jueves, 29 de mayo de 2008

Humillacion a Indigenas en Sucre

Fascismo racista en Bolivia
por Alex Contreras Baspineiro (Bolivia)
martes, 27 de mayo de 2008

“De rodillas indios de mierda, griten viva la capitalidad”,
“Sucre se respeta carajo”, “Llamas, pidan disculpas”, fueron las consignas impuestas por un grupo de jóvenes chuquisaqueños que mediante patadas y puñetes obligaron a cerca de 50 campesinos quechuas a quitarse las camisas, ponerse de rodillas y quemar la bandera del MAS y la wiphala (símbolo de las naciones originarias) en pleno frontis de la Casa de la Libertad ubicada en la plaza principal de Sucrए.

Hace 199 años, un 25 de mayo, en ese mismo lugar, se protagonizaba el primer grito libertario del continente y, en 2008, contradictoriamente se produjo un grito lleno de racismo, odio y discriminación contra representantes de las mayorías nacionales, justo contra quienes liberaron a esta patria del yugo español.

"Hay que matarlo a ese indio decían ellos, todo esto sucedió en presencia del presidente del Concejo Municipal de Sucre, Fidel Herrera, y la alcaldesa Aidée Nava; ellos aplaudían todo lo que nos hacían esos grupos violentos", denunció el alcalde de Mojocoya, Ángel Vallejos, quien también fue golpeado brutalmente y obligado a andar de rodillas.

El 24 de mayo, el Presidente de la República, Evo Morales Ayma, debería arribar a Sucre para entregar una serie de proyectos y dos ambulancias a cada uno de los municipios del departamento de Chuquisaca; sin embargo, grupos de choque violentos frenaron esa actividad.

A pesar de la intervención policial y militar, cuyos componentes son también en su mayoría de raíz indígena, la fuerza y organización de los grupos de jóvenes que estaban armados no sólo de palos y piedras sino de gases lacrimógenos y dinamita, ocasionaron los atropellos a los derechos humanos.

Las imágenes de violencia registradas en diferentes barrios de Sucre sencillamente fueron desgarradoras: los jóvenes, varios en estado de ebriedad, arremetieron con palos y piedras, a la integridad de campesinos que caían al suelo. No se salvaron mujeres campesinas ni niños.

Reportes médicos aseguran que 35 personas resultaron heridas, pero además los campesinos sufrieron el robo de sus documentos, relojes y el poco dinero que tenían.

El que no salta es llama
De acuerdo a los datos del último censo de población y vivienda, en Bolivia el 63.3 por ciento es considerado como indígena.

Sin embargo, esta realidad no es aceptada por los pequeños grupos que detentaron el poder en los últimos gobiernos neoliberales y que se beneficiaron a través de la corrupción y los negociados.

Los vejámenes y humillaciones de los últimos días no son nuevos.

Durante las sesiones de la Asamblea Constituyente, los representantes indígenas que son el rostro de la Bolivia pluricultural y multilingüe fueron agredidos e insultados en varias oportunidades.

“El que no salta es llama”, "Fuera de aquí, collas de mierda”, “Cruce de llamas con adobes” y otros adjetivos acompañados de agresiones físicas son parte de la historia, pero también de la impunidad.

Así como quedó en la impunidad la muerte de tres chuquisaqueños, ocurrida en noviembre de 2007.

Lamentablemente, desde el año pasado a la fecha, ningún ciudadano o autoridad fue sancionada por la justicia boliviana, aunque de acuerdo a imágenes, testimonios y denuncias se puede identificar a los responsables directos pero también a los autores intelectuales.

Más allá del tradicional: “está en un proceso de investigación” o “actuaremos con la ley en la mano” de algunos representantes del gobierno, no se hizo nada concreto.

El enfrentamiento entre el campo y la ciudad, los blancos y los indios, los k’aras y los t’aras, los oligarcas y los indígenas se acrecienta cada día más, aunque tanto autoridades del gobierno como departamentales, niegan su autoría.

El presidente del Comité Interinstitucional de Chuquisaca, Jaime Barrón, no descartó que hubiera infiltrados entre los sucrenses que tomaron como rehenes a los campesinos y los obligaron a despojarse de sus camisas y arrodillarse frente a la Casa de la Libertad.

"No debió haberse producido ese hecho. Los hermanos campesinos merecen todo nuestro respeto. Cuando los vi arrodillados los hice levantarse de inmediato, los llevé hasta la alcaldía y los llevé hasta la salida a Tarabuco, porque estaban completamente asustados", dijo.

Según la candidata a prefecta de ACI-MPC (Alianza del Comité Interinstitucional-Movimiento Poder Ciudadano), Sabina Cuéllar, los indígenas fueron obligados a trasladarse a Sucre para recibir al Presidente de la República bajo amenaza de ser multados con 100 bolivianos.

La Federación de Campesinos de Chuquisaca, al tiempo de solicitar la expulsión de los representantes del Comité Interinstitucional, amenazó con cerrar las válvulas en la localidad de Turupampa y Villa Fernández que conecta con la ciudad capital.

Desde Cobija, el Jefe de Estado se refirió al tema pidiendo a "algunos jóvenes" de "algunas universidades" a recuperar el respeto, la ética y la moral para con los indígenas, campesinos y los más pobres. "Qué clase de universitarios tenemos, no son todos ni en todas las universidades. Es importante mejorar esa ética, esa moral de un joven solidario y respetuoso, que siempre esté atento a los problemas sociales", manifestó.

Impunidad peligrosa
Más allá de las declaraciones no existe ninguna acción concreta para frenar esta serie de atropellos. El gobierno debe actual amparado en las leyes.

En enero de 2007, en Cochabamba se produjeron violentos enfrentamientos entre grupos de choque organizados por la Prefectura y el Comité Cívico contra campesinos e indígenas, pero no se castigó a ninguno.

Existen evidencias de la participación de ciudadanos y autoridades.

En Santa Cruz, el vicepresidente del Comité Cívico cruceño, Luis Núñez, pidió a los sectores contrarios a las autonomías a "abandonar Santa Cruz o, de lo contrario, atenerse a las consecuencias".

Ese discurso racista además agregó: “Ellos (los bolivianos del occidente) han venido aquí. Adáptense a nuestra forma de vida que es paz, trabajo y tranquilidad, pero no nos sigan provocando, insultando, denigrando como lo han hecho ayer o aténganse a la consecuencias”, advirtió el cívico.

Miembros de la Unión Juvenil Cruceñista en reiteradas ocasiones agredieron a varias personas en Santa Cruz. La violencia física también estuvo acompañada de atentados dinamiteros, amenazas, persecuciones y otras acciones contrarias a los derechos humanos, pero nadie hizo nada.

En los últimos días en Sucre, el diputado Wilber Flores fue agredido, lo mismo ocurrió con los parlamentarios potosinos Carmen Flores y César Navarro o con la senadora cochabambina Leonilda Zurita.

Si en Sucre ocurren esos hechos de violencia, en poblaciones rurales de Santa Cruz la situación es igual o peor.

Días después del referéndum autonómico en San Ignacio de Velasco, representantes cívicos y el principal dirigente indígena chiquitano agredieron al sacerdote Adalid Vega Veizaga a quien acusaron de ser militante del MAS y contrario al proceso de las autonomías. Al religioso le exigieron que abandone la región y, ninguna autoridad, impuso la ley.

Las agresiones no sólo fueron para campesinos, indígenas o gente común, sino también para ministros y el propio Presidente y Vicepresidente de la República que virtualmente no tienen pisada en algunas regiones del país.

NAOMI KLEIN


Política: LA TERAPIA ESTUDIANTIL CONTRA EL SHOCK NEOLIBERAL
Enviado el Miércoles, 28 mayo a las 08:01:33


No es extraño que la famosa ensayista Naomi Klein, ubicada por la revista Prospect en el número 11 entre los intelectuales más influyentes del mundo, haya decidido visitar Chile para presentar su último libro, La Doctrina del Shock.

En este libro se identifica a nuestro país como uno de los casos de estudio más relevantes a la hora de probar una hipótesis central: el neoliberalismo ha sido impuesto en sociedades que han sufrido violentas intervenciones radicales, ejercicios de fuerza militar y sicológica profundos, que han desgajado a sus ciudadanos de sus valores y convicciones, para reconfigurarles como una nueva realidad social, capaz de tolerar la brutal irracionalidad del nuevo modelo económico.

El shock que vivió Chile entre 1973 y 1990 explica muy bien la tolerancia cultural de buena parte de la sociedad chilena la lógica del mercado total. No se trata solamente de la connivencia de las elites políticas concertacionistas, adaptadas a la perfección a la administración del modelo. Es necesario reconocer que buena parte de la población se ha amoldado a la lógica neoliberal, a pesar de ir en contra de sus intereses vitales más inmediatos. ¿Cómo explicar de otro modo la desidia que tantos chilenos muestran a la hora de demandar el respeto a sus derechos? ¿Cómo entender de otra forma la indiferencia y hasta el deprecio que una parte de la población expresa hacia quienes de manifiestan colectivamente para reivindicar su plena ciudadanía democrática?

Si bien esta lógica fatalista e individualista es transversal a diferentes contextos geográficos y sociales del país, es posible percibir diferencias generacionales importantes. Los estudiantes secundarios que hoy se manifiestan en contra de los impresentables acuerdos contenidos en la Ley General de Educación (LGE) parecen estar inoculados de algunos de los traumas de sus mayores. Tal vez por eso sus intervenciones tienen la frescura y la originalidad de quienes no han naturalizado las desigualdades y las discriminaciones como factores inmodificables a los cuales hay que adaptarse de forma pasiva y autocontenida. Nacidos en la década de los noventa, parecen no cargar de forma directa con el shock pinochetista. Sus palabras reflejan, más bien, el desconcierto por la inexplicable esquizofrenia de una sociedad que les ha repetido hasta el cansancio que vivimos en democracia, que somos iguales en libertad y derechos, pero que asume como inmodificable un modelo político y económico que niega todos estos discursos.

La emergencia de los jóvenes, con su vendaval de exigencias y de demandas, no tiene nada de raro. Al contrario, su conducta debería ser comprendida como la normalidad misma, el ejercicio más lógico y coherente de quienes reivindican sus intereses y su dignidad. La anormalidad es la que afecta al resto de la sociedad. Es patológico que quienes se lamentan de sus condiciones laborales, de salud o de pasivo vivienda, no expresen esta insatisfacción de un modo colectivo, sino de un modo, privado, evasivo. ¿No es ese el síntoma más palpable del shock dictatorial, que nos acostumbró a tolerar medidas de parche, acuerdos de “hombres buenos”, y un sinfín de otras políticas diseñadas “en la medida de lo posible”?

Si pudiéramos contar con recursos suficientes sería interesante realizar una prueba clínica para probar esta sospecha: ¿Están los jóvenes chilenos inmunes al shock pinochetista? Si es así, tal vez radique en ellos la llave de los cambios que las generaciones anteriores parecen haber resignado. Pero esta posibilidad a lo mejor es demasiado optimista. Los movimientos estudiantiles de hoy parecen carecer, hasta ahora, de la proyección y capacidad política para concretar la agenda de cambios que han construido. No se trata de su propia responsabilidad, en absoluto. Lo que parece ocurrir es que ha cambiado la práctica organizativa de nuestra sociedad. Las experiencias asambleístas, las vocerías revocables, y la lógica horizontal de sus organizaciones les ha evitado caer en los vicios del partidismo ciego y sectario que afectó a los movimientos sociales del pasado. Pero por otra parte les impone una lógica espontaneísta y desinstitucionalizada, lo que conlleva algunos límites importantes a la hora de evaluar el impacto de las movilizaciones.

El shock dictatorial barrió la institucionalidad social que se construyó lentamente hasta 1973 y que contemplaba espacios y estructuras representativas, capaces de concretar en marcos legales y exigibles las demandas sociales. Sin embargo, se trataba de una institucionalidad altamente corporativista, poco participativa y que comprendía la representatividad como un cheque en blanco para los dirigentes. En reacción a esta experiencia anterior, hoy es mal visto apelar a la necesidad de institucionalizar los movimientos sociales, por lo que no se suele reflexionar sobre las posibilidades de construir un nuevo tipo de institucionalidad social, que supere la lógica delegativa y sectorialista del pasado.

Por otra parte, el Chile post Shock parece altamente intolerante a las frustraciones propias de las largas luchas que exigen los procesos por la concreción de transformaciones de carácter histórico. Por este motivo no es extraño que surjan habitualmente preguntas por el sentido de la organización y de la participación misma.
¿Existen terapias que permitan a nuestra sociedad superar el shock neoliberal? Al parecer no hay mejor remedio que la construcción de organizaciones capaces de alcanzar conquistas concretas, que aunque sean parciales, que permitan mostrar que la movilización, la acción colectiva y la lucha social son las únicas herramientas capaces de devolvernos nuestros derechos conculcados.

Alvaro Ramis es teólogo y miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.

Santiago de Chile, 28 de mayo 2008