domingo, 14 de julio de 2013

Brasil entra en el ciclo de rebeliones populares que vienen sacudiendo el planeta desde 2011


La lucha de la juventud contra el aumento de pasajes fue el catalizador del descontento popular 

Incorporar a la lucha a la clase obrera y sus demandas




La lucha de la juventud contra el aumento de los pasajes se convirtió en el catalizador del descontento popular, que lleva multitudes a las calles y abre una nueva etapa de lucha en Brasil.

La gran movilización del 17 de junio contra el aumento de los pasajes reunió más de un millón de personas en doce capitales. Nadie en conciencia puede ya negar que la situación política nacional cambió categóricamente. La indignación ante la represión policial del 13 de junio en San Pablo, Río de Janeiro y otras capitales fue el detonante del mayor proceso de masas desde el “Fuera Collor” en 1992.[[1]] Y no sólo por sus dimensiones, sino también por su politización.

Incluso después de la victoria de lograr el reclamo inicial de la reducción de precios de los pasajes en 23 ciudades, un millón y medio de manifestantes volvieron a las calles, y no sólo en las capitales estaduales sino también en muchas ciudades medianas y pequeñas.

Las mayores manifestaciones tuvieron lugar en Río de Janeiro, con aproximadamente 300.000 personas, y en San Pablo, con más de 400 mil.

En Río, la policía militar reprimió la marcha que iba al estadio Maracaná, lo que causó más de 60 heridos. En San Pablo se produjo un enfrentamiento entre la izquierda y grupos fascitoides que quieren proscribir las banderas rojas de las manifestaciones y echar a los militantes y partidos de izquierda.

Entender los límites y los alcances de este complejo proceso de masas es esencial para organizar la acción de la izquierda revolucionaria y luchar para que este movimiento no se incline a posturas reaccionarias. Es que, con la masificación del movimiento, la derecha se organiza para que su programa no adquiera un carácter anticapitalista. Por eso embiste contra las banderas y los militantes de izquierda.

Vivimos un proceso cuyas características están aún formándose, que está siendo disputado políticamente y que exige la atención de todas las corrientes para que podamos construir herramientas de intervención, de modo que este proceso no sea capitaneado por la derecha. Por eso, es necesario que los sectores clasistas organicemos un frente único para defender salidas anticapitalistas contra las tentativas de la derecha de apropiarse del movimiento.

La lucha contra el aumento del pasaje lleva a una nueva situación política nacional

La lucha contra el aumento de pasajes detonó una gigantesca ola de indignación popular aunque con una agenda difusa y una orientación política amorfa, pero que sin embargo impacta la realidad nacional y deja atónitos al gobierno federal y los gobiernos estaduales.

La indignación por la situación del transporte público salió del ámbito privado y ocupó las calles en todo el país. Así, el día 20 de junio, las manifestaciones en todo el país, sobrepasaron el millón de personas.

Lo que hasta la semana pasada era un fenómeno de las grandes capitales como San Pablo o Río, ahora llega a muchas ciudades. Y después del retroceso de los gobiernos en cuanto a los aumentos de pasajes, las movilizaciones asumieron otras demandas, como el fin de la corrupción y contra los gastos de la Copa Mundial de Fútbol.

El transporte público en las principales capitales y grandes ciudades fue privatizado hace tiempo. Y es una fuente de extraordinarias ganancias para los empresarios y de creciente sufrimiento para los usuarios. En los últimos años, esta situación viene empeorando no sólo en San Pablo sino también en el resto del país. Esto explica la simultaneidad de las manifestaciones contra el aumento de pasajes y el gran apoyo popular que recibieron.

La lógica de los partidos que están en el poder, es garantizar cada vez más ganancias a las empresas privadas que operan el transporte. Esto lo hacen mediante ajustes en los precios de los pasajes, que en los últimos años han ido muy por encima de la inflación. Además dan total libertad a esas empresas para operar en pésimas condiciones, tanto para los usuarios como para los trabajadores del transporte.

Las necesidades de la clase trabajadora y de la juventud son totalmente opuestas a esa lógica capitalista de las ganancias. Consiste en abaratar los pasajes hasta llegar a la tarifa cero, y la estatización de los transportes. Una estatización que debe estar bajo el control de los trabajadores y no de las burocracias que en el pasado contribuyeron al desguace del transporte público para entregarlo al sector privado.

Como esta lógica se contrapone a los intereses de los capitalistas, para quebrarla tenemos que hacer frente a la maquinaria represiva que está bajo su comando.

Las manifestaciones desafían el pacto conservador entre el PT (Partido dos Trabalhadores) y el PSDB (Partido da Social Democracia Brasileira)

Las protestas iniciadas el 6 de junio tenían como demandas el rechazo al aumenta el pasaje y la lucha por la tarifa cero. Después de una dura represión, las manifestaciones ganaron la adhesión de las masas y el movimiento comienza a incorporar a amplios sectores sociales y diversas reivindicaciones.

El aumento del pasaje fue sólo la chispa que hizo detonar el descontento por una situación que afecta gravemente la vida de los trabajadores.

El problema objetivo es que los gastos de transporte en la población superan el 30% de los ingresos salariales. Esto implica que los trabajadores deben reducir su alimentación para asegurar su viaje al trabajo. Los trabajadores desempleados, como es el caso de la mayoría de los jóvenes, no pueden moverse para buscar trabajo, y mucho menos para tener acceso al sistema de salud, a la cultura y el tiempo libre.

Las posición del prefecto de San Pablo, Fernando Haddad del PT, del gobernador del Estado, Geraldo Alckmin del PSDB, y de los otros gobernantes que hicieron frente a las manifestaciones, fue claramente reaccionaria. Apostaron a brutal represión policial, la criminalización de la protesta y el desbande del movimiento.

Estos representantes políticos de los intereses de la burguesía no habían comprendido que ya había elementos de descontento en la realidad. Y bastaba sólo un detonador para hacer estallar la situación política anterior.

La combatividad sirvió de amplificador de descontentos y reclamos contenidos desde hace mucho

El cambio de la situación política fue el resultado de la disposición de los jóvenes –vanguardia indiscutida de este proceso– a enfrentarse políticamente en todo el país en la lucha contra el aumento de los pasajes. Su actitud acabó contagiando a sectores más amplios de la sociedad.

Durante años, la juventud y la clase trabajadora brasileña parecieron estar adormecidas frente a los sucesivos gobiernos y sus políticas neoliberales. Hubo luchas importantes, sobre todo en las universidades públicas –como la USP (Universidade de São Paulo) y las universidades federales–, en las grandes obras de infraestructura, y en las periferias de las grandes ciudades por vivienda y otras demandas. Pero, en la anterior situación política, la represión de esos procesos no fue desencadenante de una reacción masiva.

Uno de los más recientes episodios de represión sanguinaria de la que es responsable Dilma Rousseff, la presidente petista, fue la masacre de los indígenas Terena de Mato Grosso do Sul. Se hizo para “recuperar tierras” en beneficio de latifundistas. Y allí actuaron conjuntamente la policía militar del Estado do Mato Grosso do Sul y la policía federal que responde al gobierno nacional, presidido por el Dilma Rousseff y el PT.

Ya hace décadas que la burguesía –con el PSDB, primero, y el PT, después, al frente del gobierno federal– impuso una situación política reaccionaria, en la que las luchas han sido brutalmente reprimidas y criminalizados por el Estado, sin que hubiese reacciones políticas de las masas.

Pero ahora el escenario político ha cambiado radicalmente. Este cambio ha dejado “atónitos” a los gobernantes y también a los analistas de gabinete. Sin embargo, tiene motivaciones bien concretas, como el aumento del costo de vida provocado por la inflación, la caída de los ingresos de los trabajadores, la precarización laboral que empeora y la carestía de los servicios públicos.

Además de los aspectos económicos, el fastidio popular tiene motivaciones políticas. Estamos experimentando un descontento “difuso”, pero que se sintetiza en el malestar por los gastos públicos billonarios del Mundial de Fútbol (que superarían los 50 billones de dólares), por la corrupción sistémica del aparato del estado, por cambios en la legislación como la “PEC 37” (que dificulta la investigación de la corrupción de funcionarios y políticos), la legalización de prejuicios como la homofobia, la prioridad de los intereses de las grandes empresas sobre las demandas por salud, educación, vivienda y transporte, la negación de derechos democráticos como la legalización del aborto e incluso la libre expresión de la orientación sexual, etc.

Estos factores sirvieron de combustible para que la violencia brutal con que se respondió al movimiento por el precio del pasaje, detonase una nueva actitud de las masas. Están demostrando que ya no aceptan pasivamente la represión a los que luchan.

Unificar a la izquierda contra el antipartidismo

En Brasil, con todo el atraso político de la lucha de clases de los últimos años, no podía ser diferente. El proceso actual, a pesar de sus particularidades, tiene rasgos comunes con lo que sucede en todo el mundo. Por eso, será necesario un proceso de aprendizaje lento y contradictorio para que las masas de jóvenes y de trabajadores se equipen con un arsenal político capaz de representarlas en los hechos.

Igual que en otras partes del mundo, las rebeliones populares cargan inicialmente con profundas contradicciones en su interior. Generalmente, parten de situaciones de gran atraso político de las masas, que simplemente se ponen en contra de todo y de todos: “¡Que se vayan todos", como se decía en Argentina cuando se abrió el proceso de rebelión en el 2001.

Pero también hay fenómenos de polarización política y social, de surgimiento y/o fortalecimiento de movimientos nacionalistas/conservadores o incluso fascistas, que tratan de canalizar el profundo descontento hacia la derecha.

Este fenómeno ocurre por ejemplo en Grecia, con el fortalecimiento de la pandilla fascista Amanecer Dorado, a pesar de que al mismo tiempo Grecia es uno de los principales centros de radicalización política de las masas europeas contra los planes de ataques a los trabajadores.

Con la masificación del movimiento en los actos del 17 de junio, vivimos un proceso contradictorio. Por un lado, se amplió la participación de sectores motivados por una orientación “antipartidos”. Por otro lado, se manifestó la presencia de sectores que defienden las acciones aisladas, que sirven de justificativo a la represión policial contra la masa de manifestantes. Hay, además, una combinación con la espontaneidad de sectores que ven a los símbolos nacionales –la bandera y el himno nacional– como instrumentos de contestación o democratización política.

Si queremos comprender el proceso actual, no podemos olvidar el pasado reciente. Hemos vivido más de dos décadas de reacción política. Fue un proceso que se inició con la ofensiva neoliberal en la década del ‘90 que tuvo al frente al PSDB; simultáneamente se dio la política de adaptación del PT y de la CUT (Central Única dos Trabalhadores) que abandonaron por completo el proyecto socialista y la militancia en nombre de la “gobernabilidad” dentro de los moldes neoliberales y las prácticas de conciliación de clases.

La adaptación política del PT permitió la construcción de un bloque conservador que lo llevó a la presidencia. Se mantuvo allí por diez años, con un proyecto que combina las políticas asistencialistas para los más pobres, con las privatizaciones y los ataques a los derechos de los trabajadores y la juventud.

Lo importante a destacar es que, en ese marco, en los últimos años ha habido un tremendo reflujo en la conciencia política de las masas juveniles y de los trabajadores.

El PT, la CUT y la UNE (União Nacional dos Estudantes) fueron antes una expresión de la rebelión de masas que derribó a la dictadura y, en la década de 1980, de la combatividad de la clase obrera. Hoy, por el contrario, son símbolos del poder del dinero, de la burocratización, la corrupción y la apatía. Los sectores que mantuvieron las banderas de la independencia de clase y del socialismo, quedaron muy reducidos y sin mayor visibilidad.

Recientemente, las luchas de los trabajadores de las obras de infraestructura, de los sin tierra, de los estudiantes y funcionarios de las universidades y, ahora, de los movimientos contra los aumentos del pasaje, se enfrentaron directamente con el PT en todos los ámbitos del poder. En la primera represión en San Pablo que detonó las protestas a escala nacional, el prefecto Haddad del PT tuvo tanta responsabilidad como el gobernador Alckmin. El repudio a las banderas rojas se asocia con ese papel del PT y con todo lo que vino a representar en la última década. Esa puede ser una clave para entender la hostilidad sufrida por militantes de izquierda en las manifestaciones.

La contradicción es que el desconocimiento de esa nueva generación de la historia política reciente, está siendo utilizado por los partidos de derecha como el PSDB y por grupos aun más reaccionarios, para tratar de desmoralizar al conjunto de la izquierda, que nunca dejó de estar del lado de los trabajadores, de la juventud y de sus luchas.

La derecha, a través de los grandes medios y de los partidos patronales, quiere disputar ideológicamente el movimiento para llevarlo a salidas de derecha y, por añadidura, fortalecer las posiciones electorales de partidos “opositores” como el PSDB.

Frente a este peligro, es necesario unificar las fuerzas de la izquierda para que la combatividad, la democracia y las reivindicaciones anticapitalistas agendas estén garantizados dentro del movimiento.

Construir un marco político clasista común para la lucha de las masas

Debemos entender entonces que este ascenso de las masas en Brasil parte de un enorme atraso político, en relación al proceso de rebeliones populares que se fue dando en América Latina desde principios de la década pasada, y en el mundo desde la crisis capitalista mundial iniciada en el 2008 y los estallidos del 2011.

En Brasil, estamos ante una juventud indignada, una parte de la cual lleva la bandera de Brasil y canta el himno nacional, sin saber que son símbolos del mantenimiento del orden actual y de la represión a la clase trabajadora y los oprimidos.

Le cabe a la izquierda revolucionaria la tarea de politizar aun más los reclamos y las acciones, e intervenir en este proceso para que la juventud trabajadora levante banderas anticapitalistas. Es necesario comprender que sin levantar las demandas de la clase obrera, su situación no encontrará otra salida.

En esta explosión de rebeldía que vive hoy Brasil, hemos asistido diariamente a manifestaciones contra todos los gobernantes y contra los símbolos del poder establecido. Vivimos una convulsión político-social de magnitud aún difícil de prever, pero que sin duda establecerá un terreno completamente distinto para la acción política.

Diariamente, en todo el país, las calles son tomadas por una masa que se organiza espontáneamente llenando las plazas y grandes avenidas para protestar frente a las sedes de los gobiernos y legislaturas. Lo que no pueden ocultar los relatos y las imágenes de TV es que hay una acción de masas en todos los principales acontecimientos.

Para hacerse una idea: en Río hubo una marcha que se dirigió a la sede de la prefectura municipal y trató de ocuparla. A pesar de la represión, esa misma masa fue luego al estadio Maracaná para protestar contra la realización del Mundial de Fútbol. Fueron nuevamente reprimidos por la policía antidisturbios.

En Brasilia, más de 25.000 personas se reunieron en ante el Congreso Nacional y después frente a Itamaraty (Ministerio de Relaciones Exteriores). Allí hubo otra tentativa de ocupación que también fue reprimida.

La represión estatal de estas manifestaciones por medio de las tropas de choque no se producen contra los llamados “vándalos”, como quiere hacer creer la mayoría de los medios. Está dirigida directamente contra las masas que luchan por un programa amplio: contra las superganancias de la mafia de los transportes, contra el fin de los poderes de investigación del ministerio público, contra los gastos del Mundial de Fútbol, contra la precariedad en la salud y la educación, contra la homofobia y otros reclamos.

Estas demandas representan el mayor peligro para el pacto entre el PT y el PSDB. Por eso están siendo reprimidas.

Otro problema son las acciones ajenas a las masas –acciones que se pretenden “ejemplares”– y que la prensa patronal califica genéricamente como "vandalismo".

Esas acciones aisladas siempre facilitan la represión y no contribuyen a la victoria del movimiento. Pero también son expresiones del descontento de un sector de jóvenes que están haciendo sus primeras experiencias en la lucha de clases.

La defensa de un movimiento no burocrático no puede confundirse con la falta de centralización. La centralización es necesaria para alcanzar los objetivos de cualquier movimiento contra la clase dominante y su Estado.

El país está totalmente convulsionado, en todas las ciudades se dan las más variadas acciones de descontento: intentos de ocupaciones, apedreos a bancos y edificios públicos indican el grado de radicalización e indignación.
Sin embargo, estas acciones no se deben ser usadas ni dirigidas por sectores reaccionarios que actúan para descalificar a la explosión de indignación popular.

La acción de masas abrió una situación de no retorno

El MPL (Movimento Passe Livre), después de la marcha del 20 de junio en San Pablo que atrajo a más de cien mil manifestantes, decidió suspender la celebración de movilizaciones. La justificación fue que la lucha contra el aumento de los pasajes ya había logrado su reclamo.

Creemos que la nueva situación política estalló debido a la lucha contra el aumento de los pasajes, lo que abrió una nueva etapa. Pero tener una política para este proceso no es sólo responsabilidad del MPL. Debe ser asumida por todas las organizaciones (sindicales, políticas, movimientos sociales, etc.) que dicen estar al servicio de de los trabajadores y los oprimidos en general.

Sin duda el MPL tiene en ese momento la responsabilidad y el papel decisivo de llamar a todas las organizaciones populares para hacer un debate nacional con el objetivo de construir instrumentos organizativos y políticos para intervenir en este proceso histórico que estamos viviendo.

Vivimos una situación que tiene inmensas posibilidades revolucionarias pero también riesgos inmensos. Por lo tanto, es deber de todos los sectores de izquierda organizar el movimiento, para que las acciones masivas tengan centralización y construyan un programa anticapitalista.

Para que esta multitud de temas sea resuelta, será necesario que las masas luchen contra las políticas puestas en práctica por el gobierno de Dilma Rousseff y el PT, y contra de toda la orientación neoliberal implementada en todos los estados del país.

A pesar de las contradicciones del proceso, ahora la situación ha cambiado y está abierta la posibilidad de la construcción de movimientos capaces de cuestionar más profundamente las políticas neoliberales de privatización y otras formas de transferencia de los fondos públicos a los capitalistas.

La clase obrera debe ser la protagonista de esta nueva fase

Parte fundamental de la estrategia para que el movimiento se incline hacia la izquierda, es la de ir conquistando dentro de este proceso una participación creciente de la clase obrera, con sus reivindicaciones y sus métodos de lucha. De esa forma, la inmensa experiencia que está en marcha, podrá ir definiéndose política y socialmente rumbo a una perspectiva anti-capitalista.

Es que, a pesar de las contradicciones del proceso, la situación ahora ha cambiado. Está abierta una posibilidad histórica de construcción de movimientos capaces de cuestionar las políticas neoliberales de privatización y otras formas de transferencia de los fondos públicos a los bolsillos privados de los capitalistas. Asimismo, esto implicaría la entrada en la lucha de una nueva generación de trabajadores, lo que permitiría una transformación revolucionaria en sus organizaciones y un cambio cualitativo en la lucha política que apenas se está abriendo.

No hay salida favorable para las masas trabajadoras si no se toma medidas anticapitalistas: como dejar de pagar la deuda externa cuyo servicio consume casi el 50% del presupuesto federal, romper con la lógica capitalista que rige los servicios públicos por medio de la estatización bajo el control de los trabajadores, terminar con la devastación del medio ambiente, revertir la carestía de los alimentos mediante una reforma agraria que expropie los latifundios, lograr una transformación radical del modelo político que favorece sólo a las corporaciones. Sólo con un conjunto de medidas anticapitalistas será posible superar la actual crisis de una manera favorable a los trabajadores y la juventud.

Estamos frente a una nueva perspectiva e ingresando en una nueva situación política en que las cuestiones comienzan a ser resueltas a partir de la movilización en las calles. La acción represiva del Estado capitalista contra la vanguardia juvenil y trabajadora ya no se tolera como lago “normal” y empieza a ser contestada con el fortalecimiento de las manifestaciones.

No hay garantía de victoria antes de luchar. Pero el elemento de ruptura de las masas brasileñas con la inercia, ya es un punto trascendental. Esto da otra perspectiva del alcance de las luchas, que es un factor decisivo de la correlación de fuerzas en la lucha de clases.

Estamos en una situación más favorable para la lucha de los trabajadores. Los años de reacción pueden quedar atrás.

Praxis y la corriente internacional Socialismo o Barbarie apostamos a esa perspectiva de lucha y de avance de la actividad autónoma y anticapitalista, en este momento que viven los jóvenes y los trabajadores brasileños.


[1].- El “Fora Collor” fue un gran movimiento de masas principalmente juvenil que en 1992 logró la destitución del corrupto presidente Fernando Collor de Mello. La burguesía, con la colaboración decisiva de Lula y el PT, pudo encauzarlo por vía parlamentaria, limitándolo al retiro de Collor y la asunción del vicepresidente conservador Itamar Franco.