctrina de la “soberanía limitada” de los Estados asociados con la URSS, algo impensable en la teoría y la práctica leninista.

Carriarmati sovietici entrano a Praga, 22 agosto 1968
Invasión a Checoeslovaquia - 22 de agosto de 1968

Estos acontecimientos no fueron los únicos ocurridos en los países del nuevo bloque, son los que tuvieron mayor repercusión local e internacional, por la presencia de tropas soviéticas no para liberar pueblos de la opresión nazi, sino para impedirles una rebelión antiburocrática dentro de sistemas formalmente socialistas. La política del PCUS fue, en esos y otros episodios, acusar a los movimientos democráticos y antiburocráticos de supuesta connivencia con el imperialismo y supuestos intentos de restauración capitalista. Del otro lado, los gobiernos de Estados Unidos y Europa capitalista sólo alardeaban con propaganda en contra de la URSS: jamás respaldaron movimientos que ponían en jaque a las burocracias stalinianas con las cuales convivió siempre —hasta su propia asimilación al capitalismo— bajo la “coexistencia pacífica”; por el contrario, la represión de las burocracias siempre les sirvió de argumento para propagandizar en occidente contra el comunismo.

* La América Latina y el Caribe eran el infranqueable patio trasero del imperialismo norteamericano, región que las tropas de Estados Unidos habían invadido en numerosas oportunidades desde el siglo XIX, mucho antes de que sus gobernantes pudiesen alegar  “la amenaza soviética”. En 1947 estableció el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) como instrumento de alianza con las oligarquías y burguesías nativas para nuevas intervenciones armadas. Entre ellas la de Cuba, donde el 1º de enero de 1959, con la huida del dictador Fulgencio Batista, el Ejército Rebelde liderado por el Movimiento 26 de Julio culminó una breve guerra revolucionaria. Se abría una nueva época histórica en Nuestra América. La Revolución Cubana triunfante dio paso desde el poder a una consecuente e ininterrumpida tarea de transformaciones sociales. En muy poco tiempo fueron afectados los intereses norteamericanos. Sorprendido por una revolución inesperada, el gobierno del general Dwigth Einsenhower empezó un hostigamiento económico, político, diplomático y militar que puso en alerta inmediata a la Revolución. El traspaso de gobierno en Washington a manos de John Kennedy no cambió los planes imperialistas de organización de una invasión armada, similar a la que había realizado con éxito años atrás contra Guatemala bajo un gobierno reformista. Pero en Cuba estaba ahora un genuino movimiento revolucionario que, además de ser consecuente con sus proclamas pre-insurreccionales, movilizó y armó a todo el pueblo. La dinámica del proceso llevó al máximo líder revolucionario Fidel Castro a proclamar el carácter socialista de la revolución, en abril de 1961, luego del sepelio de víctimas de un bombardeo. Fue un acto multitudinario en la esquina de las avenidas 23 y 12, de La Habana, en las puertas del cementerio. Esa condición se defendió horas después cuando se produjo la invasión por la costa sur del país, que fue derrotada en 72 horas y quedó registrada como la Victoria de Playa Girón.

El bloqueo económico impuesto, la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos y la agresión terrorista constante, llevaron a que la Revolución estableciese rápidamente vínculos con la Unión Soviética. Ante el primer intento de defensa militar en la isla con ayuda de misiles soviéticos en las narices mismas del territorio norteamericano, el régimen imperialista reaccionó duro y el mundo estuvo al borde de un nuevo desastre nuclear. Estados Unidos gestaron un cerco militar y amenazaron con bombardear Cuba si la URSS no retiraba los misiles. Fue la crisis de octubre de 1962. Jruschov negoció directamente con Kennedy y los misiles fueron retirados a condición de que no hubiera invasión al país caribeño. Ante la resolución de la crisis, los cubanos, disconformes, se manifestaron en las calles coreando “Nikita mariquita/lo que se da/no se quita”. A partir de allí, la Revolución Cubana pudo subsistir económicamente en función de la cooperación de la URSS y otros países del bloque soviético europeo; y con ese respaldo llevar adelante las transformaciones que, relativamente, en pocos años erradicaron el hambre, el analfabetismo y las endemias. Cuba, convertida en el Primer Territorio Libre de América, no había estado en ninguna estrategia de la URSS hacia este continente, ni en ningún plan de contrainsurgencia previsto por Estados Unidos: su existencia rompió el equilibrio de la coexistencia pacífica establecido de hecho entre las dos potencias antagónicas, y, además, con una fuerza similar a la generada en Europa a partir del triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre, la Revolución Cubana generó una oleada de auge de luchas de masas y movimientos insurgentes en toda la región.

  * La política internacional de la URSS estaría atravesada constantemente por la tensión y contradicción entre su origen y las bases materiales sobre las que se erigió —una revolución socialista internacionalista— y de la cual nunca se pudo sustraer hasta casi el final de su existencia, y la línea de sus gobernantes consolidados en una extensa capa (que no clase) político-burocrática acomodaticia a sus propios intereses. Esta afirmación que muchas veces se dio por temeraria y de pequeños círculos, tomó proyección mundial cuando en abril de 1967, Ernesto Che Guevara envió su Mensaje a los Pueblos reunidos en la Conferencia Tricontinental en La Habana. Todo ese mensaje se constituyó en el nuevo Manifiesto que enarbolaron los movimientos genuinamente revolucionarios, equivalente al de Marx y Engels a mediados del siglo anterior. En referencia a la situación mundial y las “políticas” tanto de la URSS como de China, el Che puntualizó:

Hay una penosa realidad: Vietnam, esa nación que representa las aspiraciones, las esperanzas de victoria de todo un mundo preterido, está trágicamente solo. Ese pueblo debe soportar los embates de la técnica norteamericana, casi a mansalva en el sur, con algunas posibilidades de defensa en el norte, pero siempre solo. La solidaridad del mundo progresista para con el pueblo de Vietnam semeja a la amarga ironía que significaba para los gladiadores del circo romano el estímulo de la plebe. No se trata de desear éxitos al agredido, sino de correr su misma suerte; acompañarlo a la muerte o la victoria. Cuando analizamos la soledad vietnamita nos asalta la angustia de este momento ilógico de la humanidad. El imperialismo norteamericano es culpable de agresión; sus crímenes son inmensos y repartidos por todo el orbe. ¡Ya lo sabemos, señores! Pero también son culpables los que en el momento de definición vacilaron en hacer de Vietnam parte inviolable del territorio socialista, corriendo, sí, los riesgos de una guerra de alcance mundial, pero también obligando a una decisión a los imperialistas norteamericanos. Y son culpables los que mantienen una guerra de denuestos y zancadillas comenzada hace ya buen tiempo por los representantes de las dos más grandes potencias del campo socialista. Preguntemos, para lograr una respuesta honrada: ¿Está o no aislado el Vietnam, haciendo equilibrios peligrosos entre las dos potencias en pugna?

 Y ¡qué grandeza la de ese pueblo! ¡Qué estoicismo y valor, el de ese pueblo! Y qué lección para el mundo entraña esa lucha.

  * La URSS y su partido sostén se desplomarían en 1991, en un desenlace no enunciado, y quizá ni pensado, por el Che; no obstante, gran parte de las causas del desplome fueron anticipadas en ese mensaje. La misma burocracia que la llevó a su extinción, preparó las bases materiales de su propia sobrevivencia y la posterior restauración capitalista. La pujanza en un desarrollo económico propio de gran potencia no pudo superar un creciente estancamiento social. Los signos del deterioro fueron advertidos por algunos de sus dirigentes. En la década de los ‘80, tras la muerte de Brezhnev, lo expuso durante su breve jefatura (1982-84) su sucesor Yuri Andrópov. Como había sido jefe de la Seguridad, conocía perfectamente el grado de descontento social; hizo públicos episodios de corrupción e intentó modificaciones de gran parte de la burocracia administrativa y política. Fallecido precozmente, lo sucedió por breve tiempo al frente del PCUS el veterano Konstantin Chernenko, hasta que en 1985 fue designado Mijail Gorbachov. Mucho más joven que sus antecesores, Gorbachov puso de relieve gran parte de los males que aquejaban a la sociedad. En la URSS previa a su derrumbe, eran brutales las contradicciones sociales. El alcoholismo se había convertido en un problema socio-sanitario de primer orden. El inmenso desarrollo científico-técnico era incompatible con un régimen institucional que hacía de la censura en todos los órdenes —incluido el del conocimiento— una política estatal. El país capaz de situar mujeres y hombres en naves espaciales no podía garantizar que las papas llegaran a los centros de abastecimiento, aunque era el primer productor mundial. Y así, casi hasta el infinito, aparecían contradicciones como si se tratase de una sociedad capitalista en crisis. Gorbachov intentó recobrar la confianza popular en el PCUS más allá de que sus dirigentes sabían que hacía tiempo estaba perdida. Usó lemas atractivos como “transparencia” (glasnot) en un intento de demostrar que las burocracias iban a dejar de serlo. Ideó la “reestructuración” (perestroika) como supuesta estrategia para reformar y mejorar el sistema. Más de una vez dijo que la URSS necesitaba “más democracia, más socialismo”. Pero los pueblos de la Unión Soviética habían esperado demasiados años como para creer que la burocracia sería portadora de la democracia. Y la identificación popular de (supuesto) “socialismo” con el régimen imperante, hacía imposible una genuina revolución política. Si todas esas tácticas no tuvieron receptividad hacia abajo, sí fueron suficientes para terminar de resquebrajar el sistema político burocrático. Se abrió un período de luchas intestinas por el poder con la participación de múltiples sectores de las burocracias partidarias, económicas y militares, ya convertidas en verdaderas mafias. Y un “capo” del otrora importantísimo Buró Político del PCUS, Boris Yeltsin, dio sucesivos golpes políticos y militares llegando a “disolver” el Partido que formalmente se llamaba Comunista. Todos estos episodios internos estaban directamente relacionados con no haber podido sostener el régimen aliado-satélite de Alemania Democrática: en noviembre de 1989, una contradictoria rebelión democrática-antiburocrática-anticomunista derribó sin resistencia armada el Muro de Berlín levantado en agosto de 1961, lo cual aceleró el derrumbe de la URSS —se desmerengó, ironizaron los cubanos— sin que mediara una invasión imperialista.

¿Disolución de la URSS, en duda?

La reaparición de la explotación, la disgregación de sus naciones, las guerras étnicas y nacionales, la corruptela gobernante generalizada, una suerte de nueva acumulación capitalista sobre la base del robo y la violencia, emulando al primigenio capitalismo... ¡todo tan parecido a la Rusia de los zares que difícilmente Lenin lo hubiese pronosticado así! También en este caso se derrumbaron las expectativas y pronósticos esbozados por Trotsky en la década del 30, acerca de una revolución política antiburocrática que recobrase el poder de obreros y campesinos. Por diferentes rumbos, la restauración capitalista en China se convirtió en realidad material, impulsada y sostenida por un poder político camuflado de “comunista”.

¡Cuán ciertas fueron las advertencias del Che!

  * El 8 de octubre de 1967, herido en combate, cae capturado por tropas rangers del Ejército de la dictadura de Bolivia, el entonces ya legendario Comandante Ernesto Che Guevara, en la Quebrada del Yuro. Al día siguiente, en el precario local de una escuelita de La Higuera, es asesinado por un militar que recibió la orden de una suerte de estado mayor conjunto que conformaban la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos y el mando militar local.

¿Cómo llegó a ese sitio el Che Guevara, cuando apenas tenía 39 años?

El Che había llegado a Bolivia a fines de 1966. Ingresó en forma clandestina camuflado de ciudadano uruguayo a pesar de que en ese entonces su rostro era conocido en casi todo el mundo y era probablemente el hombre más buscado por las fuerzas reaccionarias del planeta. Con un puñado de militantes revolucionarios bolivianos, algunos cubanos y otros pocos de diversas nacionalidades, el Che intentó implantar una base operativa en la región semiselvática de Ñancahuazú, cercana a pequeños poblados campesinos. Esa base fue descubierta por las fuerzas del régimen, tras un breve período de delaciones y traiciones. La más resonante es la que el propio Che relata en su Diario y años después ratificara su compañero de combate, el cubano Harry Villegas: la dirigencia del Partido Comunista Boliviano faltó a su palabra de prestarle colaboración, pretendió arrebatarle la jefatura del emprendimiento y después directamente lo traicionó. No así algunos de los combatientes de ese origen político, como los hermanos Coco e Inti Peredo, quienes caerían en combate, uno antes y el otro después de la captura y asesinato del Che. Descubierto, el destacamento tuvo que ponerse en movimiento apresuradamente, iniciando operaciones guerrilleras mucho antes de lo previsto y sin haber podido completar su organización. Esos escasos meses, el grupo constituido como Ejército de Liberación Nacional, libró una verdadera epopeya ante fuerzas muy superiores en número, armamento y logística, dirigidas por militares norteamericanos. La decisión de asesinarlo fue porque el régimen dictatorial boliviano y el gobierno de Estados Unidos no hubieran soportado mantenerlo prisionero ni someterlo a enjuiciamiento.

Tenían la experiencia (mala para ellos) del año 1953 en Cuba, cuando dejaron vivo a Fidel Castro, quien había encabezado un movimiento insurgente que asaltó simultáneamente los cuarteles de Santiago de Cuba y de Bayamo, el 26 de julio (fecha que después pasó a nombrar a ese movimiento). Esas acciones revolucionarias fracasaron y fueron apresados su líder y otros compañeros. La dictadura cubana de Fulgencio Batista sometió a juicio a Fidel y el joven abogado hizo su propia autodefensa jurídico-política, donde denunció la brutalidad económica y política del régimen, enunció un programa de transformaciones radicales y culminó desafiando: “Condenádme, no importa, ¡la historia me absolverá!”. Esta parte final de la frase fue el título de aquel alegato que se convertiría, en poco tiempo, en proclama revolucionaria cubana y latinoamericana. La presión popular local e internacional forzó la liberación de Fidel y demás prisioneros. Recalado en México, y mientras reorganizaba sus fuerzas, Fidel conoce a Guevara... que todavía no era el Che.

  * Ernesto Guevara era un médico argentino que provenía de Guatemala, adonde había acudido a trabajar en tareas sanitarias y asistenciales impulsadas por el gobierno reformista encabezado por Jacobo Arbenz. Esas iniciales reformas desataron la ira de la oligarquía local y de las empresas bananeras norteamericanas implantadas allí. El gobierno norteamericano organizó una invasión mercenaria y un golpe militar que derrocaron a Arbenz en 1954. Esa experiencia le dejaría al Che importantes enseñanzas en relación a las necesarias transformaciones sociales y a las políticas de la clase dominante y del imperialismo norteamericano. El Che ya conocía otras realidades sociales. Siendo estudiante de medicina, había recorrido en moto gran parte de Sudamérica, y ya como médico, en otro periplo similar, recaló en Perú donde trabajó atendiendo enfermos de lepra.

El Che conoció el proyecto de Fidel, su naciente Movimiento 26 de Julio y su estrategia armada para acabar con la dictadura cubana. Se sumó, incorporándose como médico de un destacamento guerrillero que partió en el yate Granma desde el Caribe mexicano y desembarcó en el oriente de Cuba el 2 de diciembre de 1956. Fueron descubiertos rápidamente, atacados por aire y tierra y virtualmente diezmados. El puñado de sobrevivientes se reagrupó e inició una labor simultánea de accionar guerrillero y trabajo político en las zonas rurales, extendiendo rápidamente su influencia y, a la par, incrementando sus combatientes hasta conformar el llamado Ejército Rebelde. De médico a combatiente y de combatiente a Comandante fue la trayectoria del Che, relatada en la primera obra que se le conoce, Relatos de la guerra revolucionaria. Además, instaló una radio para completar el trabajo de propaganda política, mientras en las zonas liberadas progresivamente se iniciaba una reforma agraria. La generalización de la guerra fue creando condiciones insurreccionales. A pesar de que una huelga general convocada en abril de 1958 no alcanzó el derrocamiento de la dictadura, en pocos meses, los avances insurgentes desde el este al oeste de la isla y los movimientos políticos en las ciudades grandes, cercaron al régimen. El Directorio Revolucionario Estudiantil, otra organización antidictatorial, se suma al M26-7 y, posteriormente, el Partido Socialista Popular (comunista) —que no apoyó al comienzo a los insurgentes— también se suma. El Che encabezó el último gran ataque guerrillero, la toma de la ciudad de Santa Clara, en el centro de la isla, y el 1º de enero de 1959 Batista huye sin dejar una estructura que sostenga a la dictadura. La experiencia de esta fase de la revolución hacia la conquista del poder —objetivo clave para todo anhelo de transformación genuina de la sociedad— fue sintetizada por el Che en otro ensayo, Guerra de guerrillas. Como el mismo Che y Fidel comentaran después, esta experiencia la desplegaron sin haber tenido conocimiento de textos similares de Lenin, Mao Tse Tung y los revolucionarios vietnamitas Ho Chi Minh y Nguyen Giap (que habían derrotado a invasores japoneses y franceses y ya se aprestaban a enfrentar a los norteamericanos; precisamente el Che prologó después una obra de Giap).

  * En la Revolución triunfante, el Che ocupó sucesivamente numerosas tareas desde el poder político, tantas y tan intensas en tan poco tiempo, que alrededor del período 1959-65 no hay libros de historia que alcancen. Dedicado a estudiar profundamente la economía marxista, fue presidente del Banco Nacional y Ministro de Industrias, promotor del trabajo voluntario y de nuevas relaciones de producción socialistas. Escribió numerosos ensayos introduciendo el concepto de incentivos morales en el trabajo y mantuvo interesantes polémicas con economistas de la URSS y con marxistas europeos. También estuvo como jefe militar del Estado Mayor occidental cuando en 1962 se desató la crisis de octubre, circunstancias que pusieron al mundo al borde de una guerra nuclear. El gobierno de Estados Unidos hizo un bloqueo naval a la isla y la amenazó con un bombardeo atómico, porque en Cuba se habían instalado misiles nucleares de la URSS, como parte de un acuerdo de colaboración militar y defensa mutua entre ambos países. Posteriormente, el gobierno de Nikita Jruschov decidió unilateralmente y sin consulta con la parte cubana, el retiro de las armas nucleares, tras un acuerdo con la administración de John F. Kennedy.

El Che participó activamente en la organización del nuevo Estado revolucionario y muy tempranamente alertó en un escrito llamado Contra el burocratismo, sobre ese flagelo que afectaba a la Revolución. Señaló como causas la “falta de interés del individuo por rendir un servicio al Estado y por superar una situación dada”,  criticando la falta de conciencia revolucionaria y el conformismo. Además, señaló las deficiencias de organización, explicando que al pretender destruir el “guerrillerismo” de los primeros años, sin tener suficiente experiencia administrativa se caía en el otro extremo: “la centralización excesiva sin una organización perfecta frenó la acción espontánea sin el sustituto de la orden correcta y a tiempo”. Y consideró autocríticamente que “la dirección económica de la revolución es la responsable de la mayoría de los males burocráticos”. “La tercera causa muy importante es la falta de conocimientos técnicos suficientemente desarrollados como para poder tomar decisiones justas y en poco tiempo”. Y concluía: “Estas tres causas fundamentales influyen, una a una o en distintas conjugaciones, en menor o mayor proporción en toda la vida institucional del país”, y ya en 1963, reclamaba que “ha llegado el momento de romper sus malignas influencias”.

También fue un precursor de la organización partidista. Primero en la conformación de las Organizaciones Revolucionarias Integradas, preludio de lo que tiempo después fue el Partido Unido de la Revolución Socialista. El Che ya había dejado sus funciones en Cuba cuando en 1965 un Congreso lo transformó en Partido Comunista.

El Che fue un embajador itinerante de la Revolución Cubana en tribunas diplomáticas como la ONU y en la célebre Conferencia de Punta del Este de la OEA, en 1961, donde pronosticó el fracaso de la estrategia norteamericana denominada “Alianza para el Progreso”, un intento de establecer reformas económicas —que nunca llegaron— para mitigar los sufrimientos populares, como supuesto de conquistar adhesiones políticas masivas a favor de los regímenes opresores. También subió a la tribuna anti-imperialista de la Conferencia de Argel, el 24 de febrero de 1965, capital de un país recientemente emancipado del yugo colonial francés. Cada una de sus intervenciones se convirtieron en textos y proclamas revolucionarias.

El Che viajó a la URSS bajo la égida de Jruschov y a la China de Mao. En varios escritos dejó plasmada su opinión acerca de los sistemas que allí regían. No sólo enjuició el burocratismo sino también puso en cuestión sus mecanismos económicos que, sobre la base de relaciones de propiedad colectivo-estatales, para nada significaban una construcción socialista. Pero si en alguna conclusión fue contundente, fue sobre las estrategias políticas que las dirigencias del PCUS y del PCCh tenían frente al imperialismo y al conflicto principal de la época, la guerra de Vietnam. Ya el Che había marchado hacia su nuevo rumbo, cuando envió su Mensaje a los Pueblos reunidos en la Conferencia Tricontinental convocada en La Habana en 1966. Alertando sobre los rumbos que esos dos partidos tenían, su denuncia se convierte —teniendo en cuenta la desintegración de la URSS y la restauración capitalista en China— en un pronóstico dramático, indudablemente poco atendido por la mayoría de las izquierdas de aquella época.


 * El Che no estuvo personalmente en las conferencias de la Tricontinental y de la Organización Latinoamericana de Solidaridad, iniciativa derivada de la primera, en 1967. Su ausencia era su presencia. No sólo por su Mensaje, que era el esbozo de una nueva estrategia revolucionaria internacionalista con un inequívoco rumbo: “No hay más cambios que hacer. O revolución socialista o caricatura de revolución”. Todo el mundillo político internacionalista intuía que el Che estaba otra vez en la avanzada de lo que proponía. Recién después de su caída se supo de su incursión por el África insurgente colaborando con guerrilleros del Congo en un proyecto que no prosperó. Y después, Bolivia[1].

  El Che no pudo ver el desenlace del epicentro de la confrontación mundial que fundamentaron sus propuestas de “crear el segundo o tercer Vietnam” para derrotar a la estrategia norteamericana. El 30 de abril de 1975 las fuerzas del Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur desalojaban para siempre a las tropas del régimen títere y los restos de los invasores norteamericanos de Saigón. La ciudad recién liberada pasó a llamarse Ho Chi Minh en homenaje al veterano líder independentista fallecido en 1969, en plena guerra. El mayor despliegue militar destructivo conocido en la historia hasta ese momento, había sido derrotado por un pueblo en armas, por un ejército en alpargatas.

  Tampoco sería protagonista de la continuidad de la Revolución Cubana que terminó de aplastar a la contrarrevolución en el Escambray y, a pesar del bloqueo, enfrentó los desafíos de la construcción de la nueva sociedad. Entre incontables acontecimientos, la zafra de los 10 millones de 1970 y su fracaso, el fin del desempleo y las endemias —como el Che había previsto— y también el quinquenio gris y otros males padecidos mucho tiempo, cuyos efectos se debaten hoy en Cuba. O la prolongada sobrevivencia del período especial durante el cual se destruyeron parte de las fuerzas productivas del país. El Che ya no vería el triunfo en 1979 de la Revolución Sandinista y su posterior debacle en 1990.  Y no pudo ser testigo del desmerengamiento de la URSS y de los rumbos que tomaron el Vietnam liberado y los africanos de Angola, Zimbabwe y Guinea Bissau independizados, muchos territorios donde su ideal socialista fue trastocado por su preanunciada caricatura. Sus ideas fecundaron en muchos lugares (ver La Influencia del guevarismo en Argentina) y permanecen en la cultura política cubana que lo vio nacer políticamente y en la de Nuestra América que busca el ideal humano por él perseguido.
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[1] Cuando escribí esta reflexión, desconocía sus llamados Cuadernos de lectura de Bolivia, publicados y comentados en el libro EN LA SELVA (los estudios desconocidos del Che) de Néstor Kohan, textos que me leí dos veces y recomiendo explícitamente para conocer más sobre su pensamiento y su cultura

Chile: El “agujero negro” de la política

Escrito por Manuel Cabieses Donoso 

Publicado el 08 Noviembre 2013 - Punto Final / Clarín

Este fenómeno quedó aún más explícito en las elecciones municipales del 28 de octubre del año pasado. La abstención alcanzó al 60%: más de ocho millones de ciudadanos. El 22% dijo que en esa forma quería manifestar su rechazo a la política y al sistema político(3). Más adelante, la abstención alcanzó a diez millones en las primarias de julio de este año. 
El informe 2013 de Latinobarómetro(1) confirma que en Chile la política está siendo tragada por el “agujero negro” de la indiferencia. En una época -que parece lejana pero no remonta aún el medio siglo- Chile fue uno de los países más politizados del continente. La política era un tema cotidiano de los ciudadanos.

En América Latina causaban admiración los partidos chilenos, su relación con las organizaciones sociales, la preparación de sus líderes y la calidad de un debate que desbordaba el Congreso y se enriquecía en las tribunas del periodismo, los centros universitarios y la calle. Impresionaban, asimismo, la organización y pujanza de los sindicatos-cuyas luchas fortalecían la conciencia de clase de los trabajadores-. La CUT no dudaba en proclamar que su meta era la emancipación de los trabajadores como obra de ellos mismos. Chile era visto como un país culto que enriquecía su acervo de conocimientos mediante la lectura, el estudio y la investigación.Pero hoy, uno de cada dos chilenos no entiende lo que lee y el 51% no es capaz de hacer operaciones aritméticas simples, ni puede llenar formularios de poca dificultad(2).

Estudiantes y exiliados de varios países latinoamericanos se formaron en Chile y cuando se convirtieron en autoridades en sus países, invitaron a misiones de profesores normalistas y universitarios, escritores y artistas,expertos en distintas áreas y militares chilenos a perfeccionar sus instituciones. No estamos diciendo que Chile fuera en esa época la “copia feliz del Edén”. Desde luego, bajo una corteza de cultura y vivo interés por la política, existía el Chile bárbaro de la pobreza, el hambre, las enfermedades, la vivienda insalubre, la violencia intrafamiliar, el alcoholismo y la prostitución, a lo cual hoy se suman las drogas y su engendro: la delincuencia mafiosa. No obstante, lo rescatable de ese pasado es que un sector importante de ciudadanos -que iba en constante aumento- asumía en forma consciente la responsabilidad de hacer más justa la sociedad en que vivíamos. En lo político-electoral ese proceso de maduración colectiva y de aprehensión de las ideas democráticas alcanzó su más alta cota en los años 70, con las propuestas presidenciales de Salvador Allende -un “socialismo con sabor a empanadas y vino tinto”, 36,7%- y de Radomiro Tomic -un “socialismo comunitario”, 28,1%-. Socialismo y Teología de la Liberación se daban la mano.

Esa realidad ha cambiado drásticamente. Mientras países hermanos alcanzan niveles notables de interés por la política y participan en ella gracias a Constituciones de avanzada democracia, Chile aún paga las consecuencia del trauma social que significó la dictadura militar. El terrorismo de Estado como soporte de una contrarrevolución oligárquica, provocó una conmoción social y cultural que hizo retroceder bruscamente a la sociedad chilena. Hasta hoy subsiste el miedo a tomar partido por causas que se saben justas, como la igualdad de derechos de los ciudadanos. Ese temor se ha visto agravado por la decepción que causaron las ambigüedades y cobardías de los gobiernos de la posdictadura.

El informe de Latinobarómetro 2013 señala que Chile es el país de América Latina con menos interés por la política. Sólo el 17% de los ciudadanos manifiesta algún interés. En cambio, Venezuela encabeza el listado con 49%.Esto a pesar de la intensa campaña internacional de calumnias contra el proceso político-social en ese país. Venezuela, asimismo, figura en primer lugar en el apoyo ciudadano a la democracia, con 87%. En ese ranking,Chile se ubica en cuarto lugar, con 63%. Para nuestro país parece calzar perfectamente la caracterización que hace el informe: “Una parte sustantiva de la región sigue pensando que es posible tener democracia sin Congreso y sin partidos”.

Este desinterés extremo por la política se manifiesta en Chile desde hace tiempo, sin que la clase política se dé por aludida. El año pasado otro informe, la Auditoría a la Democracia, estudio nacional de opinión pública en que participaron diversas instituciones como Cieplan, CEP, PNUD, Chile 21, etc., apuntaba en la misma dirección. Señaló que sólo el 31% de los chilenos está “algo interesado” en la política y que el 50% es categórico al manifestar que no tiene ningún interés. Sin embargo, nadie en el mundillo político se inquietó. Al parecer ningún sector quiere asumir que está en presencia de los heraldos de la muerte de la institucionalidad. Lo cual será muy saludable para la democracia, porque esta institucionalidad fue generada por una tiranía y ha sido conservada por la promiscuidad binominal.

Este fenómeno quedó aún más explícito en las elecciones municipales del 28 de octubre del año pasado. La abstención alcanzó al 60%: más de ocho millones de ciudadanos. El 22% dijo que en esa forma quería manifestar su rechazo a la política y al sistema político(3). Más adelante, la abstención alcanzó a diez millones en las primarias de julio de este año. Todos los partidos celebraron alborozados la “alta” participación en las primarias y el 53% de Michelle Bachelet. Pero omitieron reconocer que habían votado dos millones menos que en la elección presidencial de 2009, que ganó Piñera, cuando el padrón electoral aún no crecía con los cinco millones de la inscripción automática.

Aunque la convocatoria a una Asamblea Constituyente, elegida por el pueblo, es la única forma de superar esta crisis, la clase política sigue mordiéndose la cola y se niega con subterfugios -en el caso de la Nueva Mayoría- o con abiertas negativas -la derecha-, a abrir las puertas a una solución democrática. La más democrática a que puede recurrirse: una Asamblea Constituyente que elabore y proponga al pueblo la nueva Constitución que ponga fin al periodo de dominación oligárquica que abrió el golpe de Estado.

Las elecciones del domingo 17 de noviembre dirán su palabra. Preparémonos a escuchar la voz del pueblo.

PF

Notas

(1) La Corporación Latinobarómetro es una ONG cuya directora ejecutiva es Marta Lagos. Sus informes anuales se efectúan mediante encuestas en 18 países de América Latina que suman 400 millones de habitantes.

(2) Centro de Microdatos de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile. Ver PF 791.

(3) Estudio del Instituto de Sociología de la Universidad Católica a petición de la Cámara de Diputados. El Mercurio, 18/11/2012.
Editorial de “Punto Final”, edición Nº 793, 8 de noviembre, 2013

Chile: Espectacular 83% de apoyo a la nacionalización del cobre

cobrechileno


La reciente encuesta CEP, además de medir las preferencias netamente políticas, y en particular por los candidatos presidenciales, también realizó una encuesta sobre 12 propuestas tan diferentes como legalizar la marihuana, con un apoyo de 40%, asamblea constituyente 45%, hacer una reforma tributaria 67%, y Nacionalizar el cobre con un extraordinario apoyo del 83% de los encuestados. Este reconfortante apoyo para nacionalizar el cobre es además transversal, y va más allá de las preferencias políticas, puesto que si bien el 88% de los que se identifican con la izquierda o centro izquierda apoyan esta propuesta, también lo hacen el 77% de los que tienen una posición política de derecha o centro derecha. Tan transversal es este apoyo a la nacionalización, que el 81% de las personas del nivel socioeconómico bajo apoya esta propuesta, pero también lo hace el 80% el nivel socioeconómico alto.

En función de la edad, el 88% de los jóvenes entre 25 y 34 años, y 84% de los jóvenes entre 18 y 24 años. No cabe duda que es el movimiento estudiantil del año 2011 que hizo crecer extraordinariamente el apoyo a la nacionalización del cobre, como una forma de financiar la educación gratuita, aunque este apoyo ya era importante anteriormente, puesto que el mismo año 2011, una encuesta realizada por el CERC, mostraba que el 67% de los chilenos estaba de acuerdo con nacionalizar las empresas de la gran minería. Y este apoyo también era homogéneo y transversal, puesto que el 74% de los que votan por la UDI estaba de acuerdo con la nacionalización, igual porcentaje que los que votan por el PS (74%) y solo ligeramente inferior a los que votan por el PC (76%).

Pasar en apenas dos años de un apoyo a la nacionalización del cobre del 67% al 83% de la población, es un salto cualitativo muy importante, y es indudable que en ello las luchas estudiantiles por una educación pública gratuita han influido en este espectacular repunte de la nacionalización. La encuesta CEP revela también que priorizar una educación universitaria gratuita es prioridad nacional al alcanzar el apoyo del 74% de la población. Si bien el apoyo a la educación gratuita el movimiento estudiantil lo ha logrado con muy impresionantes movilizaciones que han tenido una gran cobertura en la televisión y demás medios de comunicación, pero la espectacular toma de conciencia del pueblo chileno por la nacionalización , se ha logrado prácticamente sin ninguna presencia en la televisión y otros medios de comunicación, salvo precisamente la de los estudiantes que lograron levantar la consigna:nacionalización del cobre para financiar la educación gratuita.

¿Puede la nacionalización de la gran minería privada financiar la educación gratuita? No solo puede sino que sobrarían además miles de millones para la salud y la vivienda. Pensemos en esto. Hace 50 años gobernaba en Chile el último presidente elegido democráticamente, antes de la dictadura, don Jorge Alessandri, y en ese tiempo toda la educación en Chile era absolutamente gratuita, y con una educación universitaria muy superior en calidad a la que tenemos hoy, sin embargo, Chile producía en ese tiempo solo 0,5 millones de toneladas de cobre, y hoy producimos 5,5 millones, 11 veces más que hace 50 años. Entonces ahora los recursos sobran.

¿Cuáles son los recursos que podría captar el Fisco si se nacionaliza toda la actual minería extranjera? Saquemos las cuentas. Las empresas extranjeras producen hoy cerca de 4 millones de toneladas de cobre, que al precio promedio del año 2013 de US$ 3,35 la libra, equivale a US$ 29.500 millones de dólares, y como el costo máximo sería de US$ 1,2 la libra, la utilidad líquida o renta del recurso sería de US$ 19.000 millones. Eso es lo que se ganaría con la nacionalización de la gran minería privada.

Pero los recursos que puede aportar la nacionalización pueden ser aún muy superiores, puesto que en la actualidad Chile produce alrededor del 55% del cobre de mina que se comercializa en el mundo, porcentaje muy superior al que tienen los 11 países de la OPEP en el petróleo. Esto quiere decir que Chile puede fijar el precio de exportación de su cobre, y si lo fija en US$ 4 dólares la libra, la renta que aportaría la nacionalización de la gran minería privada sería de U$ 25.000 millones, y si el precio lo fijamos en US$ 5 la libra, los aportes al Fisco alcanzarían a US$ 33.000 millones, solamente tomando en cuenta el cobre. Pero además podríamos fundir y refinar la totalidad de la producción en Chile, creando miles de empleos calificados, y se recibiría por parte baja otros US$ 10.000 millones con la venta de todos los subproductos que hoy se llevan gratuitamente en los concentrados. Esto significa que Chile recibiría alrededor de US$ 43.000 millones todos los años, si nacionalizamos todas las actuales empresas de la gran minería.

Además es necesario considerar que estos cálculos lo estamos haciendo en base a las cifras oficiales de producción y exportación, sin considerar la evasión. Por ejemplo, pueden declarar que un barco se lleva 100 mil toneladas de concentrado, pero en realidad pueden llevar 120 mil o más toneladas. Declaran que el contenido de cobre del concentrado es de 32%, pero puede ser de 40%, y también sub declaran el oro, la plata, molibdeno y otros metales preciosos. Todo ello se terminaría, por lo que los beneficios de la nacionalización podrían aumentar considerablemente, mientras que ahora, el año 2012, estas mineras tributaron cerca de US$ 4.500 millones en total, sumando impuesto de primera categoría, impuesto adicional y el específico, más conocido como royalty. Es decir casi 10 veces menos que si estuviera todo nacionalizado.

Es fabuloso lo que la nacionalización de la gran minería puede aportar al país, y es por ello que es reconfortante que el 83% de nuestro pueblo apoye esta medida. Lo lamentable, es que un solo candidato presidencial, Marcel Claude, plantea la nacionalización en su programa presidencial, mientras que la Sra. Bachelet, no dice absolutamente una sola palabra sobre la nacionalización, y en su programa sobre la minería, no toca a la gran minería ni con el pétalo de una rosa. No asoma el más mínimo cambio tributario para la minería. Quien no quiera creerlo, ingrese a www.michelle.cl , abra el programa presidencial, y vaya a las páginas 72 y 73 donde se encuentra el programa sobre minería. Este programa en su totalidad es retórica sin medidas concretas, salvo que le van a bajar los impuestos a los más ricos de Chile, de 40 a 35%, eso sí está expresamente prometido en la reforma tributaria.

Con el actual apoyo de 83% de la población a la nacionalización del cobre y de 74% a la educación universitaria gratuita, es un claro indicio que las movilizaciones sociales se verán fortalecidas el próximo año 2014, porque en el programa de Michelle Bachelet, tampoco se contempla la educación universitaria pública gratuita.

Por Julián Alcayaga O., Economista