jueves, 28 de febrero de 2013

LA FUERZA MATERIAL DE LO SIMBÓLICO



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por Iñaki Gil de San Vicente

Existe la opinión generalizada entre los historiadores de que el emperador Moctezuma fue repudiado y apedreado por su pueblo cuando claudicó ante la invasión española. Eso fue en verano de 1520. Pese a sus inestimables servicios, fue asesinado por el ocupante. En 1814 el mestizo W. McIntosh dirigió un grupo de indios que luchaban a las órdenes yanquis contra sus hermanos indios, derrotándolos y obligándoles a ceder enormes territorios de la actual Alabama, algunos pocos de los cuales fueron entregados a manos de los jefes colaboracionistas, siendo despojados de ellos al cabo del tiempo por los ocupantes en aplicación de la máxima de que Roma no paga traidores; pero en 1825 el jefe indio Manawa ejecutó a W. McIntosh por haber firmado un pacto secreto con los yanquis. Cuando en 1795 el pueblo haitiano, mayoritariamente de origen africano, conquistó su independencia aboliendo la esclavitud,  recuperó oficialmente el nombre aborigen de la Isla, Haití, a pesar de que sus originarios habitantes habían sido exterminados. Para 1957 el ejército venezolano tenía en su interior grupos organizados que simpatizaban con las guerrillas; en 1964 se publicó clandestinamente el decisivo documento «De militares para militares» en el que se explicaba por qué Venezuela debía emanciparse nacionalmente de la tutela yanqui con una política socialmente progresista; a pesar de las represiones, el movimiento ayudó a acelerar la revolución bolivariana.

¿Qué tienen que ver estos ejemplos con el título del artículo? 

Pues todo si por simbología entendemos la totalidad de referentes lingüístico-culturales, identitarios, sociales, religiosos, etc., que tiene un pueblo, o si se quiere, lo que se denomina «imaginario colectivo», «cultura popular», u otras formas de hablar del «papel del factor subjetivo en la historia». Es obvio que la ideología y la cultura de la clase dominante dominan en el mundo simbólico, pero su poder no es tan omnipotente como para destruir toda raíz de lucha, rebeldía y justicia en el seno de la cultura popular. La razón hay que buscarla en algo tan elemental y decisivo como es el hecho de que la cultura, en su sentido antropogénico, no es otra cosa que la producción y distribución horizontal y democrática de los valores de uso. Por esto, cuando la cultura popular se desarrolla crítica y creativamente es porque surge de la propiedad colectiva, comunal, o porque lucha consciente y estratégicamente por recuperarla acabando con la propiedad privada. Por esto mismo, tiene tan decisiva fuerza simbólica lo relacionado con los bienes comunes, con el excedente social producido y acumulado colectivamente y materializado en la independencia del pueblo que lo produce, lo cual nos plantea dos problemas unidos: la lucha de clases interna por la posesión del excedente y de las fuerzas productivas, y su defensa frente a enemigos internos y externos. Del interior de ambas surge lo que se denomina memoria militar de un pueblo, una de cuyas primeras expresiones es el célebre discurso que Tucidides atribuye a Pericles.

Las masas aztecas, indias, haitianas y venezolanas sabían que sus clases dominantes colaboraban con los invasores, y unieron su futuro personal y colectivo con el futuro de su pueblo, con su independencia. Lo hicieron, entre otras cosas, transformando en fuerza material la fuerza simbólica de sus imaginarios colectivos, de sus tradiciones populares. Sin embargo, estos ejemplos no fueron ni los primeros ni serán los últimos. Hace más de 2500 años el imperio persa sabía cómo anular la fuerza material inserta en la simbología de los pueblos que sojuzgaba: obligaba a que sus jóvenes no aprendieran el uso de las armas, de este modo en una o dos generaciones rebajaba al nivel de rebaños asustadizos a naciones rebeldes y orgullosas. Pero la realidad es más compleja ya que a ninguna clase dominante le conviene tener un pueblo digno, capaz de defenderse, y por eso lo pacifica mental y físicamente para que se deje explotar. Algo así le sucedió al imperio bizantino cuando los otomanos cercaron Constantinopla en 1453: solamente algo menos del 5% de su población estuvo dispuesta a defender la ciudad, aun sabiendo qué horrible futuro le esperaba bajo la ocupación otomana.

Pero hay que salir en defensa del islamismo otomano porque fue mucho menos cruel y salvaje en el saqueo y esclavización de Constantinopla que la extrema brutalidad practicada por los europeos occidentales de la cuarta cruzada en 1203, bajo la bendición de Roma. Decimos esto porque la defensa a ultranza contra el cristianismo en su versión latina fue una de las causas que explican la tenaz resistencia de los pueblos de Asia a las sucesivas agresiones occidentales, además del fuerte arraigo de la propiedad comunal y de los llamados por Marx «sistemas nacionales de producción precapitalista», y de los propios intereses materiales de las clases dominantes. Aun considerando este último hecho, la fuerza de lo simbólico es innegable, como lo vivió un admirado Lenin ante la heroicidad china en 1900.  Recordemos la resistencia sudaní a finales del siglo XIX contra el ejército anglo-egipcio, formado una vez de que la clase rica egipcia claudicase para mantener parte de sus propiedades. La reconocida memoria militar del pueblo argelino fue uno de los secretos de su nunca extinta lucha nacional antifrancesa, que fascinó a Engels. Cuando esta memoria, que en sí asume y sintetiza lo esencial de los valores comunes y comunitarios se debilita o desaparece, entonces asistimos a espectáculos bochornosos como ver desbandarse y huir a las grandes manifestaciones de masas de la clase trabajadora alemana, nada más iniciarse el ataque de pequeños grupos nazis que copiaban los métodos de las escuadras negras fascistas en los años ’20 italianos.

La memoria militar es una fuerza simbólica que se nutre de las mejores virtudes y valores de los pueblos explotados, de su experiencia generacional transmitida a pesar de las censuras, mentiras y falsedades creadas por la clase dominante y/o por el Estado que ha invadido y ocupa ese pueblo. Maquiavelo ofreció una brillante definición de la memoria militar al decir que los suizos eran libres porque tenían armas. ¿Alguien en su sano juicio piensa que Cuba seguiría siendo independiente de no tener una efectiva defensa y una muy arraigada memoria militar? Y es que el pacifismo a ultranza, además de éticamente inmoral, es la autoderrota definitiva. Por estas y más razones, cuando vemos que algunas izquierdas desvarían y se desploman no sólo en el pacifismo sino en la amnesia histórica, lo que viene a ser lo mismo, olvidando las lecciones del pasado y cerrando los ojos a la esencial inhumanidad terrorista del capitalismo, entonces comprendemos que la luz teórica, el esclarecimiento político y la activación ética, son más necesarios que nunca antes, también en Euskal Herria.