sábado, 31 de octubre de 2009

¿ QUIENES SON LOS PIRATAS EN EL MAR DE SOMALIA..?

San Agustín cuenta la historia de un pirata capturado por Alejandro Magno,
quien le preguntó: "¿Cómo osas molestar al mar?"..... "¿Cómo osas tú molestar al
mundo entero?" -replicó el pirata-. Yo tengo un pequeño barco, por eso me
llaman ladrón. Tú tienes toda una flota, por eso te llaman emperador"
(Chomsky, "Piratas y emperadores")


Los verdaderos piratas

JOAQUIM SEMPERE

En 1991 se hundió el orden político de Somalia, país que
sucumbió a una guerra civil empeorada por la intervención estadounidense. El
colapso político dejó la sociedad somalí sin defensas, situación que fue
aprovechada por navíos procedentes de Europa, Estados Unidos, China y otros
países para verter en sus aguas grandes cantidades de residuos tóxicos y
radioactivos. El abuso se hizo visible cuando, en 2005, un tsunami depositó
en las playas y costas somalíes bidones corroídos y otras muestras de estos
residuos. Según el enviado de las Naciones Unidas en Somalia Ahmadou
Ould-Abdallah, la porquería tóxica acumulada en pocos días por la catástrofe
marina provocó úlceras, cánceres, náuseas y malformaciones genéticas en
recién nacidos y, al menos, 300 muertes.

Pero las desgracias no terminan ahí. Aprovechando el desgobierno, una
multitud de barcos de pesca empezó a faenar en las aguas frente al país,
incluidas sus aguas territoriales. En 2005 se calculó que pescaron allí unos
800 barcos de distintos países, muchos de ellos europeos y, más
específicamente, españoles. Se estima que los ingresos generados durante un
año por esta pesca extranjera ilegal ascendía a 450 millones de dólares. El
resultado fue la rápida disminución de unas reservas pesqueras que eran el
principal recurso para las comunidades de pescadores del país, catalogado
como uno de los más pobres del mundo.

Un reportaje de Al Yazira informa de que grupos de somalíes trataron de
constituir un cuerpo autodenominado "Guardacostas Voluntarios de Somalia",
reuniendo dinero con el que pagar a la empresa estadounidense Hart Security,
que se dedica a entrenar y formar luchadores y mercenarios por todo el mundo
-y que, años más tarde, ha actuado como mediadora para el cobro de rescates
en aquellas mismas aguas: ¡negocio redondo!-. Al parecer, hubo intentos de
esos guardacostas voluntarios de negociar con los buques de pesca
extranjeros para que dejaran de faenar o pagaran un impuesto para seguir
haciéndolo, intentos que resultaron fallidos. El desenlace final fue lo que
hoy se califica como piratería somalí. En un país plagado de armas,
desgarrado por bandas rivales y sometido a una situación económica
desesperada, un desenlace así no debería sorprender. A la vista de lo
anterior es legítimo preguntarse: ¿quiénes son, en esta historia, los
verdaderos piratas?

Hay en España quien propone que los atuneros españoles (que son sobre todo
vascos) lleven militares a bordo para disuadir a los piratas. En el
Parlamento vasco, los votos del PP y el PNV han hecho posible el pasado 8 de
octubre aprobar una moción en esta línea. El Congreso ya lo había descartado
meses antes arguyendo que la legislación española no lo permite. Francia sí
lo permite, y hace tiempo que en el Índico los barcos de pesca franceses
llevan militares a bordo. Pero esta diferencia es de detalle: ambos países
lograron que el 10 de diciembre de 2008 los ministros de Defensa de la Unión
Europea aprobaran la llamada Operación Atalanta contra la piratería somalí,
y que se diera luz verde al envío de entre 6 y 10 buques de guerra para
"garantizar la seguridad" en el golfo de Adén con el mandato de vigilar las
costas de Somalia, "incluidas sus aguas territoriales".

Estos hechos muestran que el colonialismo no sólo no ha muerto, sino que
está tomando nuevos bríos. Y un nuevo aspecto marcado por la crisis de
recursos naturales, en este caso la pesca. Las flotas pesqueras de los
países ricos, compuestas por buques con capacidad para moverse por todos los
mares del mundo, esquilman un caladero tras otro: son las principales
culpables de la sobre pesca que desde hace años viene destruyendo la
capacidad de regeneración de las especies marinas y preparando un colapso de
las capturas a escala mundial. Las primeras perjudicadas son las poblaciones
de los países pobres que dependen de la pesca local: ellas carecen de flotas
potentes para pescar lejos de sus costas. El caso somalí es uno de los más
sangrantes por las circunstancias políticas internas, pero no es el único.

España está recuperando sus blasones imperiales contribuyendo a empobrecer a
uno de los países más pobres del mundo. Al hacerlo no sólo comete una
injusticia, sino que practica una política sin futuro también para sus
habitantes. Porque cuando ya no haya caladeros por explotar en ningún rincón
del mundo, ¿qué harán nuestros marineros y pescadores?
Es una indignidad aprovecharse de un país desangrado por una guerra civil y
luego mandar a los soldados a defender una causa indefendible que no hace
más que profundizar la tragedia de ese pueblo. Y si se quiere mirar desde
otra óptica, ¿cuánto nos cuesta mantener la dotación de dos buques de
guerra, un avión y 395 efectivos de la Marina española que tenemos
destacados en la zona?

El caso tiene su moraleja. Un país desarrollado como España no debe, tras
agotar sus propios recursos pesqueros, expandirse por los mares del mundo
privando a otras poblaciones más pobres de sus medios de subsistencia,
porque agrava la situación de esas poblaciones y las empuja a una
resistencia que desemboca en aventuras violentas y salidas militares. La
solución hay que buscarla en casa, adaptándose a unos ecosistemas dañados y
gestionándolos mejor (por ejemplo, con la piscicultura como alternativa a la
pesca), y adoptando medidas previsoras para que nadie se quede sin trabajo y
sin fuente de ingresos. Es inquietante que se esté haciendo exactamente lo
contrario: optar por la huida hacia delante y por un neoimperialismo
ecológico reforzado militarmente que sólo puede redundar en un empeoramiento
de la situación.

Joaquim Sempere es Profesor de Teoría Sociológica y Sociología
Medioambiental de la Universidad de Barcelona