lunes, 10 de octubre de 2016

viernes, 7 de octubre de 2016

EE.UU.: Presos políticos

“Soy un revolucionario y un optimista”, dice ex Pantera Negra

Jalal Muntaqim lleva 45 años como preso político vagando por las cárceles de los Estados Unidos, afirma: “Ellos no me quebraran, un día seré libre nuevamente”.

por Breno Altman

Nueva York, especial para Opera Mundi* 
Jalil tiene 64 años y es uno de los más longevos presos políticos de la historia mundial - Créditos: Reproducción/Opera Mundi
Jalil tiene 64 años y es uno de los más longevos presos políticos de la historia mundial / Reproducción/Opera Mundi
La penitenciaría de Attica, construida al noroeste del estado de Nueva York, a 570 kilómetros de la capital, entre las ciudades de Buffalo y Rochester, quedó famosa por una sangrienta rebelión, en septiembre de 1971.

Los detenidos tomaron el establecimiento y 42 funcionarios quedaron rehenes. La policía estadual, sobre el comando del gobernador Nelson Rockefeller, invadió el predio, actuando sin piedad.

Cuando la batalla terminó, los cuerpos de 33 prisioneros y 10 carceleros se extendían por los patios y las celdas, además de incontables heridos.
La revuelta había sido provocada por el asesinato del militante negro George Jackson, encarcelado en San Quintin, California, dos semanas antes. Una seguidilla de levantes penitenciarios sirvió de respuesta a la brutalidad policial.
Sus muros grises, levantados en los años 30 del siglo pasado, a partir de entonces pasaron a proteger a uno de los más seguros y vigilados núcleos carcelarios del país.

Pasaron por sus instalaciones innumerables asesinos seriales, jefes mafiosos y notorios criminales, a ejemplo de Mark Champman, condenado por el homicidio de John Lennon.

Attica continuó siendo a lo largo del tiempo en uno de los destinos de los principales activistas vinculados a los Panteras Negras y otras organizaciones revolucionarias.

Actualmente allí esta encerrado uno de estos militantes: Anthony Bottom, rebautizado Jalal Muntaqim cuando se convirtió al islamismo, a inicios de los años 70.

El anuncio de su nombre provoca risas tensas, aunque mudos, entre los funcionarios penitenciarios. El oficial que conduce al periodista para el interior del presidio, sin embargo, no contiene su bilis. “Vino a entrevistar a asesino de policías?”, pregunta gentilmente. “Cuidado, el tipo parece buena gente, pero es muy peligroso”.

El resto de la caminata, hasta un amplio salón de visitas, fue cubierto por el silencio, quebrado apenas por instrucciones sobre como funciona la entrevista y algunos comentarios sobre la organización de la prisión.
Muntaqim apareció dos horas después. El encuentro se había atrasado, como era de esperar, por cuenta de una breve rebelión en el ala donde cumple pena.
Vestido con blusa polo y gorro blanco, pantalón verde musgo, si siquiera su barba gris revela sus 64 años, escondido por permanentes ejercicios físicos y una gran sonrisa que aparta las ideas de sufrimiento.
Pero los registros son implacables: está recluso desde los 19 años, hace casi medio siglo, chocando a Mandela y otros legendarios sentenciados. El único correligionario con más tiempo en la cárcel es Romaine “Chip” Fitzgerald, viviendo en calabozos desde septiembre de 1969.
Bisabuelo

“Cuando fui preso, mi novia estaba embarazada de tres meses y hoy soy bisabuelo”, recuerda de forma alegre, más como un hecho que como un lamento.
Pasó por toas las penitenciarias estatales de seguridad máxima, además de pasar algún tiempo en la cárcel de California.
Respondió a cuatro procesos y sufrió dos condenas, una de ellas ya vencida.
El caso mas grave fue la acusación de haber matado a dos policías neoyorquinos durante un tiroteo, em mayo de 1971, en la compañía de Albert Washington, ya fallecido, y Herman Bell, también encarcelado desde aquella época.
Recibió, en la primera instancia, sentencia de prisión perpetua, pero con el derecho de pedir libertad condicional después de 25 años.
Terminó teniendo que esperar más de de 30 años por la oportunidad de este beneficio, por haber sido transferido para San Francisco en razón de un proceso que terminó, tras casi cinco años, con un acuerdo sin cumplimientos de pena.
Podría estar en la calle desde el 2002, pero por ocho veces su pedido de libertad condicional fue negado. Siempre que es marcada una audiencia para analizar su progresión de pena, la asociación de los policías se moviliza contra, recluta familiares de las victimas y convoca el apoyo de la prensa más conservadora, sumándose a la fiscalía y a la dirección del sistema penitenciario.

“El Estado es vengativo”, afirmó Muntaqim. “El objetivo es demostrar que cualquier acto de rebelión, sus denuncias, sin embargo, van más allá. En los Estados Unidos, será derrotado y jamás olvidado”.

Sus denuncias, sin embargo, van más allá. No se trataría sólo de la interdicción a eventuales beneficios, sino de una trama conducida desde su prisión.
El principal testigo de la acusación, un militante de los Panteras Negras llamado Ruben Scott, habría incriminado Muntaqim y sus compañeros después de intensas torturas. Cerrando el juicio en primer instancia, reconoció esa circunstancias. Aún así, su declaración fue revalidado y negado el pedido de nuevo juzgamiento.
Declaraciones de otras tres personas, según la defensa de los reos, también habrían sido arrancados sob presión.
Peritos balísticos del FBI determinaron que las armas con la cual Muntaqim fue preso, en San Francisco, no era la que había sido supuestamente usada en la muerte por la que fue acusado. Ese parecer fue substituido por otro, de la policía neoyorquina, ofreciendo conclusión opuesta, y desapareció de las providencias durante la apelación.

Bastidores

Grabaciones actualmente alojadas en los archivos de la biblioteca de Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos entre 1968 y 1974, revelan un poco de los bastidores de aquel momento.
Entre las cintas gravadas, se cuenta el registro de reuniones en la Casa Blanca, cinco días después de los homicidios en Nueva York, en el cual el caso fue apodado de NEWKILL. Estaban presentes el director del FBI, J. Edgar Hoover, y el mandatario norteamericano, acompañado por asesores de seguridad nacional.
El presidente ordenó, entonces, que la policía federal se encargue de solucionar el crimen, a pesar de su carácter local. Muchos sospechan que la orientación trazada haya sido aprovechar el episodio, como otra en el mismo período, para golpear a los Panteras Negras y llevar sus militantes a la prisión.

Así comenzó la saga carcelaria de Jalal Muntaquim.

Nacido en Oakland, California, venia de una familia de clase media. Su padre era programador de computadoras. La madre, secretaria, participaba de movimientos por los derechos civiles y seguia el pacifismo de Martin Luther King Jr.
“Mi padres eran adeptos a la no violencia y criticaban a los grupos más radicales”, recorda con humor. “Los viejos hacían parte de la burguesía nacionalista negra”.
Esta condición social le permitió acceder a una buena educación. Completó el curso primario con honores, ganando beca para una escuela secundaria bastante conceptuada en el enseñanza de matemática y ciencia.
Uno de sus monitores fue John Carlos, el campeón de los 200 metros en los Juegos Olímpicos de México, en 1968, cuya foto con el puño regido, junto a su colega Tommy Smith, se transformaría en una imagen legendaria de la resistencia antirracista.

A los diez y ocho años, ya vinculado en la lucha por los derechos civiles, ingresó a la facultad de ingeniería de la Universidad Estadual de San José.
Se transformó en uno de los portavoces de la Union de los Estudiantes Negros y también se dedicó al trabajo social en comunidades pobres.
Sus ideas serían estremecidas, como las de muchos jóvenes de su generación, el día 4 de abril de 1968, cuando Luther King fue víctima de un disparo mortal, en Memphis, en Tennessee.

“Perdí cualquier esperanza que los negros pudiesen luchar sin apelar a la autodefensa, sin responder a la violencia policial y de los grupos racistas”, recuerda. “Aún no tenia 17 años, pero decidí inscribirme en los Panteras Negras, para el disgusto de mi madre”.

Muntaqim, la verdad, iría más allá. Apenas un adolescente, aceptó participar del brazo armado de la organización, que más tarde sería conocido como Ejercito Negro de Liberación.

“Nuestro papel era hacer la seguridad de las sedes partidarias, combatir traficantes en los barrios negros, enfrentar a la policía y obtener recursos financieros a través de expropiaciones bancarias”, esclareció, con gestos marcados y voz pausada, tomando cuidado con sus palabras. “Había una guerra en curso y teníamos derecho de actuar con los mismo recursos de nuestros enemigos”.

Prisión

Los tiempos de libertad terminaron el 28 de agosto de 1971, al ser detenido por la tentativa de homicidio contra un policía de San Francisco, en un enfrentamiento típico de escalada represiva que tenia en la mira a los Panteras.
Preso con Washington y Bell, los tres rápidamente se tornaron la elección preferida, a los ojos del FBI y de la policía de Nueva York, para responsabilizar sobre el crimen ocurrido, tres meses antes, en la gran ciudad del este.
Casi cuatro décadas pasaron.

Habiendo atravesado en cautiverio más de doble de su vida en las calles, Muntaqim se formó en psicología y sociología, antes que fuese cortado el programa de enseñanza universitaria para condenados a prisión perpetua.
También escribió novelas, ensayos y poemas, algunos de ellos reunidos en el libro “Escaping the prism, fade to black”, lanzado en agosto del 2015.
Más que nada, se dedicó a luchar por los derechos de los presos, dentro y fuera de las cárceles donde era enviado. Recibió innumerables puniciones, generalmente largos períodos en confinamiento solitario.

Con sus cartas y manifiestos, se tornó el principal promotor del movimiento de solidaridad con los presos políticos en la sociedad norteamericana. Un apelo firmado por Muntaqim llevó alMovimiento Jericó, en 1998, cuando millares de activistas protestaron, delante de la Casa Blanca, contra esa herencia maldita de los años rebeldes.

“Yo me empeñé en construir un existencia dentro de la prisión, manteniéndome políticamente activo, como fuese posible”, afirma. “La prisión te hace descubrir flaquezas y conocer lo mejor del enemigo. Se aprende a sobrevivir en las peores situaciones, a ser paciente y determinado”.

Muntaqim tiene el costumbre de recibir la visita de su hija, sus dos nietos y de los bisnietos, además de amigos y correligionarios. Pero jamás tuvo en sus manos un celular, navegó en internet o interaccionó en las redes sociales.

“Soy un dinosaurio”, reconoce, un poco desanimado. “Hace décadas acompaño las novedades por el cuaderno de tecnología del New York Times. Pude apostar: conozco la teoría de los principales inventores, hasta de aquellos que aún no están en el mercado”.

La entrevista va llegando al final.
Dos últimas preguntas.

Una es cuál es la primera cosa que te gustaría hacer si volviese a la calle.
“Pasear con mi hija, nietos y bisnietos”, responde sin titubear. “Después, pasar unos días con una bella mujer. Encontrar un gran amor, retomar trincheras de lucha contra la pobreza y la opresión”.

La segunda cuestión es si tienes esperanza de ser liberado.
“Soy un revolucionario y un optimista”, responde con una gran sonrisa. “Ellos no me quebraran, un día seré libre nuevamente”.

EE.UU., ¿sin rumbo no catastr

Escrito por John Saxe-Fernández - El Clarín de Chile

La militarización por el desplome hegemónico hace patente la incapacidad del sistema político de EU para lidiar con los mayores retos existenciales (antropogénicos) que jamás haya enfrentado la biota global y la humanidad: el riesgo de guerra nuclear y el asomo en el horizonte de un calentamiento global (CG) catastrófico. El epicentro del capitalismo monopólico, financiarizado, fosilizado y en creciente belicismo está bajo impacto de la gran recesión. El Partido Republicano, con su negación del CG y embate a toda política hacia un patrón energético no fósil, representa un peligro para la vida en el planeta, mientras la continuidad de la diplomacia de fuerza Bush/Obama adoptada por la demócrata Clinton contra Rusia, China y la periferia progresista/nacionalista del tercer mundo azuza una guerra catastrófica.

A nadie escapa el peso de la gran recesión que estalló en 2007/2008: el estancamiento europeo y la recuperación de Estados Unidos, manejada con estadísticas laborales a modo que suavizan la percepción de la realidad y conducen a errores de cálculo, por el peso electoral del desempleo crónico. Prabhat Patnail, con datos oficiales, lo estima en 10.6 por ciento (MR, enero/2016/, p13). La caída de los precios del petróleo que alentó la demanda de consumidores dio la sensación de recuperación, pero no se acompañó de aumentos en la inversión. Con tasas de interés cercanas a cero, Patnaik advierte que tenemos una situación semejante a la de finales de los años 30, anterior a la vigorosa campaña de rearme, cuando la utilización de la capacidad instalada mejoró en el sector de bienes de consumo sin mucha recuperación en el sector de bienes de capital (ibid).

La persistencia de la gran recesión acentúa la dinámica del poderoso complejo bélico industrial de Estados Unidos y con ello el agravamiento de la actual guerra fría, más peligrosa que la iniciada en 1946 y ante fuerzas semejantes a las que antecedieron a la Segunda Guerra Mundial, pero hoy con alto riesgo de que la unilateralidad bélica de Estados Unidos desemboque en guerra nuclear. Es en este venenoso y riesgoso caldo que los tambores de guerra de Clinton demonizando a Putin, Rusia, China, junto a su previa actuación en el Senado y el Departamento de Estado a favor de guerras de agresión (Afganistán, Irak), desprecio al derecho internacional (Libia) y a la Corte Penal Internacional, son inadmisibles, mientras el negacionismo climático de Trump se profundiza sin control, para beneplácito del acaudalado cabildo fósil.

Los medios masivos de comunicación marginan al calentamiento global en curso mientras, como si viviéramos en un estado de excepción, prevalece un apagón informativo sobre maniobras de guerra nuclear, algo extraordinario, máxime en tiempos electorales. No hay debate, sino propaganda y agresivos ejercicios militares contra Rusia y China, rodeadas de bases militares, tropa, equipo y amenazantes despliegues antibalísticos de Estados Unidos, demasiado cerca de sus fronteras. Toda una imprudente provocación que conlleva riesgos catastróficos. Esto ocurre enmedio de las torpezas fascistoides, anti-mexicanas, antimigrantes y climáticas de Trump. Es el clasismo e incitación a la violencia desatada por un magnate extravagante que anunció estar a favor del carbón (Trump digs carbon) mientras los demócratas avalan el fracking.

A estas linduras les siguen investigaciones de varios procuradores encabezados por quien, según Bernie Sanders, no tocó a peces gordos de Wall Street por irregularidades durante el estallido de la burbuja hipotecaria. Ahora es sobre presunta corrupción entre la Fundación Clinton y la Secretaría de Estado bajo Hillary. Hay sensación de frustración en vastos sectores del electorado. Es un bipartidismo corrupto que nos puede matar por radiación o por calor.

Mientras, en el mundo los cambios elevan los costos de los operativos diplo-militares de Estados Unidos, visibilizando su tendencia al uso de la fuerza para neutralizar límites económicos, disimular procesos tipo Brexit y recambios en Oriente Medio. Por ejemplo, los resultados de la diplomacia de fuerza como el coup d’état en Turquía, clínicamente golpismo precoz, ante una gradual escisión turca del atlantismo y un acercamiento a Moscú y Pekín: paso a paso Turquía se aleja del sistema atlantista, dice Yunus Soner, del Partido Patriótico Turco: Esa es la razón detrás de este golpe. Esa es la razón por la cual la OTAN está en pánico. Esto es mucho más amplio y mucho más grande que Erdogan. Esto es un movimiento tectónico. Esto afectará las relaciones de Turquía con Siria, con China; de Turquía con Rusia e Irán. Esto cambiará al mundo.

Ante este giro en la ecuación mundial de poder, Estados Unidos y sus cipayos han lanzado desde 2009 en Honduras hasta hoy en día regresión conservadora y represión contra el pueblo, para contener la marea en Argentina, Venezuela, Brasil, Bolivia. Pero en América Latina la marea está en ciudades y campo: el pueblo los inunda por todos lados.